El pasado 30 de noviembre arrancó la 28.ª conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28). Una cumbre que, después de 27 años sin resultados visibles, se corona con una edición marcada por desprecios a la investigación climática, filtraciones de lobbies oportunistas y, sin embargo, un giro de acontecimientos de último minuto que nadie esperaba.
Suelo comenzar mi reflexión sobre las COP con una enumeración de los efectos y amenazas del cambio climático. Pero después de una sucesión de cumbres decepcionantes, ríos de tinta sobre el cambio climático y 5 informes del IPCC, este año prefiero omitir lo que ya resulta más que evidente, e ir directamente al grano.
La Conferencia de las Partes (COP) sobre el Cambio Climático empezó de manera extravagante, casi grotesca. Dubai, el 'petroestado', la ciudad cuyos residentes ostentan una de las tasas más altas de emisiones de CO₂ por persona, se presta como escenario para cerrar pactos y acuerdos internacionales que buscan reconciliar a la humanidad con su entorno natural.
Pese a esta disparatada elección, y en un voto de confianza desesperado, cruzaba los dedos deseando un golpe de efecto que hiciese de esta cumbre un punto de inflexión en la lucha contra la crisis medioambiental. Pero no ha sido un golpe, ha sido una sucesión de ellos.
Comenzó con declaraciones negacionistas e irreverentes ante la evidencia científica del calentamiento global, pronunciadas por el propio presidente de la cumbre. Continuó con filtraciones del lobby petrolero llamando a la oposición de una medida eliminatoria de los combustibles fósiles y ha terminado con un acuerdo histórico según el cual las partes firmantes se comprometen a abandonar progresivamente el uso de estos combustibles.
Tras casi dos décadas de cumbres e inacción, parece que los mandatarios se han puesto por primera vez de acuerdo para firmar un documento que apunta directamente a los principales causantes del calentamiento terrestre: la quema de petróleo, carbón y gas natural. Y han instado al mundo a abandonarlos.
No podemos tirar cohetes; el acuerdo deja mucho que desear. El texto habla de un compromiso para “transitar lejos de los combustibles fósiles” ("transition away from fossil fuels", según el texto original en inglés) y evita mojarse con palabras claras, que llamen a la acción real. Faltan fechas clave y un plan explícito y detallado para la eliminación total de estos combustibles. Aun así, reconozco que este acuerdo supera con creces las expectativas iniciales de una cumbre que empezó como una broma de mal gusto.
Las conclusiones de las COP me han dejado hasta ahora un inevitable sabor a palabrería. Un año después de cada acuerdo firmado, desde aquel marzo de 1995 en Berlín, cuando nos volvemos a reunir para el día del examen, nos encontramos con una situación de crisis medioambiental que resulta cada día más alarmante.
Si la COP 28 está dispuesta a regalarnos un último golpe de efecto, cruzo los dedos para que nos sorprenda el año que viene con la noticia de que todas las partes han cumplido con su compromiso. El mayor regalo será constatar que estamos “transitando lejos” del peligro.
***Manuel Lencero es CEO de la fundación UnLimited Spain.