En los últimos años, se ha puesto de moda el término de emprendedor de impacto, u otras expresiones parecidas como emprendedor social. Se refiere a aquellos emprendedores que nacen con la vocación de contribuir a resolver un problema de la sociedad y que, normalmente, afecta a algún colectivo vulnerable o sin voz —personas con discapacidad, niños, personas en riesgo de exclusión— o el medio ambiente y las generaciones futuras.
Son emprendedores con corazón de ONG y vocación de servicio, pero que a la vez encuentran modelos de negocio autosostenibles e incluso rentables, ofreciendo productos o servicios al mercado. No solo se caracterizan por medir su éxito en función de alcanzar un objetivo social, sino que a menudo adoptan una perspectiva a largo plazo, tratando de atacar las causas de los problemas más que mitigar las consecuencias de estos.
Tradicionalmente, se ha entendido por empresa social aquellas organizaciones de diversa índole que pertenecen a la llamada economía social y solidaria, que incluye los Centros Especiales de Empleo, Empresas de Inserción, Cooperativas, etc. Su objetivo es, a menudo, dar un trabajo digno y empoderador a personas con mayor dificultad de acceso al mercado laboral.
Un ejemplo muy conocido en nuestro país es la productora de lácteos La Fageda, cuyo propósito es ofrecer un empleo digno a cualquier persona con discapacidad intelectual o enfermedad mental en La Garrotxa, Cataluña. El mayor reto de este tipo de empresas suele ser la rentabilidad, a menudo demasiado ajustada como para atraer financiación y, por ende, la escalabilidad del proyecto. Pero desde hace una década hemos asistido al auge de otras categorías de emprendedores de impacto.
Por un lado, encontramos las start-ups de impacto: emprendedores que inciden en sectores a menudo menos tradicionales y utilizan tecnología para desarrollar ventajas competitivas. Cuentan con talento surgido de carreras tecnológicas o de gestión y se constituyen en formas jurídicas tradicionales como las SL.
A la hora de financiarse van a buscar capital riesgo que sea sensible a su misión —el llamado capital riesgo de impacto— fortalecen sus negocios pasando por aceleradoras y compiten con grandes empresas para atraer y retener al talento. A menudo entrañan un mayor riesgo tecnológico y de mercado en sus etapas iniciales, pero las que funcionan tienen un potencial de rentabilidad igual o superior al de sus mercados.
En España vemos un gran auge de este tipo de empresas en sectores variados, pero con una gran incidencia en el mundo de la salud (por ejemplo Cebiotex, Smart Lollipop) y los cuidados a las personas (Qida), la diversidad funcional y la discapacidad (Visualfy, Neki), la educación (FictionExpress, CodeOp, Innovamat), y sin duda el de la sostenibilidad y el medio ambiente. En este último encontramos a empresas que desarrollan y comercializan tecnologías en torno al uso eficiente de recursos naturales, al reciclaje y la economía circular (vEnvirotech), a los materiales alternativos (Pack2Earth), a la agricultura sostenible (FaBio), a la restauración de ecosistemas (OceanEcostructures, Sylvestris) o a los servicios a través de modelos SaaS (Software As A Service).
Trabajar en una start-up de cleantech puede que se haya convertido en una de las salidas profesionales más atractivas para muchos jóvenes que están igual preocupados por el medioambiente y su entorno, y atraídos por el mito del emprendedor tecnológico disruptivo y la ilusión de ser el siguiente Elon Musk. Su mayor reto es superar el "valle de la muerte", ese periodo a menudo largo en que la empresa aún no es rentable ni tiene un modelo de negocio probado, y donde levantar financiación es crucial.
Otro tipo de emprendedor de impacto es el que se vincula a un territorio o comunidad. Son los llamados emprendedores rurales, por ejemplo, el que se instalan en un territorio para desarrollar nuevas actividades económicas y oportunidades de trabajo, poner en valor activos locales y atraer recursos a zonas acostumbradas a perder capital humano y empresarial. Aquí el foco se sitúa en dinamizar un territorio y ofrecer oportunidades a la comunidad local.
En esta categoría pueden caber muchas realidades. Especialmente interesantes son las llamadas Fundaciones Comunitarias, muy recientes en nuestro país. Se trata de entidades sin ánimo de lucro centradas en dinamizar un territorio, constituyéndose como un vehículo de participación, voz, financiación y actividad empresarial para la comunidad local (por ejemplo, la Fundación Comunitaria Raymat Lleida). El mayor reto de estos emprendedores suele ser conseguir la complicidad y legitimidad entre actores diversos para aunar intereses y movilizar recursos financieros y no financieros que transformen el territorio.
Finalmente, empezamos a ver otro tipo de emprendedor de impacto, mucho menos conocido y abundante y, a mi juicio, todavía más necesario: los llamados emprendedores 'sistémicos'.
La mayoría de los problemas sociales y medioambientales a los que nos enfrentamos son problemas muy complejos, fruto de una intricada red de causas y subcausas que se entremezclan en un sistema difícil de descifrar, y donde a menudo nadie se siente responsable o empoderado para resolver la encrucijada. Estos emprendedores buscan entender las causas raíz de un problema social e identifican patrones y palancas que tienen menos que ver con una tecnología concreta, y mucho más con reorganizar el sistema y los actores que lo componen, generar nuevas instituciones, nuevos modelos de negocio o nuevas fuentes de financiación e incentivos.
A veces se enfocan en crear nuevos mercados y son capaces de hacer colaborar a múltiples actores (privados, públicos, sin ánimo de lucro…) y combinar sus capacidades en modelos de negocio creativos que permitan que se pongan en marcha iniciativas que de otra manera no existirían (por ejemplo, la Circular Bioeconomy Alliance, fundada bajo el mecenazgo del Rey de Inglaterra, nació para acelerar la transición hacia una bioeconomía circular neutral a través de proporcionar financiación, experiencia y conocimientos para la puesta en marcha de nuevos proyectos).
Estos modelos combinan muchos de los retos anteriores: conseguir un modelo de negocio sostenible que atraiga financiación, aunar distintos intereses, culturas organizativas y tiempos, influir en normas, costumbres e instituciones… Sin embargo, pueden ser los más transformadores a largo plazo si tienen éxito y apoyan el éxito de muchos otros emprendedores de impacto.
Así pues, el surgimiento de los emprendedores de impacto es una tendencia esperanzadora que apunta hacia un futuro donde las empresas no solo persiguen el lucro, sino que también se comprometen con el bienestar social y ambiental. Es fundamental que continuemos apoyando y fomentando estas iniciativas, ya que representan una vía poderosa y necesaria para construir una sociedad más justa, sostenible y resiliente.
*** Clara Navarro es asesora en estrategia e impacto y miembro del Consejo Asesor de Nactiva.