Leo con horror los testimonios que recogen organismos como Naciones Unidas y medios locales de mujeres en Sudán que explican cómo las violaron en sus casas, en los caminos, frente a sus hijos e hijas, y los dolores que no cesan en espalda y abdomen tras las violencias sufridas. Escucho de mis compañeros y compañeras sudanesas cómo apoyamos a supervivientes de violencia de género en el país, aunque hay heridas que costarán mucho sanar y, aún más si cabe, reparar.

Me planto ante un lienzo en blanco para intentar desgranar cómo el conflicto las impacta desproporcionadamente a ellas, aún a sabiendas de que me quedaré muy lejos de reflejar las realidades que padecen las mujeres y las niñas bajo la cruel y devastadora guerra en Sudán. Pero también lo hago para exponer cómo las mujeres han sido y siguen siendo una pieza fundamental en la sociedad civil sudanesa y en la construcción de paz.

En Acción contra el Hambre lo hemos dicho en innumerables ocasiones: el conflicto en Sudán ha desencadenado una crisis humanitaria de proporciones extremadamente alarmantes. La escalada de la violencia que estalló el 15 de abril de 2023, hace ya más de 500 días, ha provocado la mayor crisis de desplazamiento forzado del mundo, así como una de las crisis del hambre más graves de todo el planeta.

La violencia de género es una de las consecuencias más atroces del conflicto en Sudán. Según informes de ACNUR, casi 7 millones de personas están en riesgo de sufrir violencia de género. Reportes de diferentes organizaciones afirman que las mujeres y niñas sudanesas se enfrentan a niveles alarmantes de violencia sexual, explotación sexual y trata de personas tanto en las zonas de conflicto como durante los desplazamientos y en los países de asilo.

No es la primera vez que en Sudán se reportan casos de violencia sexual. Ya durante la revolución de 2018, en la que las mujeres constituyeron una parte muy importante de las personas que salían a las calles, ellas sufrieron una vez más el yugo patriarcal. En Darfur, una región del país especialmente castigada por conflictos recurrentes, las mujeres y niñas han sido y siguen siendo víctimas de innumerables atrocidades y desprecio a sus derechos humanos.

Ahora, cada vez nos llegan más testimonios de mujeres sudanesas que se atreven a contar lo que les ha sucedido. El estigma, el miedo a las represalias, la vergüenza, la falta de apoyo, de acceso a los servicios necesarios o a las autoridades son solo algunos de los importantes obstáculos y motivos que nos hacen pensar que son pocos los casos que se reportan. La magnitud real del problema es probablemente mucho mayor.

Además de la violencia de género, ya de por sí devastadora, las mujeres y las niñas de Sudán se enfrentan a otras múltiples consecuencias del conflicto. Mientras hablo con una compañera en Sudán que perdió a su hermano a causa de la guerra, me recuerda que miles de mujeres han perdido a sus maridos, hijos e hijas, familiares y amistades.

Además de convivir con un duelo atroz, la falta de acceso a servicios sanitarios, a lavabos seguros y dignos, y a cosas tan básicas como agua limpia para beber las expone a graves peligros. “Las mujeres y niñas están sufriendo muchísimo en Sudán. Necesitamos que llegue la paz”, concluye.

Mientras tanto, la guerra sigue en Sudán. Un claro ejemplo del impacto de género del conflicto son las embarazadas, que se enfrentan a dificultades para acceder a servicios de salud, ya que han sido destruidos o están a muchos kilómetros de los refugios donde viven ahora. Los precios en Sudán se han disparado a causa del conflicto y, por ello, los costos de transporte son prohibitivos.

Esto no solamente las obliga a caminar durante horas, exponiéndolas a ser víctimas de abusos y acoso, sino que además les impide acceder a los pocos servicios sanitarios del país. Como resultado, muchas mujeres han perdido la vida durante el parto o han sufrido complicaciones graves debido a la falta de atención médica adecuada.

La epidemia de cólera declarada recientemente en el país ha añadido una capa adicional de sufrimiento para las mujeres y niñas. El cólera, una enfermedad altamente contagiosa que provoca diarrea severa y deshidratación, se propaga rápidamente en condiciones de hacinamiento y falta de saneamiento y agua segura, lo que es muy común en contextos de conflicto.

Las mujeres y las niñas en Sudán son las que se encargan de conseguir agua, cocinar con aguas posiblemente contaminadas y cuidar a sus familiares. La necesidad de recorrer largas distancias para obtener agua aumenta su riesgo de exposición al cólera. Además, como principales cuidadoras de las personas enfermas en sus familias, el riesgo de contraer la enfermedad es mayor.

La destrucción de mercados en Sudán ha dejado a muchas mujeres sin sus fuentes de ingresos. Esta situación no solo afecta su seguridad alimentaria y medios de subsistencia, sino que también las expone a mayores riesgos de explotación y abuso mientras buscan alternativas para ganarse la vida.

La inseguridad en los caminos hacia los pocos mercados que quedan en pie también es un problema grave, ya que las mujeres y niñas corren el riesgo de ser violadas, acosadas, secuestradas o incluso asesinadas. Sin olvidar que la carga desproporcionada de los cuidados limita su capacidad para participar en actividades económicas y educativas, perpetuando el ciclo de pobreza y dependencia.

A pesar de estos desafíos, las mujeres sudanesas han demostrado una resiliencia y liderazgo inmensos, tanto en el pasado como en el conflicto presente. La Plataforma Paz para Sudán, que engloba más de 49 iniciativas y organizaciones dirigidas por mujeres, no solamente está monitoreando casos de violencia de género, sino que pretende aumentar la participación de las mujeres en la construcción de una paz sostenible.

El movimiento feminista en Sudán, las organizaciones comunitarias y las redes vecinales, muchas de las cuales están dirigidas por mujeres, también están jugando un papel crucial en la distribución de ayuda humanitaria. En Acción contra el Hambre, donde la protección es uno de nuestros pilares en nuestra respuesta humanitaria en Sudán, sabemos que sin estas organizaciones no podemos trabajar.

Por ello, apoyamos la creación de centros de mujeres y la preparación de redes comunitarias de protección. Además de apoyar a supervivientes de violencia de género a través de una línea telefónica segura, apoyo psicosocial y atención médica, los equipos en Sudán trabajan incansablemente para organizar sesiones de sensibilización, formar grupos de mujeres y poner en marcha clubes escolares de concienciación sobre la violencia de género.

Es imperativo que reconozcamos y apoyemos estas redes de mujeres, ya que son la columna vertebral de la resistencia y la esperanza en Sudán. La resiliencia y el liderazgo de las mujeres sudanesas ofrecen una luz de esperanza en medio de la oscuridad.

Es crucial que la comunidad internacional tome medidas inmediatas para garantizar la protección de mujeres y niñas, apoyar su capacitación económica y fomentar su inclusión en las negociaciones de paz, en la toma de decisiones y en el diseño de las actividades humanitarias.

Solo a través del respeto por los derechos humanos y la rendición de cuentas se podrá reparar y construir un futuro más justo y equitativo para todas las personas en Sudán.

*** Elisa Bernal es experta en comunicación en emergencias en Acción contra el Hambre.