Mi ruta frecuente a la oficina de World Vision en Kyiv, Ucrania, incluye una pequeña escuela que hace unos días estaba ocupada preparándose para el regreso de los niños y niñas en este mes de septiembre. Se trata de un lugar normal para la educación primaria de la infancia, salvo que todas sus ventanas estaban llenas de sacos de arena verdes.
Los sacos de arena están pensados para protegerlos de las explosiones, que se han vuelto demasiado frecuentes en Kiev y en muchas partes del país. Pero también impiden que entre el sol y el aire fresco que se supone debe impregnar el aula.
Incluso mientras escuchas la cacofonía de voces ansiosas por reunirse con amigos y nuevos compañeros en las aulas, también se te encoge el corazón al pensar que esta es la terrible realidad a la que se enfrentan millones de niños y niñas en Ucrania a medida que avanza la guerra.
Siempre me pregunto, y me desespero, ¿qué les depara el futuro?
Hablando con un grupo de madres desplazadas de distintas partes del país, la frustración y la preocupación colectivas se centran en el futuro de sus hijos, en que aprendan igual que otros niños y niñas de todo el mundo, libres de guerra y violencia. El viaje de estos niños y niñas está lleno de historias desgarradoras, ya que huyeron de sus pueblos y ciudades a causa de la violencia y los ataques.
Esto es inaceptable. Todos los niños y niñas merecen crecer en paz, recibir una educación de calidad y disfrutar de la vida persiguiendo un sueño para el futuro. Pero muchos de ellos, más de cuatro millones en Ucrania, atrapados en medio de la guerra, el futuro no existe porque está fuera de su alcance.
Viktoria, una adolescente que abandonó su devastado pueblo de Bakhmut, debe enfrentarse a su nueva realidad trasladándose a Kyiv. Ella es una de las niñas que más se empeña en sus clases por Internet mientras intenta adaptarse a un nuevo entorno.
Sin conocidos ni amigos, la lucha por el desarraigo y por encontrar su lugar es un viaje difícil para ella. Oksana, una de las responsables del proyecto de apoyo a niños y niñas como Viktoria, hace hincapié en la necesidad de seguir prestando apoyo psicosocial y de salud mental.
Estas iniciativas a largo plazo deben ir acompañadas de programas educativos, ya sea en las aulas, con refugios antiaéreos u on line. Mientras se integran gradualmente en sus nuevas comunidades y prosiguen su educación, el apoyo nunca debe interrumpirse.
Se necesita un pueblo para criar a un niño y a una niña. Pero cuando un pueblo es destruido por la guerra, y con él desaparecen las casas, las escuelas y las infraestructuras críticas que sirven a la infancia y a las familias, todos sabemos que queda un duro trabajo por hacer.
A pesar de todo, los niños y niñas ucranianos no pierden la esperanza. Viktoria sigue estando muy motivada para convertirse en diplomática y recientemente representó a World Vision en un acto sobre protección de la infancia en Panamá.
Vika, que asiste a un espacio acogedor para la infancia, empezó a relacionarse con sus compañeros a pesar de estar luchando contra la epilepsia y el autismo. Andriy, de Donetsk Oblast, está aún más ansioso por aprender sobre las actividades que le preparan para la vida, más allá de lo académico.
A pesar de que más de 3.000 escuelas han resultado dañadas y de que, lamentablemente, continúan destruyéndose instituciones educativas, el coraje y la resistencia de los niños y niñas ucranianos brillan por encima de los horrores de una guerra que no merecen.
Sin duda, la infancia ucraniana perseverará. El mundo, que nos incluye a usted y a mí, no debe fallarles.
*** Cecil Laguardia es directora de Promoción y Comunicación, Respuesta a la Crisis de Ucrania de World Vision.