Según diversos informes recientes de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), uno de cada tres alimentos que se produce en el mundo para el consumo humano termina en la basura. Si manifestamos esta realidad con cifras absolutas, la situación parece aún más dramática cuando nos referimos a los cerca de 1.300 millones de toneladas de alimentos al año que terminan desperdiciados sin usarse para el fin con el que fueron producidos: la alimentación.
Es desalentador que, mientras cerca de 850 millones de personas en el mundo sufren hambruna, en otras regiones, otras personas, podamos hacer uso del privilegio de desperdiciar comida.
Aquí, en España, los cubos de basura parece que no pasan hambre. Del último informe del departamento de medio ambiente de la ONU (PNMUA), se desprende que cada español desperdicia una media de 72 kilogramos al año, lo que supone más de tres millones de toneladas anuales.
Si traducimos estas cifras a su correspondiente valor económico, cada uno de nosotros tiraríamos a la basura unos 250 euros en comida no consumida, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA). Parece mucho, y ¿entonces?
En una sociedad que, desgraciadamente y cada vez más, se mueve por la tiranía de la perfección, parece que esa naranja con una mancha en su corteza o esa zanahoria con protuberancias, no tiene cabida en nuestra nevera ni tampoco en los lineales de las grandes superficies de distribución alimentaria. No son productos "perfectos".
Un primer elemento de cambio hacia la producción alimentaria sostenible y contra el desperdicio alimentario: concienciar a agricultores, productores, minoristas y distribuidores de la "perfección" de esta naranja manchada o de esta zanahoria con una forma extraña.
Si las mordemos, descubriremos (y disfrutaremos) de su perfección. Y, en todo caso, si su sabor no es el que debiera ser, mejor atribuyámoslo a los efectos sobre los cultivos asociados al cambio climático que a la singularidad de su aspecto.
TALKUAL, nuestra empresa, surgió a partir de una cosecha de manzanas pequeñas. El camino no ha sido fácil. Hemos tenido que educar a nuestros agricultores de que aquella fruta o verdura sana, pero que desperdiciaban, porque no tenía su lugar en la cadena de distribución era, justamente, la fruta y verdura que nosotros necesitábamos para proporcionar alimentos de calidad a las personas que, como nosotros, buscaban alternativas sostenibles en su día a día.
A nivel de concienciación social, todo indica que vamos avanzando. En el Informe del desperdicio alimentario en España 2021 del MAPA, se plasmó que, durante ese año, se redujo un 8,6% el desperdicio de comida.
El confinamiento de la pandemia ayudó a tomar conciencia del despilfarro alimentario que cometíamos en nuestros hogares. Aprendimos a programar nuestros menús con más detalle, a calcular las cantidades que debíamos poner para elaborar cada receta, nos volvimos ingeniosos con el reaprovechamiento de "las sobras".
La realidad de aquellos días hizo también que comprásemos productos frescos, locales y de temporada. Y aprendimos de aquella lección comprar local para cuidar el global. Tomamos consciencia de la responsabilidad ética individual que cada uno de nosotros teníamos en la mejora de la sociedad actual y del futuro común.
De entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el 12 busca promover la producción y el consumo responsable; esto es, fomentar una alimentación sostenible y reducir el desperdicio alimentario. Entre sus metas, plantea de aquí a 2030 "reducir a la mitad el desperdicio de alimentos por habitante correspondiente a los niveles de la venta al por menor y el consumidor y reducir la pérdida de alimentos a lo largo de las cadenas de producción y suministro".
Ante el horizonte de 2030 para el cumplimiento de los ODS y el compromiso por parte de los países de la UE de reducir a la mitad el desperdicio de alimentos, tenemos seis años por delante para alcanzar retos y desarrollar oportunidades. Y es aquí donde se requiere de un empuje legislativo para mejorar y revertir la actual situación.
Legislar para sensibilizar y concienciar a toda la cadena de distribución: del agricultor al consumidor. Descartar frutas y verduras perfectamente comestibles, pero que no cumplen los estándares estéticos a los que estamos acostumbrados no es una opción.
Urge implementar medidas públicas que fomenten una transición alimentaria entre la ciudadanía hacia la disminución del desperdicio alimentario y el fomento del consumo responsable.
A principios de año (y tras un extenso período stand-by), el Gobierno aprobó el proyecto de Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario, cuyo objetivo fundamental es fomentar actuaciones para evitar la pérdida de alimentos en toda la cadena alimentaria, desde la cosecha hasta el consumo. Solo con la implicación, legislación y concienciación de todos los agentes implicados lograremos alcanzar una situación de consumo y alimentación responsable. Desde el campo hasta nuestras neveras.
*** Marc Ibós y Oriol Aldomà son cofundadores de TALKUAL.