Vivimos en una era de transición, un interregno, como lo llama el sociólogo Zygmut Bauman. Este concepto describe un período en el que las viejas formas de organización social, política y económica están desmoronándose, mientras que las nuevas aún no han sido completamente establecidas.

En este estado de incertidumbre nos encontramos navegando un terreno desconocido donde las certezas del pasado ya no aplican y el futuro es, en gran medida, indescifrable. Navegamos en un contexto de modernidad líquida, donde todo se encuentra en un constante flujo y cambio, obligándonos a adaptarnos rápidamente a nuevas realidades y desafíos.

Frente a esta realidad tan cruda, existen tres maneras de confrontarla: negarla, quedarse paralizado o enfrentarla de forma constructiva. Negar la realidad puede ofrecer una falsa sensación de seguridad, pero no resuelve los problemas. Quedarse paralizado, aunque comprensible, solo agrava la situación.

Sentirnos abrumados y detenernos puede ser una reacción común, ya sea por un exceso de análisis, por la percepción de que cualquier solución que encontremos será obsoleta antes de implementarla, o por el miedo al cambio. Existen innumerables razones válidas para la inacción, ya que es altamente probable que cometamos errores.

Sin embargo, lo que también es altamente probable es qué si no lo intentamos, nunca avanzaremos ni encontraremos una solución. La parálisis o la inacción no nos mantendrán en el mismo lugar; solo nos harán empeorar, y los últimos datos nos dicen que lo haremos a una velocidad vertiginosa.

La única opción viable, por tanto, es enfrentar la realidad de manera constructiva, probando soluciones de forma estructurada y fundamentada. Aunque es probable que cometamos errores, cada intento nos acerca más a una solución o a un marco que nos permita navegar y adaptarnos eficazmente a los cambios.

Como bien dijo Victor Hugo: “El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad.” Enfrentar el futuro con valentía y ver en él una oportunidad es la clave para avanzar y encontrar soluciones en tiempos de incertidumbre.

Es tal la magnitud del reto que para encontrar soluciones es necesaria la contribución de todos los agentes sociales, políticos, académicos y económicos de manera transversal, abierta y colaborativa. El papel de las grandes compañías es especialmente relevante en este contexto, ya que actúan como catalizadores del cambio.

Las grandes empresas poseen un músculo financiero y operativo que les permite invertir en investigación y desarrollo, así como implementar cambios a gran escala. Su influencia y alcance global les otorgan la capacidad de establecer tendencias y estándares que otras organizaciones y consumidores siguen.

Además, su capacidad de innovación les permite adaptarse rápidamente a las nuevas realidades y desafíos que surgen. Estas compañías también tienen la habilidad de identificar y responder a las necesidades reales de la población.

Además, las grandes empresas tienen la capacidad de formar alianzas de manera ágil y efectiva. Pueden colaborar con gobiernos, oenegés y otras empresas para abordar problemas complejos de manera conjunta. Estas colaboraciones pueden acelerar el desarrollo de soluciones innovadoras y sostenibles, beneficiando a la sociedad en su conjunto.

Un claro ejemplo de que las grandes compañías son agentes de cambio imprescindibles lo vimos, de la mano de Redeia, en las Jornadas de Sostenibilidad del pasado mes de octubre que organizan anualmente, este año bajo el título “sostenibilidad, de la reflexión a la acción”.

Como dijo su presidenta, Beatriz Corredor, en el discurso de apertura, “es tiempo de pasar a la acción, la sostenibilidad ya no puede quedarse solamente en reflexión o compromisos o en la filosofía o en las Musas, tenemos que bajarlo al teatro.”

Y eso es lo que se mostró a lo largo de las dos sesiones, ejemplos y más ejemplos de acciones que surgen de una reflexión profunda realizada en colaboración con la industria, con agentes sociales y con la academia y que se han aterrizado en acciones concretas y medibles.

La sociedad civil necesita saber que no solo cuenta con las instituciones públicas para velar por sus intereses y proteger su futuro, necesita saber que también cuenta, cada vez más, con corporaciones privadas que demuestran que se puede ser rentable sin que nadie pierda en el camino ejerciendo el capitalismo ético y de transformación social competitiva.

Uno de los temas innovadores que se presentó fue una especialidad emergente en el campo de la arquitectura que fusiona el conocimiento de las neurociencias con el diseño de espacios: la neuroarquitectura. Esta especialidad está demostrando, cada vez con más evidencias, el impacto significativo que tiene el entorno que habitamos en nuestro bienestar físico, emocional y cognitivo.

Además, destaca el papel crucial que las ciudades juegan en la configuración de la arquitectura de nuestro sistema nervioso, que no es otra cosa que el cableado que gobierna nuestra percepción del mundo y nos otorga habilidades para que nuestros genes tengan mayores posibilidades de supervivencia. Pero lo más relevante es que ofrece un nuevo marco metodológico que permite maximizar el valor social de los edificios y las ciudades en fase de diseño, y medir el impacto social real una vez está construido.

El cambio real solo es posible si en nuestro tejido empresarial contamos con grandes empresas como Redeia que den visibilidad al trabajo de las pequeñas empresas y de la academia, permitiendo así tejer alianzas y lograr dejar el mundo mejor de lo que lo encontramos. Solo juntos podremos reflexionar sobre qué sociedad queremos construir, cuáles son los instrumentos que necesitamos para conseguirlo y qué aspectos del pasado nos sirven para construir ese futuro que hemos vislumbrado.

Es en esta colaboración y en la unión de esfuerzos donde reside nuestra mayor esperanza. Al trabajar juntos, podemos transformar los desafíos en oportunidades y construir un futuro más justo, sostenible y próspero para todos. La verdadera innovación y el progreso surgen cuando combinamos nuestras fortalezas y nos comprometemos a dejar un legado positivo para las generaciones venideras.

*** Alba Méndez García es CEO y fundadora de Qualia Estudio