La desigualdad en Iberoamérica sigue siendo uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo. Esta región, marcada por profundas brechas económicas y sociales, enfrenta una realidad que exige acciones concretas y estrategias efectivas.

El reto no es solo reducir la pobreza, sino también cerrar las brechas que perpetúan la desigualdad. En este contexto, la inclusión financiera y el enfoque centrado en las personas se presentan como claves para lograr un cambio real y sostenible y es la apuesta que hacemos desde CODESPA en todos nuestros proyectos de erradicación de la pobreza.

El cambio es posible, pero solo si entendemos que las personas son el verdadero motor de ese proceso. No se trata únicamente de proporcionar recursos económicos o infraestructuras. El verdadero impacto se logra cuando las comunidades vulnerables se convierten en protagonistas de su propio desarrollo.

Para ello, es imprescindible escucharlas, conocer sus necesidades reales y adaptar las soluciones a sus contextos específicos. Esta es la única manera de garantizar que las intervenciones no sean parches temporales, sino herramientas duraderas que empoderen a las personas para salir del ciclo de la pobreza.

La inclusión financiera es un pilar fundamental en este enfoque. En muchas zonas de Iberoamérica, las personas viven al margen del sistema financiero formal. Esto no solo limita sus oportunidades, sino que también refuerza su vulnerabilidad.

La falta de acceso a créditos, ahorro o servicios financieros adaptados a sus realidades impide que puedan emprender o mejorar su calidad de vida. Sin embargo, hemos visto que cuando se implementan programas de inclusión financiera adecuados, los resultados son transformadores.

El ejemplo de los grupos de ahorro y crédito en Nicaragua muestra cómo una metodología inclusiva puede cambiar vidas. Estas iniciativas no solo brindan acceso a crédito, sino que generan redes de apoyo y fortalecen la capacidad de gestión de las personas. Esto va más allá de ofrecer una simple ayuda financiera: es un enfoque que empodera a las personas para que sean autosuficientes y puedan mejorar sus vidas con sus propios esfuerzos.

Pero no basta con proporcionar acceso a servicios financieros; también es crucial que estos sean adaptados a las necesidades reales de las comunidades. Cada país y cada región presenta desafíos únicos, y lo que funciona en una zona urbana no necesariamente será útil en una rural.

En Perú, por ejemplo, la creación del Fondo FREES ha sido un hito en la inclusión financiera rural, ofreciendo créditos y asesoría técnica a comunidades agropecuarias. Este tipo de iniciativas no solo facilita el acceso a capital, sino que ofrece el acompañamiento necesario para que las personas puedan utilizar ese capital de manera efectiva.

La clave está en adaptar las soluciones a las realidades locales, escuchando a las comunidades y diseñando productos financieros que respondan a sus circunstancias. Un enfoque exitoso para combatir la desigualdad también debe incluir la medición rigurosa del impacto. No podemos avanzar si no medimos lo que estamos logrando.

Evaluar el impacto de los proyectos es esencial para aprender de los errores, mejorar las intervenciones y garantizar que se está generando un cambio real. Es más, medir los resultados no es solo un ejercicio técnico; es una herramienta indispensable para rendir cuentas ante las comunidades a las que queremos servir.

Solo a través de una evaluación continua podemos asegurar que nuestras acciones están contribuyendo a reducir las desigualdades y no perpetuándolas.

Finalmente, es crucial subrayar que la clave del éxito radica en poner a las personas en el centro. La pobreza y la desigualdad son problemas complejos, pero la solución no puede basarse únicamente en enfoques macroeconómicos o políticas generales.

Nuestra experiencia nos demuestra que las intervenciones más efectivas son aquellas que empoderan a las personas, les brindan las herramientas necesarias para construir su propio futuro y fomentan su participación activa en la toma de decisiones.

En definitiva, el cambio es posible, pero solo si se lleva a cabo de manera consciente, metódica y con un enfoque en las personas. Los problemas que enfrentan las comunidades vulnerables son complejos y multifacéticos, pero con la metodología adecuada, centrada en la inclusión financiera, la medición del impacto y el conocimiento profundo de las realidades locales, es posible generar un desarrollo sostenible y equitativo.

Si queremos reducir la desigualdad en Iberoamérica, debemos seguir apostando por este enfoque. No hay soluciones inmediatas, aunque hay un camino claro: escuchar a las personas, entender sus necesidades y proporcionarles las herramientas para que puedan ser los protagonistas de su propio futuro. Es un gran desafío, no obstante, los casos de éxito nos demuestran que, paso a paso, el cambio es no solo necesario, sino posible.

*** Elena Martínez García es subdirectora de CODESPA.