En 2022, una multinacional me propuso realizar proyectos de emprendimiento que generasen ingresos en comunidades vulnerables del sur global. Empezamos en las comunidades de la favela Rocinha, en Río de Janeiro, considerada por algunos la mayor de América. Allí, las dificultades potencian la creatividad. Su gente se relaciona y emprende de formas innovadoras que el mundo formal no percibe, dificultando la realización de los proyectos.
El equipo de estos proyectos contemplaba empresas, universidades, fundaciones, ONG y agencias de cooperación, cuya alianza los financiaba y ejecutaba. Sin embargo, lo que realmente aseguró el éxito fue formar los individuos del equipo mediante el uso del parapente. Así lograron entender lo que realmente implican procesos como hacer alianzas, colaborar, emprender, gestionar riesgos o afrontar emociones como la vulnerabilidad.
Practicar el parapente, como relacionarse con comunidades, requiere altísima confianza. Aunque tenga título de instructor y 30 años de experiencia, el equipo del proyecto me confía su vida y yo confío en ellos: para despegar hay que comunicarse con precisión y correr coordinadamente. Si no colaboramos y el pasajero se bloquea, el riesgo se dispara.
Las analogías potenciales entre lanzarse a contextos desconocidos que nos hacen sentir vulnerables, sea el aire o una favela, son interminables. Por ejemplo, así como el parapente para el piloto y el pasajero, proyectos sociales pueden llegar a representar para una comunidad el límite entre sostenerse o caerse.
Asimismo, ambos, parapente y proyectos sociales, requieren confianza y colaboración auténticas que superan la interpretación y asimilación formales y habituales de los términos. Lo explico: mi labor en este proyecto consistía en conectar los equipos de esas organizaciones con comunidades locales.
Mi principal objetivo era construir relaciones de confianza para impulsar una colaboración auténtica, y a su vez generar impactos diferenciados. Estos son de los mayores retos y factores de éxito o fracaso de todos los proyectos, en cualquier lugar del mundo.
Las relaciones están carentes de autenticidad y confianza. También por ello, cada vez más organizaciones crean áreas específicas de Relación con Comunidades Vulnerables en sus departamentos de Sostenibilidad, ESG (Enviromental, Social and Governance, por sus siglas en inglés) o Reputación. Pero ojo: el mundo formal percibe poco que la singular informalidad de estas comunidades las distingue notablemente de otros grupos de interés, como ONG, accionistas o clientes.
Los representantes comunitarios, cuando los hay, no suelen ser remunerados y ni tener agendas o argumentarios estratégicamente alineados. Además, enfrentan en primera persona cuestiones urgentes de subsistencia. Singularidades como estas demandan formar los equipos de esas organizaciones que intervienen en comunidades. Hay que flexibilizar sus comportamientos y percepciones. Es decir, transformar sus formas de conectarse, relacionarse y trabajar con comunidades.
De hecho, como suele ocurrir, los miembros de las organizaciones y los de las comunidades, aunque bienintencionados, no estaban conectando como equipo. Por ejemplo, mientras tocábamos en una rueda de samba noche adentro después de trabajar en el proyecto, Wagner, un emprendedor local, se sinceró: "¡Sin ir más lejos, Léo, los financiadores insistían en que el proyecto se llamara Emprende desde tu garaje! Somos pobres. No tenemos casa, ¿coche? ¡Garaje! [se reía]. Y todo el rato dicen que escuchan, cocrean participativamente, que si liderazgo colaborativo… La comunidad no se identifica, desconfía".
Al escucharle a Wagner, otras dos beneficiarias del proyecto, que residían en Rocinha, se abrieron mientras los demás asentían. Lucineide comentó "no nos escuchan", mientras María afirmaba "creía que emprendía, pero me convencen de que no soy capaz".
Estos emprendedores natos, desde su infancia pivotan (adaptan) sus ideas creativa y tenazmente para buscarse la vida. Alimentarse o protegerse les exige, mucho más de lo que asimilamos en debates y agendas formales, alta capacidad de adaptación, flexibilidad, liderazgo colaborativo, empatía, innovación, templanza ante situaciones desconocidas y peligrosas…
O sea, aunque las organizaciones financiadoras no perciban, emprenden innovando, como fundamentan sociólogos de referencia, como Dafne Velasco, Livia de Tommasi, Jailson de Souza o Janice Perlman.
Paralelamente, el equipo de las organizaciones financiadoras se quejaba de los participantes de las comunidades: "Son informales, impuntuales…", "no planifican ni estructuran…".
Como comentaba, este problema se revirtió utilizando el parapente. Realicé una formación combinando experiencias sobre el terreno en la comunidad y dinámicas de vuelo libre. Luego, en aula, reflexionamos con rigor científico sobre estas experiencias y el equipo asimiló conocimientos.
En otras ocasiones me centro en las experiencias sobre el terreno. En este artículo profundizo en aprendizajes provenientes del parapente.
Las experiencias con el parapente nos permitieron asimilar elementos fundamentales para realizar proyectos sociales, y consecuentemente transformar perspectivas y comportamientos del equipo de proyecto.
No hace falta despegar. Simular el vuelo jugando con el ala genera fuerzas desconocidas que sostienen y desplazan nuestro cuerpo, despertando emociones, vulnerabilidades transformadoras.
Tirarse corriendo desde una montaña para despegar y volar es todavía más radical y únicamente para los alumnos que lo deseen. Jennifer, representante de una empresa y alumna, me comentó: "Era mucho más lenta asimilando las instrucciones porque el lenguaje era desconocido para mí. Además, perdía el norte cuando el parapente me sostenía. Debemos buscar la forma de indagar en las comunidades si también pierden sus referencias cuando traemos proyectos de sostenibilidad".
Tanto jugando en el suelo, como despegando, para comunicar con precisión hace falta adaptarnos a contextos, interlocutores y lenguajes radicalmente desconocidos. Lo mismo nos pasa en los proyectos de sostenibilidad: los diálogos deben de ser auténticos, de mayor calidad, porque estamos hablando de impactar vidas de personas.
Sin embargo, la calidad de los diálogos suele ser un problema. La autenticidad no abunda en entornos laborales, como referenciado arriba. A tal punto, que no somos capaces de asimilar realmente qué significa sostener, colaborar, dialogar con calidad o ser auténticos. No se nos educa ni entrena para ello.
No obstante, las dinámicas con el parapente impulsan estas asimilaciones. Por último, el equipo amplió su consciencia para trabajar, conectar y relacionarse mejor cuando estaba en comunidades.
"Perder el suelo, y ver el bosque además de los árboles, nos permitió ver algo más de nosotros mismos. Juntos otorgamos más significado a sostenibilidad, confianza, escucha, liderazgo colaborativo, vulnerabilidad…", destaca una alumna.
En definitiva, aunque siempre se puede mejorar y aprender más, a través de esta formación con el parapente se logró establecer confianza genuina y nuevas formas de relación, más auténticas, con las comunidades. La calidad de los diálogos mejoró.
El absentismo entre los beneficiarios se redujo hasta un 93% en este primero proyecto de Rocinha y despegamos nuevos emprendimientos. Así logramos cocrear (de verdad) proyectos y soluciones que generaron impactos verdaderos, colectivos y diferenciados.
Como una de las alumnas expresó: "Mi mundo se expandió. Aprendí sobre elementos clave antes invisibles como el aire: Ante lo desconocido, calma. Para colaborar, escucha radical. Sumar conocimientos informales y formales genera una confianza que permite liderar aportando más". Las emociones despertadas por la vulnerabilidad, además, conectan y elevan.
* * *Leonardo Martins Dias realiza proyectos de sostenibilidad y diseña e imparte formación.