Irene Larriba (Guadalajara, 1995) es licenciada en Humanidades y Magisterio. Como maestra vocacional, su pasión reside en desgranar los entresijos de la educación. Para ello, ha realizado largas estancias internacionales e impulsado proyectos innovadores como eKidz o Empieza por Educar. Actualmente está mudándose de Cambridge, donde ha cursado un máster de investigación, a Bruselas, para seguir con su labor como profesora, colaborando con diferentes instituciones.
Dices que existen diferentes tipos de educación. ¿Cuáles son?
Sí, hay tres tipos: la formal, es decir, la escuela; la no formal, como, por ejemplo, las actividades extraescolares; y la informal, que es aprender de otros y de la calle. Todos estamos permanentemente enseñando: tanto la cajera en el supermercado como el bombero que trabaja arriesgando su vida enseñan al niño.
¿En qué momento tomaste conciencia de la importancia de la educación?
[Se ríe] Pues yo diría que fue en un momento concreto: iba tan contenta con mi bici por Múnich, donde hice mis prácticas de magisterio, crucé por un paso de peatones que estaba en rojo y una señora me regañó. Al principio me sentí ofendida, pensando “soy adulta, ¿por qué me regaña?”. Pero luego empecé a pensar que, claro, cualquier cosa que yo haga es un ejemplo para los demás. De hecho, hay señales allí que recuerdan por escrito que eres un ejemplo para los niños.
Siempre que hay un problema, se eliminan responsabilidades dicendo que la solución es la educación
Dices que hay muchas ideas preconcebidas sobre la educación.
Claro. Como que la educación es la escuela, por ejemplo. Está demostrado que el 30% de lo que aprende un niño es en el colegio, pero el resto se produce fuera, en distintos ámbitos. Y también para los adultos: somos el resultado de las personas con las que nos relacionamos y las actividades que hacemos.
¿Alguna otra idea errónea?
Que solo aprendemos en la escuela y que cuando se termina no podemos seguir aprendiendo. Cuántas veces hemos escuchado que “las matemáticas me las enseñaron mal y por eso no puedo aprenderlas bien ya”. Pues, de hecho, el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) número 4 dice que la meta es que el aprendizaje sea para toda la vida.
¿Qué opinas de la tradicional relación tensa entre los padres y los profesores de sus hijos?
El miedo y el desconocimiento son los peores términos de esta relación. Es fácil quejarse por detrás, pero solo de la queja a la propuesta se puede pasar a la acción. El centro tiene que abrirse a que todos formen parte del consejo escolar. Muchos padres piensan que la escuela es de los profesores, pero debería también ser de los padres y de todo el barrio en que se ubica.
¿Das a entender entonces que una persona puede ser muy formada y al mismo tiempo no muy educada?
Sí [sonríe]. Yo uno la formación a algo formal, organizado, con objetivos y métodos. La educación es estar aprendiendo continuamente e incorporando ese conocimiento a tu vida.
En esta serie de entrevistas a veces tengo la sensación de que la educación es el cajón en el que se vierten siempre las responsabilidades de cualquier tema.
Siempre que hay un problema, escuchamos que “la solución es la educación”. Por ejemplo, el comedor escolar es un lugar en el que ocurre, pero los niños aprenden sobre su alimentación sobre todo en el frigorífico y en la cocina de su casa. Educamos todos. Pensar que algo solo tendrá un efecto en el futuro es reduccionista: hoy mismo podemos influir en todos, en niños y en adultos.
Como investigadora en educación, ¿cuáles son tus líneas de investigación?
En el máster de investigación que he realizado este último año, previo al doctorado, decidí revisar la literatura escrita durante la covid y cómo la pandemia afectó a la inequidad educativa. Por otro lado, mi trabajo de fin de máster ha consistido en entrevistar a profesores que trabajan en entornos desfavorecidos para ver cuáles son sus necesidades. Porque hay una gran diferencia entre lo que les ofrecen las consejerías o las administraciones y lo que necesitan.
¿Qué es lo que de verdad necesitan los profesores?
Formación de apoyo en salud mental. Hay contextos en los que enseñar es muy difícil y necesitas apoyo psicológico. Y otras cosas del día a día: se ofrece mucha tecnología y bilingüismo, pero se necesita más saber manejar el aula, más formación práctica. Y, por la misma razón, dar más autonomía al profesor y a los centros, confiar en ellos.
Durante la pandemia, la escuela funcionaba como compensador de las desigualdades
¿De dónde viene tu vocación?
Desde pequeña, de poner a los peluches sentados enfrente de mí y ponerme a enseñarles [risas]. Yo quería enseñar, pero no sabía que hay tantos factores en la educación que pueden hacer que mejore. El ODS del que hablamos apuesta por la calidad de la educación, que es una línea, pero hay muchas.
A pesar de ello, Magisterio no fue tu primera opción de estudios.
Me decían, "esa carrera, que solo necesitas un cinco, que la haces por hacer…". Así que me apunté a Traducción e Interpretación. Solo aguanté un año y me cambié porque veía que no podía aguantar cuatro más sin aprender nada de educación.
¿Hablas cinco idiomas por ese primer año de Traducción?
Para mí los idiomas son una manera estupenda de mantener al cerebro activo, de aprender a enseñar a más personas y siento que no tengo que hacer un esfuerzo estudiándolos. Al principio, odiaba el inglés, no veía la utilidad.
Cada vez que hacemos algo, todos tenemos que saber para qué sirve. Lo digo siempre. Yo venía de un contexto monolingüe, en mi familia solo se habla español y no veía el sentido de aprender inglés. Luego, saber idiomas me ha ayudado a descubrir otros sistemas educativos, como el italiano y el alemán, y sus contextos.
¿Cuál es la clave de un buen maestro?
Que sea buena persona.
No estoy seguro de que mi mejor profesor fuera la mejor persona.
[Sonríe] Una buena persona respeta y se interesa por los demás. Nosotros tenemos que interesarnos por cada uno de los 20 o 25 alumnos en cada aula. Ellos necesitan atención individual y motivación. Además, ten en cuenta que lo que nos enseñaron a los profesores en su día ya no sirve ahora, al igual que pasa en Medicina, de ahí la importancia del afán de superación y de la buena voluntad.
Todos estamos permanentemente enseñando: tanto la cajera en el supermercado como el bombero que trabaja arriesgando su vida
¿Cuál es la diferencia más importante de un profesor de primaria frente a uno de secundaria o universidad?
La educación en la facultad son pocas horas. Esa es la diferencia principal. En teoría, durante primaria y secundaria el objetivo es que te conviertas en una persona autónoma, con capacidad para aprender por ti mismo. Los profesores de secundaria ya no deberían tener que enseñarte a aprender a aprender.
¿Qué opinión te merece el ODS 4?
El ODS 4 es abstracto, quiere englobar mucho y no terminamos de saber quién lo tiene que hacer, pero todos podemos contribuir. Personalmente, me gusta la segunda parte: nos pone la responsabilidad a los adultos, a los cincuenta y a los sesenta años. Pienso en el ejemplo de las escuelas de idiomas que funcionan muy bien.
Además, al igual que el ODS 13 es sobre cuidar el medio ambiente, como decía antes, todos estamos involucrados en el número 4 también. Un buen ejercicio sería, en general, que los ODS se pudieran hacer más específicos.
Seguro que tienes muchas anécdotas, ¿hay alguna que quieras resaltar?
Un niño que llegó en septiembre a 1º de primaria, pero nunca había estado escolarizado, vino sin habilidades sociales y en seis meses aprendió a contar hasta diez y a leer y superó a todos sus compañeros. Luego, fíjate durante la pandemia, la escuela funcionaba como compensador de las desigualdades de cada hogar, esa idea también es importante.
¿Qué ambición tienes en un futuro?
Después de este año investigando, he confirmado y siento que el aula es el origen de todo, es la base para el aprendizaje y la investigación. Ahora he elegido Bruselas para seguir enseñando y estar involucrada con organizaciones y proyectos de calado.
En la imagen que abre esta entrevista, Irene sostiene el cartel con el ODS 4 (educación de calidad). Ella misma se define en cuatro palabras a través de cuatro lugares. El primero, Trento, una ciudad pequeña de Italia en la que trabajó como au pair tras su primer año de Magisterio. "Estar con una familia me ayudó a abrir la mente", explica.
La segunda sería Múnich, donde, gracias a los colegios internacionales, pudo conocer de verdad la interculturalidad -con varias secciones en distintos idiomas y muchas actividades que se unían-. Allí se dio cuenta del verdadero papel de la sociedad en la educación. También se siente identificada con Madrid, de la que destaca su primer año trabajando como maestra con la organización 'Empieza por educar' que, como reconoce, le enseñó mucho sobre inequidad educativa. Y, por último, Cambridge, ciudad en la que estudió este último año y que, dice, le ha enseñado a investigar.