"Sólo conservamos lo que amamos, amamos sólo lo que entendemos y entendemos sólo lo que nos enseñaron". Con esta cita del autor nórdico Gudmundur Páll Ólafsson da comienzo Sobre el tiempo y el agua (Salamandra, 2021), un libro que ayuda a comprender cómo será el futuro del planeta si no actuamos ante el cambio climático.
Andri Snær Magnason (Reikiavik, 1973) recibe a ENCLAVE ODS en el lobby del hotel Urban de Madrid tras su paso por el festival Hay de Segovia. El islandés, que fue candidato a la presidencia de Islandia en 2016, nos cuenta cómo su libro, que aúna una historia personal –la de sus abuelos y su propia familia– con la mitología colectiva tomó forma casi por casualidad.
¿Entendemos el planeta en el que vivimos?
Hemos estado desconectados y, además, durante mucho tiempo hemos tenido la convicción de que no pasaba nada por ello. Hemos creado un sistema muy racional basado en la ingeniería, las ciudades, la industria… hemos venido viviendo en una capa que los académicos suelen llamar racional. Pero el resultado de nuestro sistema no es racional. Y la consecuencia es que la Tierra ha sobrepasado sus límites.
“Nuestro sistema de consumo está colapsando frente a nuestros ojos”
En ese sentido, hubiese sido mucho más racional haber sido supersticiosos como nuestros ancestros, que creían que una montaña o un río eran sagrados o que un bosque era intocable. El resultado de esa irracionalidad hubiese sido mucho más racional.
Mucha gente empieza a cuestionarse el sistema en el que vivimos y a preguntar cómo podemos reconectar y encontrar conexiones y soluciones en la naturaleza que nos ayuden a superar este dilema que vivimos.
¿Estamos, como sociedad, realmente reconectando con el entorno natural?
Es difícil, pero debemos hacerlo, y no solo de manera individual sino el sistema en su conjunto. Todos los modelos de sociedad del siglo XX se han desarrollado como si la Tierra pudiera procesar nuestra basura y emisiones infinitamente. Ahora, todos sabemos que vivir así no es posible.
La sostenibilidad consiste en vivir una vida que no reduce las posibilidades de las futuras generaciones, y no lo hemos hecho. Esas generaciones están ya aquí entre nosotros y sus posibilidades de futuro se han reducido. Esa sostenibilidad que durante décadas se entendió como greenwashing tiene sus días contados. Llevamos un siglo menospreciando el planeta.
En el libro menciona que ya ha visto el colapso de dos sistemas diferentes. ¿Volverá a ocurrir?
Nuestro sistema, ese alimentado por el consumo y el petróleo, está colapsando frente a nuestros ojos. El problema está en que si no los comprendemos y actuamos acorde, otros sistemas mayores corren peligro de colapsar también.
Por eso trato de conectar y reconectar también el cambio climático en el tiempo. Los datos del clima no son literatura, son ciencia, y leerlos –o contarlos– de manera lineal no es lo más adecuado. El tema es demasiado grande e importante como para resumirlo en un artículo periodístico del New Yorker, por ejemplo.
Es, como dice en el libro, como un agujero negro.
Las cuestiones a las que nos enfrentamos son tan grandes que utilizo la metáfora del agujero negro para hacernos una idea: no puedes mirarlo directamente para entenderlo porque absorbe la luz, por tanto solo puedes detectarlo observando lo que sucede a su alrededor.
Aunque cuestiono lo racional, todo lo que cuento en el libro está basado en la ciencia y en las investigaciones de los mejores científicos. Sin embargo, hasta hace relativamente poco ellos mismos eran los que decían que sus datos no estaban conectados con la gente, con la política o con los medios. Pero nunca debió ser así.
Pero ahora la ciencia sí se conecta con nuestro día a día.
Por suerte, esto ha cambiado. Uno de los científicos con el que hablé me dijo que la gente no entiende los datos, entiende las historias, y que era mi labor contar esas historias. Así, empecé a verlas a mi alrededor, todo tenía sentido y estaba relacionado con el cambio climático.
"La sostenibilidad consiste en no reducir las posibilidades de unas generaciones futuras que ya está aquí"
Además, cuando entrevisté al dalái lama en 2010, me habló de los problemas del Himalaya, de lo que los científicos glaciares hacen allí y lo conectó con la mitología nórdica. Todo eso me hizo pensar directamente en mis abuelos, que fueron científicos glaciares en Islandia en los años 50.
Ahí me di cuenta de que podía crear una historia que podría conectar el cambio climático con la filosofía, la mitología y la narrativa en vez de con esa manera linear en la que entendemos el mundo.
Algunos expertos aseguran que el cerebro humano no está preparado para entender la verdadera complejidad del cambio climático. ¿Es la literatura la manera de hacerlo?
Eso es exactamente lo que intento explicar con mi libro, que es un intento de averiguar cómo entendimos las cosas en el pasado. Y cómo no entendimos la democracia cuando nos hablaron de ella la primera vez, o el cristianismo, o a Copérnico… y cuánto tardan los paradigmas en cambiar. Pero cambian.
Y en todos los cambios de paradigma el arte es fundamental para que la sociedad los entienda. Aunque muchas veces los artistas sientan que no son necesarios, o que son una capa extra y superficial de la sociedad. No habría democracia si solo los politólogos la entendieran, ni tendríamos derechos de las mujeres si estos solo pudiesen expresarlos las académicas.
“No es que los mensajes sobre el clima sean apocalípticos, es que por mucho que no nos guste, la situación es la que es”
En el mismo sentido, todos deberíamos ser capaces de vernos reflejados en el cambio climático en términos de las historias que cuentan las abuelas, o la mitología, etc. Si bien es cierto que el problema es de tal inmensidad que es mayor que cualquier cambio de paradigma que haya habido antes.
¿Por eso usa la mitología para hablar de la emergencia climática?
En efecto, porque el hecho de que los líderes del mundo vayan a reunirse en noviembre [en la COP 26] para hablar de los niveles de los océanos no es normal. Es es mitología creándose en vivo. La ONU nació para evitar guerras, algo en lo que los humanos hemos estado involucrados desde siempre.
Pero que se reúnan para discutir cómo están derritiéndose los glaciares… ese es un superpodere que jamáspensamos que tendríamos. Napoleón, Churchill, Ramsés II o Gengis Kan nunca se reunieron con los líderes de su época para hablar sobre cómo estaba subiendo el nivel del mar, ni para nada.
Y eso que hemos estado lidiando con el nivel de las aguas desde que Moisés separó el mar Rojo, peor ni siquiera él creía que podría elevar los océanos centímetros. Todo eso es mitología, porque la mitología habla de cosas elementales: el sol, glaciares, inundaciones… mientras que la historia habla de comercio, guerras o cultura.
“Tampoco entendimos la democracia o a Copérnico al principio, pero los paradigmas cambian”
En la historia alguien gana y alguien pierde, pero en el caso del aumento del nivel del mar, perdemos todos. Pero ahora estamos en un momento sin precedentes en términos de cooperación global que puede llevarnos a algo bonito.
¿Es optimista?
Es un reto, pero de la misma manera que la Segunda Guerra Mundial derivó en la creación de Naciones Unidas, y desde entonces el mundo ha sido más pacífico –aunque haya habido conflictos y crisis– en términos generales.
Las crisis pueden derivar en innovación, cambios de paradigmas, transformaciones fundamentales en las maneras en las que nos vemos en el mundo. No tiene por qué llevarnos directamente a algo negativo. Eso es lo que quiero pensar, al menos, mientras crio a mis hijos.
El cambio climático puede parecer algo del futuro, pero los jóvenes de hoy, como sus hijos, vivirán sus consecuencias.
En el libro utilizo a mi abuela forma de medir la línea temporal. Ella nació en 1924, si mi hija pequeña vive tantos años como mi abuela, estará viva en 2105 y conocerá bien a alguien vivirá en 2170. La persona favorita de mi hija en su vida estará aquí dentro de 150 años.
Todos los niños que conocemos en este preciso instante conocerán a alguien que vivirá en el próximo siglo. Pero su calidad de vida dependerá de lo que hagamos ahora. Las consecuencias de lo que hemos puesto en la atmósfera tienen tantas derivadas y la presión que tiene en los ecosistemas es tan enorme que las próximas décadas serán desafiantes.
El coronavirus es un ejemplo de cómo los Gobiernos pueden intervenir las economías para mejorar las cosas, aunque de una manera que no encaja con el modelo neoliberal de los 90. Las generaciones más jóvenes que han sacrificado su juventud para salvar a las más mayores han visto medidas muy extremas sobre cómo frenar algo –una enfermedad– por el bien común.
¿Cree que harían lo mismo por la crisis medioambiental?
Si le preguntamos a alguien qué medida drástica ha hecho para minimizar el impacto del cambio climático –como dejar de tocar a tu abuela o quedarte en casa durante una semana, o algo como lo que hemos hecho–, la respuesta es nada. Un amigo mío me respondió que se compró un Tesla, pero eso no es difícil, es una mejora.
No hemos empezado aún a atajar el cambio climático. Y todo lo que necesitamos hacer para frenarlo no es ni por un asomo tan difícil como no abrazar a un familiar o amistad durante meses. Todas las cosas que nos gusta hacer seguirán ahí, pero algunas más específicas deberemos reinventarlas. En el fondo, cuando nos deshagamos de ellas sabremos que no pasa nada, que lo hicimos por algo bueno, y miraremos atrás como si antes fuesemos bárbaros.
¿Cuáles son esas cosas que deberíamos modificar?
Ahora mismo el cielo es el límite. Por ejemplo, si conduces por España, prácticamente no hay paneles solares en los tejados. ¿Dónde están? Es algo que no entiendo: no he visto ni uno solo estos días. Y si algún sitio debería aprovechar e invertir en innovación solar es España, porque hay potencial. Es una parte de la transición que trae consigo muchos trabajos y un trasvase de empleo de las industrias contaminantes a la solar. Pero aún no ha ocurrido.
“Lo que necesitamos para frenar el cambio climático no es tan difícil como lo que hemos vivido los últimos meses”
Cuando hablo con gente joven siempre les digo que hay muchos desafíos por delante, pero no es intrínsecamente malo formar parte de esa generación que repiense los medios de transporte o cualquier campo. Porque hay que rediseñarlo todo: la agricultura, la moda, la gestión de residuos, la construcción, el diseño, el sistema energético en su totalidad, la arquitectura…
Teniendo en cuenta la cabezonería de las industrias y de las sociedades, es ser muy optimista pensar que va a ocurrir todo en los próximos 30 años. Pero no tenemos la posibilidad de no hacerlo.
¿Cómo será el futuro si no lo hacemos?
Lo que ha ocurrido con el coronavirus es la experiencia común más inmensa que la humanidad ha tenido. Nunca antes había ocurrido nada igual, porque hoy día estamos tan interconectados que ha ocurrido prácticamente a la vez en todas partes. Estamos viviendo en directo la historia.
Hace ya varios años, cuando fui a visitar un glaciar en Islandia que se había derretido por completo, vi a un adolescente con un cartel que decía "que alguien eche el freno de mano ". Eso es lo que hemos hecho con la pandemia. Y si somos mínimamente conscientes de lo que está ocurriendo con los glaciares, los océanos, los bosques… cada uno de esos problemas son lo suficientemente relevantes como para activar el freno de mano.
Aunque tenemos un problema que se ha visibilizado con la covid: no tenemos imaginación. Incluso cuando la situación estaba fuera de control en Italia, y era bastante obvio que Inglaterra estaría igual en dos semanas, la gente seguía sin imaginarse lo que iba a ocurrir hasta que la emergencia llamó a la puerta de otros países.
Eso es lo más preocupante del cambio climático: puedes prevenir una avalancha cuando la nieve aún se está acumulando, pero si no entiendes cómo funciona la avalancha y esperas a que la nieve se desprenda, no hay nada que hacer.
Su intención en el libro es acercar estas realidades a las personas, porque el vocabulario relacionado con el clima es a veces demasiado científico.
¿Cómo le explico al lector que la acidificación de los océanos es el concepto más importante del mundo? Para la mayoría, está vacío de contenido, pero dentro de cien años será similar a la palabra holocausto, sin exageración, porque el descenso del ph del mar traerá muchas consecuencias en las vidas de millones y millones de personas. En realidad, no queremos que ese concepto se cargue de significado.
Por eso el libro también habla del lenguaje y de nuestras limitaciones para entenderlo. Las metáforas que uso intentan entretener al lector, pero también hacerle reflexionar sobre este tema a la vez que le damos contexto a esos conceptos científicos.
¿Ha encontrado el ingrediente secreto para trasmitir la urgencia de la crisis climática sin caer en el alarmismo?
Esa es precisamente la tarea que me encomendé cuando comencé el libro. Intenté mirar las peores predicciones y preguntarme qué ocurriría si las aceptásemos todas y dejásemos que todo fluyese. Me di cuenta que la clave estaba en acudir al lenguaje mitológico, incluso religioso o poético, si el científico no era suficiente.
La mejor metáfora que encontré es la del conductor de ambulancia o el paramédico: si llamamos a la ambulancia porque ha habido un accidente de tráfico no te preguntan si hay sangre. Van a dar respuesta a esa situación. Lo mismo ocurre con el cambio climático. No es que los mensajes sean apocalípticos, es que por mucho que no nos guste, la situación es la que es.
“Los niños de hoy conocerán a alguien que vivirá en el próximo siglo; su calidad de vida dependerá de nosotros”
Debemos ser profesionales, actuar como si todos fuesemos médicos, bomberos, policías, periodistas… y hacer nuestro trabajo, que es hacer todo lo posible para solucionar la situación. Los científicos nos han dado noticias terribles y tenemos que actuar acorde a ellas.
Hay compañías que han estado vendiendo productos que ahora sabemos que dañan el futuro. Es sencillo: es ilegal dañar el futuro, no es una opción que tengamos. Como no puedo lanzar un piano por la ventana, no podemos dañar el futuro. No podemos obcecarnos con nuestras ideologías.
¿Qué necesitamos para dejar de "dañar el futuro"?
Necesitamos una economía de guerra o de emergencia en la que se desvíe talento para arreglar las cosas. Aunque eso requiera mucha intervención gubernamental. No debería ser tan complicado, aunque lo sea, pero no debería costarnos tanto decidirnos. Es irracional no hacerlo. Si no somos valientes cuando nos enfrentamos a información complicada, las generaciones futuras nos acusarán por no haberlo hecho.
Sería una pena que pensásemos que 30 años es mucho tiempo y que ya podremos solucionarlo más adelante, porque cuando los hayamos vivido pensaremos en por qué no lo hicimos antes. Como ahora mismo yo ya pienso que por qué no empezamos en los noventa a crear un sistema sostenible.