El compositor Juan Antonio Simarro (Santa Cruz de Tenerife, 1973) llegó a la música, como él mismo explica, por "la alegría de sus padres" y a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) por su natural optimismo. "Para mí, ser optimista atrae lo bueno", explica sonriente nada más comenzar nuestra conversación.
Nos recibe en su estudio madrileño, donde nos cuenta que intenta que su música "sea siempre positiva o que permita sacar un aprendizaje".
Este tinerfeño reconoce que su primer contacto con los ODS ocurrió cuando conoció a Alberto Guerrero, presidente de la Federación española de asociaciones, centros y clubes para la UNESCO (FECUNESCO). "Nos entendimos perfectamente, porque teníamos la misma sintonía", admite.
Por aquel entonces, Simarro estaba escribiendo su Sinfonía por un mundo mejor y tenía una duda: cómo debía ser la letra para el coro. Gracias a su colaboración con la FECUNESCO, llegó a la conclusión de que no la necesitaba: La pieza consiste en "los sonidos de las letras A, M, O…". Y el motivo es sencillo: "Queremos que la música una a las personas y que los idiomas no excluyan a nadie".
Esta pieza musical pudo escucharse hace unas semanas en la celebración del 75 aniversario de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y se podrá volver a disfrutar en un concierto benéfico contra la pobreza infantil, la desigualdad y la injusticia en el Auditorio Nacional.
Componer una sinfonía
Componer una pieza musical de estas características no es tarea baladí. Pero, en el caso de la Sinfonía por un mundo mejor cayó, por así decirlo, del cielo. Simarro cuenta que estaba tocando cuando su hija, que estaba por ahí escuchando, le dijo "papi, eso me gusta". Gracias a ella, asegura, la continuó.
El compositor explica que ese acorde que sirvió como semilla para la sinfonía pertenecía a su primer movimiento, una Obertura por los derechos humanos que dura cinco minutos. “A mí me gusta orquestarlo yo mismo, empecé a componerla y me salió del todo”, confiesa.
Más tarde, una noche después de un concierto en el auditorio, muchas personas le preguntaron por qué no alargaba la obra. Simarro pensó que lo mejor sería completarla con la estructura de una sinfonía social. Como quería enviar el mensaje de mejorar el mundo, pensó en un título directo y todo el proyecto cobró sentido.
"Eso se quedó como un primer movimiento, que completé con tres movimientos más: el segundo es un homenaje a toda la gente que sufre en el mundo y que hace que sea mejor. Pensamos en Gandhi, sí, también, pero pueden ser nuestros abuelos, nuestros padres… ese homenaje es a la gente que sufre y a la gente que ayuda a que el mundo sea mejor", explica.
Después, realizó un tercer movimiento, “sobre desarrollo sostenible, la relación entre el ser humano y la naturaleza”. Y un cierre compendio.
Pregunta.- ¿Cuáles son las duraciones de cada pieza?
Respuesta.- 5, 12, 13 y 15 minutos aproximadamente, aunque depende de la interpretación. La idea es que cada movimiento pueda funcionar por separado. El que trata sobre el desarrollo sostenible, por ejemplo, lo tocamos el día 10 en un evento en Casa de Vacas, con entrada libre. Toda la sinfonía completa la tocaremos el 22 de diciembre en el Auditorio Nacional.
P.-¿En qué consiste la cita benéfica del Auditorio Nacional?
R.- El concierto del 22 de diciembre surge por una entrevista que me hacen en la radio, en la que me escucharon miembros de las misiones Salesianas, donde yo estudié, y me pidieron hacer algo juntos. Pensamos en hacer un concierto en el que pudiéramos recaudar fondos para niños y adolescentes de distintos países. De hecho, será bonito porque en el público estarán hijos de muchas personas: el mejor aprendizaje para ellos será que estamos colaborando y somos afortunados en este primer mundo.
"Si la música nos ayuda a que al final del concierto todos queramos mejorar el mundo, ya estamos mejorándolo"
P.- ¿Cómo será la interpretación?
R.- Tocaremos los movimientos con cuatro orquestas distintas, cuatro directores de distintas edades y cinco coros. Todos los músicos son niños: de los 7 años a los 80. El otro día estuve ensayando con ellos y había dos gemelas de 7 años compartiendo escenario con un cantante ya jubilado de 80 años que estuvo en el coro nacional.
P.- ¿Por qué dice que se trata de un proyecto que requiere coraje?
R.- Siempre suelo contarlo en los conciertos, ya que estoy vivo como compositor. El primer movimiento lo pensé porque todos somos conscientes de que hay unos derechos humanos, todo el mundo lo sabe, pero no se cumplen. Tenemos que recordar las cosas con ayuda de otras herramientas: si la música nos ayuda a que al final del concierto todos queramos mejorar el mundo, al menos en el círculo que nos rodea, ya estamos mejorando el mundo de alguna manera.
P.- ¿Puede describir los distintos movimientos en clave de ODS?
R.- Hay distintos momentos, me gusta cuando llegan los violines y es como el agua cuando empieza a hervir, o como cuando está acercándose una manifestación. Hemos llegado a un momento en que toda la gente dice hasta aquí, vamos a hacer algo y a defender los derechos humanos.
P.- Y el segundo, ¿cómo traslada un trágico mensaje?
R.- El segundo movimiento lo hice pensando que cada ocho segundos de media está muriendo un niño. Desde aquí no podemos hacer nada. O sí. Lo poco que podamos hacer merece la pena que lo intentemos. Fue ahí cuando decidí hacer un homenaje a toda la gente que sufre; este movimiento es una especie de lamento que comienza con un coro de niños, en silencio, sin nada. Esta composición no es feliz, pero tiene un mensaje esperanzador.
P.- ¿Y el tercer movimiento?
R.- El tercer movimiento trata sobre la relación entre el ser humano y la naturaleza. Casualmente, según iba componiendo se me iban ocurriendo unas ideas, lo pasé a un realizador y nos cedieron imágenes de Greenpeace, gracias a Juan Carlos Arévalo, hay un video sobre esa composición.
Este movimiento de la sinfonía empieza, cuenta su compositor, con una naturaleza feliz hasta que llega el ser humano. En ese momento, "deja de sonar tan melódico", dice. Una rueda industrial, compuesta por cuatro acordes que se repiten, "va cada vez a más". Las trompetas entran "medio desafinadas".
A la hora de componer, explica Simarro, hubo un momento en que decidió que no tuviese un final. Porque "o paramos, o no vamos a ningún sitio". Por eso, de repente, entran en escena un flautín y a un arpa, y otra vez el público se encuentra con la naturaleza.
"De alguna manera, la naturaleza nos ha pedido parar", asegura Simarro. Y añade: "Todos tocando fortissimo y de repente llegan un flautín, un arpa, y se para todo. Luego empieza la naturaleza… y entra el ser humano, pero ya tocando todos juntos".
P.- ¿Y el cuarto movimiento, el de cierre?
R.- Es un compendio por un mundo mejor. Cada vez el mundo ha ido mejorando, yo soy optimista, creo que va a mejor, porque si no… no estaríamos aquí. Pero todavía le queda un poco. Estamos en el siglo XXI y somos conscientes.
P.- ¿Cómo se le ocurrió ese final?
R.- Recuerdo ir a un concierto en el que iban a tocar la tercera parte: en el coche iba componiendo en mi cabeza… se me ocurrían 25 minutos de música, y la dificultad estuvo en recortarlo. Lo recorté a 15: meto hasta un yembé, instrumentos que no suelen ir con una orquesta sinfónica. Me lo paso bien haciendo cosas nuevas.
"Componer es como hablar, no tengo ningún miedo a la página en blanco"
P.- ¿Cómo llegó a la música?
R.- En el colegio, en los Salesianos, nos decían que si aprobábamos todas, podíamos estar en los grupos de música que formásemos. Con 13 años teníamos ganas de tener un grupo. Desde siempre he tenido la música en la cabeza. En el pueblo, mi abuela cantaba en el coro de la iglesia y yo tocaba el organillo. Ya hacía mis versiones. Mi padre cantaba muy bien, recuerdo ir al colegio con 8 o 9 años e ir tarareando melodías y sabía que había algo que tenía que sujetar esas notas y luego ya entendí que esas melodías se sujetan con una armonía.
P.- ¿Surgen muchas dudas durante el proceso de composición?
R.- No, para mí componer es como hablar, igual que estamos hablando de algo triste, algo emocional o algo alegre… yo me pongo a hablar o me pongo a componer o a tocar. No tengo ningún miedo a la página en blanco, al revés, si acaso lo que me pasa es que se me ocurren ideas y tengo que ir decidiendo, cojo el piano o la guitarra o el ukelele, o el violonchelo.
P.- ¿Qué tiene la música que no tengan otras artes?
R.- Hace poco estaba en Ucrania tocando con músicos que no sabían inglés ni español, yo no sabía ucraniano y ¡nos entendíamos perfectamente! La parte alegre nos ponía simplemente alegres, yo creo que la música une a muchas personas.
P.- ¿Y cómo puede ser la música un vehículo para el cambio?
R.- Yo trabajé para la tele y entendí que la música siempre hace una función y tiene un momento. La mejor música te la ponen fuera de situación y no te gusta. Una música muy enérgica o una pieza de jazz si te la ponen cuando estás cenando y tiene mucho contenido, te pone nervioso. Nos gusta la música según el momento.
Concierto en el Auditorio Nacional
El 22 de diciembre a las 19:30 h, en la sala sinfónica del Auditorio Nacional, con el apoyo de la Federación Española de Asociaciones, Centros y Clubes para la UNESCO (FECUNESCO) y Misiones Salesianas se podrá escuchar la Sinfonía n.º 1, por un mundo mejor, compuesta por Juan Antonio Simarro, con el siguiente programa:
Obertura por los derechos humanos (dirige: Celia Llácer)
Homenaje (dirige: Adriana Tanus)
Desarrollo sostenible (dirige: Germán García Vargas)
Un mundo mejor (dirige: Juan Enrique Sáinz)
[bis, Obertura por los derechos humanos, por Juan Antonio Simarro)
Coro Menudos Cantantes (Marta Pilar Hernando)
Coro Universidad Complutense de Madrid UCM (máx 35),
Coro Salesianos (Ana Kura, Fran)
Coro Mayores (Guillermo Bautista)
Coro Fundación GSD (Gerónimo Marín)