En 1977, las sondas espaciales Voyager (I y II) salían de Cabo Cañaveral rumbo al espacio exterior. En ellas viajaban –y aún lo hacen– unos pasajeros muy especiales: dos discos de oro idénticos en los que Carl Sagan y Ann Druyan grabaron la banda sonora de su amor. Y fue esa historia de llevar los ritmos de la Tierra al exoespacio la que sembró la semilla en la que se convertiría el libro con el que el periodista científico Mario Viciosa nos acerca a la ciencia desde el asombro y la belleza de lo desconocido.
Las ballenas cantan jazz (Ariel, 2022) es, como las Voyager, un intento de “condensar el proceso de conocimiento humano” que más bien acaba convirtiéndose en un “autorretrato que viaja cual mensaje en una botella”. Viciosa, que se ha convertido en una de las caras más habituales de la televisión en España con la crisis del coronavirus, reconoce a ENCLAVE ODS que como ocurre con los vinilos que viajan en las sondas de Sagan y Druyan, las cartas que componen su libro serían “ineficaces, en el fondo”.
“Es de un altísimo valor poético que esas especies de cápsulas del tiempo viajen más allá del espacio interestelar, pero serán probablemente totalmente inútiles”, admite. Y lo explica: “Ya hoy en día nos cuesta reproducir discos de vinilo, porque no todo el mundo tiene un tocadiscos, no quiero ni pensar lo que le contaría a una civilización extraterrestre, que tendría que interpretar que ahí hay algo parecido a un mensaje, que no es una pieza más de la sonda”.
Los mismo, dice, ocurre con las 28 cartas que, en su libro, un humano llamado Bob envía a una supuesta alienígena que responde al nombre Alice y que, probablemente, nunca llegue a descifrar el galimatías que para ella supone el texto.
Así, a través de metáforas, titulares de diferentes medios de comunicación y cartas, Viciosa cuenta la historia de los grandes hitos científicos que nos han marcado como civilización, desde la Voyager a la erupción del volcán de la Palma. “Es una historia del asombro”, dice. Y matiza: “Pero del asombro reciente, que es a lo que nos dedicamos muchos periodistas de ciencia”.
Vida extraterrestre
Antes de ahondar en los entresijos de esta peculiar misiva que bien podría viajar en un futuro a lomos de la próxima Voyager, Viciosa debe contestar a una pregunta de rigor que no puede obviarse:
Pregunta: ¿Cree en la vida extraterrestre?
Respuesta: De toda la gente que trabaja en este campo con la que he hablado en estos años, me encuentro con mucha más que piensa que sí hay vida extraterrestre, que que no. Otra cosa es que la encontremos, podamos comunicarnos con ella, que tenga algún rasgo de inteligencia, que sea macroscópica. Es decir, hay muchas variables que nos alejan en el fondo de la idea más seductora de encontrar vida alienígena. Pero yo soy un convencido de que sí.
P.: ¿En qué se basa para dar una respuesta tan rotunda?
R.: No tengo evidencia científica sobre la que sustentarla, pero quizás si estadística: hablamos de más de 4.000 planetas descubiertos, algunos potencialmente habitables, aunque la propia idea de habitabilidad de alguna manera es complicada en tanto que asumimos que la vida que encontremos en otro lugar sea más o menos parecida a la que hay en la Tierra. Puede ser distinta. Y aquí conocemos, en nuestro propio planeta, organismos extremófilos que son capaces de vivir en circunstancias casi inimaginables hace unos años para lo que entenderíamos como vida.
Viciosa recuerda que “sabemos que hay vida debajo de la superficie de la Tierra, que puede haberla suspendida en el aire… por qué en esos mundos hostiles que creemos estériles no podría haberla”.
P.: Si la hubiese, ¿estaría lejos?
R.: Posiblemente, de haber vida, esté más cerca que lejos, pero más nos interesa que así sea, porque de qué nos servirá encontrar vida en un exoplaneta si no vamos a poder comunicarnos nunca con ellos.
P.: Esa respuesta nos podría llevar al clickbait fácil del que pecamos a veces los medios y que se refleja en los titulares que elige para cada carta de su libro.
R.: Hay una tendencia en los últimos años a poner esos cebos, pero creo que la mayor perversión está en los algoritmos que premian y privilegian determinados contenidos y titulares que seduzcan ya no a humanos sino a máquinas. Eso lo hace todavía más perverso. Porque al fin y al cabo, cuando tú haces un titular –y de eso va a ser un titular de toda la vida– para que sea seductor, al menos estás pensando en un ser humano, pero ya si directamente lo tenemos que hacer para un robot… le borra incluso esa poesía.
Viciosa hace un inciso para remarcar cuan a favor está de crear un “titular seductor, que no engañoso”. Y es que, incide, “cuando hablamos de clicbait hablamos de un cebo, y al final cuando pescas el resultado es de muerte para el pez. En nuestro caso, con resultado de muerte para para la información valiosa”. Eso sí, reivindica los “cebos magníficos que nos llevan a sitios magníficos”.
P.: Vivimos en la era del algoritmo.
R.: Sabiendo la historia que nos ha llevado hasta aquí, los algoritmos tienden a ser cada vez más listos. Seguramente, con el tiempo ya no tan fácil engañar a un robot con un titular de ese tipo escrito exclusivamente para un robot. Y en eso soy optimista. La buena mercancía se prevalecerá sobre el mal cebo.
P.: A los que nos dedicamos a esto de escribir sobre ciencia, especialmente la climática, se nos suele acusar de clickbaiteros o apocalípticos.
R.: Algunos te dirán que, al contrario, no estamos haciendo el suficiente hincapié en el apocalipsis que viene. La realidad es que, por desgracia, el apocalipsis climático, de serlo, no va a ser igual para todo el mundo. Va a haber una parte del mundo que se va a enterar poco porque va a tener amplios márgenes de adaptación a base de tener mucho dinero para la adaptación a costa de quienes no, y eso ya está ocurriendo y no hace falta irse a una isla del Pacífico.
Sufrimientos pasados y futuros
Para Viciosa, uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos los comunicadores y divulgadores es conseguir transmitir que “nuestros esfuerzos, no sólo a título de individual, sino sobre todo colectivos y de nuestros gobiernos, para la preservación de los ecosistemas, para frenar el calentamiento global, para la racionalización de los consumos que nos llevan a crisis energéticas, por ejemplo, como las que estamos ahora, cuando hay un elemento geopolítico desestabilizador, que todas esas cosas no se perciban como una cesión de una conquista de un derecho o un privilegio”.
Más bien al contrario, el desafío está en conseguir que las generaciones que han conquistado derechos “perciban estos esfuerzos como una inversión en bienestar presente y futuro”. Y sobre todo, recalca, “como un legado para las siguientes generaciones, y también para con quien lo tiene peor”.
Porque, como es bien sabido, en cuestiones de adaptación climática hay puntos de no retorno que ya han sido alcanzados. Algunos lugares del planeta “van a tener muy difícil ser resilientes ante la emergencia climática”. Por eso, insiste, “es un acto de solidaridad colectiva que quienes tenemos la posibilidad de actuar y de tomar decisiones tanto a nivel individual como colectivo, les permitamos que lleguen mejor a una situación de crisis que para ellos va a ser peor”.
Esa generación que ha sido capaz, como dice, “de visualizar la conquista del bienestar colectivo” también tiene la capacidad de entender que “la climática es una lucha por el bienestar colectivo y solidario con quien tiene menos”. Pero para eso, reivindica, hemos de asumir que “por mal que hayamos vivido la humanidad en tiempos anteriores, no tenemos porque ahora repetir algunas de esas calamidades, que son evitables parte de esas catástrofes que atribuíamos a la naturaleza y que nos podían parecer naturales, pero que no lo eran”.
Viciosa lo resume en una frase: “Sufrimientos pasados no tienen por qué resignarnos a sufrimientos futuros”. Para que la comunicación científica sea efectiva en ese sentido, este periodista especializado recuerda que es importante acompañar al mensaje de “emergencia y gravedad” de la idea de que “hay márgenes para actuar”. Es decir, “es muy importante que tengamos claro que esto no es un 'se acabó, ya no hay nada que hacer, nos resignamos y nos adaptamos. Sálvese quien pueda'”.
Porque "si entramos en el 'sálvese quien pueda', una vez más entraremos de lleno en una enorme injusticia climática para quien no se va a poder adaptar”.
El mensaje de la Tierra
"A veces pienso que el planeta Tierra también juega con los humanos a ocultar mensajes en su música. En sus pulsos agitados, como los volcanes", escribe Viciosa en su libro, cuando habla de la erupción de Cumbre Vieja en La Palma.
P.: ¿Qué cree que nos estaría diciendo el planeta si consiguiésemos comunicarnos de verdad?
R.: Absolutamente nada. Al planeta le importamos un pimiento; la realidad es que el maltrato a la Tierra sólo es un maltrato a nosotros mismos, a nuestra civilización y, por supuesto, a todas las criaturas que lo habitan. Pero no somos más que unos pasajeros que llevamos habitando este lugar una fracción de tiempo de su historia. A la Tierra le da igual que estemos, o que no estemos. A la Tierra le da igual que se caliente o no. Los que perdemos somos nosotros.
Las ballenas cantan jazz es un libro que habla de alienígenas y de nuestra relación con el planeta, siempre a través de metáforas. Para Viciosa hay una que, probablemente, sorprendiese a los extraterrestres que nos pudiesen observar desde el espacio –incluso a nosotros mismos–: “La Tierra ha perdido brillo por el cambio climático”. Algo que “ya poéticamente es duro, pero más duro es vivirlo desde dentro, porque esa pérdida de brillo, que tiene que ver con la menor capacidad para reflejar los rayos del sol, sólo nos afecta a los que vivimos aquí dentro”.
Queramos o no, parece que, como asegura Viciosa, “al final los aliens peligrosos para la Tierra hemos resultado ser los humanos”. Porque los únicos que hemos llevado al límite al planeta somos nosotros. Eso sí, “a la Tierra le da igual, va a seguir ahí durante miles de millones de años. Nosotros somos los que tenemos papeletas para caer en una extinción, y ya ha empezado una sexta extinción con multitud de especies en multitud de ecosistemas permanentemente dañados”.
Porque, a fin de cuentas, el planeta ni tiene capacidad de sentimiento, ni hay nada que diga que no volverá a mostrar resiliencia, como lleva haciendo desde hacer más de cuatro mil millones de años.
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