Su programa de televisión favorito es The Mallorca Files, una miniserie británica rodada en la isla balear que, según Dawn Wrigh (EEUU, 1961), muestra “los preciosos ecosistemas acuáticos que rodean España”. Una isla, recuerda, de cuyas aguas se ha hecho mucho mapeado para conocer sus alrededores. Esa es la gran obsesión de esta geógrafa y oceanógrafa: crear mapas del fondo marino para saber cómo son las profundidades de nuestro planeta.
"Mapear el suelo del océano es esencial para muchas cosas, incluso si el mapa resultante es muy pequeño”, asegura desde California, donde nos recibe pocas horas antes de partir al que será el viaje de una vida: una expedición al abismo o fosa de Challenger, la zona más profunda del planeta situada en medio del océano Pacífico.
[La desconocida vida del abismo]
De esta sima, Wright y su compañero de expedición, el explorador submarino Victor Vescovo, pretende hacer pequeños mapas que se convertirán en “una pieza del puzle enorme que es el suelo oceánico de todo el planeta”. Estos mapeados, asegura, son cruciales para entender cómo está reaccionando la Tierra al cambio climático antropogénico actual.
“Necesitamos estos mapas para entender la forma y la estructura del lecho marino. Porque afecta a la circulación de las aguas profundas que, en parte, está relacionado con la circulación que llegue a la superficie del mar y afecta a nuestro clima y patrones climáticos”, afirma.
Las variaciones en el clima son sólo uno de los aspectos que cubren los mapeados marinos. Por eso, Wright, que es geógrafa, oceanógrafa y científica jefa del Environmental Systems Research Institute (Esri), reconoce que en la fosa de las Marianas –donde se encuentra el abismo de Challenger–, y en el Pacífico en general, es crítico “entender la estructura en la que los terremotos ocurren”.
Y lo explica: “Algunos terremotos marinos causan tsunamis que pueden ser extremadamente catastróficos; por eso debemos entender el proceso por el cual un tsunami empieza con un terremoto en el fondo del océano”.
Porque, como asegura, los mapas “muy detallados” del suelo marino cercano a la costa son clave para ver cómo se comporta cuando las olas de los tsunamis llegan a él. Esto, dice la científica, “nos ayudará a predecir qué zona de la costa alcanzarán cuando los tsunamis toquen tierra”.
Pero los mapas marinos que le obsesionan son también importantes para usos pesqueros o, incluso, para poder comunicarnos entre continentes. “Lo que hace que esta conversación sea posible, contigo en España y conmigo en California, es el fondo marino y los cables submarinos que cruzan el Atlántico y que permiten que nuestras señales se conecten”, cuenta.
Pregunta: Entonces, ¿Conocer el fondo del océano es esencial para que las telecomunicaciones no dañen o destruyan ecosistemas?
Respuesta: Justo. En la Conferencia de los Océanos de Naciones Unidas celebrada en Lisboa a finales de junio hubo una sesión en la que participé sobre el mapeado del fondo marino que se enfocaba en planear la colocación de cableado y de turbinas eólicas offshore. Pero conocer el suelo del océano también sirve para establecer reservas marinas y preservar los arrecifes de corales o cualquier otro ecosistema marino.
Viaje al abismo
Mientras se escriben estas líneas, Wright está en plena expedición. El pasado 11 de julio ella y Vescovo, con su empresa de investigación oceánica, Caladan Oceanic, llegaron al abismo de Challenger. “Victor y yo nos montamos en el submarino Limiting Factor [con capacidad para dos personas] y descendimos a una velocidad de tres nudos para llegar con éxito a nuestro destino”, escribe Wright desde mar abierto. “Tocar el fondo de la fosa fue increíble”, concluye en su mensaje.
Cuando finalice su viaje, Wright planea publicar una serie de mapas y datos de la inmersión en ArcGIS Living Atlas of the World de Esri, la principal colección de información geográfica, incluidos mapas, aplicaciones y capas de datos, de todo el mundo. Pero antes de emprender esta aventura, la científica compartió con ENCLAVE ODS sus expectativas.
P.: ¿Cómo se siente siendo una de las pocas personas que se han sumergido en las profundidades del abismo de Challenger?
R.: Es muy emocionante. No es la primera vez que uso un sumergible de inmersión en el océano, pues mi última investigación era sobre sistemas de ventilación hidrotermal en los centros de expansión del océano profundo. He hecho varias expediciones de buceo en sumergible en el este del Pacífico y en el dorsal de Juan Fuca, también he estudiado los corales más profundos en la Samoa americana. Pero creo que cualquier oceanógrafo que tuviese la oportunidad de sumergirse en el abismo de Challenger estaría emocionado: no puedes adentrarte más en las profundidades del océano; es el punto más profundo de la Tierra.
P.: Cumple un sueño.
R.: Es algo que nunca pensé podría hacer. Pero gracias a la relación que mi compañía, Esri, tiene con Victor Vescovo y con Caladan Oceanic, ha surgido esta oportunidad.
P.: Ha habido otras expediciones a la fosa, ¿qué hay de novedoso en la suya?
R.: Por suerte, ha habido varias expediciones antes, así que tenemos las experiencias de nuestros predecesores. Lo que queremos hacer es ir a una zona del abismo que no se ha visitado mucho para hacer un estudio de sonda de barrido lateral completo para poder regresar con un mapa más detallado. Este mapa se parecerá a una fotografía aérea, pero será bajo el agua.
P.: ¿Esperan encontrar algo en particular?
R.: Esperamos encontrarnos anfípodos, unas criaturas que parecen gambas muy comunes en las aguas más profundas. Y sería maravilloso ver otros tipos de vida como pepinos de mar o pulpos. Pero esta parte del suelo oceánico es muy estéril por culpa de sus condiciones extremas: no hay luz, es una zona tectónica activa. Es un ambiente muy hostil, así que no esperamos ver mucha vida.
Su objetivo, explica Wright, tiene un carácter más geológico: “Queremos mapear la zona, posarnos en el suelo y observar qué hay, cómo es”. Y concluye: “También tendremos que situarnos por encima del suelo, a una altura óptima para que el sonar funcione bien”.
Del cielo al océano
El de Wright, como ella misma reconoce, ha sido un viaje maravilloso que la ha llevado desde la isla de Maui en Hawái hasta, ahora, al lugar más profundo de la Tierra. Eso sí, pasando por convertirse, en 1991, en la primera mujer negra en posarse en el fondo oceánico montada en Alvin, un vehículo sumergible para aguas profundas.
P.: ¿Cómo empezó todo?
R.: Empezó fascinándome la fotografía marina por culpa de los programas de Jacques Cousteau de los 60. Era una niña por aquel entonces, y crecí viendo esos programas en la tele. También me influyó mucho el primer paseo por la luna. El Apolo 11 me impresionó mucho: había millones de niños en el mundo que quisieron viajar al espacio después del alunizaje; yo, en cambio, quería explorar el océano.
P.: Iba al revés del mundo,
R.: Quería ir en la dirección contraria a los astronautas. Supongo que sería porque crecí en una isla, y el océano fue lo primero que me fascinó, con sus arrecifes de coral y sus volcanes submarinos.
P.: ¿Cómo se convierte una niña de los 60 en oceanógrafa?
R.: Leí mucho, muchísimo, en la biblioteca, con libros de verdad. ¡No había internet! Así descubrí que podía ser oceanógrafa y me puse a ello: me licencié en Geología y me especialicé en mapear el fondo oceánico. Entender la geología de la Tierra es muy importante. La oceanografía llegó con mi posgrado. Y trabajando en mi doctorado fue cuando los sistemas de información geográfica (GIS) entraron en juego.
P.: Usted es una de las mayores expertas del mundo en los GIS.
R.: Ahora son algo normal, pero no a principios de los 90, cuando estaba investigando para mi tesis. Fue maravilloso darme cuenta del papel de la tecnología en la ciencia, porque me permitió explorar los fondos marinos.
Wright empezó, allá por finales de los 90, a dar clases en la universidad estatal de Oregón sobre sistemas de información geográfico. Hasta que en 2011 en Esri se interesaron por ella. “Y aquí llevo desde entonces”, cuenta. Y explica: “Esri es miembro de Seabed 2030 [un proyecto colaborativo que pretende dibujar el mapa definitivo del océano], por lo que tenemos un increíble equipo de científicos que se dedican a investigar sobre el fondo del mar”.
Un referente para las niñas
Nunca me imaginé que sucedería esto, que tendría tanto éxito en mi carrera como oceanógrafa”, reconoce Wright. Ahora es todo un referente, un ejemplo a seguir para los más jóvenes, y especialmente todas esas niñas, sobre todo las negras, que buscan a su alrededor ejemplos de hasta dónde pueden llegar en sus vidas y carreras.
Wright reconoce que a ella le inspiraron “muchas mujeres científicas, oceanógrafas, exploradoras”. Y habla con admiración de la astronauta Mae Jemison, la primera mujer afroamericana en viajar al espacio en 1992. O de las también astronautas Kathy Sullivan y Sally Ride, quienes, asegura, también marcaron su vida. Sobre todo la primera, de la que, dice, es una gran amiga que se sumergió en el abismo Challenger en 2020. Ella fue la primera mujer en adentrarse en el punto más profundo del planeta.
Pero en su carrera, sin duda, Sylvia Earle refrendó su pasión por el azul de la Tierra. “Hoy, con 86 años, sigue siendo una guerrera, una luchadora que vive para conservar y proteger los océanos, y explorarlos”, comenta con fascinación.
Wright reconoce que ella, que ya es una científica sénior, sigue teniendo sus héroes. “Siguen inspirándome todos los días, sobre todo la gente joven”. Y admite que nunca hubiese pensado que la gente podría mirarla a ella como ella mira a sus mentoras.
“Intento, desde la humildad, hacer bien mi trabajo y no fastidiarla”, se sincera. Eso sí, no le quita importancia a haberse convertido en un referente: “Estoy muy contenta de que ocurra esto, de ayudar a que haya niñas y mujeres que se sientan representadas”.
En este sentido, la oceanógrafa pone de relieve la importancia que tiene su expedición al abismo Challenger. “Todavía hoy es importante ser la primera en algo”, admite. Y recuerda que ya es la primera persona negra, “de cualquier género”, que se ha adentrado en este punto más profundo del planeta.
Esta hazaña, sin duda, ayudará a que “los niños pequeños de cualquier entorno y origen vean que no es una puerta cerrada para ellos”, afirma. Y remarca: “Si están interesados en la oceanografía o en la geología o les gusta la ciencia, pueden contribuir y pueden conseguir cambiar las cosas”.
Eso sí, reconoce que no siempre será un camino de rosas y que se encontrarán decenas de trabas y obstáculos, pero “la puerta no está cerrada”, insiste.