Lo que hace 36 años fue escenario de un accidente nuclear, hoy es un laboratorio de la adaptación. Chernóbil es uno de los mejores ejemplos de cómo la naturaleza cambia, evoluciona y sigue su curso. Aún, incluso, después de las peores catástrofes. Quien conoce bien esta cara amable, alejada de mitos y leyendas, es Germán Orizaola (Santander, 1974), biólogo experto en zoología e investigador en el Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad de la Universidad de Oviedo.
En la entrevista con EL ESPAÑOL, Orizaola cuenta que lleva desde 2016 viajando cada año a la zona de exclusión de Chernóbil para estudiar cómo ha afectado la radiación allí acumulada a la fauna y la flora local, y a los ecosistemas, en general.
Sin ningún tipo de traje de protección y con un dosímetro en la mano, el biólogo asegura que la ciudad no es, ni mucho menos, lo que aún permanece en el imaginario colectivo. Apenas queda un 10% de radiación en gran parte de su superficie y los bosques han conquistado el 80% del espacio. Casi en una explosión de biodiversidad que ha creado un efecto llamada de especies que antes del accidente se habían extinguido en la región.
[La vida resurge entre las cenizas de Chernóbil mientras el mundo afronta su sexta extinción masiva]
El accidente lo devastó todo el 26 de abril de 1986. El reactor número cuatro liberó entre 50 y 200 millones de curios a la atmósfera. Pero incluso después de aquello, la central nuclear continuó funcionando durante 14 años más. En el año 2000, se clausuró el último de los reactores. Sin embargo, como reconoce Orizaola, tres décadas más tarde, se ha convertido en un paisaje como el de un gran parque natural al estilo de Yellowstone.
Pregunta: Cuéntame cómo fue tu llegada a Chernóbil, porque es verdad que aún hoy hay mucho mito en torno a su zona de exclusión. ¿Ibas con alguna idea prefijada?
Respuesta: Lo recuerdo perfectamente. Sí, yo sí iba con la idea de que era un sitio muy cerrado, muy aislado. De hecho, no tenía muy claro cómo íbamos a manejarnos allí. Lo primero con lo que yo me encuentro el primer día, que fue el 9 de mayo de 2016, es con una fila de 200 coches esperando para entrar en la zona de exclusión. Ese día se celebra el final de la Segunda Guerra Mundial en toda la parte que fue soviética, y es muy parecido al de Todos los Santos aquí. En la zona de exclusión, es un día especial, porque está permitido que todo aquel que tenga algún pariente en los cementerios de la zona, entre y pueda estar por allí. Aunque parezca mentira, hacen comidas en los cementerios, aunque estén contaminados.
Mi primera imagen es esa: llegar a un sitio que uno pensaba muy cerrado y encontrarse una romería, literalmente. 200 coches y familias yendo por ahí. Ese día lo acabo ya trabajando, cogiendo ranas, que es con lo que yo más he trabajado allí, y al lado justo del reactor cuatro, el averiado, a pocos centenares de metros. Es un día que te rompe todos los esquemas y, además, es que estaban por todos los sitios y había allí jabalíes, había alces y había de todo.
P: He leído alguna anécdota tuya con las ranas de Chernóbil y el color de su piel.
R: Sí, es una de las cosas más curiosas y más interesantes que hemos encontrado. Las ranas que viven cerca de las zonas más contaminadas, en lugar de ser verdes como en otras zonas -casi como la rana Gustavo-, hay unos ejemplares que son completamente negros y la gran mayoría de ellos son verde oscuro. Es una cosa muy interesante, porque esto es por un proceso en el que han generado más melanina. Les protege frente a la radiación del sol, pero también frente a la radiación que hay en Chernóbil.
Lo que nos está diciendo esto es que ahí se ha producido un proceso interesantísimo de evolución rápida, de selección de aquellos individuos que los que tuvieran ese color un poco más oscuro, se verían menos afectados por el accidente. Sobrevivirían más, se reproducirían más e irían dando lugar a esas ranas más oscuras que, 10 o 12 generaciones más tarde, vemos ahora cuando trabajamos.
P: En estos años de investigación de campo en Chernóbil, ¿has tenido que ponerte algún tipo de traje o tomar alguna medida de protección?
R: No, es que no hay traje de protección. No hay ningún traje que te proteja frente a la radiación. Es decir, la radiación atraviesa todo lo que no sea plomo, que no sea hormigón. En algunas zonas muy, muy contaminadas, cuando trabajamos en el Bosque Rojo, por ejemplo, sí llevamos estos trajes que se veían cuando la pandemia, estos trajes blancos, y mascarilla. La mascarilla con la idea de que, en un día de mucho viento, no tragues una partícula radioactiva. No es que sea probable, pero bueno, es más probable en esa zona, claro. Y con los trajes lo mismo. En lugar de llevarte las partículas en tu ropa de campo normal, pues te las llevas en esos trajes que luego dejas allí en la zona de exclusión.
Los niveles, aunque parezca raro, ahora mismo, no son especialmente peligrosos. Yo siempre lo digo. Vamos siempre con un dosímetro que nos va marcando el nivel de radiación en el que estamos y toda la que hemos ido acumulando las dos semanas que estamos ahí metidos sin salir. Dos semanas trabajando en Chernóbil, durmiendo y comiendo allí, equivalen a un par de vuelos ida y vuelta a Estados Unidos; o un tercio de una mamografía, por ejemplo.
P: ¿Por qué? ¿Qué tipo de radiación recibimos en un vuelo de larga distancia como ese?
R: Al volar en zonas altas, la protección generada por la atmósfera frente a las radiaciones solares es considerablemente menor que en la superficie. Por eso la exposición en vuelos transcontinentales -que vuelan más alto- es significativa. De hecho, el personal de vuelo lleva dosímetros -de acumulación- que hay que revisar cada cierto tiempo.
Ahora mismo, en Chernóbil, la gran mayoría de radioisótopos se han degradado ya, han cumplido su vida, y queda algo así como el 10% de la radiación que se emitió en el accidente y además muy localizada: en el Bosque Rojo y un par de zonas similares. Y, luego, gran parte de la zona de exclusión tiene el mismo nivel de radiación que tengo yo en mi despacho. De hecho, hoy he estado mirando niveles, porque por fin se ha vuelto a ver con un poco detalle después de la guerra, y no solo lo que había alrededor del complejo nuclear, sino también en la zona de exclusión, y es que es eso: el 60 o 70% tiene los mismos niveles que tengo yo en mi despacho y, a veces, incluso, menores.
P: Ya, que parece imposible. Parece que estamos en un ambiente totalmente seguro, por llamarlo de algún modo.
R: Claro, pero es que la zona de exclusión es muy grande. Es la mitad de la provincia de Madrid. Cuando unes la parte de Bielorrusia al norte y la de Ucrania al sur. Incluso en el momento del accidente, no toda esa zona fue altamente contaminada. Hay un par de trazas que sí, y el resto, por ejemplo, gran parte de la zona ucraniana -del centro hacia el sur-, tuvo poca contaminación, y con el paso del tiempo eso, prácticamente, ha desaparecido.
P: De hecho, comentabas al principio lo de las filas de coches esperando para entrar.
R: Bueno, y ese día es un poco especial, porque esas filas de coches al final acaban yendo a cualquier sitio y algunos contaminados.
P: Pero aparte de ese episodio, sí que se sabe que, antes de la guerra, había turismo en la zona y que hay incluso hoteles.
R: Claro, sí. El último año, digamos, normal antes de la guerra y antes de la pandemia, que fue 2019, me parece que estimaban en 150.000 las personas que habían visitado la zona de exclusión, pero en la parte ucraniana, que es la que está abierta al turismo. Allí era la principal fuente de ingreso de la zona. Bielorrusia aún funciona de otra manera.
P: ¿Existe algún tipo de límite de días para estar allí por el tema de la radiación?
R: En realidad, no. Bueno, hay una especie de límite burocrático. Es simplemente que los permisos de trabajo no se dan por más de 10 días. Habría un límite de exposición a radiación, pero como te digo, ese límite está muy, muy por encima de cualquier exposición a la que estamos nosotros. Tendríamos que estar allí... buf. Es que ni tan siquiera estando durante meses llegas a esos niveles.
En la mayoría de los sitios, el nivel de radiación es el que tengo yo aquí en casa, es al que estamos expuestos normalmente. O sea, que no se llega a esos límites, salvo que estés en zonas como el Bosque Rojo durante muchos meses o un año sin salir.
P: En su día, despertó muchos comentarios esto de que los soldados estuvieran en el Bosque Rojo y en la zona de exclusión. Se llegó a decir que levantaron una nube de polvo radioactivo.
R: Han estado, además, con trincheras, no en la peor zona de todas, pero casi. Tanto estar allí como cavar es lo menos aconsejado, pero de ahí a lo que en su momento salió. Se decía, incluso, que estaban ya sufriendo síntomas de exposición a radiación aguda, eso no es así, es imposible. Por mucho que hagas allí, no hay niveles que den esos síntomas. Si que han estado más expuestos de lo que nadie debería a esa radiación, pero bueno, de ahí a lo otro, hay un camino muy largo. Afortunadamente, esperamos que esa zona también se recupere y no vuelvan a ocurrir cosas así.
P: Todavía hay mucho mito con el tema de la radiación en Chernóbil, que parece que nos van a salir tres ojos si vamos a la zona de exclusión.
R: No hay más que ver los documentales de Chernóbil. Siempre que es el aniversario del accidente, el 26 de abril, varias cadenas siempre ponen documentales -y, afortunadamente, va cambiando un poco de historia- y la gran mayoría de ellos son sensacionalismo puro, de gente que entra allí corriendo, los dosímetros pitan... Cosas totalmente sobredimensionadas.
Yo estoy en esas zonas. Estoy dos semanas sin hacer tanta historia y sin trajes especiales, y el nivel de exposición que tenemos es más alto que si estuviéramos en nuestra casa, pero relativamente bajo. Lo que te hace una mamografía. Pero es verdad que ahí hay mucho mito, en general, alrededor de Chernóbil, pero también alrededor de la energía nuclear. Hay muchos intereses cruzados.
P: La energía nuclear recientemente se ha calificado como energía verde en la UE. Un campo que se demoniza mucho y que despierta gran controversia. ¿Qué opinión te merece?
R: Mi opinión es la de alguien que trabaja en el sitio que sufrió el mayor accidente nuclear de la historia. Es un accidente que, a nivel técnico, es imposible que se repita. Los reactores son completamente distintos, infinitamente más seguros. Y si trabajando en esa zona la encontramos 30 años después como ahora, creo que esa no es la idea que la mayoría de la gente tiene de un accidente nuclear. La situación es infinitamente menos mala. También he visto allí la gestión que se hace de los residuos, que también es una cosa que siempre asusta mucho.
La gestión de residuos nucleares en Chernóbil, lo mismo que aquí en España, me parece impecable. De una seguridad y de una limpieza que la gente yo creo que no es consciente. Vamos, esos residuos no tienen el más mínimo riesgo de la forma en la que se gestionan. Yo contribuyo con mi parcela: en demostrar que tras ese accidente tan gigante que hubo, los efectos que quedan tres décadas después son muy pocos, y luego ya que cada uno opine lo que quiera.
P: En tus investigaciones, los caballos de Przewalski han cobrado importancia para estudiar la radiación en Chernóbil. Cuéntame, ¿por qué razón?
R: El caballo es una especie muy singular. Para empezar, por toda su historia de animal extinguido en la naturaleza. Se consigue rescatar casi in extremis a partir de 12 individuos, nada más. Algunos vienen, de hecho, de reservas o de zoos que había en la propia Ucrania. Son caballos que no estaban allí en el momento del accidente. Son el gran símbolo de todo el proceso de recuperación ecológica, de renaturalización de la zona de exclusión.
Son unos caballos que introducen en el año 1998, 31 ejemplares, y bueno, es una especie muy, muy amenazada. Ahora mismo, [en Chernóbil] hay 200 caballos y es una de las grandes zonas en las que ese caballo vive en la naturaleza. En el mundo quedan unos 2.000 ejemplares, y gran parte en cautividad o semicautividad. Uno de los pocos sitios en el que están libres y salvajes de verdad es Chernóbil. Esa zona que iba a ser un desierto nuclear sin vida, al final se está convirtiendo en la zona de refugio de especies tan singulares como estos caballos.
Ahora están en total expansión. De un núcleo donde se liberaron en el centro de Chernóbil, se han ido expandiendo; han llegado, incluso, por el norte a Bielorrusia, han cruzado dos ríos bastante importantes que hay en la zona de exclusión. Están yendo hacia el este y hacia el sur. Hay unas 20 manadas. Están en expansión total. Se ha multiplicado la población, incluso con episodios que hubo. De esos 31, algunos venían de condiciones de zoo, y murieron bastantes al principio. Después, a principios de los años 2000, hubo un par de episodios de caza furtiva importantes. Pero incluso después de haber tenido tantos problemas, se han multiplicado por seis o siete.
P: ¿La poca radiación que quede no les ha afectado de ninguna manera?
R: No, aparentemente no. Eso es parte de lo que queremos estudiar, pero desde luego a nivel de población no se ve ningún efecto. Además, la tasa de reproducción de las hembras es muy, muy alta, o sea que aparentemente no. Queremos estudiarlo con más detalle. Gran parte de ellos están en zonas con poca contaminación o casi sin contaminación. Pero bueno, es una de las cosas que queremos estudiar cuando podamos volver. A ver si es pronto, a ver si es el año que viene.
P: Claro, ahora mismo las investigaciones, con todo el tema de la guerra de Ucrania, se han paralizado.
R: Todo. Nosotros teníamos todo planeado, los permisos y todo, para ir a finales de mayo y primeros de junio, y ha sido imposible. De hecho, nuestros colaboradores están por aquella zona -que afortunadamente están bien-, y la zona ahora mismo no está con guerra desde hace bastante tiempo, pero aún así todavía no pueden hacer trabajo normal. Todavía están asegurándose de que no haya minas. Aún está lejano poder volver a trabajar por allí.
P: Tu investigación está paralizada, pero tengo entendido que estabas pensando en continuarla en Paleolítico Vivo –una reserva natural ubicada en Burgos–. No sé si me puedes explicar un poco qué pensáis hacer ahí.
R: Uno de los proyectos que teníamos, era trabajar con los caballos de Przewalski. Mirar su estado poblacional, cambios a nivel genético, diversidad genética de la especie -a ver si es mayor o menor de lo que se pensaba-. Pero también cómo afectaba la radiación a aspectos importantes como es toda la microbiota digestiva. Sabemos que, si se ve muy alterada, está asociada a muchos problemas fisiológicos o también puede proteger. Como no hemos podido empezar ese proyecto, la idea es, con una pequeña manada que hay en Paleolítico Vivo, empezar a trabajar con la especie y con ese tipo de problemas y poder desarrollar las metodologías que después -esperemos que pronto- podamos aplicar en Chernóbil.
P: Quería preguntarte por cómo era Chernóbil antes de esta guerra. ¿Se puede decir que era como una especie de cápsula del tiempo, de laboratorio de la adaptación?
R: Era un sitio muy especial, porque como digo, es una superficie muy grande. La parte, digamos, más humana del complejo nuclear, en la que todavía hay mucha actividad alrededor de descontaminación y de control; y, luego, las dos grandes ciudades. Pripyat es la ciudad abandonada, de donde se ven tantas fotos, y está Chernóbil. Las dos están ahí en una zona pequeña. El resto es un paisaje como si entraras a un parque nacional, de estos grandes, como Yellowstone. Un sitio de bosques, de praderas, con muchos lagos, lagunas, un río... La verdad, es un sitio muy bonito. Para alguien que le guste la naturaleza, es espectacular.
P: O sea que la naturaleza realmente ha resurgido después de toda la catástrofe.
R: El bosque, en general -bosques de pinos, de abedules, de robles-, en el momento del accidente ocupaba el 40% de toda la superficie, y ahora está en un 80%. El bosque se ha ido extendiendo, ha ido recuperando esas zonas que se habían puesto en cultivo siglos atrás, y todavía más en la época soviética.
P: ¿Y han llegado otras especies que no estaban antes del accidente?
R: Pues han llegado, a través de Bielorrusia, los bisontes. El bisonte europeo, una especie muy parecida [al caballo] porque se recuperó a partir de 12 ejemplares de zoológico, y esos sí que se habían liberado en Bielorrusia, y desde allí han llegado a la parte ucraniana. Y otra especie muy representativa son los lobos. Los había, pero bueno, con la actividad que había por allí antes del accidente, existía una presión sobre ellos muy importante. Ahora no hay gente y tenemos toda esa abundancia: de ciervos, de alces, de corzos. En Chernóbil está la mayor densidad de lobos de toda Europa. Son todos los grandes símbolos: los lobos, los caballos, osos pardos. Estos últimos no estaban cuando ocurrió el accidente, los habían cazado todos un siglo antes. Y hará unos seis o siete años cuando empezaron a verse, y cada vez son más abundantes. Hay una pequeña población también en expansión en toda esa zona.
Yo siempre digo que una de las lecciones que nos cuenta Chernóbil ahora es qué hay que hacer si queremos realmente conservar algunas especies, que es dejarlas espacio. Dejar de tener, como ocurre muchas veces aquí en España con los parques nacionales, que al final no dejan de ser un reclamo turístico; u otros que ahogamos quitándoles el agua o cosas por el estilo. Si queremos realmente conservar un ecosistema o algunas especies, lo que hay que hacer es dejarlas espacio o dejarlas tranquilidad. Es parte de la historia que cuenta Chernóbil de manera muy clara.
Ahora nos quedará ver un poco el impacto que ha podido tener ese mes y pico de ocupación y un poco de descontrol que hubo en la zona. Creo que ha sido poco. El impacto es mucho mayor a nivel humano, evidentemente, y a nivel de que ha frenado todas las colaboraciones científicas que había allí. Era muy interesante desde el punto de vista del intercambio de ideas y también una fuente de ingresos para esa zona.
P: Quería también preguntarte por un proyecto que he leído que surge a raíz del tema de la calima que llegaba en marzo a España. ¿Cómo surgió esa idea y qué fue lo que encontraste?
R: Surge también un poco del hecho de trabajar en Chernóbil, colaborando con gente que parte de lo que lo que hace es mirar los niveles de radiación que todavía quedan allí a nivel del suelo y cosas por el estilo, que es luego información que nosotros utilizamos en nuestros trabajos para saber –tanto con caballos como con anfibios– por qué zonas se mueven y a qué niveles están expuestos. Partiendo de la relación con investigadores franceses que trabajan en eso y con este fenómeno tan espectacular de calima que hubo a mediados de marzo. Una de las cosas con las que estos colaboradores nuestros trabajan es midiendo los niveles de radiación en cualquier suelo de Europa, más allá de Chernóbil, porque eso se utiliza para medir la erosión.
Son compuestos artificiales. Tanto el cesio como el plutonio, o vienen o de pruebas nucleares o de accidentes como el de Chernóbil, no vienen de la naturaleza. Lo que ocurre con fenómenos como el de la calima, cuando son tan recurrentes y tan masivos como el que hubo, es que esa calima, esa arena, también trae partículas radiactivas. Trae partículas de muchos tipos: hierro, sulfatos... Y, entre ellas, partículas también radioactivas. Entonces, está alterando esos mapas que se tienen para mirar la erosión del suelo. Es bueno saber hasta qué niveles, porque luego sino todos estos trabajos que se hacen se van a ver también afectados.
Además, tiene una segunda derivada. Y es que siempre se habla de que viniendo del Sáhara, donde hubo pruebas nucleares en los años 60 por parte de Francia, en Argelia, [las nubes de polvo] podrían también traer parte de esa radiación, de aquellos trabajos nucleares. Que haya quedado también en la arena del Sáhara, que es donde se hicieron. En todo caso, son cantidades mínimas, pero bueno, es una cosa también que medir. De momento, son niveles totalmente ridículos. Son muy, muy bajos. Son muchísimo menores que los de las zonas contaminadas de Chernóbil. Eso seguro.
P: ¿Qué próximos proyectos tienes en mente? Entiendo, por lo que has dicho antes, que la tarea pendiente es volver a Chernóbil.
R: Volver a Chernóbil es prioritario, también desde el punto de vista personal. Volver con nuestros colegas ucranianos, volver a estar allí en el campo, volver a intentar normalizar todo. Para mí, seguir trabajando allí es una prioridad, no solo desde el punto de vista de seguir mirando lo que pueda quedar allí de radiación, sino que casi me interesa más ahora mismo todo el proceso de renaturalización de la zona, de recuperación y de cómo esas especies van avanzando y como el ecosistema va cambiando.
Desde un punto de vista de laboratorio, estamos trabajando en un proyecto con el Consejo de Seguridad Nuclear español para redefinir bien los niveles de seguridad. En este caso, trabajando con anfibios. Hay niveles que están internacionalmente establecidos, pero, por ejemplo, con estudios muy sencillos y muy pocos. Entonces, tenemos un proyecto bastante importante que haremos este año con experimentos, tanto aquí en España como en Escocia, para ajustar esos niveles, para ver si está realmente bien establecidos, si habría margen para modificarlos en este caso hacia niveles más bajos de radiación que protegiera más eficazmente en caso de un accidente a los anfibios y a los ecosistemas en general. Es otro proyecto interesante.
Y, luego, con este proyecto que hemos empezado ahora en Paleolítico Vivo, esperamos, además, ampliarlo, y cuantificar el efecto que todo este proceso de renaturalización de la zona tiene sobre el ecosistema, sobre otros organismos, o los insectos, sobre todo. A ver si podemos trabajar con ellos.