“Me he encontrado con dos guionistas que han tenido una sensibilidad tremenda”, confiesa Pablo Alamá (Valencia, 1991) al ser preguntado sobre el tratamiento del personaje al que interpreta en La noche más larga, miniserie española estrenada el pasado mes de julio en Netflix. En ella da vida a Rey, un joven trans que, por infortunios de la vida, acaba injustamente encerrado en una prisión psiquiátrica.
En la serie, dice, “me gusta cómo está tratado el tema [lo trans]; se pasa muy por encima, no tiene nada ver con la trama del personaje, y a mí eso me mola mucho”. Al final, el conflicto del personaje, recuerda, es que “está encerrado en una cárcel donde no tiene que estar”. Por tanto, matiza, “da igual que sea trans o no”.
Y de eso, Alamá sabe un tanto: a los 23 años empezó su propia transición de género, proceso que recoge en Manual para follarse a un macho con vagina, un proyecto escénico “autogestionado, autoproducido y autotodo" que estrenó el pasado junio en El umbral de primavera de Madrid.
Pregunta: El título lo dice todo, pero ¿de qué va en realidad esta obra?
Respuesta: Tengo que admitir que lo del título es para coger a gente, para llamar la atención, porque luego ni es un manual ni realmente va sobre sexo. Es una obra que empecé a escribir, más o menos, allá por finales del 2019, fruto de una necesidad personal, sin saber muy bien qué iba a ser. Me senté en casa y empecé a escribir mis vivencias en torno a la masculinidad, ya no solo hablando de lo trans, sino de qué es ser hombre, cuál es mi identidad, quién soy. Fue una cosa más terapéutica para mí, porque necesitaba ser más consciente de todo mi proceso, de cómo lo estaba llevando.
P.: Entonces, ¿es autobiográfica?
R.: Es una obra bastante biográfica, tiene una parte de teatro documental y otra de autoficción en la que cuento mi historia. Evidentemente, está decorada, hay cosas que no son verdad, porque también me gustaba jugar con lo que es real y lo que no. Y como también me gusta mucho el teatro documental, quise incluir documentos audiovisuales míos de cuando estaba en plena transición a los veintipocos años. Al final es una obra bastante íntima.
P.: Es íntima, pero también tiene un componente social y crítico.
R.: A lo mejor de repente roza lo político o lo social o la crítica, pero siempre todo desde mi vivencia, desde yo como persona, y exaltando lo que nos hace humanos. Quería transmitir que soy trans, que he vivido todo esto, pero no por ello soy menos persona que cualquiera que esté sentado ahí entre el público. Porque todos tenemos realidades que difieren de la norma. Estar completamente en la norma es un ideal, es una cosa que es imposible, es un constructo muy difícil de alcanzar.
P.: En la obra estás completamente expuesto al público. Ha tenido que ser complicado.
R.: Las funciones empiezan conmigo en escena y claro, yo veía entrar al público y pensaba 'cómo me gustaría ahora mismo salir corriendo'. Lo pasaba fatal siempre al inicio, pero luego lo bonito es que terminaba la obra y me sentía fuerte. En general, el público que vino a verme me hizo sentir que compartir esta vulnerabilidad nos hacía más fuertes a todos. Me he expuesto mucho, pero no he sentido en ningún momento que fuera algo negativo.
Alamá asegura que se enfrentó, en todo momento, a la obra desde “la humanidad y el amor”. E intentó dejar atrás el odio y la crítica, porque, admite, “ya hay demasiados discursos de odio ahí fuera como para seguir haciéndolos teatro”. Y es que su obra muestra sin tapujos todo el proceso de transición, desde que comenzó su hormonación hasta la conversación que tuvo con su madre cuando le confesó que era un chico, o cómo ha sido ligar en estos años de cambio.
P.: Empezaste a hormonarte, como parte de tu transición, hace ocho años. ¿Cómo fue tu proceso de toma de decisión? ¿Siempre tuviste claro que eras un chico?
R.: Para mí fue más un proceso de toda una vida; más que tomar una decisión, lo que hice fue ponerle nombre. Cuando entré a la universidad con 18 años, no sabía que existían los hombres trans, pero es curioso porque sí las mujeres trans, y si ellas existen, también los hombres, ¿no? Pero yo no había visto a ninguno en la tele, no había conocido a ninguno en persona, no había leído sobre el tema en absoluto.
P.: ¿Cómo lo supiste, entonces?
R.: Estando en la universidad, una compañera de clase hizo un trabajo para una asignatura sobre teoría de género. Y un día vino, muy astuta ella —que ya lo debía de ver venir—, y me prestó un libro en el que me había dejado subrayada la definición de género fluido. La leí: género fluido, una persona que se encuentra en el espectro entre ambos géneros y que fluye de uno a otro, o que construye el suyo propio entre esos. Y dije '¡ostras, a mí me pasa esto!'. Fue la primera vez que me puse una etiqueta, y ahí descubrí el valor que tienen las etiquetas. Muchas veces nos quejamos de ellas, pero las etiquetas son necesarias para poder nombrarnos, para poder saber que existimos.
P.: Vamos que más que una decisión fue ponerte una etiqueta específica.
R.: Más que tomar una decisión fue descubrir que yo entraba dentro de una etiqueta o de una categoría o de una realidad. Fue un descubrimiento. Y empecé por leer el texto del género fluido y de ahí fui buscando muchísima información hasta que llegué a YouTube, donde descubrí mogollón de chicos trans que grababan videos de su transición. Casi todos eran de fuera de España, pero de repente había algún chico en Barcelona que lo grababa. Al ver estos vídeos, fue como verme a mí, un 'a mí me está ocurriendo todo esto, yo pienso todo esto y me siento así'. Y ahí fue cuando algo hizo clic en mi cabeza y ya tomé consciencia y pude empezar todo el proceso más activo de transición.
P.: Ahora hay mucha más información que cuando tú empezaste el proceso, ¿no?
R.: Veo la cantidad de información que tenemos y digo 'joder, es que ha cambiado mogollón la visibilización de hace diez años a ahora', Porque empecé a hormonarme hace ocho años y no había la mitad de visibilidad que hay ahora, y eso que todavía debería haber más, estamos empezando. Pero los jóvenes de ahora, y los no tan jóvenes —porque hay mucha gente que empieza las transiciones más tarde por desinformación—, tienen mucho más acceso. Tener todos estos referentes a mano ayuda muchísimo y eso es lo importante.
P.: Los referentes siempre son importantes, en todos los aspectos. Y es curioso porque en nuestra infancia había muy pocas personas trans en los medios, pero las que había eran mujeres —como Bibi Andersen o La Veneno—, nunca hombres.
R.: Y también los estereotipos que había entonces era como una cosa muy de cliché, muy estereotipada. He conocido a mujeres trans que no han sabido o no han descubierto hasta muy tarde que eran trans porque no se identificaban con ese tipo de mujer. Porque el ser trans no implica que tengas que ser esta mujer o este hombre llevados a extremos de la feminidad o de la masculinidad. Es que luego, con el género, tú tienes que colocarte en el lugar donde más cómodo te sientas.
P.: ¿En algún momento te has arrepentido de tu transición?
R.: No, no, para nada. De hecho, creo que es muy difícil arrepentirse de algo que te está reafirmando ser quien eres. Para mí ha sido como cualquier otro proceso de búsqueda interna de la identidad. Quiero decir: es un proceso psicológico que, en cierta medida, todos hacemos en nuestra vida. La única diferencia es que las personas trans centramos ese proceso un poco más en una parte muy base de la identidad, que es soy hombre o soy mujer o soy de género no binario, que también existen. Nosotros empezamos construyendo esa base y luego ya viene también todo lo demás. No me he arrepentido nunca, porque yo siempre he sentido que ese era mi proceso, mi viaje.
P.: En ese viaje, ¿ha sido complicado construir tu propia masculinidad?
R.: Sí que ha habido momentos en ese viaje en los que a lo mejor yo me situado muy en el extremo de lo que tiene que ser un hombre y lo que tiene que ser la masculinidad. Todo para luego deconstruirme y decir 'vale, soy un hombre, pero eso no quiere decir que tenga que ser un poco unga unga'. A lo mejor soy un hombre mucho más afeminado, o tengo esta parte femenina que no quiero desterrar solo por el hecho de ser hombre. Ahí también vas construyendo tu masculinidad, la tuya propia, no la que te marca la hegemonía.
P.: Es un poco esa deconstrucción de nosotros mismos que algunos hacemos.
R.: Y que todos deberíamos hacer.
P.: En redes hay bastante debate en torno a la hormonación. Tú decidiste hace ocho años hormonarte. ¿Cómo fue ese proceso? ¿Cómo te afectó? ¿Cómo te sentías?
R.: Yo tenía muchas ganas de hormonarme y tenía bastante claro que me quería hormonar. A lo mejor al principio tenía un poco más de miedo, sobre todo por todo el cambio que suponía. En el momento en el que te hormonas dejas patente hacia fuera, hacia los demás, quién eres. Y sí que tenía un poco de miedo a ese rechazo, a hacer ese cambio socialmente. Pero al final sí necesitamos que los demás sepan quiénes somos y nos acepten, porque nos relacionamos y somos seres sociales. Y es súper necesario que tu entorno te acepte y te vea. Para mí eso pasaba por hormonarme, pero hay gente que no lo necesita.
Sin embargo, Alamá remarca que cada cual "debe decidir sobre si quiere o no hormonarse, o si se quiere operar, o quiere hormonarse, pero no operarse". Y recuerda: "Hay tantas variables como vivencias, y cada uno elige su camino". El suyo, reconoce, sí pasó por hormonarse, y es algo que vivió "con mucha emoción e intensidad".
P.: ¿Cómo viviste los cambios físicos?
R.: Los cambios realmente no ocurren de un día para otro. Es un proceso. Tú no te das cuenta de que tenías la piel mucho mejor a los 20 años que a los 30. Es un proceso tan gradual que yo lo pienso y digo 'no me daba cuenta en el día a día'. Es verdad que al principio estaba en plan 'me ha salido un pelo [se señala la barba], qué guay'. Pero claro, es todo tan gradual que realmente lo sientes como que estás creciendo, está pasando el tiempo. Pasa el tiempo y soy así.
P.: ¿Cómo fue, dentro de todo ese proceso, contárselo a tus padres? Llegas un día, les dices 'soy un chico' y qué pasó, ¿ellos lo intuían?
R.: Me considero muy afortunado, no hubo para nada una mala reacción de mis padres. Hubo algo de sorpresa, evidentemente. También es verdad que me he criado en una casa donde ha habido amor y se ha primado cosas que al final son nimiedades. Quiero decir: qué más da que sea un hombre o una mujer si soy tu hijo y tú eres mi madre o mi padre. Siempre ha habido esa cosa de 'bueno, puede que no lo entienda, pero da igual, eres mi hijo, voy a esforzarme por entenderlo'.
P.: Parece que fue fácil.
R.: Fue relativamente fácil. Evidentemente, ellos no tenían información. Entonces también hubo un punto en el que tuve que explicarlo. Pero creo que mola, porque futuras generaciones ya no tendrán que explicar a sus padres soy gay y ser gay significa esto, o soy trans y ser trans significa esto. Porque además de lo que estoy viviendo, tener que hacer pedagogía… Pero bueno, ahí te tienes que armar un poquito de paciencia. Pero no es más culpa de ellos, es la época en la que nacieron y la poca información que había para esa generación. Pero fue bastante sencillo.
P.: Y cómo reaccionaron.
R.: Mi padre recuerdo que me dijo 'pues qué bien, yo siempre había querido tener un hijo'. Yo me quedé a cuadros. Porque además soy una persona que siempre se pone en lo peor y de repente me dijo eso mi padre, y yo me quedé como '¿y ya está?', y él: '¿qué quieres que te diga?'. Luego sí que tuvimos un proceso más de entenderlo y explicarle que esto realmente significa que todas estas cosas van a venir de la mano. Pero vamos, que siempre fue bastante fluido.
P.: ¿Y tu madre?
R.: Mi madre fue más un 'bueno, pero ¿tú eres feliz?'. Y sí que ella tenía este miedo a que me pasara algo. Creo que también, como nuestros padres han visto mucha violencia hacia las realidades de género disidentes, mi madre sí que tenía ese miedo de 'vale, pero joder, a ver si te pegan o te pasa algo o te discriminan'. Pero en cuanto empezó a ver cómo se desarrollaba la transición, se le pasó. Porque al final yo he sido una persona normal, aunque sea una palabra que no me guste usar, en el sentido más genérico de la palabra.
P.: ¿Alguna vez te has visto en una de esas situaciones que tu madre temía?
R.: De hecho, nunca, nunca me he encontrado con una situación de rechazo y sé que es suerte. Eso no significa que a las personas trans no se les rechace, significa que a mí no me ha pasado; por lo que sea, no he sentido ese rechazo, porque he sabido cuidarme o porque he tenido ciertas oportunidades que otras personas no tienen. Pero sigue existiendo ese rechazo y basta ver las estadísticas. Pero bueno, en ese aspecto he sido afortunado.
Alamá cuenta que cuando comenzó su transición acudía a una asociación LGTB para recibir acompañamiento psicológico. El actor recuerda que el psicólogo le decía: “'jo, Pablo, deberías contar tu historia, porque generas un referente muy positivo, en el sentido de que no has tenido ese rechazo y tu familia te ha aceptado, hasta te han acompañado muchas veces a las sesiones de acompañamiento psicológico o a los médicos, y es muy bonito que otras familias —ya no otros chavales— vean que se puede hacer esto y que es normal”.
Porque, asegura el joven, es esencial que otros vean que “no pasa absolutamente nada” por embarcarse en este proceso de búsqueda y reconocimiento de la propia identidad. Es importante, insiste, “naturalizar esas experiencias también”. Porque, al final, parece que las realidades trans que se visibilizan siempre giran en torno a lo negativo, el rechazo y la discriminación.
“Pero tenemos que esforzarnos por visibilizar referentes sanos para generar ejemplo”, admite Alamá. Y añade: “Ayuda a muchas familias que a lo mejor tienen un hijo, una hija o un hije trans a decir 'vale, pues si otros padres han podido acompañar a sus hijes en este proceso, a lo mejor no está tan mal y nosotros también podemos'”.
P.: A lo tonto te estás convirtiendo en ese referente que echabas de menos cuando crecías.
R.: Sí, y a mí me da un poquito de miedo, te lo confieso. Hay una parte que me gusta mucho de contar mi historia para que si a alguien le sirve y alguien le ayuda… me parece muy bonito. Porque recuerdo que cuando empecé a buscar referentes me costó mucho encontrarlos y cuando los encontré era como 'ostras, qué guay poder identificarme con alguien, aunque existan diferencias o poder hablar con alguien sobre lo que me pasa y que me entienda'. Porque puedes tener grandes amigos o familiares a tu alrededor, pero si no han vivido lo que es cuestionar tu identidad o ser trans, va a ser muy difícil que te sientas plenamente comprendido.
P.: Entonces, ¿a qué viene ese miedo?
R.: Luego también digo 'pero madre mía, qué responsabilidad', porque yo también cometo errores, porque también estoy en proceso de deconstrucción. Es posible que de repente diga algo que no sea supercorrecto y dentro de unos meses diga 'ostras, pero cómo dije esto'. Hay que dar esa cancha, porque todos nos deconstruimos y la sociedad avanza y vamos descubriendo cosas y vamos aprendiendo. Lo importante es seguir aprendiendo, seguir abriendo la mente.
P.: Al final estamos en un momento social de transformación y vamos aprendiendo todos sobre la marcha. Es un momento de máxima exigencia para ser referente, no te envidio nada.
R.: A mí me parece muy bonito. A veces digo 'guau, pero voy a tener que ser perfecto'. Lo que me da miedo es tener que alcanzar esa perfección si soy referente. Pero no, la palabra referente en parte no me gusta porque te pone en un lugar más alto. Al final no soy un referente, soy una persona con la que, si te está pasando lo mismo que a mí, te puedes identificar y te voy a contar mi vivencia y siempre va a ser la mía, desde lo personal.
No soy portavoz de nada. Pero bueno, si a alguien le sirve lo que yo he vivido, lo que me ocurre y lo que se me pasa por la cabeza y se puede sentir acompañado, me parece estupendo. Y si no, pues no pasa nada.
P.: Hablando de referentes. Cada vez hay más visibilidad para las personas trans, ya sea en los medios, en las redes o en las ficciones, y, sin embargo, los hombres trans parece que os quedáis fuera, incluso con el debate de esa ley que cambiará vuestras vidas. ¿A qué se debe esa falta de representación?
R.: No solo la de los hombres trans. Diría que incluso las personas no binarias están todavía más invisibilizadas. De hecho, es ahora cuando se está empezando a hablar de ellas. De alguna manera, las mujeres trans siempre han sido mucho más visibles, y no sé si a lo mejor viene de una cosa un poco antigua —y tampoco me gusta mucho decirlo— de que físicamente, a nivel de cómo funcionan las transiciones hormonales en hombres y mujeres trans, de alguna manera es más sencillo para un hombre alcanzar cierto pase o cis passing, que se llama cuando tú aparentas ser una persona cisgénero. A mí esto tampoco me gusta, porque hay tantos cuerpos y tan diferentes que no puedes saber si una persona es trans o no.
No tiene mucho sentido, porque a veces ves a un hombre cisgénero que de repente tiene la cadera ancha y la espalda más estrecha y no por eso es trans. Hay muchos cuerpos y las hormonas funcionan de forma muy diferente, pero sí creo que socialmente se ha asociado más que los hombres han tenido más pase en este aspecto. De alguna forma, creo que ellas también lo han tenido más difícil y también puede que hayan luchado más que nosotros por esa aceptación. Siempre se ha visibilizado más y es algo que me parece guay, porque también a través de su visibilización nosotros hemos ido consiguiendo la nuestra.
P.: Ahora qué toca.
R.: Ahora en lo que hay que poner el foco es en que todas las realidades trans se visibilicen al mismo nivel. Porque sí que es verdad, y a mí a veces me chirría, que cuando hay debate o se habla sobre lo trans siempre el ejemplo es una mujer. Y dices 'sí, pero también hay hombres y también hay gente no binaria'. Vamos a empezar a incluirnos todos.
P.: En esa inclusión el mundo de lo audiovisual tiene bastante que decir. Cada vez más, en los últimos años, se está intentando visibilizar lo trans en muchas series y películas. ¿Crees que se está haciendo bien?
R.: En los últimos dos o tres años me ha parecido que de repente han nacido muchísima ficción con muy buenos referentes. Por ejemplo, hace poco vi la serie Heartstopper, que me parece preciosa, aunque es muy utópica porque un adolescente no es así, pero me parece precioso que de repente genere esos ejemplos. Y hay un personaje trans, pero la palabra trans aparece una vez en toda la serie. Se da por sentado, no es necesario decirlo. En Euphoria también.
Hay muchas series, sobre todo para un público adolescente, en el que ya no tenemos al típico personaje trans que hace su transición y todo es un desastre y todo es horrible y su mayor conflicto en la vida ser trans. Son adolescentes que tienen conflictos de adolescentes y además son trans, u homosexuales o bisexuales. Lo trans es un conflicto en off o no es un conflicto y de repente los conflictos que tienen es que están enamorados y no son correspondidos.
P.: Entonces, ¿se puede afirmar que vamos a mejor?
R.: A mí eso me parece que se está haciendo muy bien, porque antes sí que veías más una visibilización en torno al conflicto que supone tener la identidad que tienes. Y ahora es como que esa identidad está dejando de ser un conflicto para humanizar y naturalizar a esos personajes, que tienen conflictos en su vida como cualquier otra persona y son trans o son cis y da igual.
P.: ¿Crees que las producciones audiovisuales en nuestro país van cada vez más hacia esos ejemplos, como Heartstopper, a normalizar la diversidad?
R.: Creo que poco a poco sí que nos vamos acercando. Y al final la ficción es un reflejo de lo que ocurre en la realidad. Si en la realidad ya nos vamos acercando a esto, la ficción va a tener que adaptarse. Y si en la realidad empieza a estar aceptado que existen las personas trans, y son aceptadas y visibilizadas, en la ficción va a tener que ser así porque al final la ficción refleja de alguna forma la realidad. Y sí que se ha empezado a hacer.
P.: ¿Se te ocurre un producto patrio dónde lo hayan hecho especialmente bien?
R.: Siempre pongo de ejemplo, porque me gusta mucho, El desorden que dejas, en la que aparece un personaje interpretado por Abril Zamora, que es una actriz trans. En esa serie hace de un personaje donde en ningún momento se dice ni si es trans, ni si es cis, y cada espectador se quedará con una cosa. Habrá gente que sepa que Abril Zamora es trans y dirá que su personaje también, y habrá gente que no sepa nada y le dará igual. Como que de repente eso no se nombra y me gustó tanto que no se nombrara… es como ¡qué guay!
Eso sí, también son necesarias las ficciones en las que eso se nombre para visibilizarlo, porque habrá gente que todavía ande un poco perdida con estos temas. Pero creo que está empezando a ser muy positiva la forma en la que se está visibilizando y eso también es reflejo del momento que estamos viviendo.