Madrid tiene un “encanto intermitente”. Así describe la capital de España el músico alemán Andreas Prittwitz (Múnich, 1960). Para él,“como visitante es muy acogedora”, explica alegremente con énfasis modulado de quien está acostumbrado a comunicar constantemente voz y sonido. Lo que pasa, lamenta, "como habitante, a veces uno necesita descomprimir de ella”.
Prittwitz describe espontáneamente la relación entre la música y la descompresión, y también sus viajes a Asturias y sus inesperados desplazamientos a diferentes lugares del mundo, como si la vida constase de “una sucesión de proyectos”.
Casi como una improvisación comienza la conversación con este músico y actor ciudadano de muchos lugares, gran amante de la música, que ha hecho de todo, desde tocar clásico en el Teatro Real a hacer giras internacionales de pop y rock o exaltar bares clásicos.
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“Tengo poco ritmo y pocas costumbres, soy ciertamente desordenado. Hace tiempo que decidí sacrificar el perfeccionamiento de la técnica por tocar todos los estilos que pudiera y por pasármelo bien. No tengo un horario. Igual pasan meses y no compongo nada. En realidad soy más bien intérprete, pero voy cambiando”, cuenta el alemán.
Resume en tres líneas sus últimas y ciertamente creativas propuestas, todas relacionadas con la tolerancia y los valores en una época ciertamente necesitada de ello. “Me muevo entre una cosa y otra, ahora estoy con la leyendas griegas en las que mezclo teatro y música", dice haciendo referencia a sus conciertos familiares sobre la mitología y la música.
En su conocido proyecto Looking back, improvisa jazz sobre bases de música barroca. o improvisando sobre música barroca. Y también homenajea a Javier Krahe, el gran cantautor que era su amigo y maestro.
Una infancia singular
“Mi infancia fue curiosa”, comparte con ironía. Porque, dice, "tuve unas circunstancias especiales que en realidad fueron las que me llevaron a hacerme músico. Mi padre trabajaba fuera, y desde los 7 años hasta los 15 estuve siempre viajando, a veces viviendo en entornos aislados".
Por ejemplo, cuenta que recuerda cuado llegó al colegio alemán de Grecia. Estaba en un país en el que no hablaba el idioma y tenía todas las tardes libres: "Así que me dio por aprender a tocar la flauta. Como me sentía solo, invertí todas mis tardes en mejorar. Es justo la edad en la que un músico se desarrolla y es difícil que un niño quiera invertir todo su tiempo en eso, pero era mi forma de llenar todo ese espacio", confiesa.
Prittwitz admite que más allá de los "sueños infantiles" como ser piloto o director de cine, "solo quería ser músico".
Poco a poco, cuenta, esas ciudades en las que ha vivido, "diferentes entre sí", y sus nuevos colegios fueron muy importantes para su desarrollo. "Aparte de lo negativo o duro que pudo tener esa época estoy muy agradecido porque he vivido una infancia practicando lo que me gustaba", reconoce.
Después, continúa, “tuve una juventud muy dedicada a la música antigua, prácticamente me perdí a los Beatles por tocar clásico. Cuando llegué a España con 17 años empecé a descubrir que había algo más allá de la música barroca y clásica, y llegué al jazz".
Fue entonces cuando acompañó a artistas y "a los grandes cantautores", como Javier Krahe, Sabina, Miguel Ríos, y Ana Belén y Víctor Manuel. Eso, asegura, le hizo "adquirir muchas tablas en estilos diferentes".
Vivir con Krahe
Hace 15 años más o menos, Prittwitz dejó de irse de gira. “Desde entonces me dedico a proyectos propios y a crear experiencias: sigo con la música barroca y con el pop de grandes conciertos, pero me interesa usar elementos de diferentes ámbitos y combinarlos. Últimamente me estoy abriendo a otros proyectos y he llegado a la actuación teatral e incluso a cantar”, cuenta.
En relación a su evolución personal como creador, explica cómo profesionalmente ha tenido mucha suerte, "en la música comercial de trabajar con los mejores, y como suele ocurrir, los mejores como personas son cercanas y abiertas e interesantes".
Quien más le marcó, porque existía una amistad personal "muy fuerte", fue Javier Krahe. "Era un auténtico ejemplo a seguir y un sabio, podías aprender muchísimas cosas de él… tenía una coherencia, una cultura, una preparación, una seriedad y un sentido del humor aplicable a todas las situaciones. Lo que nos transmitió a los que pudimos estar con él fue un bagaje tremendo".
Una de estas lecciones fundamentales de su admirado Krahe sería que "el humor debe estar presente en nuestro día a día, es muy importante para afrontar problemas y él todo lo explicaba con mucho humor y mucha profundidad". Más allá del homenaje que le está rindiendo ahora, confiesa que lo recuerda a diario. "En muchas situaciones me pregunto ‘¿qué hubiera hecho Krahe en esta situación?’".
Prittwitz cuenta la historia de su amistad: “Le conocí tras una época en la que había descubierto el jazz y la noche, exactamente el día que le vi por primera vez no me acuerdo, porque yo tocaba en los clubs de jazz de Madrid en los 80, en Malasaña, en La Manuela, y ahí me empezaron a ver otros músicos de otros palos, como los Suburbano. Tocamos con Aute, y en esa época conocí a Krahe y me invitó a tocar con él. Temporalmente nos separamos pero siempre volví y siempre he estado con él”.
En sus conciertos, continúa Prittwitz, suele contar "cómo él tuvo mucha influencia en la puesta en marcha de Looking Back". Es más, añade, "el título me lo dio él, la idea de una fusión de música barroca con improvisaciones. ‘¿Qué piensas hacer?’, me preguntó. ‘Versiones sobre compositores muy famosos, te parece bien?’, le dije, y me miró y me respondió ‘Hazlo, y disfrútalo, no se van a enterar’”.
Una vida improvisada
Para Prittwitz la improvisación es un sinónimo de composición. “Alguien que improvisa está componiendo, lo único diferente es que no lo apunta y que no tiene tiempo de repasar, es una forma de ser muy creativa, incluso con más creatividad que un intérprete. La improvisación es una expresión creativa muy grande”
“Tiene una parte que me atrae”, explica. Y continúa: “Quizá sea la del riesgo, porque improvisas sobre la marcha, no te da tiempo a rectificar o pulir nada, existe ese riesgo que percibes, que tienes que medir todo el tiempo, ¿puedo arriesgar más o lo puedo estropear?, esa pregunta te genera una tensión tremenda".
Y añade: "El público lo percibe, porque en un concierto de clásico de una obra, la conoces, normalmente el público también y al final hablas de la ejecución, pero en una impro el espectador se pregunta ‘¿por dónde saldrá?’ y eso es bueno porque la música necesita tensión. Así que te quedas con el recuerdo de las emociones, más que con una melodía concreta".
“Es la magia de los conciertos en directo”, indica. Y confiesa que le cuesta mucho "imaginarlos sin esta parte de riesgo". Además, concreta que "hay una tensión negativa en la interpretación, cuando el público espera que no se equivoque el intérprete: con el improvisador, el público sabe que se equivoca constantemente y no le importa, porque todos fallamos todos los momentos de la vida, y debemos ser generosos".
Es más, señala: “La perfección técnica de un intérprete que no se equivoca no me interesa. Me gustan las grabaciones antiguas de Rubinstein en las que se escucha ‘ay’ porque se ha equivocado y sigue tocando, eso me atrae mucho más”.
En su caso, admite, su búsqueda en ese campo es "particular". Y lo explica: "Intento fusionar el jazz con la música antigua usando las improvisaciones, porque si digo jazz nos imaginamos un contrabajo y un piano".
Sin embargo, Looking back toma esa música original barroca o antigua con instrumentos como la viola da gamba y añade timbres modernos de clarinete que improvisa sobre esta música, desde el propio barroco. "Los acordes son los que sonaban antes, pero sobre eso genero una improvisación y sale una música que suena diferente”.
Improvisación como tolerancia
“La improvisación está omnipresente en todo, en la vida, por supuesto, improvisamos constantemente así que deberíamos en la música también”, sentencia.
"Hasta que empezó la academización exagerada que ha hecho que la música clásica sea elitista existía con mayor naturalidad. Hasta Chopin era un gran improvisador, y era lo que le gustaba. En la música popular se improvisa, en el pop, no hay estilo de música ni por épocas ni por estilos o culturas, que no utilice la improvisación, debería estar siempre presente", afirma.
“Hoy en día estamos encasillados, etiquetados, hay tantas etiquetas también en la música… yo ya me he perdido. Sobran etiquetas, la base está en hacer lo que uno quiera y utilizar los recursos que tenga disponibles, lo que no se ha unido, unirlo. De hacer cosas nuevas… si no, nuestro sistema musical está agotado", insiste.
Y concluye: "Tenemos doce notas y las combinaciones para que salgan unos acordes, se sabe lo que hay, lo que nos queda es mezclar texturas, y este sentimiento es maravilloso… ¿Un instrumento de otro país y otra época? Es un juego infinito, hermoso y necesario".
Próximos proyectos
“Al morir Krahe, Anguita y López hicimos un grupo, llamados con esa intención Los huérfanos de Krahe, y empezamos a tocar sus temas en bares. Estuvimos como dos o tres años, hasta la pandemia. Es un autor de una importancia muy grande, era casi una obligación hacerlo”, cuenta.
Que no desaparezca el legado de Krahe es lo más importante para este músico: “Primero porque la gente lo está demandando, en estas épocas de tanta tensión, agresividad y egoísmo, recordar y escuchar de nuevo al maestro nos sienta bien a todos, con una visión más sensata y alejada de polémicas”.
Además, Prittwitz seguirá con “conciertos didácticos familiares con orquesta, el tercero sobre mitos y leyendas griegas, que sería tras Eolo y Pan, Zeus, con orquestas y música épica en unos meses”. En paralelo, “con Looking back se conectan nuevos programas, estoy desarrollando una versión de una ópera barroca, con algunos elementos flamencos y árabes, y quiero hacer un montaje de esa opera”.
Como los que le conocen bien pueden confirmar, la creatividad de Prittwitz es un rayo que no cesa, y esa energía sigue aportando valores a diferentes ámbitos de la música.