El cuerpo de la Policía Local de A Coruña cuenta, desde la primavera de 2021, con una Unidad de Violencia de Género, que, como explica Susana Catalán, una de las dos agentes que la conforman, se integra dentro del sistema “por una necesidad y una falta de recursos de otras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado a nivel nacional”. Porque en esta materia, en realidad, son ellos –la Policía Nacional y la Guardia Civil– quienes tienen las competencias.
Sin embargo, explica Catalán, en una ciudad del tamaño de A Coruña, la Policía Local funciona mucho más como “una policía comunitaria, próxima al ciudadano, más cercana”. Por eso, desde el año pasado “apoyan” y “colaboran” en materia de violencia de género. Y es que, a pesar de “esa parte negativa de multar y denunciar infracciones”, la agente reconoce que los municipales tienen “una carga social muy importante”.
Al final de cuentas, la proximidad al ciudadano, asegura, le “da esa capacidad de relacionarnos más con los problemas sociales”. Y ahora, sin duda, junto al bullying –para lo que también tienen una unidad especializada en A Coruña–, uno de los principales retos a los que se enfrenta España es erradicar la lacra de la violencia machista.
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Sin embargo, como cuenta esta policía que también es doctora en Filología, la falta de recursos humanos, de personal, entorpece la labor de los agentes. “Pero las circunstancias son las que son y tenemos que optimizar todos los recursos que tenemos”, indica.
Pregunta: ¿En qué consiste el trabajo de la Policía Local de A Coruña en materia de violencia de género?
Respuesta: La Policía Nacional y la Guardia Civil están saturados por desgracia en este tema, porque hay mucho trabajo. La función de la Policía Local realmente es la de proximidad en una primera intervención. Llegamos más rápidamente porque tenemos patrullas de barrio.
P.: ¿Y el de su unidad?
R.: Nosotros, como unidad especializada, hacemos seguimientos, es decir, colaboramos en la protección de las víctimas, que realmente es una de las tareas que conlleva una mayor responsabilidad como policías. Y es una labor que a lo mejor no entra tanto dentro de lo que es la imagen que tendría una policía local, pero que sí que estamos ahí porque es necesario.
P.: Tiene que ser muy frustrante esa parte de protección de las víctimas, porque al final es el día a día, es lo duro, es lo difícil cuando sobre todo cuando falla…
R.: Es que es un sistema muy amplio, muy grande en el que hay quizás demasiados agentes implicados –pero son los que tienen que estar–, porque realmente la protección o la asistencia integral de las víctimas requiere a todos esos agentes. Cada vez hay más protocolos de colaboración o de coordinación interinstitucional, que son también necesarios, pero es muy complicado llevarlos a cabo y hacerlos efectivos. Especialmente porque tenemos carencias en todos los ámbitos, y sobre todo en el ámbito de recursos humanos.
Catalán insiste en esa carencia de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado: “Nos falta gente que apoye o que asista a las víctimas psicológicamente”, reclama. Ella, que lleva más de un año haciendo ese trabajo, casi de campo, de seguimiento de las supervivientes, sabe de lo que habla.
Por eso, insiste en la necesidad de profesionales especialistas que “trabajen con ellas en el ámbito personal, en el asesoramiento jurídico también, que es muy importante, sobre todo antes de denunciar”. Porque, cuenta, "tanto antes como después de la denuncia hay momentos difíciles con las víctimas". Y es que asegura que muchas no quieren denunciar, otras veces "los casos van de oficio" porque la Policía interviene y es el Ministerio Fiscal quien continúa con la causa…
P.: ¿No quieres salir de esa situación de violencia?
R.: No es que no quieran salir, es que se han adaptado tanto a esa situación que es importantísimo trabajar con ellas en esa fase previa a la denuncia. Pero eso no se suele hacer.
Esa, asegura Catalán, es su queja principal. Porque, cuenta, al trabajar en su unidad se experimentan de primera mano las situaciones personales que tiene cada víctima y "el proceso es tan largo y tan duro y tan agotador…". El problema, remarca, está en "todo lo que conlleva a nivel personal". Y añade: "A ellas les cuesta muchísimo recuperar la normalidad".
Por eso insiste en que hay que "trabajar con ellas en el ámbito de la asistencia psicológica, para que una vez que se decidan a denunciar, no vuelvan atrás".
P.: ¿Es habitual que las mujeres que asistís en su unidad se echen atrás?
R.: Es muy habitual, porque tener a un policía que los está llamando cada equis tiempo, mientras él puede estar libre, puede tener una pulsera del dispositivo… Realmente en las que hay que centrar el foco de atención es en ellas. Y sí, que todas las leyes, todas las normas autonómicas, estatales, etcétera, abogan por esa asistencia integral a las víctimas. Pero la eficacia real no existe muchas veces.
P.: Al final, como decía, faltan recursos.
R.: Es fácil hacer leyes, es fácil dictar normas, protocolos que quedan muy bien en el papel, pero después a la hora de aplicarlos hay que contar con todos los elementos. La coordinación entre servicios sociales, por ejemplo, o el tratamiento o asistencia psicológica, el asesoramiento jurídico que tienen que tener. Hay una serie de elementos que son claves para que las mujeres se decidan a denunciar y que, una vez lo hagan, no se echen para atrás.
A día de hoy, la unidad de Catalán está formada por dos personas. Ella y un compañero. La policía explica que su labor es muy complicada en ocasiones porque tienen que realizar "un trabajo casi integral". E insiste en que no solo es de protección, porque "ellas muchas veces quieren hablar, quieren que les aconsejes, es una consulta que están llamando a su abogado y no les coge el teléfono y nos llaman a nosotros".
Asegura también que muchas de las mujeres a las que hacen seguimiento se ponen en contacto con su unidad por pura desesperación al no conseguir las citas previas que necesitan para la asistencia integral. "Una mujer tiene la opción de que le asistan allí en la oficina de las víctimas o desde el propio juzgado, pero una vez que sale de allí es como un entierro", sentencia.
Y es que, recuerda, "la mujer acude al juzgado, hay una sentencia y una vez que sale de allí, que tenía todo el apoyo del abogado, de Servicios Sociales, y se acabó. Se queda sola". Y luego que también tenemos que contar con un montón de circunstancias que rodean a la vida personal de la víctima. Por qué ha llegado a esa situación. Por qué alguna repite situación. Por qué una vez que llegan al juzgado se echan para atrás. Hay que plantearse el origen de todo.
P.: ¿Os habéis encontrado con víctimas que no son conscientes de que lo son?
R.: Sí, sí, sí.
P.: ¿Qué hacéis en esos casos cuando tenéis que intervenir en una situación así?
R.: Es que la mayoría de las intervenciones policiales, a nivel general, cuando se acude a un domicilio es la punta del iceberg. Es decir, es lo que da la señal de alarma de que ahí existe algo. Y si nosotros observamos indicios o intuimos que ahí puede existir realmente un caso de violencia de género, aunque ella se niege a denunciar o aunque no quiera, la policía tiene que actuar de oficio, tiene que actuar sí o sí.
Suena un poco contradictorio, porque la policía tiene que ser imparcial, tiene que ser objetiva y objetivar todo lo que observa cuando acude a una llamada, pero en estos casos es muy difícil objetivar. Es muy difícil que un policía diga 'no, no, ella dice que no y no pasa nada'.
Cuando hay algo que te reconcome, te quedas con cargo de conciencia y hay que hacer algo más. Es decir, yo podré dar cuenta a alguien, a través de una comparecencia o de un informe al juzgado se informa de que ahí hay una posible situación de violencia de género, independientemente de que ella no quiera denunciar. Sí que ahora a nosotros se nos da esa potestad a mayores de intervenir de oficio.
P.: ¿Y cuándo saltan las alarmas, normalmente, para actuar de oficio?
R.: ¿Cuándo nos alertamos? Pues cuando hay muchas llamadas de ese domicilio, cuando llegas y la víctima no quiere declarar, o cuando en el domicilio hay menores u otras personas que no quieran declarar… Es muy complicado.
P.: ¿Hay situaciones que generan dudas?
R.: Si una situación puede generar dudas, lo importante va a ser la protección de la integridad de la víctima o de las víctimas, aunque el maltrado solo sea psicológico. Que luego ese es otro tema, ese tipo de violencia son muy difíciles de detectar y de demostrar después, una vez que denuncia la víctima. De hecho, hay muchos casos en los que a ellas les cuesta mucho salir precisamente porque es casi exclusivamente un maltrato psicológico, a todos los niveles y todo el abanico de casuística que se puede dar ahí dentro.
P.: En esas situaciones, ¿a las víctimas les cuesta más darse cuenta de la violencia que sufren?
R.: Sí que les cuesta darse cuenta. Muchas no son conscientes de que están siendo víctimas.
P.: Están casi normalizando ese tipo de conducta o de situación.
R.: Claro, es que hasta que no me agrede físicamente no es maltrato para mucha gente. Pero sí es maltrato. Yo muchas veces hablo con ellas y les tengo que decir 'tú sabes que esto ya es una forma de maltrato, te está controlando, qué tiene que mirar él en tu móvil, por ejemplo, qué tiene que decirte de con quién estás hablando o de con quién has estado o de dónde vienes'.
P.: ¿Habéis detectado un retroceso en ese aspecto? Porque cuando hablamos por ejemplo de violencia de género en jóvenes y adolescentes, lo más llamativo es la normalización que hay de ese control de las redes sociales.
R.: Es la cruda realidad. Nosotros vamos mucho a dar charlas a colegios y a institutos, sobre todo a la fase de educación secundaria, que es donde ya empiezan a tener sus primeras relaciones, novietes, amigos especiales, etc. Donde, como dice muchas veces mi compañero, cambia la forma de mirar al compañero de clase. Justo en esas fases es donde, desde Educación, desde los institutos muchas veces nos llaman y nos piden darles una charla sobre, la inmensa mayoría de las veces, el uso responsable de redes sociales y la estrecha relación que existe entre violencia de género y las redes sociales.
P.: ¿Las redes sociales están fomentando la violencia de género?
R.: Porque en generaciones mayores o no tan jóvenes, el uso del teléfono móvil o de las redes sociales sí que es verdad que somos un poco esclavos de la imagen y de las redes, pero en la adolescencia es un problema más estructural. Y aquí es como decir bueno, estas generaciones, que ya incluso algunas han nacido con la ley de violencia de género, con la ley proteccionista de las mujeres, vuelven a repetir o incluso empeoran comportamientos que son completamente machistas o completamente sexistas.
La cosificación de la mujer, bueno pues estamos volviendo, y las redes sociales tienen mucho que ver en eso. Es que no hay un uso responsable. Hay chavales de 13, 12, 11 años que tienen móvil y, a ver, no lo digo yo, es que lo dicen los expertos y los que realmente están estudiando o analizando sociológicamente toda esta evolución, y al final, en el caso de la violencia de género, supone una involución.
P.: ¿Qué está pasando?
R.: Tenemos una ley, tenemos unas campañas de sensibilización, concienciación, etc., nosotros vamos a dar charlas, cualquier fuerza y cuerpo de seguridad va a dar charlas a los colegios sobre redes sociales y todo queda muy bien. Te dicen que sí, pero luego te hacen un cualquier comentario y dices 'pero ¿realmente estás pensando eso?'.
Porque te dicen 'pues qué problema hay en que mi novio sea un poco celoso'. Es que a lo mejor es un poco celoso, pero dentro de un par de meses esos celos se convierten en algo más. No se están detectando esos comportamientos o esas conductas como violencia de género y sí que lo son. Es un gran problema que a día de hoy esa juventud, esa adolescencia y preadolescencia, tenga esa mentalidad que parece como sacada de los años 70.
P.: Estamos retrocediendo…
R.: Es que les preguntas cuántos seguidores tienen y te dicen que 1.000 o 2.000. ¡Un niño o niña con 13 años tiene 1.000 seguidores! Gente que solo te siguen en redes sociales y le da a me gusta. Antes te perseguía por la calle un desconocido y te ponías nerviosa o nervioso. Hemos normalizado esa situación, como se han normalizado las escenas violentas: se ha normalizado tanto ver imágenes de peleas, golpes, que es un poco inquietante, cuando menos, el hecho de ver cómo los chavales ven normales ciertos comportamientos.
P.: ¿Cómo cuáles?
R.: Es decir, ese yo quiero conseguir algo y si no lo consigo por las buenas, porque me dicen que sí, en el momento en el que me dicen que no o me continúan diciendo que no, pues entonces cambio y me vuelvo agresivo, o utilizo la agresividad o la violencia para conseguir mi objetivo. Y no sabemos hasta qué punto nuestra función como fuerzas y cuerpos de seguridad o como instituciones podemos ponerle freno a todo eso. Porque puedes hacer muchas campañas de concienciación, pero los que tienen que poner freno son ellos mismos. Y si ellos no están concienciados de que eso es violencia, no va a haber manera de resolverlo hasta que pase algo.
P.: ¿Tienen casos o intervenciones en víctimas menores de edad?
R.: Hay muchos casos. En nuestro cuerpo de policía tutor, por ejemplo, ellos sí que pueden detectar un caso de bullying que entraña por detrás una violencia doméstica, por ejemplo. Esos tipos de situaciones son muy habituales. Es como si fuera un inframundo o algo que nos encontramos ahí, que existe, pero que las redes sociales, la realidad, nos la pintan de un color rosa que no se ajusta a lo que hay de verdad. Y entonces sí que es una problemática.
Porque ellas no llegan a ser plenamente conscientes de que están siendo víctimas o de que han sido víctimas durante equis tiempo, sea por un periodo corto que en esos casos sí que hay un daño emocional importante, pero no es tan importante como una violencia de género sobrellevaba durante años, años y años.
P.: ¿Tienen casos de personas mayores?
R.: Con las personas mayores es igual de complicado o incluso más, porque ya llevan muchos años en esa situación. Ya te hablo a lo mejor de mujeres de 80 para arriba, octogenarias que no quiero pensar todo lo que han vivido. Y es duro hablar con ellas porque realmente tampoco son conscientes.
Todo eso que han ido aguantando durante tantos años y que han ido normalizando y a lo que se han ido habituando durante tanto tiempo, pues llega una fase en la que se dejan ir, como que te dicen 'sí, han intervenido mis hijos o esa ha sido una denuncia de una prima o de mi hermana, pero yo es que realmente no veo cuál es el problema'. Entonces es muy, muy difícil y la mayoría de ellas son reacias a que les hagas el seguimiento, a verse protegidas.