Son pocos los que no han oído hablar de Cary Joji Fukunaga (California, 1977). Con Sin nombre (2009) se llevó el premio al mejor director en el Festival de Cine de Sundance. Poco después, su versión de Jane Eyre (2011) puso los focos sobre este, por aquel entonces, joven director estadounidense.
Después vinieron un éxito tras otro: está tras el guion de It, y también escribió y dirigió éxitos como Beast of No Nation –la primera producción original de la plataforma Netflix–, la serie True Detective o la miniserie Maniac.
En 2021, se puso tras la cámara para dirigir Sin tiempo para morir, el adiós de Daniel Craig al agente más famoso de la historia: James Bond. Es uno de los cineastas más de moda, pero justo cuando estaba en lo más dulce de su carrera decidió cambiar, momentáneamente, de rumbo.
Cuando Rusia invadió Ucrania el pasado año, Fukunaga empezó a reflexionar sobre su vida y su carrera. Por eso, en marzo de 2022 decidió embarcarse en una nueva aventura. Junto a la oenegé World Central Kitchen y el chef José Andrés, se fue al país europeo como voluntario. Por el camino, fue fotografiando lo que veía a su paso con su cámara Leica, fiel compañera en su viaje.
Ahora, expone el resultado de sus meses en Ucrania en la Leica Gallery de Madrid. Es allí donde se reúne con ENCLAVE ODS para enseñarnos su trabajo y explicar, de primera mano, la labor de la oenegé del chef español en un conflicto que ya casi dura un año.
Pasó de dirigir cintas que hablan de derechos humanos, como Sin nombre o Beast of No Nation, a rodar True Detective o la última película de James Bond. Como cineasta, ¿con qué tipo de proyectos disfruta más? ¿Cuáles le llenan de verdad?
Durante las Navidades hablé mucho sobre mis amigos sobre esto, porque hacer cine es un trabajo raro y muy deseado, pero no es para nada tan lujoso como mucha gente se cree –implica meses y años de tu vida, especialmente si diriges–, por lo que las decisiones laborales que tomas son mucho más importantes, no hay vuelta atrás con un proyecto. Y es verdad que he hecho muchas películas en los últimos años. Sabes, se dice mucho eso de 'haz uno por ellos y una por ti', pues yo he estado haciendo muchas para ellos a la vez que he intentado llevar a cabo alguna para mí. Está siendo un camino muy complicado porque las películas que encuentro más gratificantes no son las más lucrativas.
Pero ni Sin nombre ni Beast of No Nation fueron fracasos de taquilla.
No perdieron dinero, pero no fueron taquillazos tampoco. Beast of No Nation, al ser la primera película de producción propia de Netflix, es complicada juzgar a nivel taquilla, pero si se hubiese movido en los círculos tradicionales dudo que hubiese recaudado mucho. No hay que ser muy sagaz para darse cuenta de que no es el tipo de película que una persona hubiese corrido a ver al cine. Pero hacer esas películas, aunque haya sido complicado, fue mucho más gratificante que cualquiera de las otras.
Son proyectos muy personales…
Eso al final tiene mucho que ver con el contenido, con la historia. El cine es la manera más poderosa de crear empatía por personajes con los que sabes que nunca interactuarás. Acercan al público a situaciones con las que nunca se toparán en la vida real. Son las historias que me importan.
Por ejemplo, el pasado febrero, cuando estaba viendo en las noticias cómo Rusia invadía Ucrania, empecé a pensar en el tiempo que pasé trabajando en la miniserie Maniac –aunque realmente me interesa el tema de la salud mental–, y en True Detective y en Bond… y me empecé a cuestionar todo el esfuerzo puesto en estos proyectos enormes que en realidad no son sustanciales para la gente. Por mucho que Bond sea un superéxito –y no quiero subestimar lo que supuso dirigirla–, después sentía que necesitaba involucrarme de nuevo en lo que estaba pasando en el mundo.
Y entonces fue a Ucrania.
Exacto.
¿Cómo tomó esa decisión?
No fue tan complicado.
Pero no puede ser sencillo, siendo uno de los cineastas más de moda del momento, eso tomarse un descanso, dejar de lado otros proyectos, coger el petate y cruzar el charco para meterse en una guerra. ¿Cómo llegó a la conclusión de que tenía que hacerlo?
Ni siquiera fue una decisión intelectual, tuvo más que ver con cómo me sentía. Estudié historia y política en la universidad, hice voluntariados comunitarios a los veintipocos, aún soy mentor voluntario, trabajo con jóvenes estudiantes racializados en la NYU… pero mis sentimientos acerca de guerra estaban claros –y no voy a meterme ahora en todas las en que Estados Unidos se ha metido, ahora hablo de la guerra de Ucrania en particular. Sentía que podía ir allí y hacer algo realmente de provecho.
Decidió irse de voluntario y no para hacer algo relacionado con el cine.
Realmente quería hacer algo que no tuviese que ver con el cine, porque lo lógico hubiese sido irme a hacer un documental sobre la guerra. Pero la verdad es que ya hay cineastas jóvenes con mucho talento en Ucrania que ya lo están haciendo. Uno de mis amigos ucranianos acaba de enterarse de que su documental ha sido admitido en Sundance.
No quería que mi trabajo distrajese al público de lo que ya está haciéndose, sino que quería usar las manos, hacer otro tipo de cosa, entender cómo trabaja World Central Kitchen y ofrecer mis habilidades para ayudar. Como cineasta, tu trabajo consiste casi siempre en resolver problemas, así que no era complicado traducirlo a la ayuda humanitaria.
¿Cómo conectó con World Central Kitchen?
Tengo este proyecto documental sobre alimentación en el que estoy trabajando con el chef René Redzepi y el periodista Matt Goulding, y Matt conoce muy bien a José Andrés, así que le pedí, hace ya un año, si podía ponerme en contacto con él. En febrero hablé varias veces con él y me puso en contacto con el CEO de la oenegé.
No son una organización de alfombra roja que te pone vuelos y hoteles, sino que ponen a trabajar a quien llame a su puerta y tratan a todo el mundo por igual, no hay favoritismos. Así que llamé a su puerta y así pasó todo.
No quería hacer nada relacionado con el cine, pero acabó montando una exposición de fotos.
Estas imágenes son momentos robados. Hay fotos de una de las colas de reparto de alimentos, otra que hice cuando estábamos llevando un pedido a un restaurante local, íbamos de un sitio a otro para asegurarnos de que todo el mundo tenía lo que necesitaba, y en el camino cogía mi leica y hacía retratos de lo que veía cuando podía, porque ese no era mi objetivo: estaba allí para entrar en zonas que se habían quedado aisladas del mundo y preguntar qué necesitaban los civiles.
¿Cómo era el día a día de su trabajo con la oenegé?
La fotografía ocupó el 1% de mi tiempo. El resto del tiempo lo dediqué a ayudar donde me necesitaban. Cuando llegué a Ucrania, al oeste del país, pregunté por las semillas. Quería saber qué estaba haciendo World Central Kitchen no solo para proveer comida inmediata, sino para garantizar el futuro de la alimentación. Y empezamos a ver qué podíamos hacer para crear una especie de banco de semillas, porque Ucrania es el almacén de grano del este de Europa, pero también de Oriente Medio y de África.
Esta guerra no afecta solo a los blancos ni a Ucrania, este conflicto tiene un efecto dominó en muchos países de todo el mundo que dependen de sus cereales. Por eso, me reuní con agricultores, nos explicaron qué necesitaban para poder mantener, en el futuro, sus cosechas, y cuando volvimos a Kiev nos reunimos con el ministro de Agricultura y personas del Gobierno para ver qué podíamos hacer para asegurar el futuro agrario del país.
Su trabajo era, entonces, hacer contactos.
Al final, mi trabajo era coger el teléfono y fingir que sabía de qué coño estaba hablando. También estuve con José Andrés entrando en la ciudad de Bucha cuando fue liberada para saber cuánta gente quedaba, cuántas personas habían sobrevivido, te hablo de incluso antes de que saliese en los medios que había habido una masacre. Fue días antes de que fuese noticia. Y simplemente fuimos a decir 'estamos aquí, tenemos almacenes llenos de comida en Kiev, cómo se la hacemos llegar a la gente que lleva 35 días escondidos en sus sótanos'.
Me decía antes de empezar la entrevista que también estuvo en Dombás.
Sí, también estuve en Dombás, donde hice buena parte de las fotos. Es una situación muy rápida, no tienes tiempo para pensar, es muy fluida: si tienes que mover sacos de comida durante medio día, lo haces; si tienes que irte a hablar con varios restaurantes para ver qué necesitan, lo haces; si alguien dice que hay robos de alimentos, pues vas y vigilas que no se robe; su tienes que moverte a otra ciudad, te vas. Tienes que estar ahí y enterarte de lo que ocurre para poder ayudar.
Aterrizó en Ucrania poco después de la ceremonia de los Premios Bafta del pasado año. Tuvo que ser un verdadero choque cultural, ¿no? ¿Qué fue lo que más le impresionó al llegar a Ucrania?
Ya había estado en zonas en conflicto antes, porque de joven tuve varios trabajos como cámara en documentales. Lo mismo ocurrió con el rodaje de Sin nombre, son zonas peligrosas.
¿Pero es lo mismo ir a esas zonas a trabajar que como voluntario?
Es diferente porque las dimensiones de esta guerra lo son. Pero lo que más me chocó fue la escala de destrucción, nunca había visto nada igual. Aunque, aparte de eso, lo más interesante era ver cómo a pesar de que las ciudades estaban prácticamente vacías, todos los que se habían quedado atrás estaban haciendo algo.
Todos juegan un papel que les da un significado real a sus vidas: esto es lo que hago ahora, la causa que apoyo y lo voy a dar todo. La claridad de ese objetivo es embriagador, intoxica a todos los que vamos allí a ayudar. No intentamos ganar dinero, no buscamos nada, solo estamos ahí para poner nuestro grano de arena. Esa energía lo que hace que todas las trabas y las partes peligrosas merezcan la pena e inspiren a seguir trabajando.
¿Cómo fue eso de acudir a una zona en la que se estaba librando una guerra en directo?
Claro, porque World Central Kitchen normalmente acude después del desastre.
Exacto.
Fueron situaciones verdaderamente complicadas y peligrosas. Y tuvimos mucha suerte. Estuvimos muy cerca del peligro: hubo cocinas que fueron bombardeadas un par de días después de que las visitáramos. No quiero glorificar ese aspecto del trabajo, ni lo cerca que estuve del peligro. Porque la adrenalina de estar en situaciones de vida o muerte es real, pero no deberías hacerlo para buscar ese subidón. Ese no es el motivo.
¿Hay quien lo hace?
Hay gente que va a zonas en guerra como si fuesen turistas. ¡Eso existe, lo he visto! Conocía a varios periodistas entre comillas que se han paseado por Ucrania sin haber publicado ni una sola palabra sobre el conflicto ni ninguna foto. Estaban ahí solo por el subidón.
¿Su motivación no fue esa en ningún momento?
Para mí fue más mi frustración con el mundo del cine, sentía que lo que estaba haciendo no tenía sentido ni impacto. Cuando empecé, quería trabajar en la ONU, quería estar en medio de lo que sucedía y elegí el cine porque pensaba que me ayudaría a encontrar soluciones a lo que ocurre en el mundo… Fui a Ucrania porque estaba convencido de que lo que hiciese allí impactaría la vida de la gente, y creo que lo hizo.
Si le preguntase por una palabra que describiese lo que vio y vivió en Ucrania, ¿cuál elegiría?
Guau, es complicado. [Tras un largo silencio, durante el que el cineasta le da vueltas a la pregunta, lo tiene claro]. Veo amnesia social.
¿A qué se refiere?
En el sentido de que veo cómo la historia se repite.
Es la primera vez en décadas que vivimos una guerra en Europa. Tras su visita, ¿cree que tanto aquí como en Estados Unidos somos verdaderamente conscientes de lo que implica una guerra?
La gente no entiende las consecuencias de un conflicto, al menos no todavía.
¿Cree que lo harán?
Es que para hacerlo hay que vivirlo, hay que salir de tu zona de confort.
¿Ayuda el cine a que la gente empiece a entender la magnitud de la guerra o, por el contrario, la normaliza?
Cuando lo descubra, te lo digo. Pero aún no lo tengo muy claro. Creo que el cine tiene poder, no quiero quitárselo ni mucho menos, pero siento que está siendo muy complicado comunicar lo que esta guerra va a significar en el futuro y lo que está representando ya en el presente. La historia no empezó de la nada, ¿sabes? Este es uno de los muchos eventos que la conforman. Me encantaría pensar que esto acaba aquí, en Ucrania, pero no será así.
¿Qué se lleva a casa de esta experiencia? ¿Le ha cambiado?
Debe haberlo hecho, ¿no? Nunca sabré cómo sería esa versión de mí de no haber ido… probablemente sería una decepción. Solo desearía haberme podido quedar allí más tiempo.
Y como creador, como cineasta, ¿le ha inspirado?
No diría que de manera directa, en el sentido de que no usaría esta experiencia específica para hacer una película, pero sí que tengo en marcha varios proyectos que han cambiado a raíz de esta experiencia.
Una guerra pone la vida en perspectiva…
Justo, eso es a lo que me refería cuando hablaba de los que se quedaron en Ucrania ayudando.
Viene de Hollywood y se dice que la cinematográfica es una industria con altos niveles de toxicidad.
De eso me di cuenta bastante antes de irme a Ucrania, la verdad. La razón principal por la que emprendí este viaje está ahí. Tenía que ir a la ceremonia de los Bafta antes de ir a Ucrania, y hubiese ido antes si no hubiese sido por eso. Fui a los premios, me puse un esmoquin, fui a fiestas… pero no quería estar allí. No me sentía cómodo. Toda la pompa que hay en torno a la industria del cine es… que sí, que es importante que se reconozca tu trabajo, pero es completamente irrelevante cuando hay una guerra en marcha.
Lo dicho, pone las cosas en perspectiva.
Es que estaba en un sótano en Ucrania mientras caían bombas sobre nuestras cabezas cuando Will Smith abofeteó a Chis Rock en los Oscar. Sin duda pone las cosas en perspectiva. En ese momento me di cuenta de que estaba mejor donde estaba que en aquella ceremonia.