“Creamos Anxiños para arreglarle el ala a los ángeles con las alas rotas, para buscar una tela maravillosa que pueda sustituir esa ala, porque papá del cielo tuvo un despiste”. Con estas palabras, Ruth Gómez Vázquez define la asociación que fundó en 2014 como recurso sociosanitario en la localidad de A Baña, en A Coruña.
Los niños que viven bajo su ‘protección’ son, dice, “diferentes”; por eso, asegura en una conversación telefónica con ENCLAVE ODS, “la vida también les es mucho más dura que a los niños que no lo son”. Y Ruth se dio cuenta de ello cuando su vida laboral estaba ya a punto de acabar.
Esta pedagoga, psicóloga, orientadora familiar y maestra se pasó la vida trabajando en el Hospital General de Galicia (A Coruña) y en el Hospital Clínico Universitario (Santiago de Compostela). A pesar de toda su trayectoria, reconoce que de lo que más orgullosa se siente es de ser maestra, pues “es la palabra más bonita después de madre”.
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Eso sí, asegura que nunca ha sido una “maestra normal”. Y cuenta que hizo “todo lo que podía para ayudar a los niños enfermos”. Porque su trayectoria en el Hospital General comenzó en 1975, un momento en el que, confiesa, “no sabía que los niños se morían”. Porque, explica, en su familia solo habían fallecido sus abuelos, ya de mayores.
Ruth, con su síndrome de Peter Pan –“hay un trocito en la cabeza que no me creció”, bromea–, se entregó de cuerpo y alma a sabiendas de que esos niños se morían. “Hice locuras”, confiesa.
Como, por ejemplo, llevar al circo al hospital, allá en los 70, a que pequeños que nunca habían ido pudiesen conocer a los payasos. Por ello, cuenta, estuvieron a punto de despedirla. O viajar con los “enfermitos” y sus “hermanitos” a Disneyland.
Pregunta: Al final lo que ha hecho es dedicar toda su vida –y sigue haciéndolo– a los niños.
Respuesta: Pero sabes qué pasa, que siempre creí que la cosa más triste del mundo era que un padre enterrara a un hijo. Porque, mira, si se te muere tu madre o tu padre eres huérfana. Si se te muere tu marido, eres viudo o viuda. Pero ningún escritor de ningún idioma del mundo buscó una palabra para tan semejante dolor que tiene que ser perder un hijo. Aunque aún hay algo más duro que esto.
P.: ¿El qué?
R.: Algo que comprobé con los niños enfermos mentales. Unos años antes de jubilarme inauguraron una unidad de psiquiatría infantil en el hospital donde trabajaba, y al poco tiempo vi a una mamá llorando, no se me olvidará nunca. Le dije 'por que choras se Pabliño está ben? [¿por qué lloras si Pablo está bien?]', y ella me respondió 'porque teño un cancro [porque tengo cáncer]', 'que vai ser do meu fillo cando eu mórrame? [qué va a ser de mi hijo cuando yo muera]'. Y efectivamente a los ocho meses se murió. En ese momento pensé qué triste tiene que ser para un padre morirse y decir ‘en qué condiciones dejo a mi hijo’.
Y esa fue la chispa que precipitó la creación de la Asociación Anxiños. En su casa-hogar viven 9 niños y niñas de entre 9 y 18 años que acuden a un colegio y un instituto cercanos. Todos ellos conviven en una casa familiar del siglo XVII restaurada, con salas de estudio, jardines y, sobre todo, insiste la maestra y pedagoga, "mucho amor, mucha comprensión, mucho cariño y muchas personas que les ayudan".
Además, asisten a clases de equitación, natación, fútbol o patinaje, dependiendo de los gustos y habilidades específicas del menor. Y reciben visitas regulares de una psiquiatra y una dietista para controlar cómo la medicación afecta a su metabolismo.
P.: ¿Cómo llegan los niños hasta Anxiños?
R.: Los niños llegan gracias a la Xunta de Galicia, que tiene unos programas maravillosos, hay algunos centros a los que, con mucho cariño, mandan a los niños. Hay muchas casas de acogida, la mía es pequeñita, es una casa de familia… los mandan, están muy pendientes de ellos, pagan por ellos, es decir, estos niños no son de beneficencia. Son niños que están protegidos por la Xunta.
P.: Y vuestra labor, ¿cuál es?
R.: Nosotros lo único que les damos y nos pide la Xunta es escolarización, pero sobre todo amor, educación y ponerlos en la sociedad. Los niños tienen de todo, pero lo que necesitan es mucho amor, mucha comprensión y sobre todo entendimiento. Que la gente se dé cuenta de que a veces hay que tener mucha paciencia porque necesitan un plus de todo: de atención, de cariño y de paciencia. Pero cuando de verdad consigues conectar, son la cosa más maravillosa del mundo.
El nuevo sueño de Ruth
Por desgracia, cuenta esta pedagoga, algunos no tienen familiares. Y ellos son, insiste, a los que necesitan buscarles familias de acogida. Anxiños cuenta con una segunda casa ya lista para acoger a nueve de estos menores sin red. Porque, así, "de alguna manera, la familia está acompañada y los niños también”, cuenta Ruth. Y es que asegura que se trata de una simbiosis: “Yo te doy y tú me das, tú recibes y yo recibo”.
Esa, dice Ruth, es su "ilusión". Y cuando se le pregunta por qué solo 9 menores, responde magnánima: "Nueve o diez son los que una madre, estirando los brazos, puede abarcar".
Algunos de los niños que acoge Ruth tienen familia y vuelven el fin de semana a casa, porque, recuerda, "la ilusión de la Xunta es que vuelvan a sus familias". Por eso, asegura, los que tienen oportunidad, vuelven a casa, algo prioritario para Anxiños.
Pero ¿qué ocurre con estos jóvenes cuando cumplen 18 años? Ruth admite que, hasta ahora, no le ha tocado preocuparse de ese asunto: "Nunca me preocupé de ello porque aún no tuve que decirle 'ahí te quedas a ninguno', gracias a Dios", indica.
El futuro de Anxiños
Ahora, agradece que le ayudasen a comprar una casa con 15 habitaciones y una hectárea de terreno que quiere convertir en el hogar de los mayores de edad que no tengan una familia a la que volver. Así, cuenta, podían, "hacer un aprendizaje, bien sea con la jardinería o con lo que sea, y puedan aprender un oficio y poder vivir". Y es que Ruth es el claro ejemplo, como ella misma bromea, de que "soñar no cuesta dinero".
Y en eso está la asociación. Su próximo paso es "ser muy pesada" con el nuevo presidente de la Xunta de Galicia, como ya lo fue con Alberto Núñez Feijóo cuando ocupaba el cargo. "Le escribía todas las semanas y nunca me contestaba, pero me hacía caso", asegura la maestra. Y bromea: "Este presidente aún no tuvo la desgracia de que yo le empiece a dar la lata, pero va a llegar".