"Si hubiese elecciones presidenciales este fin de semana ganaría Biden con el 60%; está clarísimo". Así de rotundo se muestra el politólogo y economista Josep M. Colomer (Barcelona, 1952) cuando habla con ENCLAVE ODS.
Este profesor de Ciencia Política en Ciencia Política en la Universidad de Georgetown en Washington DC (EEUU) lleva décadas viviendo en este país que conoce tan bien. Ahora, visita su España natal para presentar su última investigación sobre "la tierra de la libertad".
Colomer se ha cita con EL ESPAÑOL en el hotel Iberostar Las Letras de la Gran Vía madrileña. Acaba de aterrizar, apenas un par de horas antes, en el aeropuerto de Madrid. Su visita a la capital es exprés, pero tiene tiempo para conversar largo y tendido sobre el sistema político de Estados Unidos. Ese que degrana en La polarización política en Estados Unidos (Debate, 2023) y que se centra en los orígenes y la actualidad de un, como dice, "conlifcto permanente".
En la conversación, como no puede ser de otra manera, tiene cabida el futuro del expresidente de su país de acogida. "Hay por lo menos cuatro temas con los que Donald Trump puede ser incriminado; incluso más", recuerda.
El de Stormy Daniels, añade, es "el más débil". "Es una falta más que un delito", asegura. También es "menor" el caso de los documentos secretos que se encontraron en la residencia de Florida del magnate: "Trump se ha equivocado mucho, los podría haber devuelto inmediatamente, pero lo ha hecho de la peor forma posible".
Sin embargo, insiste Colomer, lo realmente preocupante y "grave" son esos dos casos que sí suponen un delite o "crimen", como dice: el intento de falsear las elecciones en Georgia y la insurrección del 6 de enero en el Capitolio.
Los tribunales estadounidenses han empezado, argumenta, por lo más débil y la reacción "no ha sido tan fuerte como Trump esperaba". La "muerte y destrucción" que vaticinó el expresidente no se dio. En cambio, zanja Colomer, "hubo cuatro payasos, literalmente, haciendo el tonto delante del tribunal. Nadie se movilizó en serio políticamente sobre ese tema".
Para el politólogo, los jueces acabarán, en los próximos meses, juzgando a Donald Trump por los casos más graves y este "acabará siendo descalificado para la carrera a la Casa Blanca".
Entonces, tal y como están las cosas ahora, en unas primarias republicanas entre Trump y DeSantis, ¿quién cree que ganaría?
En un país de 330 millones de habitantes para elegir una persona es imposible de predecir. Y piénsalo: Clinton ganó con el 40% de los votos populares porque hubo un tercer candidato, Ross Perot, que destruyó a los conservadores. Bush ganó con menos votos que Al Gore porque también tuvo un tercer candidato, Ralph Nader, que le quitó votos a los demócratas.
Obama ganó como un milagro, porque siempre era un chiste habitual el de que nunca llegaría un negro a la Casa Blanca. Y Trump ganó con menos votos que Hilary Clinton. Es imposible predecir si una cosa de este tipo volverá a ocurrir.
Pero ¿hay realmente posibilidades de que Trump sea el candidato republicano?
¿Qué puede ocurrir? Que Trump sea el candidato republicano y haya republicanos que formen otra candidatura conservadora. Puede ocurrir.
Eso le daría ventaja a los demócratas.
Haría ganar a los demócratas, sin duda. O al revés, que Trump no gane y haya un candidato republicano y Trump se invente el MAGA, que ya lo usan como si fuera un partido, que divida también el voto de derechas, digamos. En cualquiera de estos casos gana Biden. Pero claro, va a tener más de 80 años cuando sea presidente.
Será muy mayor. ¿Eso no afecta a sus posibilidades?
Una cosa que tiene que hacer como mínimo, para tranquilizar un poco a la gente, es nombrar a una vicepresidenta más creíble.
¿Qué pasa con Kamala Harris?
Es que Kamala… [niega con la cabeza] Biden lo que tendría que hacer es nombra una vicepresidencia que, en caso de que él no pudiera continuar, sea fiable y responsable. Y eso es algo que está por ver.
Biden ya ha anunciado su candidatura, pero ¿no hay alternativas en el partido demócrata?
No hay otro. No hay un perfil muy fuerte de otro candidato posible ahora mismo. Todos saben que Biden es muy mayor, pero es lo que hay. Ya ganó, Biden ganó. La otra cosa es cómo podemos pensar que alguien que no votó a Trump, que perdió las elecciones, le votaría ahora. No me lo imagino. Eso no existe.
Una nueva guerra fría
En su libro, Colomer hace un repaso exhaustivo de la historia de Estados Unidos, desde la base de pensamiento de los padres fundadores hasta la actual Administración Biden. Ahora, dice el politólogo, hay una "tentación", la de crear "una nueva guerra fría para que los problemas internos no continúen siendo tan agobiantes".
Algo que, dice, es en parte normal. "Es un país muy grande, diverso, muy potente, es la primera potencia del mundo, y en ese tipo de Estados la política principal es la política exterior", explica. Y añade: "Siempre ha sido así". Por eso, históricamente, EEUU ha tenido una cohesión territorial sólida, porque la política exterior mantenía "una unidad nacional basada en el bipartidismo, la cooperación en el Congreso y en la presidencia".
El problema, explica Colomer, es que tras la Guerra Fría, las amenazas externas no se han visto como "amenazas existenciales". Por eso, insiste, "ahora vemos que los problemas internos no están resueltos y algunos problemas nuevos que nunca habían estado en la agenda pública emergen como grandes temas de debate político".
La falta de acuerdo en temas como la sanidad, la inmigración, el racismo, la educación, la familia o el aborto es, asegura, el mayor problema de las últimas tres décadas.
Pregunta: ¿Y por qué no lo hay?
Respuesta: En gran parte porque nunca se han tratado del todo y no se sabe muy bien cuál es la solución que puede resultar estable. Y eso es lo que ha ocurrido en los últimos tiempos; este conflicto ha ido aumentando. Por tanto, es un intercambio: o hay política exterior como política principal o la política interior tiene más relevancia y, en muchos temas, es conflictiva.
Eso sí, dice Colomer, "con el tiempo también se aprende". Y recuerda que en los años 50 el divorcio o el matrimonio homosexual eran impensables "y ahora nadie los pone en cuestión". Por eso, insiste, "es lógico que con el tiempo muchos problemas que están ahora abiertos acaben encontrando una política estable".
Eso sí, matiza que no es fácil. Porque la "tentación", como la llama, está ahí. Porque es más sencillo "buscar un enemigo exterior que todo el mundo vea como una amenaza". Este, indica, "puede ser Rusia, como vemos ahora, o China, porque es el gran rival económico potencial. O pueden ser los dos, si van juntos".
P.: Se habla mucho de Rusia, pero la obsesión de EEUU con China es peculiar; el villano, por así decirlo, de la película parece a veces Xi Jinping.
R.: Sí, pero ya se verá. El periodo que tenemos en mente, que es diferente del actual, es el de la Segunda Guerra Mundial y el de la Guerra Fría. Allí no había dudas. El enemigo era Hitler o la Unión Soviética, todo el mundo estaba de acuerdo, todo el mundo cooperaba en esa política. E internamente había un gran acuerdo, también poco interés en la política, mucha abstención, apatía. Pero no era un conflicto. El problema surgió después, cuando se acabó la Guerra Fría.
P.: Pero ese no fue el primer encontronazo con el conflicto interno.
R.: Si se mira más para atrás, que es lo que he hecho yo en el libro, al siglo XIX, al principio de todo, ya vemos cómo era un periodo de conflicto que culminó con la una guerra civil tremenda, algo que en Europa casi no se conoce.
Colomer habla de la conocida como Guerra de Secesión, que tuvo lugar entre 1861 y 1865. En ella, recuerda el politólogo, hubo "750.000 muertos, según las recientes estimaciones, que era entre el 2% y el 3% de la población". Insiste, además, en que "todo el siglo XIX y parte del XX fue un conflicto permanente". Y es que en aquel momento "EEUU estaba todavía en construcción".
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Polarización política en EEUU
Colomer pone de relieve que "las desigualdades económicas, culturales, de valores, raciales, etc. no necesariamente se convierten en un conflicto político". El problema está, dice, "cuando los políticos activan esas diferencias o esas desigualdades como un arma política". Eso, insiste, es lo crea el conflicto.
"Un país variado y diverso como Estados Unidos puede sobrevivir tranquilamente muchísimo tiempo si tuviera un régimen político diferente", zanja el politólogo. Porque, asegura, "lo que crea la polarización política es el sistema institucional, el sistema político con separación de poderes entre la presidencia y el Congreso y con solo dos partidos, la mayor parte del tiempo y sobre todo recientemente, uno en la Casa Blanca y el otro con mayoría en alguna cámara del Congreso".
Pero esto, matiza, "no quiere decir que la sociedad esté tan polarizada". La polarización es puramente política, porque "los partidos que se aprovechan de esas desigualdades para crear conflicto político".
P.: ¿Qué falla entonces en ese diseño institucional estadounidense?
R.: Ha funcionado bastante mal políticamente. Lo que he hecho es estudiar sobre todo el origen de la Constitución actual y creo que cometieron dos errores básicos. Dicho de otra manera, Estados Unidos es un gran país, fue un gran experimento, novedoso, sin precedentes. Antes del siglo XVIII, antes de la Revolución francesa, lo normal, sobre todo para un país grande, era ser una monarquía.
Intentar hacer una república a partir de un país que no tenía una nación previa, todos eran inmigrantes, incluso muchos de los fundadores habían nacido en Inglaterra o en las Antillas, etc. Es decir, era un experimento totalmente inédito, no tenía precedentes: gente inmigrante en un país nuevo quiere hacer una república. Eso no se había hecho nunca.
P.: Y salió mal…
R.: Realmente, en gran parte salió bien, porque el país ha sobrevivido y ha sido muy poderoso y muy rico. Pero, por decirlo así, pagaron la novatada. No había precedente y eso les hizo cometer errores que ahora ya no se cometerían y que incluso las otras colonias británicas que se independizaron después no cometiendo.
P.: ¿Cuáles fueron, entonces, esos errores?
R.: El primero fue malentender el sistema británico que decían que estaban copiando, porque les parecía el mejor del mundo, literalmente. Pero estaban mal informados, porque el sistema británico ya no era la monarquía absolutista, incluso conflictiva con el Parlamento, que había sido antes. Cuando hicieron la Constitución ya era un régimen parlamentario: la figura principal era el gabinete basado en el Parlamento y el rey era una figura diplomática y simbólica, como ha sido hasta hoy.
Eso, explica Colomer, "no lo entendieron". Por eso, dice, "intentaron sustituir al rey por un presidente ejecutivo, la Cámara de los Lores por el Senado, y la Cámara de los Comunes por la Cámara de Representantes". Eso, indica, "fue un error" que no cometieron ni Canadá, ni Australia, ni Nueva Zelanda, ni la India.
P.: Dijo que cometieron varios errores.
R.: El otro gran error es que pensaban que no habría partidos. Washington, cuando se despidió después de ser presidente durante ocho años, en su discurso final dice 'tened mucho cuidado, que no haya partidos, porque eso siempre es un problema'. Decía que los partidos eran facciones corruptas.
No entendieron que para que funcionara incluso más la separación de poderes, se necesitaba un puente, alguien para organizar la agenda del Congreso e intentar dialogar con la presidencia para ver si podían ponerse de acuerdo con las leyes, que el presidente no vetara y hacer campañas por temas concretos que luego se legislaran. Es decir, no entendieron el papel de los partidos que en Gran Bretaña ya existían.
Esos dos errores, asegura Colomer, "han sido fatales". Y es que, según este politólogo afincado en Washington DC, "la separación de poderes en dos partidos es la fórmula perfecta para el conflictos y la polarización en dos grupos".
Por eso, lamenta el barcelonés, "el Congreso no legisla en muchos temas" como ocurre con el aborto. "El problema es que no hay una ley federal sobre el aborto, porque el Congreso es incapaz de hacerlo, como con muchos temas", explica. Y añade: "No se legisla todo lo que habría que legislar".
El cierre (cuasi simbólico) del Gobierno por la falta de presupuestos anuales o los impeachments al presidente son crisis, explica, que resultan del sistema constitucional estadounidense.
Una solucion al 'caos' institucional
Para Colomer, la solución para Estados Unidos pasa por varios pasos. Por un lado, cuenta, se necesita modificar el sistema electoral. "Ahora estoy intentando colaborar con varios grupos que están cambiando los sistemas electorales a nivel local y estatal y funciona bastante bien", explica.
Las votaciones en segunda vuelta están sirviendo, asegura, para elegir a "muchísimos alcaldes y otros cargos locales, estatales y federales". Kamala Harris, recuerda, fue elegida senadora por segunda vuelta en su momento.
Aunque hay otros sistemas, que pasan, por ejemplo, por el voto ordinal. Es decir, "se pueden votar varios candidatos, aunque solo se elija uno", indica Colomer. Sin embargo, lamenta que "cambiar el sistema electoral no es fácil", aunque "a nivel local y estatal está empezando a funcionar y podría ser que se extendiera".
Otra solución que propone Colomer es impulsar una colaboración real entre el Congreso y la presidencia. "Hay mecanismos bastantes obvios", insiste. Por ejemplo, explica, "la vicepresidencia del Ejecutivo es al mismo tiempo la presidenta del Senado, ahí hay un ente que habría que reforzar para que puedan colaborar".
Pero "el gran tema", asegura, es "la falta de cooperación entre Washington y los estados". Colomer lo explica: "En muchos casos, cuando el presidente es demócrata, los estados de mayoría republicana se van por su cuenta y ahí no hay quien colabore con nada".
El Tribunal Supremo
Cuando se le pregunta si es independiente la justifica estadounidense, Colomer no duda: "Por supuesto que lo es". Y matiza: "Se habla mucho del Tribunal Supremo y en mi opinión personal, que no tiene por qué ser compartida, la justicia en Estados Unidos en general es muy independiente". Esto, insiste, no significa que sea "progresista ni conservadora, ni reaccionaria, ni liberal". Los jueces, indica, "tienen su criterio jurídico para hacer las sentencias independientemente de los partidos políticos".
Son, en muchos casos, textualistas, es decir, "diga lo que diga la Constitución, hay que aplicar lo que dice, independientemente de las intenciones". Colomer asegura que hay algunos ejemplos "muy llamativos en el buen sentido" de esta independencia y este textualismo. "Especialmente temas como el matrimonio homosexual", indica.
P.: ¿Nos pone un ejemplo?
R.: En poco tiempo ha habido varias sentencias del Tribunal Supremo basadas en las leyes de derechos civiles de los años 60 que dicen que no habrá discriminación por sexo o por raza, etc. Una de las sentencias, que me pareció extraordinaria, aprobada por siete de los nueve jueces, asegura que la ley dice que no habrá discriminación por sexo –evidentemente, cuando se hizo esta ley, los legisladores estaban pensando en las mujeres– y como dice sexo, hay que aplicarlo a todo lo que tenga relación con el sexo y, por tanto, no puede haber discriminación homosexual ni trans, etc.
Me parece brillante. Se usan este tipo de razonamientos judiciales más que políticos partidarios como a veces se piensa desde Europa. Ojalá aquí tuviéramos los jueces americanos.
P.: Antes mencionaba eso de que hay muchos temas que deberían tener legislación federal, pero que no la tienen y acaban en el Supremo, como es el aborto, por ejemplo.
R.: Ese es el gran punto: el aborto. No hay ley federal del aborto. Entonces, ¿qué esperan, que el Tribunal Supremo lo resuelva? Ya lo resolvió en su momento diciendo que estaba prohibido prohibir el aborto. Ahora no está prohibido prohibirlo. Algunos estados lo están casi prohibiendo. Pero claro, es que si no lo quieren, que hagan una ley federal que diga cuántas semanas, qué supuestos, etc., todo el mundo lo cumplirá, el Supremo lo aceptará seguro y se acaba el conflicto. El problema es el Congreso.
P.: ¿Por qué cuesta tantísimo que el Congreso legisle?
R.: Por lo que he dicho antes, por los dos partidos que se enfrentan todo el tiempo. Y el presidente tiene poder de veto sobre las leyes. Si la mayoría del Congreso es de un partido y el presidente es de otro, aunque puedan aprobar una ley, el presidente la veta. En realidad es, como ya lo saben por anticipado, ni siquiera la aprueban. Es el Congreso el que no funciona, no el Tribunal Supremo.
P.: ¿La población estadounidense es consciente de ello, de que debería reformarse el sistema para que el Congreso funcione?
R.: El Congreso tiene muy baja reputación, muy baja en la opinión pública americana, pero es más fácil echarle la culpa a nueve personas del Supremo que a 435 más 100, que es el Congreso. En cada distrito se vota a un representante y a un senador, que hace que sea un lío. Pero sí hay bastante buena relación entre los votantes y cada uno de los representantes elegidos, pero la misma gente tiene muy mala opinión del conjunto del Congreso. Entonces es más fácil culpar al Tribunal Supremo, que nadie lo ha votado y son pocos, y todo el mundo los conoce. Pero es injusto, es equivocado.