“El peor día de mi vida comenzó como cualquier otro”. Carmen Sánchez Alegre no podría describir de mejor manera la arbitrariedad de todo lo que sucede en esta vida. Con estas palabras, la natural de Pastrana (Castilla-La Mancha) da comienzo a ¿Hablamos del suicidio? (Alienta Editorial, 2023), un libro que se presenta como una suerte de guía para sobrevivir a la muerte de un ser querido.
No es fácil hablar de suicidio, y mucho menos cuando es tu propio hermano el protagonista de la historia. Como dice Sánchez Alegre, “el suicidio y la salud mental llevan demasiado tiempo silenciados y ya ha llegado el momento de hablar de ellos abiertamente”. Porque solo en 2022, 4.097 personas se quitaron la vida en España, según los datos actualizados del Instituto Nacional de Estadística (INE).
El año pasado, la línea 024, el teléfono de prevención de la conducta suicida, atendió, según el Ministerio de Sanidad, más de 79.975 llamadas. De ellas, 2.987 fueron derivadas al 112 y se registraron 2.129 suicidios en curso o con riesgo inminente. Y como de lo que no se habla, parece que no existe, Sánchez Alegre reconoce que “es muy positivo” que sea un tema que por fin se ha puesto sobre la mesa.
Y es que, dice, “significa que se está visibilizando”, pero a la vez ayuda a hacer “presión en el entorno político”. Aunque, lamenta, “la política aún no trata el suicidio con la seriedad que requiere”. Eso sí, que esté sobre la mesa es vital para miles de familias, porque “cuando se normaliza la conversación sobre el suicidio y la salud mental, las personas que están teniendo retos en ese sentido se sienten más seguros a la hora de hablar de ello”.
Hablar de suicidio, como hace ella en su libro, supone, al fin y al cabo, romper con un tabú que está anclado en lo más profundo de nuestra sociedad. Sánchez Alegre lo hace hablando, además, de su propia experiencia, del suicidio de su hermano. Con un relato desgarrador, nos sumerge en una realidad para miles de familias en nuestro país.
“Todo el mundo que se lo lee me dice que se ha sentido identificado conmigo, pero es que la experiencia humana es igual para todos”, comenta. Y es que, a fin de cuentas, “todos experimentamos los mismos retos, las mismas emociones…”.
Escribir este libro ha sido una experiencia brutal, que en pleno confinamiento la obligó a enfrentarse a su propio dolor. Pero, asegura, era inevitable: “Cuando ocurrió lo de mi hermano, se me quedó el runrún de cómo puede ser esto, cómo puede ser que no se sepa nada, que esto sea la segunda causa de muerte y casi no se hable de ello”.
Sabía, confiesa, que tenía que hacer algo. Que era necesario “visibilizar” el dolor y la resiliencia de todas las familias que pasan por lo mismo por lo que ella estaba pasando. Así nació este manual, esta guía que sirve para saber que no estás sola, que la culpa, el enfado, la tristeza, el dolor… son compartidos.
La terapia, vital pero escasa
Pregunta: En su relato, habla mucho de la ayuda psicológica, de la terapia, de cómo es esencial para aceptar, en su caso, el suicidio de su hermano. Pero la realidad de nuestro país es que no todas las familias tienen acceso a esa terapia, ya sea para ayudar a una persona con pensamientos suicidas o para transitar este duelo del habla en el libro.
Respuesta: Para transitar este duelo… es que es uno de los duelos más complicados que hay. Ahí sí que mi familia y yo tuvimos la suerte de primero contar con, el día del suceso, una psicóloga de emergencias que había allí, del Samur.
Esa psicóloga fue una pieza vital para transitar el duelo. Aunque, reconoce Sánchez Alegre, no es la experiencia común de la mayoría de personas que viven una situación similar. “Después de haber publicado el libro, mucha gente me ha dicho ‘es que nosotros no tuvimos la suerte que tuvisteis vosotros de tener en ese momento a esa figura, a esa persona'”, confiesa.
P.: No siempre hay un psicólogo en la primera respuesta.
R.: Claro. Pero es fundamental para poder encajarlo bien desde el primer momento, porque cuando te pasa algo así es un shock; siempre. A nivel público está claro que no hay recursos, que los que hay son muy buenos, pero que definitivamente no son suficientes. Para ir a terapia psicológica… yo he tenido un caso personal en este último año muy duro para mí y me dieron cita a ocho meses. No hay recursos y las personas que no se puedan permitir tener acceso a un psicólogo privado… es muy complicado.
Sánchez Alegre pone de relieve a las asociaciones y a los grupos de ayuda mutua tanto para supervivientes como para personas con ideación suicida. “Hay muchas iniciativas a nivel privado que sí que ayudan y están ahí, donde se puede tener información como el Teléfono de la Esperanza –que existía antes de que existiera el 024–”, explica.
El problema está en que todos esos recursos existentes son privados, algunos sin ánimo de lucro, pero hay que buscarlos. “Cuando tú estás en un momento tan delicado a nivel emocional como es una persona que tiene ideación suicida, o una que está viviendo un duelo por el suicidio de una persona cercana, sacar la energía de hacer el esfuerzo que conlleva toda esa búsqueda de recursos disponibles es complicado”, recuerda.
A ella, admite, le “sirvió” acudir a un grupo de ayuda mutua para supervivientes. Así que habla desde la experiencia. Además, dice, son muy útiles para las personas que no tienen acceso a terapia psicológica individual. “Estar con personas que han vivido lo mismo que tú, que entienden tu dolor es muy útil”, confiesa. Eso sí, insiste, en el ámbito público los recursos disponibles son “escasos”, pero “muy buenos”.
P.: Carmen, ¿este libro ha sido una especie de terapia? Porque no tiene que ser fácil contar su historia, la suya y la de su hermano.
R.: Sí, desde luego. Primero porque, por un lado, no tuve más narices que enfrentarme a mi dolor de lleno. Además, concretamente lo que cuento al principio, el día del suceso, es una cosa que había bloqueado en mi mente. Pero totalmente. No quería ni tocar ese recuerdo. Tuve que mirar de frente esto que me ha causado tanto dolor una vez y otra vez, y otra vez y otra vez y otra vez.
Al final, confiesa, consiguió relacionarse “de manera más amable con estos recuerdos” que tanto dolor le producían. Pero en el libro no solo habla del duelo por el suicidio de su hermano, sino que también ‘visita’ otros momentos de su propia vida que fueron “duros” para ella; distintas etapas en las que se vio “en ese túnel sin salida”, como el paso de la bulimia por su vida.
P.: ¿Qué reacciones ha tenido su libro en su entorno? ¿Cómo lo han acogido?
R.: Es un tema muy tabú y muy delicado porque estás tocando también no solo tu dolor, sino el de muchas otras personas. Y claro, de primeras todo el mundo se quedó un poco sorprendido. Pero luego, una vez que lo leyeron y han visto el efecto que ha tenido al publicarse, ha sido todo lo contrario. Verdaderamente, esto está ayudando mucho a mucha gente.
Vivir y “sentir el dolor”
Sánchez Alegre asegura que “del dolor más grande” que ha sentido en su vida, están brotando “sentimientos de realización y de felicidad”. Y todo porque está “calando, ayudando, sirviendo a otras personas”.
P.: ¿Ha servido, también, para que su familia y amigos vivan el duelo de otra manera?
R.: Ha sido una manera de tener el tema todo el rato sobre la mesa y no caer en ese ocultarlo o en ese no hablar de ello, que es lo normal en estos casos. De hecho, desde el principio los psicólogos nos han dicho que una de las cosas más complicadas del duelo por suicidio es que estás lidiando con todo lo que conlleva el duelo y además con el ocultarlo, montar una historia paralela para que nadie se entere. Eso también hace que sea especialmente duro.
P.: En un momento del libro escribe que "si el duelo no se gestiona bien puede acabar en depresión". ¿Cómo definiría un duelo bien gestionado?
R.: Un duelo bien gestionado es, en primer lugar, uno en el que tú te permites sentir el dolor que conlleva. Porque una de las cosas que pasa siempre cuando perdemos a alguien es que intentamos bloquear todos esos sentimientos de dolor, cuando realmente lo sano en un duelo es sentir dolor. Porque es que es lo normal. A mí me ha pasado y conozco a mucha gente que le pasa, y me parece normal y humano intentar evitar el dolor. Pero es que perder a alguien a quien quieres, conlleva sentir dolor.
Lo sano es, por tanto, sentir la pérdida, pero sin “dejar que las emociones te atrapen excesivamente ni hundiéndote en ello”. Porque bloquear el dolor, explica, “va a ser peor, porque va a salir por otro lado”, ya sea “en forma de ataques de ansiedad o de pánico, de adicciones, o de mil maneras”.
P.: ¿El duelo acaba?
R.: No acaba nunca. Para mí. Conozco a personas que han perdido a seres queridos hace 15 años o 20 años y siguen echándoles de menos y poniéndose triste por su ausencia. En el caso de mi hermano han pasado cinco años. Yo ahora mismo considero que lo tengo bastante bien gestionado porque he ido mucho a terapia y he puesto mucho de mi parte. Pero sigo sintiendo momentos de mucha tristeza, sigo echándole de menos.
P.: Cuando pierdes a un hermano, tienes que gestionar tu propio duelo y, en parte, también el de tus padres, el de tu familia.
R.: Yo tengo grabado, cuando fuimos al Instituto Anatómico Forense a reclamar el cuerpo y hablamos allí con la psicóloga, que nos dijo 'en este tipo de duelos tenéis que ser un poco egoístas y centraros en estar bien vosotros, porque si no, no vais a poder ayudar a las personas que tenéis a vuestro alrededor'. Y yo es que eso es lo que he hecho desde el principio, centrarme en estar bien yo y así intentar ayudar a otros. Yo creo que es lo que tú me estás describiendo, eso es culpa.
P.: La culpa, los 'y sis' malditos….
R.: La culpa en este tipo de duelo viene por absolutamente todo: por no estar lo suficientemente presente para tu familia, por no haber podido ver nada, por cuando de repente empiezas a sentirte feliz y a pasártelo bien y te preguntas cómo puedes estar sintiendo esto si has perdido a tu hermano. La culpa es por todo.
Sánchez Alegre recuerda que “no hay que dejar llevarse por la culpa”. Aunque, reconoce, “es un sentimiento totalmente natural en este tipo de duelo”. De ahí, una vez más, la importancia de una gestión adecuada de las emociones. Y es que, insiste, “al final, todos tenemos nuestra vida y tenemos que seguir con ella”. Y remata: “Cada uno es responsable de su dolor y de gestionarlo. Ponernos a las espaldas el peso de tener que llevar el dolor nuestro y el ajeno no creo que sea sano para nadie”.