“Tengo casi 80 años”, destaca Jesús Garzón (Madrid, 1946) —Suso Garzón, o Suso el de las ovejas—, naturalista, ecologista y pastor, que reivindica un vocabulario que ya escasea y lo hace reflexionando sobre su infancia. “Hablo de los años 40, de principios de los 50, cuando todo era naturaleza en España y este era un país atrasado económicamente, pero en el que la gente tenía una cultura natural profunda, y se conocían los nombres de los árboles, flores y pájaros", añade.
Y añora los tiempos en los que "en cada pueblo había una cultura distinta". Cuenta que en el pasado había mil maneras de nombrar a una misma ave o apero de labranza. Y esto sucedía, "incluso lugares que distaban 5 kilómetros tenían un lenguaje distinto para llamar a un ave o un apero de labranza". El naturalista aqueja que, por desgracia, "esa cultura se ha perdido casi por completo".
Vivió su infancia a caballo entre Extremadura y Cantabria, por sus dos orígenes familiares. “Disfrutar de esas dos culturas tan contrapuestas, la Sierra de Olivares con ganadería de cabras y luego el mar, con sus pescadores de bajura que iban al bonito y al bocarte, me regaló dos naturalezas: la del mar, con sus peces y moluscos y la de la tierra con sus animales", explica el pastor.
Y recuerda que en esa época se usaba para pescar hilo teñido con posos de café para que no lo vieran los peces. "Les poníamos anzuelos y salían tres o cuatro, hervía el mar en riqueza". Y en las zonas montañosas, "todo era verde". Para Garzón, esa fue una memoria que marcó su vida: "la sigo conservando, aunque esa biodiversidad sea irrecuperable”, señala.
El activismo de Jesús Garzón, el que fuera promotor del Parque Nacional de Monfragüe y Director de Medioambiente de la Junta de Extremadura, le llevó a escribir numerosas publicaciones y libros. Tomado el asiento, el pastor y naturalista empieza la entrevista, como cualquier historia, desde el principio, describiendo su infancia y adolescencia.
"Pájaro seas y en mano de niño te veas"
“Yo era un niño cazador y pescador y tenía colecciones de insectos y plumas de ave, éramos esos niños sin televisión ni Internet", comenta. Por aquel entonces "no había mucho que hacer, excepto algunos libros antiguos nada infantiles. En las casas había gallinas, conejos y palomas, animales que servían para la familia. Nos sentíamos parte de los ecosistemas, y nunca nos imaginamos que con los años iban a estar amenazados”.
Señala que ese respeto hacia la naturaleza quizás lo impulsó “estudiar en el colegio alemán, porque mi abuelo era alemán, y allí ya me inculcaron el respeto. La educación alemana era muy respetuosa con los bosques, las plantas, los cazadores tenían que haber pasado un examen, era gente con una cultura enorme, más avanzados con la conservación”.
Su activismo comenzó mirando al cielo. “Por los pájaros. Había dos culturas respecto a las aves, una más conservacionista en Cantabria, donde se respetaban mucho, por ejemplo las golondrinas en los balcones, se las cuidaba en los soportales de la lluvia. En Extremadura todo eran escobazos porque los pájaros se consideraban sucios", relata.
Esos comportamientos, dice, inspiraron su primera acción significativa en pos de estos seres alados: "Hice unos carteles que aún conservo para poner en las escuelas y en los salones parroquiales, para explicar el respeto a los pájaros y a los nidos", detalla. Garzón todavía recuerda una frase que se solía pronunciar para desear el mal: "Pájaro seas y en mano de niño te veas". El respeto por la naturaleza no era un valor que calase mucho en la población adulta, pero, sorprendentemente, terminó haciéndolo entre los más jóvenes.
Cuando era niño, "ya eramos conscientes del respeto natural", cuenta el pastor. En la zona de Extremadura en la que Garzón pasaba los veranos, había especies casi desconocidas, como el buitre negro, que era una de las aves mayores del mundo. "Teníamos una colonia allí, y también había águila imperial". Con esta última, cuenta, tenían una relación especial.
La población local dependía de la astucia y las habilidades de caza de este animal. Casi cada mañana, "subíamos de hecho por las mañanas al nido, cogíamos los conejos y las perdices y dejábamos las tripas a los pequeños en el nido”, detalla.
Con Rodríguez de la Fuente
“Conocí a Félix [se refiere a Rodríguez De la Fuente]”, añade, “porque él también veraneaba en Santander", explica. Allí, Garzón pudo entablar amistad con su hermana, Mercedes Rodríguez de la Fuente, con la que todavía conserva su relación. "Aún nos vemos con cierta frecuencia”, cuenta.
Y cuando el divulgador ambientalista español por antonomasia se hizo famoso, apareciendo en numerosas ocasiones en televisión, en mis ratos libres me iba con él a los páramos de Guadalajara o adonde fuera", señala Garzón. Recuerda con mucho cariño esa etapa. "Fue una época muy bonita de mi vida", expresa con emoción.
El pastor madrileño saca una memoria de su baúl de los recuerdos. "Íbamos los dos solos, el conducía, yo llevaba los halcones y, cuando ellos mataban la pieza, contábamos lo que habíamos pasado". Y, a la semana siguiente, "podíamos tomar un guisado de perdiz, con su mujer”, rememora.
Una forma de vivir
Su interés por la trashumancia apareció “precisamente relacionado con esa doble vida mía de pasar un año en Extremadura y otro en Cantabria". Esta actividad ganadera existía en ambos lugares. "En Extremadura era la de las cabras, cuando llegaba junio y había que sembrar los huertos, pues había que llevárselas", explica Garzón.
Las cabras "se saltan cualquier valla y se llevaban a las montañas de Salamanca donde se alimentaban de roble y hierba". Esa era una zona de lobos, hogueras e historias, por lo que los ovinos corrían peligro. En Cantabria, cuenta, "pasaba lo mismo". "El ganado en invierno estaba en los prados", y en el mes de abril o mayo, había que llevarlos a la montaña "para que los prados quedaran para la siega". Después, los rebaños regresaban en el mes de septiembre.
Para Garzón, no se puede entender la biodiversidad española sin el movimiento cíclico de los animales. “Es así naturalmente", sentencia. Y destaca que es una gran diferencia entre la gente de ciudad y la de campo. "La gente de las ciudades lo tenemos poco asimilado". Y lo ejemplifica con el desplazamiento de las aves durante la temporada de otoño o invierno.
Este período del año "es cuando maduran los alcornoques, las aceitunas, las viñas… es decir, el alimento para millones de aves que vienen de Europa, porque cuando llegan los grandes fríos de la Europa del Norte, sus noches largas, esa fauna del norte tiene que venir aquí a pasar el invierno y comer de esas frutas salvajes”.
La trashumancia “es una forma de vivir y de tener reservas de manera natural. Eso hoy día se ha llegado a vender como innecesario con los invernaderos y sistemas de producción modernos, y con la internacionalización", explica Garzón. Pero "luego vemos lo frágil que es la sociedad actual, con ejemplos como la guerra de Ucrania, y nos damos cuenta de cuánto necesitamos tener recuerdos propios y producción local porque no podemos depender de terceros países".
"No ser capaces de autoabastecernos supone en un futuro un hambre generalizada, como estamos viendo ahora por los problemas de exportación de grano por el mar Negro, podría suceder ”.
Una catástrofe con solución
“Las Naciones Unidas”, reclama el pastor, “deben hacer valer sus competencias, en su sección para la alimentación humana, la FAO, con sede en Roma". Y cuenta que durante muchos años se han cometido "grandes errores". "Se ha creído que todo se podría resolver con soluciones técnicas, cultivos, abonos, y maquinarias, hoy ya sabemos que la base de la alimentación tiene que estar en el local".
Y explica que las instituciones tienen que ayudar a las familias y regiones a que sean autosuficientes: "La exportación de productos baratos provoca que la gente local deje de producir sus propios alimentos y estamos en un punto clave para un cambio de la política agraria a algo común, Europa tiene que ser más respetuosa con el medio ambiente”.
En su opinión, “la catástrofe llegó a partir de principios de siglo, porque hasta entonces pagaba por cada cabeza de ganado". La locura de pagar por hectárea, señala, llegó a nuestro país cuando muchos ganaderos no tenían tierras y no querían tenerlas. Y esto se ha agravado con la política agraria europea, que califica como "absurda". "No se han defendido los recursos naturales y se ha intentado copiar tecnologías de países generando una crisis permanente y un riesgo de incendios pavoroso como estamos viendo", sentencia.
"Se ha buscado que el monte llegue con los árboles hasta las casas para que sea más bonito el lugar y no se cultive", teniendo que evacuar pueblos enteros por esta razón. Eso, para el pastor y naturalista madrileño, "es un error". Por eso, pide que el próximo gobierno lo ataje como una prioridad nacional y aproveche su posición en la presidencia de la Unión Europea. "Es una ocasión fantástica para darle una vuelta a la política agraria y poner el ejemplo español a nivel mundial”.
"Pasto que no se pasta, se empasta"
Un mar Mediterráneo a 30 grados y un clima incontrolable de sequías. "Hay que hacer algo", alerta Garzón. ”España es quizá el único país europeo que tiene una ganadería trashumante establecida y cumple 750 años de protección legal desde la ley de Alfonso X el Sabio, gracias a la nueva ley de vías pecuarias".
Por eso, hay que sacar pecho y recordar que España es un país único a nivel mundial respecto a razas autóctonas adaptadas al clima: hay más de 50 razas de vacas, más de 50 de ovejas, y unas 40 de cabras. "Eso es una riqueza inmensa para el territorio: 200 razas distintas en plena producción, que han estado seleccionadas durante siglos, y que son magníficas para leche, carne, cuero y ojo, que generan el estiércol para el suelo. 2026 es el año de los pastores y los pastos y espero que eso sea útil”, explica Garzón.
“La trashumancia es la clave”, concluye. En España aún viven de ella medio centenar de familias. “Al mover los rebaños y personas de una comarca a otra, se mitiga el cambio climático", asegura Garzón. El estiércol de los rebaños genera un abono sano para un suelo que aumenta su capacidad para almacenar agua y nutrientes y eso inicia un ciclo virtuoso. Hasta 4 toneladas de estiércol, según el pastor, se depositan en los campos de todos los continentes. "La hierba de pasto en ese circuito de conectividad se transforma así de forma natural en leche, carne, piel y lana: se trata de un proceso planetario mundial".
Un proceso milenario que los incas hacían en Perú con llamas y alpacas y en Argentina con las yeguas. "Hoy en día se sabe perfectamente, en todos los foros se reconoce este hecho, y ya no debemos enfocarnos únicamente en placas solares y coches eléctricos, sino en la trashumancia". Porque "su impacto puede ser mayor contra la huella de carbono". Es el "círculo para conservar la naturaleza", asegura: "Cuanto más se paste, más se produce y más se regenerará". Y , "sin pastores no habrá pastos".
Para concluir la entrevista y destacar la importancia de este oficio, Garzón desentierra una frase castellana que le gustaría que las nuevas generaciones conocieran: "Pasto que no se pasta, se empasta".