Christophe André (Montpellier, 1956) tuvo que superar un cáncer de pulmón para darse cuenta de que, como psiquiatra, hacía mucho más por sus pacientes de lo que pensaba, incluso cuando creía que no estaba ayudando. Él les ofrecía lo que, durante su enfermedad, le ofrecieron otros: consuelo. Porque, confiesa, este tiene un gran poder frente a algunos problemas de salud, tanto físicos como psicológicos.
Eso sí, este psiquiatra, uno de los grandes especialistas franceses en trastornos de ansiedad, depresión y terapia cognitivo-conductual, explica que “curar es lo más importante cuando uno está enfermo”. De eso no hay duda, pero “en general, necesitamos ambas cosas: atención para nuestra enfermedad y consuelo para nuestra persona”, dice.
Aunque, matiza, existen “dificultades que no dependen de la salud, como los fracasos, el duelo… o las adversidades de la vida”. Y todas ellas, insiste, “necesitan del consuelo”. Sobre ello reflexiona, precisamente, en Consolaciones: lecciones de un terapeuta para enfrentarse a las adversidades (Arpa, 2023), un libro pensado para aprender a ayudar —y a ayudarnos— a ponerse en pie después de cada caída, física y emocional.
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Pero, ¿qué es el consuelo? ¿Cómo lo definiría?
Este se define como todo el bien que uno se esfuerza por aportar a alguien cuando no se puede cambiar la situación que le hace sufrir.
“Consolar es desear aliviar una pena”, escribe, pero ¿cómo se puede consolar, reconfortar a alguien, si no se sabe como hacerlo?
A menudo tenemos miedo de consolar mal, de agravar el dolor con palabras torpes. Tenemos miedo de hacer que se derramen aún más lágrimas, o incluso de los momentos de silencio durante los que no sabemos qué decir.
Sin embargo, las reglas de la consolación son simples: estar, pero sin imponer tu presencia; decir palabras simples, porque los grandes discursos son inútiles; no temer los silencios; abrazar o poner tu mano sobre el hombro de la persona que necesita consuelo. Y recordar, también, que el consuelo tiene un efecto retardado: no actúa en el momento, la persona sigue sufriendo o llorando, pero, poco a poco, nuestra presencia, nuestras palabras, sin que nos demos cuenta, le devolverán el deseo de vivir.
¿Es lo mismo consolar que reconfortar?
Son cosas muy similares. En general, hablamos de reconfortar cuando la ayuda es más superficial, más puntual, con una ambición limitada: devolver el valor, la fuerza, recuperar el movimiento. El consuelo, en cambio, corresponde a una ambición más profunda: devolver el gusto por la vida a pesar de la adversidad. Es más duradera, y se extenderá y repetirá durante un periodo largo; es un acompañamiento.
¿El consuelo es una habilidad que se aprende o innata al ser humano?
En primer lugar, el consuelo viene precedido del desvanecimiento para, después, ponerte de nuevo en el camino de la esperanza. Todos los seres humanos están predispuestos para consolar, pues todos tenemos en nuestro cerebro unas capacidades innatas de empatía que nos permiten llegar a entender el sufrimiento de los demás.
Pero ¿esta empatía nos ayudará a consolar o solo nos hará sufrir y nos bloqueará sin que seamos capaces de ayudar al otro? Esa parte no es innata. Si hemos sido consolados en nuestra infancia, por imitación inconsciente, seguiremos esos modelos.
Por el contrario, si hemos crecido en un espacio en el que no cabía el consuelo, donde las emociones y la ternura estaban bloqueadas, nos será difícil consolar a otros, aunque queramos hacerlo. Entonces tendremos que aprender a hacerlo tal y como explico en el libro.
Vivimos en un mundo cada vez más desconectado de las relaciones físicas, cada vez más virtual, donde parece que los problemas de salud mental no hacen más que crecer. ¿Es posible encontrar consuelo cuando las interacciones humanas son cada vez más escasas?
Es una paradoja: estamos cada vez más conectados, cada vez tenemos más relaciones con otras personas, pero a la vez, nuestros vínculos son cada vez menos profundos, sinceros y nos nutren menos. Las relaciones virtuales pueden complementar las relaciones reales, las que se producen en el mundo físico, pero nunca las podrán reemplazar.
Nosotros, los sanitarios, hemos vivido la prueba de esto con la telemedicina: las consultas a distancia van muy bien si ya conoces al paciente, si le conoces bien; sin embargo, son peligrosas si nunca hemos tenido un cara a cara con él. Lo natural siempre es superior a lo artificial.
Por ejemplo, es mejor tomar naranjas que suplir la vitamina C con pastillas, porque la fruta además te aporta mucho más. Lo mismo sucede con las relaciones: una llamada telefónica o un SMS trasmite información, pero el cara a cara ofrece muchos más matices.
“El dolor nos aísla del mundo, de los demás y de nosotros mismos”, escribe en su libro. Sin embargo, de él han surgido las mejores obras de arte o poemas de todos los tiempos. ¿No nos acerca más los unos a los otros?
Los estudios demuestran que el dolor solo ayuda a la creatividad cuando ya no se siente. Un ejemplo: la depresión esteriliza la creatividad, pero cuando se cura, puede haber un rebote y que esta aumente. En otras palabras, no es el sufrimiento lo que nos ayuda a crear, sino el haber conocido, atravesado y superado ese sufrimiento; el haber salido de esa situación.
También es verdad que, de la misma manera, el sufrimiento nos acerca a los demás. Cuando nuestros amigos vienen a consolarnos, es algo positivo, nos une. Aunque preferimos, por supuesto, estar con nuestros amigos cuando no hay dolor, cuando no sufren, verlos felices. De ahí la importancia de ser conscientes de nuestras oportunidades antes de perderlas, de tomar consciencia de la suerte de tener amigos, incluso cuando no hay adversidad, cuando no se necesita el consuelo.
El consuelo, dice en el libro, no es solo algo humano, la naturaleza también la proporciona. ¿Cómo lo hace? ¿Cómo nos consuela la naturaleza?
La naturaleza nos consuela, todos los estudios sobre ello lo demuestran: el campo, la montaña, el mar, el cielo nos calman, nos tranquilizan y nos hacen bien. Esto recibe el nombre de biofilia: a los humanos la naturaleza nos consuela de manera natural, mejora nuestra salud, nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Inconscientemente, sentimos que venimos de ella, de la naturaleza, y que es a ella a donde volveremos, que es generosa con nosotros.
El sufrimiento nos encierra en nosotros mismos, pero la naturaleza nos abre al mundo. Ver animales vivos es, también, una forma de consuelo. Observar a tu perro mientras corre, feliz, al aire libre; acariciar a tu gato y escucharlo ronronear; escuchar a los pájaros piar… todo esto nos muestra lo esencial, que vivir es una oportunidad a pesar de todas las adversidades.
¿Qué relación hay entre la consolación y la felicidad? ¿Son dos caras de una misma moneda?
El consuelo no hace desaparecer la desgracia, pero nos prepara, lentamente, para que mañana, pasado mañana, o cuando sea, pueda volver la felicidad. Es lo que nos conecta con la confianza, con la esperanza. Con el tiempo, sutilmente, nos devuelve pequeños fragmentos de felicidad.
El consuelo es la transición entre la certidumbre de una desgracia presente y la posibilidad de una felicidad futura. Evita la cronificación de la tristeza, del pesimismo, del resentimiento, de la amargura. Sin el consuelo sería más complicado y llevaría más tiempo recuperar el gusto por la vida.