¿Cuáles son los obstáculos que el ser humano se pone para superar la crisis climática? La pregunta parece complicada. Quizá la mayoría diría que es la inacción política; otros que el problema de raíz tiene que ver con el egoísmo de algunas personas. Precisamente la respuesta multicausal a esta cuestión es la que plantea Fernando Valladares, reputado científico del CSIC y autor de La recivilización (Destino, 2023), y de decenas de ensayos sobre el efecto del cambio climático en nuestros ecosistemas.
Mientras se reúnen los líderes mundiales en Emiratos Árabes Unidos (EAU) para la cita climática por antonomasia, la COP28, ENCLAVE ODS se sienta a charlar con este científico para profundizar en algunos de los conceptos de su última obra y las particularidades de esta cumbre de alto nivel cargada de promesas y compromisos de financiación para el fondo de pérdidas y daños.
Al preguntarle por el resultado que espera de la cumbre del clima de Dubái, Valladares critica la poca ambición que tienen los líderes políticos. "En sus discursos y sus grandes teorías son ambiciosas, pero la realidad de las emisiones es muy terca", explica el científico del CSIC.
Y se remite a los datos: de acuerdo con Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), los gases de efecto invernadero aumentaron en un 1,2% entre 2021 y 2022, y en el último año alcanzaron una cifra récord de 57,4 gigatoneladas de dióxido de carbono equivalente (GtCO2e). "Hemos aplanado un poco la curva, pero no hemos empezado a reducir emisiones; siguen aumentando a un ritmo mucho menor que antes", explica Valladares.
Con esto en cuenta, lo ideal sería "hacer un balance en positivo con la honestidad por delante", señala Valladares. Así, un discurso autocrítico y sincero "puede servir como revulsivo para salir adelante". El científico advierte del peligro del greenwashing y de lo que esta COP termine como las anteriores, y que "más que concluir y ser resolutivos, se finge serlo".
Lo primero que llama la atención de este ambientólogo es su lenguaje simple, pero a la vez muy científico. “Podría convencer hasta a la persona más negacionista”, pensaría cualquiera al conocerle. Valladares, sin embargo, huye de este concepto.
El argumento de convencer o morir le parece un poco ingenuo. Son conversaciones “muy estériles”, porque “casi todo el mundo tiene algo de razón, ¿no?”, señala. En el caso del negacionismo, es tajante. “Se les puede ofrecer retractarse, pero si no lo hacen… tolerancia cero”, sentencia.
Ignorantes, enfermos, egoístas y adolescentes
Según su casuística, Valladares enumera hasta cuatro tipos distintos de negacionistas, aunque admite que algunos diferencian hasta 6 tipos. Primero están los ignorantes, para cuya enfermedad solo el único tratamiento es el acceso a la información. Valladares señala que los negacionistas ignorantes están muy relacionados con otro tipo: los patológicos.
"Negar la realidad es algo tan antiguo como la humanidad; siempre que al ser humano le ha quedado una realidad grande, porque no la puede asimilar, le sobrecoge o le sobrepasa, la niega", explica. Y la pauta médica para erradicar esta condición puede parecer hasta radical: "Pasa por recibir asistencia de los profesionales del mundo sanitario".
Desde luego, un arrope familiar de personas próximas que puedan canalizar esa preocupación y hacer aflorar. "Pues que está negando algo evidente, ¿no?", indica el científico. El último sitio al que, por ejemplo, un negacionista patológico debe acudir es a las redes sociales.
"Tanto los patológicos como los ignorantes sirven de ariete", señala Valladares. Son, en sus palabras, los escudos de confrontación del tipo de negacionistas más peligrosos: los que lo son por egoísmo. "Se amparan en los patológicos y los ignorantes que arramblan o que 'entran hasta la cocina' diciendo grandes disparates", añade.
En algunos casos, explica Valladares se hace imposible razonar con los negacionistas por egoísmo: "No se trata tanto de convencerles como de darles una oportunidad honesta de que se retracten". Y, si no lo hacen, Valladares es tajante: tolerancia cero.
[4 teorías negacionistas sobre el cambio climático desmontadas por un científico del CSIC]
Se deben denunciar públicamente en las redes sociales o en los foros políticos, como ha ocurrido recientemente con Sultan Al-Jaber, presidente de la COP28, tras sus sonadas declaraciones negacionistas —"no hay datos científicos" que indiquen que sea necesaria una eliminación progresiva de los combustibles fósiles para limitar el calentamiento global a 1,5 °C—.
El siguiente paso es la denuncia judicial."Hay que llevarlo hasta las consecuencias en las que se pueda", explica Valladares, que defiende la tolerancia cero frente los comportamientos que "tienen consecuencias para terceros; no deben quedar impunes".
Por último, se pueden identificar a los adolescentes climáticos. Es "gente que cambia de opinión; que es muy versátil". Abarca a aquellos negacionistas que viran de una postura a otra dependiendo de si les viene bien o no, sin adoptar una postura clara. Piensan: "Si me va a hacer perder dinero o quedar mal, lo mejor es subirme al carro".
Lo que los caracteriza, según Valladares, es "esa frivolidad de no darle demasiada importancia, mirar alrededor lo que hacen los demás, dejarse arrastrar y no posicionarse profundamente".
Pregunta: En su libro critica el interés financiero y político en las guerras y los escasos recursos que se destinan a los esfuerzos de mitigación y adaptación al cambio climático…
Respuesta: Estamos más sensibilizados con muertes violentas que con muertes en diferido o en cascada por efectos indirectos de un cambio climático. El cambio climático no se percibe directamente como una amenaza, salvo en eventos extremos o en condiciones muy concretas, pero que en realidad suponen una parte muy pequeña de los muertos y de las víctimas en general, los afectados por el cambio climático.
El cambio climático mata a muchas más personas que todos los conflictos juntos más de 100 veces. Pero no lo terminamos de percibir así.
P.: ¿Qué haría falta para que los decisores políticos empezaran a percibir la crisis climática como un peligro inminente, como las guerras?
R.: Primero, pensar sobre ello: ver los datos e intentar interiorizarlo. Después, los responsables políticos tendrían que ejercer una mayor responsabilidad y ver que tenemos que poner dinero en protegernos de lo que realmente nos amenaza.
Se pone dinero en protegernos de la guerra, cuando es una amenaza muy inferior a lo que es el cambio climático.
P.: ¿Cómo se supera esta concepción?
R.: Quizá (un poco retórico) detrás lo esto hay una historia previa de actividades económicas que está detrás del negocio de la guerra. Y entonces parece que se cumple una función social invirtiendo en armamento y protegiéndonos teóricamente de la guerra. Y eso cambiarlo no es tan fácil.
No obstante, si nos atenemos a lo que nos amenaza —las guerras—, es una amenaza muy inferior a la del cambio climático y, sin embargo, recibe tres o cuatro veces más de financiación. Por eso habría que cambiar el chip de todos, pero habría que insistir en que los responsables políticos ejerzan responsabilidad.
P.: ¿Pueden convivir los intereses económicos y una respuesta suficiente al cambio climático?
R.: Ojalá tuviéramos una única fórmula global y mágica para una cosa tan complicada. No deja de ser un balance, porque tenemos que ir soltando lastre en cuestiones que tienen una fuerte huella ambiental o de dependencia y consumo de los combustibles fósiles. Y, al mismo tiempo, tenemos que ir dotándole de músculo también a la economía, a actividades que generen riqueza.
Es una concesión a la realidad, al mundo en el que vivimos. Pero también es un poco una concesión a la realidad, al mundo que tenemos. Al menos mientras hacemos la transición a un mundo mejor; hay que hacer ese encaje de bolillos.
P.: Si no existe una fórmula mágica, ¿hacia adónde hay que remar?
R.: Buscar alternativas es una forma muy eficaz de mantener algún músculo económico, alguna actividad económica, e ir disminuyendo la huella ambiental. No es la única, pero es importante incorporar al paquete medidas para detener la huella ambiental y estimular actividades alternativas, lo que se conoce como empleo verde.
Y ahí el Estado tiene mucho que decir: solo necesita un poco más de fuerza, valentía y decisión, algo que se echa en falta en las últimas décadas.
P.: En La recivilización desgrana algunas de las cualidades que puede aportar la ciencia para afrontar la crisis climática, ¿cuál es la más importante?
R.: En la caja de herramientas que puede aportar la ciencia hay una que podría ser la llave inglesa, que puede adaptarse a muchas tuercas: el pensamiento crítico. Un buen ejercicio del pensamiento crítico puede catalogar la veracidad y la solidez de algunas investigaciones e informes. Este es el principio imbuido en el funcionamiento del IPCC.
P.: ¿Cree que se escucha lo suficiente a la ciencia?
R.: La ciencia se tiene casi siempre como referencia. Si cuadra a priori con un programa electoral, los deseos de un grupo de inversión o los sueños de los millonarios estupendo. Pero cuando no cuadra pueden ocurrir varias cosas: que se le haga caso a pesar de todo —no ocurre frecuentemente—, que se le ignore o que se busque una segunda opinión que sí se ajuste a lo ansiado, aunque solo sea por los pelos.
P.: En el libro también pone el foco en varias corrientes que se han logrado colar entre las distintas aproximaciones que se tienen de la crisis climática, como los tecnoptimistas, ¿qué defienden?
R.: La tecnología es una herramienta. Y muchas personas, entre las que se incluye tecnoptimistas y ecomodernistas, piensan que la tecnología es la solución, cuando en realidad la solución es otra. Pero no hay que engañarse, la tecnología puede contribuir a conseguirlas. Hay que tener bien definidas las direcciones, las estrategias y aprovechar las herramientas que te ayuden a ello.
Los tecnoptimistas son personas que hacen demasiado hincapié en la tecnología; se dejan seducir por lo que la tecnología es capaz de hacer y su actuación termina estando guiada por lo que la tecnología pone sobre la mesa, como si fuera un menú.
P.: Otro de los grupos señalados, y que también demuestran una excesiva confianza en la tecnología son los ecomodernistas, ¿en qué se diferencian de los anteriores?
R.: Los tecnoptimistas y los ecomodernistas están en situaciones similares. En cuanto a los segundos, son, en esencia, ecologistas falsos. Predican un ecologismo falso que defiende cambiarlo todo para dejarlo igual.
En realidad, es una forma greenwashing, o pintar las cosas más verdes de lo que son en realidad. Un ejemplo de su mensaje es utilizar algunos materiales interesantes, pero para los cuales el gasto energético de su fabricación tiene una huella ambiental muy grande. Se podría describir como un postureo ambiental.
P.: Si la respuesta a la transición ecológica no está en la tecnología, ¿qué paradigma hay que adoptar?
R.: No debemos pensar que la tecnología nos salvará, pese a que es cierto que muchas veces lo ha hecho. Puede no hacerlo. Y cuando ocurre, como el caso del reciente desarrollo de las vacunas contra el Covid-19, ha habido algo que lamentar. Por eso, como en medicina, el enfoque adecuado es el preventivo. Mientras la tecnología hace su parte de reaccionar ante un problema, la sociedad tiene que minimizar ese problema, adaptarse a él, y tomar medidas.
Tenemos que ir hacia allá. Ahora nos pueden servir el coche eléctrico o el hidrógeno verde, o pueden acompañar nuestra respuesta ante el cambio climático. Pero hay que evitar que la confianza ciega en la tecnología sea casi como una religión.