El 8 de junio de 1924, George Mallory y Andrew Irvine se convirtieron en los hombres que muchos y a la vez nadie querrían ser. Aquel día fueron engullidos por la gélida nieve del Everest mientras intentaban convertirse en los primeros en subir hasta la cumbre. Mucho tiempo después, a finales de siglo, una expedición encontró el cuerpo del primero a pocos metros de la cima, pero si la dupla logró o no llegar hasta su meta sigue siendo un enigma. Uno cuya solución, curiosamente, podría estar en la cámara que su compañero tenía atada al cuello con un cordón cuando perdieron la vida.
Esa Kodak que llevó Irvine y que quizá guarda en su rollo una prueba histórica también podríamos considerarla "el primer residuo" en caer en la "montaña de las montañas" nepalí, asegura el cineasta Jean-Michel Jorda. Es una ocurrencia irónica, porque desde entonces en el Everest no se ha tirado ningún otro objeto con tanto valor. Y todo a pesar de que cada año se recogen más de 13 toneladas de basura en el que ahora "se ha convertido en el parque de atracciones de los más ricos", asegura.
Es una mañana soleada cuando Jean-Michel se cita con ENCLAVE ODS | EL ESPAÑOL para presentar el documental Everest Invaders: Asalto a la papelera más alta del mundo en Madrid. Llega al estudio de Starlite Films acompañado de Isabel Díaz Novo, productora en Outdoor Mountain Experience. Las dos compañías, una española y la otra francesa, han participado en la nueva aventura audiovisual de Jorda: una cinta que expone el declive ambiental del Everest como consecuencia de la urbanización y el auge del turismo de alta montaña.
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Una atracción en las alturas
Neoalpinista. Ese es el término que Jorda utiliza, en los 53 minutos que dura la cinta, para definir al nuevo perfil del público que visita el enclave asiático en busca de experiencias extremas. Es un visitante dispuesto a gastar en ellas desorbitantes sumas de dinero para no renunciar a comodidades más propias de la vida en la ciudad que de un área protegida. En la autopista del Everest hay 13 campos, pero donde más se ha visto la transformación de la postal por la "ocupación masiva" es en el campo II, a 6.457 metros de altitud.
Lo que antes era un paraíso dominado por el sonido de la naturaleza ahora tiene "tiendas de campaña para más de 2.000 personas que disponen de TV, calefacción, acceso a internet y oxígeno ilimitado", explica. También hay zonas comunes donde se puede hacer desde yoga a fiestas en la cresta del cielo, y "ubercópteros", como Jorda y Díaz denominan a las avionetas que sobrevuelan los campamentos ofreciendo asientos en primera fila al cielo nepalí.
La turistificación del Everest transforma el paisaje por estaciones. "Si uno va en invierno o en pleno verano, puede encontrar las mismas condiciones que vieron Edmund Hillary y Tenzing Norgay [fueron los primeros en ascender oficialmente a la cima en 1953]". En cambio, en temporada alta la postal también está adornada por botellas de oxígeno vacías, bolsas de plástico y otros muchos residuos que se acumulan a diario.
Esta basura que se tira acaba llegando a través del río hasta Katmandú, donde "en siete años han pasado de generar 500 toneladas de residuos diarios a 750", explica el documentalista. La capital nepalí es descrita en el documental como un "receptáculo de todos los excesos consumistas" que, por falta de infraestructuras —"Nepal tiene una de las rentas per cápita más bajas del mundo", recuerda Díaz— no puede gestionar eficazmente sus problemas con los vertidos.
Everest Invaders cuenta cómo la ocupación masiva afecta a esta ciudad de más de 1 millón de habitantes, de la que no se espera que pasen menos de "15 años hasta que vuelva a tener unos niveles de contaminación aceptables". También está cambiando el día a día de las comunidades que antes solían vivir en la montaña. "Ahora ya hay muy pocas familias. Se quedan abajo, los sherpas solo suben en la temporada de negocio. Y ellos también producen basura, porque se echa solo la culpa a los turistas, pero ellos no quieren ayudar a bajar lo que se genera porque no les aporta dinero", asevera Jorda.
En realidad, la visitas al Everest representan una oportunidad de ocio al alcance de muy pocos. Actualmente, el precio de un permiso de expedición se sitúa en los 15.000 dólares. En él se incluyen tasas que luego "recibe el SPSS (Sagarmatha Protection Control Center). Ellos son los que teóricamente tendrían que recoger lo que queda de la basura de las expediciones", se une en la conversación Isabel Díaz.
En Katmandú, hay quienes ven en este panorama una oportunidad para hacer algo de dinero concienciando al visitante. El documental muestra a unos lugareños que, a partir de los tapones de botellas que los turistas recolectan de forma voluntaria, crean pequeñas piedras del Everest, unos suvenires reciclados de su visita a la montaña con un trasfondo ecológico detrás.
La basura del Everest
Los creadores del documental insisten en que el primero que tiene una responsabilidad en la preservación de la montaña es el propio turista: "Hay que educarle y obligarle a que, si sube unas cosas en la mochila, luego se asegure de que bajen. Ahora el gobierno ha propuesto que los escaladores lleven de vuelta sus excrementos [al campo base]", dice Díaz. Aun así, las cosas no han cambiado mucho y los residuos siguen llegando a Katmandú. ¿Por qué? "Porque siguen faltando medidas. En Nepal es mucho más difícil imponer normativas al respecto, no son la prioridad, no quieren afear la imagen del Everest", añade Jorda.
La pareja puntualiza que "el turismo de montaña está bien porque genera riqueza, el problema es que eso luego no va a parar a la población". En 2021, uno de los hijos del emir de Baréin se fue de expedición con sus 16 hombres de la Guardia Real. "Estaba todo el planeta encerrado con la covid y ellos ahí solos. Pagaron un millón y medio de dólares que se llevaron los gobiernos y la empresa que les subió. ¿Imaginas todos los ceros que son eso para un nepalí que vive cada día con unas pocas rupias? La pena de esta historia es que luego no se encuentran 300.000 dólares para mantener el Everest".
El documentalista insiste en que "hace falta algo como una coalición internacional, que esto sea una preocupación global" pero lamenta que "los estados también tienen sus propios espacios que limpiar, como el Mont Blanc francés o el Aneto" en su país vecino, a los que el turismo también devora cuando llega verano.
Pese a todo, en los últimos años han surgido iniciativas como Sagarmatha Next, el primer proyecto del Museo y Parque de Sostenibilidad del Himalaya. Este se sitúa cerca del campamento base y sus beneficios se destinan a mejorar la gestión de residuos en la región de Khumbu. "La gente ahora se acerca a ver el museo, se están creando puestos de trabajo… es una forma de desarrollar un turismo más responsable", celebra.
Proteger el espíritu alpinista
El hecho de que el número de escaladores haya aumentado de forma tan espectacular en los últimos años se debe, en parte, a que el equipamiento cada vez es mejor, lo que acerca el Everest a nuevos visitantes no profesionales. Esto representa una oportunidad de potenciar el turismo en Nepal, pero al mismo tiempo preocupa a los montañeros, como el mismo Jorda y otros compañeros entrevistados en el documental, que temen que la subida de precios acabe privatizando la montaña.
Desde el estudio de Starlite Films, Jorda y Díaz viajan décadas atrás y recuerdan que "los alpinistas profesionales han pasado de compartir los permisos", incluso en "expediciones internacionales" a tener que depender "de patrocinadores potentes para poder pagarlos. Mientras tanto, ves a un instagrammer con millones de seguidores al que todos quieren patrocinar para que suba a hacerse la foto. ¿Eso está bien o mal? No somos quiénes para juzgar eso, pero es lo que está pasando", dicen.
El director reivindica que se proteja la montaña, porque pese a ser "clave en la vida de los alpinistas" ve su futuro cada vez más marcado por la acción del ser humano. Como activista comprometido con el impacto del turismo de alta montaña, Jean-Michel Jorda ha participado de forma paralela a su carrera cinematográfica en iniciativas orientadas a mejorar la gestión de residuos en Nepal. Entre ellas, el proyecto de instalación de una incineradora en Pangboche, el último pueblo habitado durante todo el año más cercano al campamento base del Everest.
Tras el éxito de documentales anteriores como Everest Green (2018), el cineasta, que acumula más de 30 títulos y 7 premios en su carrera, promociona ahora su nueva obra audiovisual. Everest Invaders ha participado en festivales como el Mendi Film de Bilbao y espera seguir aumentando su repercusión en los próximos meses, sirviendo como expositor de lo que ocurre en el cielo nepalí desde una visión crítica a la vez que realista. Al finalizar esta entrevista, su creador recuerda que la obra "no pretende buscar culpables, sino enseñar la realidad de cómo está el Himalaya e invitar a una reflexión".