Hay quien la conoce como La Gata Verde, por su cuenta de YouTube. Otros la asocian a La Señora del Arte, por su pódcast. Algunos, por su participación en el programa de La2, El condensador de fluzo. A la mayoría, probablemente, les haya llegado uno de sus últimos reels de Instagram (también en TikTok) que se hicieron virales, aquel en el que Sara Rubayo explicaba lo ilógico de la polémica con el cartel de la Semana Santa de Sevilla de este año.

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“Cristo es sexy desde que Cristo existe”, explica ahora a ENCLAVE ODS. Y recuerda algo que esta historiadora del arte madrileña sabe muy bien: “Siempre se le ha representado como un tío maravilloso; dentro de la Iglesia, y en obras tan famosas como la mismísima Capilla Sixtina, hay escenas eróticas bastante más llamativas” que la retratada en el polémico cartel.

Aclara Rubayo, respecto a este tema, que es sorprendente el puritanismo que encontramos cada vez más en todo aquello relacionado con el arte. También en el cine. Y hace referencia a películas como Peter Pan o El libro de la selva que incluyen avisos al inicio explicando que “hay que verlas con el prisma de su época” porque pueden contener contenidos inadecuados o no educativos. A lo que comenta: “Es como si no pudieses apreciar el arte religioso o regio si no crees en dios”.

Pero esta parte de la conversación es solo un chascarrillo. Esta historiadora del arte se reúne con EL ESPAÑOL para hablar de la gesta en la que lleva inmersa los últimos seis años de su vida, junto a la ilustradora Ana Gállego: la creación de los dos volúmenes de PintorAs (Paidós, 2024), una suerte de “enciclopedia”, como ella misma dice.

En ellos, se recogen los nombres y las vidas de 748 mujeres. Se trata de dos libros que, para Rubayo, no son más que “una búsqueda y ordenación de todas las mujeres que se dedicaron de manera profesional a la pintura, desde el principio de los tiempos, desde donde tenemos registro”. Lo que hace en ellos es, en cierta manera, replicar lo que viene haciendo desde que en 2015 empezase a divulgar la historia del arte: poner a las mujeres en el lugar que les corresponde.

Todas las mujeres del arte

Esta historia del arte en femenino “comienza con Aristareta, una griega que pintaba cerámicas con su padre en el siglo VI antes de Cristo, avanza por toda la Edad Media, por todo el Renacimiento, por toda la Edad Moderna y llega al barroco o rococó neoclásico, hasta el siglo XVIII”, explica su autora.

Eso sí, reconoce, “el trabajo grueso lo ha hecho Ana Gállego”, su compañera en este camino de descubrimiento. Ella ha sido la que “despacito, poco a poco, cada día las que surjan, ha ido investigando”. Eso sí, admite: “La idea loca fue mía y ella dijo que adelante”.

Pregunta: En estos seis años, ¿se les ha pasado por la cabeza que se estuviesen dejando a alguna mujer, a alguna artista que sigue siendo desconocida?

Respuesta: Es un proceso muy emocional, porque además es inevitable. Con cada nombre teníamos sentimientos encontrados, porque era una alegría tremenda el haberla encontrado de repente y una tristeza a la vez el pensar ‘dónde has estado todo este tiempo, por qué no hemos sabido nada de ti’.

Rubayo asegura que las vidas de las mujeres recopiladas en PintorAs son “alucinantes todas, a cada cual más digna de hacer un biopic para una plataforma”. Con estos dos volúmenes, explica, “estamos abriendo camino con un machete en la selva, abriendo hueco, despejando el camino”.

Sin embargo, tanto ella como Gállego son conscientes de que “no es ni mucho menos la carretera por la que transitaremos después”. Más bien, dice, se trata “del inicio del inicio del inicio”. Porque “aquí queda todavía muchísimo trabajo de investigación y de criba”. Y confiesa que “la premisa” para empezar esta investigación fue “todas dentro y ninguna fuera”.

P.: ¿Por qué era tan importante que todas estuviesen, que no fuese una selección?

R.: Porque hay más libros de mujeres. Este no es el único. Lo que sí es, es el más completo. Nos hemos encontrado un montón de historias del arte de mujeres, pero son selecciones de las biografías con más peso, con más documentación, con más fuentes. Y eso me parece guay, pero también me parece incompleto, igual de incompleto que cogerte cualquier otro libro de historia del arte en la que ni siquiera aparecen.

Porque, subraya, “si tú no incluyes a una mujer en un libro porque su biografía no tiene tantos datos como para estar dentro, la estás condenando al olvido, estás poniendo una losa más, una piedra más encima de su nombre para que se termine de olvidar”. Y eso, reconoce, para ellas era vital que no ocurriese.

Incluso nombres que solo tuvieses una línea de biografía o datos se incluyen en PintorAs. Y Rubayo explica que “así, por lo menos, ya tenemos el nombre, una mujer que sabemos que se dedicó de manera profesional a la pintura”. Ese es el primer “hilo” del que “futuras investigadoras pueden tirar”. Y zanja: “Si no lo contamos, se olvida más fácil; todo lo que no se cuenta, no existe”.

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Historias de biopic

Para Rubayo es “imposible” elegir una sola mujer, ni siquiera un puñado, del compendio que ha recopilado. “Sinceramente, no se puede”, dice al pedirle que destaque a alguien, a quien se haya quedado con ella ya para siempre.

“Ahora, por ejemplo, nombres como Angelica Kauffmann o Sofonisba Anguissola ya están incluidas dentro de mi corpus de historiadora”, cuenta. Y prosigue: “Pero a día de hoy, después de haber hecho las 748 biografías, hay un montón de nombres que se me olvidan y de repente vuelvo a revisarlas y digo 'guau, cómo no te había conocido antes'”.

P.: Denos una pista, ¿qué tipo de historias hay?

R.: Hay mecenas, hay mujeres que tuvieron 13 hijos y llevaron adelante sus negocios. Una mujer me sorprendió muchísimo porque llevaba con su marido una carreta de migrantes desde los Estados Unidos a Canadá, a territorio desconocido, e iba montando escuelas por donde pasaban, en los campamentos que montaban, para que los propios inmigrantes tuvieran una educación y ella misma creaba los libro.

Pero no solo eso. Rubayo también habla de “monjas que crearon las primeras enciclopedias para dar estudios y conocimientos a sus propias novicias”. O la más sorprendente: “una monja budista samurái, Ōtagaki Rengetsu, que era hija de una cortesana y de un samurái; fue poeta, escribía sus poemas en tazas y además las pintaba. Se convirtió al budismo. Y además también sabía artes marciales”, matiza la historiadora.

Hijas y alumnas de

Rubayo recuerda también que, a la hora de leer los dos volúmenes de PintorAs, hay que tener en cuenta un detalle fundamental y un tanto espinoso: "Casi todas las biografías empiezan igual, con un ‘hija y alumna de’. Al principio, sobre todo".

La explicación, dice, es sencilla: "La mayoría consiguieron acceder a la pintura por pertenecer a una familia de pintores". Para ella, esto supuso un dilema, pues pensó que se le iba "a echar encima" al escribir un compendio de mujeres en la historia del arte y empezar sus biografías diciendo que eran "hijas y alumnas de un hombre".

Por eso, reconoce, hizo una aclaración en el prólogo que, al preguntarle sobre este detalle, repite a ENCLAVE ODS: "Explico que somos una sociedad mixta, que vivimos con nuestros hombres, nuestras parejas, nuestros hijos, maridos, hermanos, padres y que, por suerte o por desgracia, la mayoría de las biografías de ellas están vinculadas a las de ellos y que la única manera de conocer de ellas es a través de ellos".

Dicho esto, continúa esta historiadora del arte, sucedió que se dio cuenta de algo: "Hasta el siglo XVII, casi todas las biografías se han ido componiendo con datos que mencionan sus familiares masculinos". Y matiza: "Es decir, un cuñado que pintaba la menciona porque un día pintaron juntos una obra en no sé dónde. Pues ya tengo un dato de esta señora. El padre le enseñó y la llevó a no sé qué, no sé cuántos… ya tengo otra frase".

Así, explica, fue componiendo un "corpus biográfico a raíz de frases que van saliendo de las biografías de los hombres que rodearon su vida". Sin embargo, en el siglo XVIII ocurre lo contrario. En ese momento, asegura, "te dicen que fue hija o esposa de Pepito y entonces tú vas a buscarle a él, que te lo ponen como referencia principal, y no tiene nada; la que tiene biografía completa es ella".

Más mujeres en los museos

Rubayo empezó a divulgar la historia del arte en redes sociales en 2015. Desde entonces, son muchos los museos y galerías que han reivindicado el papel de las mujeres más allá de las musas y que han dedicado espacio a las artistas. Sin embargo, durante la conversación surge una contradicción: muchas de esas reivindicaciones formales se hacen en forma de exposiciones aisladas, dedicadas solo a ellas, y no acaban de aparecer junto a ellos.

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De eso, precisamente, habla el prólogo del primer volumen de PintorAs. Y Rubayo lo recuerda: "Estos libros no son un fin en sí mismo, sino el paso previo a construir una historia del arte real y completa con sus hombres y sus mujeres".

Y la madrileña hace referencia, para demostrar su 'obsesión' por la equidad en el arte, a su anterior libro, Te gusta el arte aunque no lo sepas (Paidós, 2022). Ese, dice, "sí es un manual completo y paritario de la historia del arte", aunque "muy limitado" por su extensión.

En él, empezando en la prehistoria y acabando en la contemporaneidad, Rubayo cuenta "una historia del arte con un canon mixto". Para ello, intercala a hombres y mujeres para contar nuestro pasado artístico de "una forma muy fluida, muy natural".

Sus libros, por tanto, buscan ser un primer paso —o un paso más— hacia ese canon artístico mixto, en el que hombres y mujeres convivan como referentes. Para, por ejemplo, explicar "el cubismo no a través de Picasso, sino a través de Alex Bailey". O, añade, "el rococó no a través de François Boucher, que también, pero lo explicó a través de Elizabeth Vigée Lebrun".

¿Un cambio social?

La conversación con Rubayo acaba con una serie de reflexiones sobre el lugar actual de las mujeres en la Historia del Arte con mayúsculas, en las asignaturas que en los 90 y en la primera década de los 2000 a ella le llegaron —como a todas— masculinizadas. Y reconoce que, cada vez más, en las universidades se potencia y reivindica el papel de las mujeres en la historia del arte.

Sin embargo, si se pone la lupa sobre el resto de los niveles educativos, es decir, colegios e institutos, en muchas ocasiones la inclusión de las artistas queda al libre albedrío de los profesores. Eso sí, incide Rubayo, al menos "en las últimas oposiciones de Historia y Geografía se incluyeron varias obras de mujeres".

P.: La historia del arte siempre ha sido el patito feo o la gran olvidada en los currículos académicos, un poco como la filosofía. ¿Por qué es tan importante?

R.: La historia del arte es la historia de nuestros registros artísticos, de nuestras emociones. Es la plasmación, el fiel reflejo de lo que es cada civilización en cada momento de la historia y en cada lugar. Nuestras obras de arte reflejan quiénes somos en cada momento.

El arte, insiste, es "el reflejo de la sociedad a la que pertenece". Y matiza que si, como ocurre con el arte de nuestra época, a alguien "le parece frívolo, vacío, anodino, caro y caprichoso, a lo mejor de lo que se está hablando es de la sociedad".

Y, por eso, Rubayo rompe una lanza por la historia del arte y la filosofía que, zanja, "son necesarias para el entendimiento de nuestra propia existencia, nuestra propia humanidad y nuestra propia convivencia con el resto de seres humanos".