Nacido en un municipio al oeste de São Paulo y afincado actualmente en Londres, capital de las cabinas rojas, Henrique Oliveira (Ourinhos, 1973) cumple desde su estudio con el oficio de ser algo parecido a un escultor de la naturaleza. Su proyección internacional es reseñable: ya en 2013 expuso en el Palais de Tokyo francés con la instalación Baitagogo, una serie de enredos retorcidos de ramas que parecían crecer de las vigas del museo. Este año, adelanta, es su primero en ARCO.
Oliveira viaja con sus bosques cada vez que visita una feria. Se mimetiza bien con estos ambientes, casi tanto como lo hace con la calle: buena parte obra se basa en intervenciones en el espacio público. Quizá la más conocida sea la que hizo en la Bienal de Porto Alegre en 2009. "Integré mis esculturas en las antiguas paredes de una casa", recuerda, con árboles que parecían apoderarse de la fachada, como en una defensa irónica de la liberación de la naturaleza del control humano.
Esa idea sigue hoy impulsando el trabajo del autor, que lleva más de 30 años viviendo del amor al arte. Antes de ser escultor, se dedicó a la pintura. Su obra en esta disciplina se acerca más al expresionismo abstracto, marcada por las pinceladas arremolinadas y los golpes de color dirigidos por su espátula. Con el tiempo, empezó a flirtear con lo tridimensional, y se convirtió en un apasionado de la escultura híbrida, aquella en la que los elementos naturales y la innovación se unen —en su caso— por medio de estructuras vertiginosas y de agresiva rusticidad.
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Desde 2003, crea instalaciones in situ para las que suele utilizar materiales generalmente pobres procedentes del entorno urbano, como la madera de vallas de obra. Esa relación con la reutilización le ha valido la etiqueta de artista eco. Pero él, que también apuesta por la innovación en sus trabajos, trata esa consideración con respeto. "Mis obras no son una declaración ni un juicio hacia nadie, pero sí creo que hay un paralelismo entre ellas y el momento que vivimos", reflexiona.
Oliveira conversa rodeado de sus obras en el stand de Ruinart en ARCO. Es uno de los seis artistas seleccionados por la maison de champán francesa, la más antigua del continente, para su Carte Blanche 2024. La iniciativa involucra cada año a creativos cuyo savoir faire dialoga de alguna manera con la naturaleza. "La marca y mis obras comparten el interés por defender lo artesanal", asegura sobre la colaboración.
Su aportación en esta última entrega del proyecto consiste en una escultura del tamaño de un árbol real, hecha de madera contrachapada reciclada y papel maché reforzado con barras metálicas internas. Como homenaje a la marca, la escultura, aún en proceso de creación, se inspira en el concepto de una vid invertida. La obra se quedará a vivir en el Cour d’Honneur del palacete-sede de la Maison Ruinart en Reims, en un lugar al que desde Ruinart apodan cariñosamente el Jardín de los Artistas.
De Brasil a Reino Unido
Oliveira transmite en sus proyectos el aprecio por los pulmones del mundo y la excentricidad provocativa del arte contemporáneo. Lo primero no sorprende conociendo sus orígenes. Reflexiona sobre la crisis que azota al Amazonas, fruto del negacionismo climático, la amenaza de la deforestación y los conflictos por el control de la tierra con las comunidades indígenas. "Es una situación muy triste, Brasil aún no entiende la situación que vive", lamenta el autor.
"Muchos quieren que se crezca en lo económico y lo ponen por delante de la conservación. Los últimos estudios muestran que no es necesario seguir abriendo nuevas áreas en la selva; se puede ampliar la producción y redistribuir las tierras con lo que ya ha sido destruido. Lo que pasa es que hay una parte de la sociedad a la que esto le da igual y con sus votos contribuye a que el Congreso y el Parlamento sean ocupados por dirigentes que buscan expandir las fronteras del negocio".
Esto no afecta solo al Amazonas, también a áreas protegidas como El Cerrado", una ecorregión cercana a São Paulo que ocupa el 22% del área brasileña y que se encuentra en un estado de preservación vulnerable. Aunque la situación legislativa "no es la misma" con el gobierno de Da Silva "que con Bolsonaro, quien tenía una postura deliberada de destrucción de los bosques", considera que en el sistema "todavía hay una mentalidad muy retrógrada" en perjuicio de la lucha medioambiental.
Como él, en Brasil hay una lista generosa de nombres cuyas obras incomodan "a los que solo velan por sus intereses" en el contexto de crisis climática. "Ahora mismo hay una buena escena artística allí, con autores muy creativos, ferias como la SP-Arte, muchos coleccionistas…", asegura, si bien cree que "el país sigue estando aislado en su propio entorno" y que el Gobierno debe apoyar su expansión internacional. "A no ser que te mudes o que los comisarios conozcan tu trabajo, es muy difícil salir al exterior".
Ya hace varios años que Oliveira tiene su estudio en Londres, aunque "la mayoría de mis proyectos se llevan a cabo en Francia y otros países de Europa", recalca. Si en el mercado americano es donde más éxito tienen sus pinturas y esculturas pequeñas —como las que ha traído a ARCO—, dice que al viejo continente le interesan cada vez más las megainstalaciones.
Ahora, el artista prepara una obra que se alzará en exclusiva sobre la sede de Ruinart, previsiblemente en el mes de octubre, para rendir homenaje al proceso de elaboración del champán en un paisaje rebosante de originalidad a gran escala.