Anne Boyer (Kansas, 1973) tenía apenas 11 años cuando escribió una carta dirigida al presidente de EEUU de aquel momento, Ronald Reagan. En la misiva que envió a la Casa Blanca hablaba de los “horrores” de las armas nucleares y pedía la desnuclearización del país. Como respuesta, recibió un libro para colorear. Y en sus páginas blancas y negras germinó el anhelo de esta poeta de encontrar el "lenguaje" o "las palabras" exactas para cambiar el mundo.
Tres décadas después, una semana después de cumplir 41 años, entró en una nueva etapa vital que seguía definida por aquel cuaderno para colorear. Y lo hizo de la mano del diagnóstico de un cáncer de mama triple negativo de pronóstico grave. En ese momento, en la vorágine de una enfermedad y un tratamiento extremadamente invasivo, Boyer comprendió que había alcanzado un “agotamiento” vital, que había trascendido su lucha contra las desigualdades en su país y tomado su propio cuerpo.
En aquel momento, que disecciona en Desmorir. Una reflexión sobre la enfermedad en un mundo capitalista (Sexto Piso, 2021), tuvo claro lo necesario que es "luchar por un sistema de salud pública". Algo que, ahora, durante su visita a España y su conversación con ENCLAVE ODS, reivindica. Porque, insiste, "siempre habrá políticos que querrán reducir los servicios sanitarios públicos y luego decir que no funcionan y que la sanidad privada es la solución".
[Capitalismo, patriarcado y mentiras: la desgarrada reflexión de Anne Boyer sobre el cáncer de mama]
Su Desmorir le valió el Premio Pulitzer de No Ficción allá en 2020. Y el 16 de noviembre de 2023 su carrera tomó unos derroteros que nunca previó. Ese día tomó una decisión radical que hincharía el pecho de aquella niña que escribió una carta a Reagan: abandonó su trabajo soñado, como ella misma dice, como editora de poesía de la revista dominical del New York Times. El motivo, en sus propias palabras, fue “el genocidio en Gaza” y “las políticas de censura” que el medio estadounidense impuso en aquel momento del conflicto.
Pregunta: ¿Cómo tomó esa decisión? ¿Cómo fue ese momento?
Respuesta: Fue tan difícil… aterrador. Me encantaba ese trabajo porque me dio la oportunidad de promocionar la obra de aquellos poetas que no habían recibido suficiente atención hasta entonces; personas que no eran profesores de universidad, ni autores publicados, que no estudiaron en Harvard… Poetas de todas partes, como de Oklahoma o de fuera de los centros culturales de Estados Unidos. Dejarlo significó dejar algo muy valioso para mí.
P.: Pero, aun así, lo hizo.
R.: Porque quedarse era imposible. Absolutamente imposible.
P.: El motivo fue Gaza, pero ¿exactamente qué hizo que tomase la decisión, qué le molestaba del New York Times?
R.: Por un lado, querían que se publicasen poemas con eufemismos burdos sobre la guerra y sobre la deshumanización de los palestinos. Y yo no quería pedirles a mis amigos o a las personas que admiro que pusieran sus poemas en contra de la actualidad, de lo que estaba ocurriendo.
Y, por otro lado, me ponía enferma ver lo que se publicaba en el periódico todos los días; literalmente, me dolía el cuerpo. Era casi físicamente incapaz de seguir adelante con el trabajo porque me provocaba unos sentimientos muy fuertes, me sentía desconsolada y devastada.
Para tomar una decisión tan radical y trascendental, Boyer confiesa que habló con poetas que tenía previsto publicar, con activistas palestinos… Y, asegura, tuvo “mucho cuidado”.
“No sabía si era mejor quedarme e intentar cambiar las cosas o irme”, recuerda. Pero reconoce que “a medida que el número de muertos aumentaba, y el lenguaje en el periódico se llenaba de mentiras sobre lo que estaba sucediendo, marcharse parecía mucho más sensato”.
Y así lo hizo. “Uno de los últimos poemas que publiqué fue de la poeta palestino-estadounidense Fady Judah. Fue lo último que quise hacer”, admite.
P.: ¿Se sentía, entonces, censurada respecto a Gaza?
R.: Absolutamente. Pero esa censura siempre la ha habido, no es nueva.
P.: ¿Hubo consecuencias? ¿Qué ocurre cuando una se enfrenta a esa censura?
R.: Las consecuencias a las que se enfrenta una persona por alzar la voz son terroríficas. En las universidades, te arriesgas a quedarte sin trabajo; en el mundo de las artes, pierdes oportunidades. Otras veces las consecuencias son silenciosas. Pero creo que para los artistas y escritores, dado que lo que hacemos es reflejar la vida, no hay otra opción.
Para Boyer, lo más “sorprendente” tras su dimisión fue “la solidaridad” que sus colegas y coetáneos le demostraron. “Los artistas, escritores y pensadores que se han pronunciado sobre la difícil situación de la población de Gaza y esta brutal guerra contra ella han creado su propia red de apoyo”, indica.
Son constantes las actividades en las que participan juntos. Alzar la voz por Gaza, asegura, “ha unido a personas que no estaban unidas antes”. Por eso, reivindica, “sea cual sea el coste, sea cual sea la censura o las cancelaciones que se produzcan, lo que se obtiene al decir la verdad es mucho mayor”.
P.: ¿Qué le llevó, exactamente, a decir “basta ya, no puedo seguir aquí”?
R.: Que intentasen justificar el genocidio y el lenguaje que se utiliza para hablar de Gaza. Porque por la forma en que se cubre y se entiende la situación, se nos niega a los autores incluso el lenguaje adecuado para describir los horrores que vemos.
P.: ¿Cuál diría que es el motivo por el que se utiliza ese lenguaje 'descafeinado', como sugiere, al hablar de Gaza en EEUU?
R.: La forma en que hablamos de ello se debe a que los Estados Unidos han estado involucrados desde la Segunda Guerra Mundial en una serie de guerras imperialistas, en muchas ocasiones silenciosas, ocultas y golpes de Estado, además de todas esas guerras que tenemos a la vista y que ni siquiera llamamos guerras.
Boyer asegura que, como el resto de sus compatriotas, ha “vivido toda la vida en estado de guerra”. Y eso que, reconoce, tuvo la “suerte” de que sus padres fueran “cristianos pacifistas, que estaban muy firmemente en contra de la guerra”.
“Recuerdo a mi madre que, cuando era una niña, tras un bombardeo israelí, me dijo 'no te equivoques, esas bombas son nuestras bombas'. Es decir, que como ciudadana de los Estados Unidos no podía fingir que era un problema de otros”, cuenta la poeta. Y dice que “siempre, y para siempre, será nuestro problema”.
Boyer reconoce que, desde aquel momento, sintió que “aunque un bombardeo ocurriese lejos de casa”, también es su “responsabilidad”. Pero, matiza, “no solo es responsabilidad de los estadounidenses, sino de cada humano, de cada persona”.
Porque, recuerda, “las guerras no están 'divorciadas' de nuestras otras actividades”. Eso sí, rompe una lanza por su país y asegura que debido a ese “estado de guerra” en el que llevan sumidos décadas, los estadounidenses “a menudo” están “muertos por dentro”. Porque, lo justifica, “ser insensibles a lo que pasa es lo único que nos permite sobrevivir”.
P.: Las elecciones presidenciales del 5 de noviembre pueden ser definitorias en muchos aspectos. Serán un Biden vs. Trump en toda regla.
R.: Nos tocará elegir entre un cadáver y un loco. ¿Cómo elegir? Miro a Estados Unidos desde Escocia, donde estoy viviendo ahora, y no sé qué pasará. Es como si a los que ostentan el poder no les importara, como si supiesen que todo saldrá bien para ellos pase lo que pase, que da igual el nombre que se meta en la urna.
Boyer confiesa que cree “acertado” que haya gente que “se niegue a participar en este sistema electoral”. Y lo explica: “Con Biden tenemos una política fronteriza similar, una guerra inhumana, y cada vez habrá más miles de millones de dólares que se destinen a múltiples guerras. Con Trump, tenemos una retórica racista, una inestabilidad circense”. Para la poeta votar en EEUU significa “votar a favor de la guerra”.
P.: Es decir, ¿o se vota por inestabilidad interna o en el extranjero, no?
R.: Es absolutamente descabellado si piensas en cómo todo está vinculado financieramente al dólar estadounidense. Por eso, lo que ocurre en nuestras elecciones no solo nos afecta a nosotros, sino al mundo entero. Y, aun así, un cadáver y un loco son la única opción para liderarnos. Algo que revela que la forma actual de democracia es profundamente antidemocrática.
Una sociedad "enferma"
El estado de guerra perpetuo del que hablar Boyer no se refiere solo a los conflictos armados. Con una media sonrisa, admite que tiene que ver con el sistema como tal. Y pone el foco en su Desmorir y la sanidad. “La vida sin un sistema de salud público es una mala vida para todos, incluso si te puedes pagar el mejor seguro privado", explica.
Y continúa: "Es horrible vivir en una sociedad en la que todo el mundo está enfermo; en la que la gente no puede recibir terapia; en la que quien está enfermo no recibe atención; en la que la gente muere en los parkings de los hospitales, en la que acabas en bancarrota por un ataque al corazón o un cáncer o un problema durante el embarazo".
Boyer remata su alegato por la sanidad pública con historias propias y ajenas sobre “vivir en un sistema de salud con fines de lucro” que, admite, son “tan escalofriantes que son casi impensables". Y eso que las vivencias de su Desmorir son las de una mujer que tenía seguro médico. Pero, confiesa, ha vivido durante años sin él. "Si hubiera tenido cáncer en otro momento, habría sido aún más devastador", lamenta.
La poeta estadounidense también reflexiona sobre lo que significa una enfermedad grave como la que ella sufrió en su país natal. La conclusión a la que llega no es otra que “puede ser devastadora desde el punto de vista económico”. Porque, reconoce, “la mayoría no tiene dinero en el banco, ni dinero familiar, ni propiedades a las que recurrir”.
Y concluye que este sistema “perjudica la vida no solo de los enfermos o de quienes lo estarán, también de las personas que trabajan en el sistema de salud y que sufren constantemente el daño moral de brindar una atención inadecuada o nula a las personas que la necesitan".
"Podemos ver en Estados Unidos, tanto con las guerras como con el sistema de salud, que todo está completamente conectado. Y vemos la cosificación y la deshumanización de las personas en aras de obtener ganancias, y el beneficio es para unos pocos". Boyer, además, se pregunta "quiénes son esas personas a las que no podemos llegar, a las que no podemos ver, pero controlan el sistema".
No obstante, todo este engranaje perfecto de desigualdades, asegura Boyer, es lo que alimenta el arte y a los poetas, como ella. Porque, concluye, “un poema es la obra de la verdad, y la verdad es entender las dinámicas políticas y sociales más amplias del mundo que nos rodea".