"Esos cielos que nos maravillan están en peligro de extinción", comenta —y reconoce que, tal vez, "sea un poco exagerado"— el físico y meteorólogo José Miguel Viñas (Madrid, 1969) tras una visita que ha preparado para la prensa al Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Se refiere, en concreto, a su "particular Capilla Sixtina" en el centro de arte de Madrid, conformada por El acantilado de Aval, de Eugène Boudin (1890), el Camino de Versalles, de Camille Pissarro (1870), y La inundación en Port-Marly, de Alfred Sisley (1876).
Durante más de una hora, Viñas recorre, seguido por una veintena de periodistas, las salas del Thyssen. Su objetivo: desgranar las claves de su última publicación, Los cielos retratados (Crítica, 2024), de una manera visual y experiencial. Porque, confiesa, se trata “de un libro de pintura más que de meteorología”, como a los que tiene acostumbrados al público.
Al fin y al cabo, sus obras suelen centrarse en los temas que toca en Meteored. Así lo hizo en El tiempo (Shackleton books, 2022), Conocer la meteorología (Alianza Editorial, 2022) o Introducción a la meteorología (Almuzara, 2010). En este nuevo viaje a través del tiempo y el clima en la pintura, en cambio, se centra en el arte para analizar y remover conciencias.
Con él, lo que viene a hacer es demostrar que el poeta inglés John Keats se equivocaba cuando en 1820 escribió: “La filosofía [natural] recorta las alas al ángel, / conquista los misterios con reglas y líneas, / despoja de embrujo el aire, de gnomos las minas, / desteje el arcoíris”. En otras palabras, Viñas le responde a Keats que de eso nada, que la ciencia, como escribe el meteorólogo, no elimina “el sentido poético (inspirador) y emocional que provocan en nosotros los elementos de la naturaleza”.
Más bien, reflexiona Viñas en su libro, le daría una capa más de sentimiento. Porque, indica durante su paseo por el Thyssen, analizar las pinturas del siglo XVI, XVII, XVIII o XIX nos permiten ver cómo nuestros antepasados vivían determinados fenómenos meteorológicos. Y toma el ejemplo de Sisley y su Inundación en Port-Marly. El parisino, “como si fuese un periodista, se fue con su caballete y sus pinturas y retrató el desbordamiento del río”.
Y con ese retrato inmortalizó una catástrofe natural que dejó conmocionada a los alrededores de París. Y no solo eso, “los impresionistas pintaban las emociones y sensaciones que les causaba el medio, y a eso obedecen los elementos climatológicos de sus cuadros”, matiza. Por ejemplo, dice, el cuadro de Pissarro, Camino de Versalles, muestra “una nevada temprana, seguramente en octubre o noviembre”.
Estos ejemplos, al igual que todos los recogidos en su libro, demuestran que, dice, “la parte documental de la pintura puede aportar datos e información cualitativa a la historia climática”. Como ocurre con los cuadros de Venecia de Canaletto, que han “arrojado información científica” sobre el aumento del nivel del mar en la ciudad italiana desde el siglo XVII.
El arte del cambio climático
En algunos casos, explica Viñas durante la visita guiada, con un solo vistazo se puede comprender (casi) toda la complejidad de las transformaciones meteorológicas que vive la Tierra. Y señala a Paisaje invernal con figuras en el hielo, de Jan van Goyen (1643): “El clima era completamente diferente del actual; la tendencia (al frío) era inversa”.
Allá a principios del siglo XVII incluso, matiza, “las personas hacían vida sobre el hielo”. De ahí que, recuerda, se conociese la época como “la pequeña edad de hielo”, pues “las heladas no pasaban cada 10 años, sino de manera frecuente”.
Eso sí, aclara en una conversación con ENCLAVE ODS, “aunque el clima está como está y vivimos una crisis climática, todavía tenemos reductos en la Tierra donde se puede ver algo parecido a lo que vieron los pintores del siglo XVII o XVIII”. Y añade: “No hemos llegado a Mad Max”.
“El cuadro más bonito que veas en un museo se podría pintar hoy en día todavía. Pero a lo mejor dentro de 20 años ya es más difícil ver un agua del mar con este color [el que plasma Boudin en su El acantilado de Aval o Jan Brueghel, el Viejo, en Cristo en la tempestad del mar de Galilea (1596)]”. O, añade, “ver un cielo tan azul”, como el de la Noche mediterránea de Claude-Joseph Vernet (1753).
Pregunta: ¿Existe algún elemento de algún elemento de algún paisaje retratado por un pintor que ya no podamos encontrar en el mundo real?
Respuesta: Uno de los elementos que se está perdiendo con mayor velocidad es el hielo. Y podíamos pensar en las regiones polares, pero no, estamos viendo que los glaciares, por ejemplo, pues cada vez escasean más y las proyecciones apuntan a que eso va a ir a más en el futuro, a las proyecciones. Cualquier cuadro —y hay muchos— de la pequeña edad de hielo que muestra un paisaje invernal, ya nos está enseñando algo que ahora es casi imposible de ver, con tanta frecuencia.
P.: Hace no tanto tuvimos Filomena aquí en España.
R.: Puede haber episodios extremos invernales, como Filomena, pero antes era lo normal. Lo normal era tener inviernos muy largos, inviernos muy fríos, ríos congelados y eso hizo que la sociedad tuviera que adaptarse a ese nuevo clima. Y no era una situación sencilla para esa sociedad, era distinta.
Ahora, estamos adaptados al clima actual, pero desde luego que si al final evoluciona el clima como parece que lo puede hacer, va a ser difícil que nos adaptemos. Vamos a pasarlo tan mal o peor que la gente que en el siglo XVI se vio con inviernos de 30 bajo cero. Nos estamos yendo al otro extremo en el clima.
Viñas recuerda, además, que “el hecho de que ahora sea casi impensable ver los ríos grandes en Europa congelados en invierno ya nos está mostrando algo distinto a lo que pasaba hace siglos”. Y eso, al final, no deja de ser un patrón de cambio climático.
P.: ¿Cómo sería un cielo de Monet o Van Gogh si lo fuesen a pintar ahora mismo?
R.: En un ambiente urbano, que es donde vivirían, de entrada tiene muy pocas posibilidades de ver el cielo. Y si lo ves menos, te fijas menos en él y, por tanto, lo traslada al menos a tu pintura. Antes el cielo era parte de tu vida. Estabas todo el rato mirando al cielo en sitios donde lo veías en una gran amplitud. Y eso se está perdiendo porque la cantidad de personas que viven en zonas rurales es mucho más pequeña.