"Soy de sentarme, escribir mis sueños y los voy tachando", dice Gina Sánchez (Colombia, 1988) mientras se toma su café sólo en una terraza con ENCLAVE ODS | EL ESPAÑOL. El café corto y solo, como buena colombiana. "Uno de tantos sueños era ver la aurora boreal, que lo hice en contra del consejo de mucha gente". Cuando mejor se ven las auroras es con el cielo negro pasado el verano, y llegar hasta allí para una motera libre y sola era un verdadero reto. 

Sánchez es el tipo de mujer que se merece un libro. De hecho, ella misma se autopublicó uno. Había estudiado relaciones internacionales y trabajaba en el Aeropuerto de Bogotá (Colombia) con una vida estándar de oficina. Esa rutina la frustraba tanto que se quiso coger un año sabático para viajar por su Colombia natal. 

"Pero en el camino me enamoré del viaje. Me enamoré de no saber qué sigue, que de no saber qué va a pasar cada día o en un año", cuenta con una sonrisa. Y añade: "Cuando se suponía que tenía que volver, dije esta vida es para mí y ya llevo 8 años". 

En este tiempo ha tenido todo tipo de experiencias, como no podía ser de otro modo en un viaje sola, sin itinerario exacto ni horarios. Salió de Bogotá y fue bajando hasta Ushuaia, el punto más austral de la Patagonia Argentina, y subió hasta Alaska. Pero, obviamente, no fue en línea recta. Tampoco fue sola todo el rato: "Cuando salí pensaba que sería la única, pero me di cuenta yo era una más del montón". Sánchez compartió ruta con varios viajeros, modos de transporte, consejos e historias. 

Al principio del viaje fue a Brasil, y allí conoció a un artesano que le enseñó a hacer pulseras con la técnica de macramé y venderlas. "Me he mantenido con venta ambulante, artesanías y dando charlas de viajes", explica. Ahora las cosas se han hecho más fáciles gracias a las redes sociales y que su aventura se ha expandido por las redes. "¡Cajita es la moto más conocida de Sudamérica!".

Su principal forma de hospedaje era la tienda de campaña que siempre llevaba en la moto, pero también Couchurfing —una aplicación en la que viajeros alrededor del mundo se ponen en contacto para ofrecerse casa, comida, historias y es muy activa en Latinoamérica—, grupos de Facebook y hostales. 

Gina Sánchez tuvo que cruzar todo tipo de paisajes, desiertos, montañas y costas. Gina Sánchez

Cualquiera podría pensar que una mujer joven, sola, en la carretera puede estar expuesta. Pero lo cierto es que según esta motera no tuvo problemas por género. Fue más ofensivo que peligroso. Esta aventurera dice que sí ha habido países en los que ha sentido ese machismo estructural en la sociedad, pero en el sentido de que no la creyeran capaz de hacer lo que estaba haciendo: "Me pasa cuando llego a alguna casa y me quieren ayudar a cargar la moto y tengo que explicar que no hace falta porque lo llevo haciendo sola durante mucho tiempo". 

"Latinoamérica tiene una cultura muy parecida. Noté un cambio en Norteamérica. Las mujeres las sentí yo más independientes allá, viajan desde muy jóvenes; hombres y mujeres", cuenta Sánchez. Y el mundo de las dos ruedas está especialmente masculinizado.

Su moto, una Yamaha Fazer de 150 cc, es una moto pequeña para tantos kilómetros. En ocho años ha hecho 200.000 kilómetros, en la que cargaba todo lo que necesitaba; lo esencial, una tienda de campaña y comida para aguantar al menos un par de días. La moto, a la que había bautizado como 'Cajita' en honor a un familiar, está ahora en un taller en Alaska, donde ha estado un año parada, esperando volver a la carretera.

Frontera tras frontera

Otro aspecto de su viaje eran todas las fronteras que tuvo que cruzar. En general, Sánchez cuenta que en América Latina no tuvo muchos problemas, no más de los habituales burocráticos de papeles, fotocopias y pagos. Aunque sí rememora cuando entró en Argentina, que le retuvieron en un control y le exigieron un seguro especial para su moto colombiana, pero que lo podían solucionar "allí mismo".

Más adelante se dio cuenta de que la habían estafado. Curiosamente, la frontera de EEUU, la que más le preocupaba, fue la que más le sorprendió porque apenas tardó cinco minutos. 

Lo indispensable para Sánchez era la tienda de campaña y comida para aguantar un par de días. Gina Sánchez

Sí le fue más complicado superar las preconcepciones culturales. "Los estadounidenses son muy secos si los comparas con los latinos, pero una vez que entras en sus casas te acogen como si fuera del hogar", cuenta. Además, estaba la barrera del lenguaje, porque ella cuando salió de Bogotá no sabía inglés. Tampoco portugués para ir a Brasil, dado el caso.

"Iba a las casas de los estadounidenses porque quería practicar inglés, sentí mucho apoyo", cuenta Sánchez. Además, ella sabe que "Colombia tiene muy mala imagen en todo el mundo, entonces fue muy bonito poder mostrarles la otra imagen de Colombia". 

También recuerda con gusto la gastronomía. Las cosas que probó a lo largo del camino, como la sopa paraguaya, que no es de cuchara, sino un bizcochuelo salado de harina de maíz, cebolla y queso o el ceviche peruano o una forma de hacer asado enterrando la carne durante días para que se cocine a fuego lento.

Y recuerda riendo a un compañero argentino que tuvo en Alaska. Él cocinaba como le había dicho su abuela; todo lentamente: "¡Incluso cuándo estábamos en mitad de la nada y yo sólo pensaba que nos íbamos a quedar sin gas!"

Paisajes de norte a sur

Gina Sánchez, motera y aventurera, se cruzó todo el continente americano, pero no siguió una línea recta. Pasó por un sin fin de paisajes y puedo ver también su deterioro. "Desafortunadamente, lo vi en todos los países y los sigo viendo", dice mientras se le tuerce el gesto. "Es algo que me duele en el alma porque soy amante de la Pachamama". 

Cuenta que en Colombia, por ejemplo, tienen el problema de Alta Guajira en el noreste del país, donde está la tribu indígena Wayú. Ellos están en la naturaleza intentando mantener vivo un modo de vida que está en sintonía con la selva, y al otro lado se encuentran compañías petrolíferas gigantes. 

También hay casos de desforestación a lo largo de todo el continente, y cuanto más remoto más impactante. Por ejemplo, en Alaska. Allí también tienen un problema con las petroleras: "La única carretera que llega al océano Ártico es privada".

Ella quería llegar allí, porque uno de los objetivos que sumaban en su lista era bañarse en el ártico; algo que también hizo. "Si quieres llegar allá, tienes que pagarle un tour a la petrolera por una carretera donde no hay nada, solo contenedores", dice con una mueca.

En mitad del viaje tuvo que volver a Colombia porque su padre falleció por un cáncer de páncreas. Eso fue un momento importante, en el que entró en conflicto de quedarse con su mamá o volver a la carretera, como le pedía su corazón. Se quedó en medio y empezó viajando solo por Colombia desde donde podía volver rápidamente si lo necesitaba. Desde entonces, tiene el compromiso de pasar todas las Navidades con ella.

Fue entonces cuando escribió un libro, El mundo de Gina: "Tan perfecto o imperfecto, como yo; le faltan tildes y le sobran comas, pero fue el libro que me dio fuerza para retomar otra vez los viajes". Lo autopublicó y se puede comprar en Amazon.

"Mi sueño es darle la vuelta al mundo", dice. Y seguramente lo consiga. Ahora ha venido a Madrid para un evento de trotamundos, y ha aprovechado para ir desde Barcelona a París en bici. Comparándolo con todo América, eso es poco más de un paseo a la vuelta de la esquina.