"Soy hija de agricultores, de amantes del campo y para mí fue una realidad muy linda [para crecer], a pesar de venir de un territorio con ciertas complicaciones… Tumaco, aparte de pertenecer a Nariño y Colombia, es una zona que ha afrontado diferentes situaciones de conflicto. Aun así, yo crecí en un ambiente muy sano, muy aislado, y no fue hasta que empecé a crecer cuando entendí la realidad de mi territorio".
Y es que allá en 2003, cuando Claudia Sevillano nació, Colombia seguía sumida en una guerra de guerrillas, donde las FARC —aunque no solo— aterrorizaban a la población civil. La conocida como masacre de Guayacana, por ejemplo, sucedió pocos meses después de su nacimiento, y solo fue una de las muchas incursiones de los guerrilleros en la zona.
Pese a eso, Sevillano vino al mundo en el seno de una familia, dice, "con mucho" y con unos padres que protegieron a sus tres hijos —ella es la mayor— de los peligros externos a su "vereda". En su casa, cuenta, siempre se ha "amado la naturaleza y el campo" y se ha "dignificado el trabajo en él". Algo que, por cierto, la marcaría hasta tal punto que incluso elegiría estudiar una carrera que la arraigase aún más a su tierra, como hace la ingeniería agroforestal que estudia.
Uno de sus recuerdos favoritos de su infancia, cuenta, era el día de la cosecha del cacao. "Todos ayudábamos". Y rememora: "Ese día tú no almorzabas porque sabías que ibas a la finca a comer cacao". Un "fruto exótico" que, recuerda, es "un superalimento. "Entonces tú te quedabas completamente llena".
Así, entre dulzura y tierra, Sevillano acabaría entendiendo algo que resume con habilidad: "El campo siempre ha estado en mí". Y por eso decidió no abandonarlo, quedarse y liderar —aunque es humilde y reconoce que no es la única— a los jóvenes que quieren convertirse en el relevo generacional de la agricultura y ganadería colombiana.
"Me gradué [del instituto] un poco chica", confiesa, pues entró a la universidad a los 15 años. Y fue en ese momento cuando decidió que ella no quería irse, que quería hacer que "las cosas en el campo fuesen a mejor". Sin duda, una joven precoz y, no por nada, a sus 21 años gestiona la comercialización de productos de cacao de la Asociación de Agricultores del Mira (AGROMIRA), donde trabaja con sus padres.
La pasión de Sevillano por el campo se ve en sus ojos cuando habla de su trabajo y se escucha en un cierto temblor de ilusión —como cuando un niño habla de Papá Noel— en su voz. Es imposible que su amor por la tierra no se te contagie al hablar con ella.
Solo teniéndola al otro lado de la mesa entiende una lo que realmente quiere decir con que el campo vive en ella. Y precisamente por eso, explica, a los 15 se propuso cambiar las cosas: "Tenía que encontrar la manera de brindar alternativas técnicas a la realidad de mi entorno y poder ayudar a que nos conocieran".
Y es que su zona es rica en cultivo de cacao, pero también de palma. Y ambos conllevan todo un entramado "pecuario", como dice. Porque, confiesa, el campo colombiano, en especial en Tumaco, tiene "muchas potencialidades".
"Quedarse no es fracasar"
Sevillano visita España de la mano de Ayuda en Acción, entidad que da soporte a AGROMIRA en Colombia y que busca visibilizar el trabajo de jóvenes agricultoras. A ella, asegura, le encanta viajar, y que no sea como otros miembros de su generación, que decidieron irse a la ciudad y quedarse allí, no quiere decir que se quede encerrada en su vereda.
Por eso, insiste: "Es necesario salir para aprender, para adquirir conocimiento, para obtener nuestras formaciones universitarias, profesionales, tecnológicas y todo ese conocimiento podamos llevarlo de vuelta. Es necesario potencializar nuestras habilidades siempre y cuando no olvidemos de dónde somos".
Y para ella el campo representa ese 'ser', ese 'ocupar' el territorio. Porque, recuerda, "las grandes ciudades no serían nada si no hubiese un campo que provea el alimento". Ese, dice, es "el contexto natural de nuestra tierra". Así que "por qué no aprovechar esas oportunidades". Y zanja: "Es muy lindo conocer, pero siempre recordando quiénes somos, de dónde venimos y lo lindo que es cultivar la tierra".
Esta joven insiste, además, en que cuando le dice "a los más jóvenes" que se queden en el territorio, les recuerda que no les está "obligando a quedarse como si fuera una circunstancia de fracaso". Más bien, todo lo contrario. Y se pone a sí misma de ejemplo: "Soy una de las que lleva la batuta e impulsa el campo".
Un campo circular
El problema está, indica, en que hay quien "denigra" el trabajo que hacen. Aunque, confiesa, "suele ser por desconocimiento". Dice que se ve el sector agropecuario como algo antiguo, desfasado, "muy manual". Sin embargo, ella recuerda que su generación ha llegado para reconvertirlo, para acercar la tecnología al territorio y sacarle aún más partido a su profesión.
Cuando se le pregunta cómo se conjuga agricultura y tecnología, una sonrisa se dibuja en su cara. De eso, precisamente, sabe mucho. Eso es lo que la ha llevado a estudiar ingeniería agroforestal y a quedarse en el campo.
Su respuesta, además, es rotunda: "A través de alternativas de economía circular". Aunque, dice, no solo. Hay muchas soluciones de "aprovechamiento tecnológico que no es que faciliten el trabajo, sino que permiten que se haga de manera diligente las labores del campo". Porque, insiste, "hay millones de oportunidades dentro de la transformación, dentro de la utilidad de los mismos recursos, y la economía circular justamente es clave en ello".
Para ella, el futuro agrario está en la unión de tecnología y conocimientos ancestrales. Porque, dice, son los agricultores que llevan generaciones cultivando el cacao y la palma los que mejor saben qué necesita la tierra. "No podemos dejar a un lado el conocimiento empírico del agricultor", recuerda. Y es que, concluye, el campo ahora mismo, en Colombia, es sinónimo de "empoderamiento de género y de relevo generacional".