David Pastor Vico (Bélgica, 1976) es todo un hombre del Renacimiento, aunque él mismo le pone un apellido: "Del Renacimiento metal", dice con una sonrisa que rompe su aspecto rudo de estrella del rock.
Este filósofo, al que le gustaría que el futuro se pareciese más a la Federación Unida de Planetas, de Star Trek, y menos a la Weyland Corporation, de Alien, se ha pasado cinco años de su vida documentándose para escribir su último libro, Era de idiotas (Ariel, 2024): "Tengo más de 200 notas bibliográficas", apunta.
Durante este tiempo, se ha empapado no solo de la filosofía que le llena el alma, sino de investigaciones que le han llevado a ser todo un "activista del no permitir el uso del teléfono móvil hasta los 16 años". Y es que su último libro va de eso, de cómo internet y las redes sociales están 'triturando' los cerebros de las generaciones que no han conocido el mundo analógico.
"Sabemos, desde hace muchísimos años, que biológicamente, a nivel del órgano [cerebro], les hace muchísimo daño esa dopamina en exceso, la sobreestimulación que producen las pantallas y sobre todo la interacción con ellas", recuerda. Aunque matiza que es necesario diferenciar entre el impacto que tienen las que son estáticas, como la televisión, y un teléfono o tableta.
En estos últimos dispositivos, "tú interactúas con la pantalla y tienes esa sensación de que eres el que está dominando el aparato porque eliges lo que quieres". Sin embargo, lamenta que "esto, en verdad, es mentira", porque "el aparato te está dando el reflejo de un algoritmo que simplemente quiere mantener tu atención el máximo tiempo posible".
La realidad es que "lejos de estimular al niño positivamente, lo que está haciendo es caparlo, mermarlo, anquilosarlo demasiado pronto; no permite que se desarrolle convenientemente". Por eso, Vico asegura que con los móviles acabará sucediendo lo mismo que con los automóviles: se legislará su uso.
"Llevamos con barra libre de acceso a internet desde 2009 y ya va siendo momento de regular". La pregunta, dice, es si estamos dispuestos a hacerlo o no. Y, sobre todo, "a hacernos cargo de los niños que, en cuanto le quitemos los teléfonos, van a tener síndrome de abstinencia".
Este filósofo sevillano afincado en México recuerda que el problema está en que, si se quitan los dispositivos con internet de las manos de los jóvenes, como padres y madres perderemos ese "momentito de tranquilidad en el que el niño me deja en paz". Por eso critica que nos hayan "vendido que somos padres, pero no tenemos que renunciar a nuestra vida personal".
Ahí, señala, "viene la cagada, el egoísmo, ahí vienen los idiotas en tropel". Y recuerda: "Si tú consideras que tener hijos no es un sacrificio, sino que es algo fantástico, maravilloso, realizador y que además te permite mantener tu individualidad, tu intimidad y tu personalidad, estás muy confundido; esto no funciona así y para eso, no me canso de repetirlo, no tengas hijos".
El espacio del teléfono
Para Vico es fundamental (re)pensar el espacio que ocupan los dispositivos electrónicos en la vida de los más jóvenes —y de todos, en general—. Ahora, dice, los datos confirman que los menores pueden llegar a pasar más de ocho horas diarias 'conectados'. La media en España está en las 7 horas. Internet gana en detrimento de otros hábitos, como jugar en la calle, que sí son beneficiosos para los más pequeños.
"El teléfono se ha convertido en el elemento que inhibe la posibilidad de juego con el beneplácito de los padres y, además, con la connivencia de las instituciones educativas", lamenta. Y lo explica: "Nos han vendido que para ser un colegio muy ‘cool’ tienes que tener pantallas por todas partes. Y si el niño tiene una pantalla en el cole, qué mal le hará si la tiene en casa. Es una justificación perfecta para tener los gigantescos problemas que estamos teniendo, de ansiedad, de depresión, etc.".
Eso de que los niños jueguen con pantallas en vez de en la calle es, como dice Vico, algo bastante nuevo. Es más, especifica que en los últimos 300.000 años, todos los humanos hemos tenido infancias similares, "justo hasta el año 2009".
Pregunta: ¿Y qué pasa con esas 'nuevas' infancias?
Respuesta: No nos queremos dar cuenta, pero de repente empezamos a criticar a los chavales que tienen 23 o 24 años, esa maldita generación de cristal de la que decimos que no aguantan nada, que son pequeños dictadores, que nada más que exigen… Pero ¿tú has visto cómo se han criado? ¿Tú crees que un niño que no juega es capaz de entender lo que es el trabajo en equipo, la colaboración, el liderazgo o el someterse a una disciplina? ¡Pues claro que no!
P.: ¿Qué ocurre cuando un niño no juega fuera?
R.: Un niño que no ha jugado no es capaz de desarrollar habilidades sociales como mirar a la cara cuando se habla o expresarse convenientemente. Lo que hemos hecho es capar la evolución lógica de nuestros hijos. Y ahora resulta que empezamos nosotros mismos, los que los hemos educado, a insultarlos, a denigrarlos, porque lo que estamos viendo no nos gusta. Pero si es que los culpables somos nosotros; lo hemos hecho a propósito, sin saberlo.
Adiós a la calle y a la inteligencia
Vico lo tiene claro: "Lo que no es malo es salir a la calle a jugar; eso nos da psicomotricidad, habilidades sociales, nos ayuda al pensamiento crítico, nos enseña a estar en el sitio". Y recuerda que, hasta la aparición de las redes sociales, el coeficiente intelectual a nivel mundial no hacía más que aumentar generación tras generación.
Ahora, alerta, "hay dos generaciones afectadas por la regresión del cociente intelectual, y cada una ha perdido precisamente 7 puntos". Y dice, medio en broma, medio en serio: "A ver si en España la media está entre 87 y 95 y quitas 14 puntos, estamos hablando de una paguita. Esto ya se merece una paguita. Esto es un problema".
Así ejemplifica algo que, dice, han precipitado estas adicciones al móvil y a la interacción con las pantallas: "Tenemos cada vez menos inteligencia aplicada, menos habilidades sociales, menos pensamiento crítico…".
P.: No jugar fuera, estar todo el rato con las pantallitas interactuando hace que no un niño o adolescente no se relacione, que no piense….
R.: Y pienses mal y te conviertas en infeliz.
P.: Claro, incluso titula un capítulo Si no aprendes a pensar bien, no esperes que sea feliz.
R.: Es que la felicidad debe de ser el fin de la ética. Aristóteles plantea la felicidad como una teleología. La ética es el modo de relación de los animales humanos entre sí. La ética filosófica es el arte del buen vivir. Por lo tanto, si se aprende el arte del buen vivir, el de la vida virtuosa, de la vida que tiende hacia el bien, la verdad, el ser mejores personas, este fin es la felicidad en sí.
P.: Esa es la meta.
R.: De hecho, la felicidad no es una meta a la que llegar, sino un modo de entender la vida. Pero para eso hay que iniciar el camino virtuoso. Ser virtuoso es estudiar, aprender, conocer. Y una vez que tienes un amplio abanico de posibilidades, elegir. Y esa elección es libertad; eres libre en tanto en cuanto tienes mayor capacidad de elección. Esa es la felicidad.
P.: Suena bonito…
R.: Claro, pero si le pegas una patada a la base, que es aprender a pensar, pues vamos cuesta abajo, de culo y sin frenos. Eso sí, la necesidad que tenemos de felicidad está siempre presente, seamos tontos o no, sepamos pensar o no. Pero como no somos capaces de llegar a ella, buscamos subterfugios.
Y uno es la adquisición de cosas, la riqueza. Pero claro, como no tengo la capacidad para generarlo de una manera inteligente, lo hago de manera estúpida, ya sea vendiendo mi cuerpo en OnlyFans, pretendiendo tener muchos seguidores en Instagram o haciendo un canal de YouTube y haciendo el mojigato. Pero todo eso se acaba y genera muchísima frustración para todo el que no lo consigue.
P.: Eso nos define como sociedad, ¿no?
R.: Encontramos una sociedad profundamente infeliz, profundamente resentida, profundamente egoísta, acrítica, muy fácil de manipular, porque no sabe pensar bien, y que plantea su felicidad en un desiderato, en un deseo hacia el futuro, cuando la felicidad es un modo de vivir el aquí y ahora.
P.: ¿Cómo cambiamos las tornas? ¿Cómo revertimos esta situación tan descorazonadora que cuenta?
R.: Es muy fácil, pero requiere voluntad. Además, son varios pasos. Uno: ser conscientes de que estamos enfermos, y que la gente lo asuma. Eso sí, no podemos arreglarle la vida a los que ya la tienen jodida. Lo siento, podremos buscar medios paliativos, pero el cerebro tiene una plasticidad sobre la que se puede intervenir en determinado momento, pero pasado ese momento, la plasticidad desaparece. Ahora podemos apostar por las próximas generaciones.
P.: ¿Cómo?
R.: Si no somos capaces de controlar bien el uso de los teléfonos, impedimos su uso hasta los 16. Si nos estamos dando cuenta de que el uso de las TIC en los colegios no está funcionando, las sacamos y volvemos a lo analógico. Si nos estamos dando cuenta de que los niños tienen que jugar, pues vamos a potenciar el juego. ¿Cómo? Pues quitamos las actividades extraescolares, por ejemplo, y vamos al colegio después de clase para jugar.
Para Vico, la clave está en recuperar espacios para que los niños vivan su infancia y se desarrollen adecuadamente. Si no es en la calle, dice, que sea en el colegio. Y a los padres les lanza un reto: "Cogemos el telefonito cuando entremos en casa, lo metemos en un cajón y ya lo sacamos cuando el niño esté durmiendo y nos atragantamos con él si queremos, pero que no vean que estamos idiotizados con el puto móvil".