En un contexto donde el desplazamiento forzado se ha convertido en una crisis que parece no tener freno, la lucha por la supervivencia luce sin fin. Sin embargo, en medio de la tragedia, surgen figuras capaces de transformar la desesperación en esperanza, como son nuestras cinco protagonistas de hoy.
Y es que, este año, han sido cinco las mujeres extraordinarias que han obtenido el Premio Nansen de ACNUR. Así, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados reconoce su valentía y su incansable dedicación para proteger y empoderar a miles de personas desplazadas. A la cabeza de estas heroínas se encuentra la hermana Rosita Milesi, una monja brasileña que, durante casi 40 años, ha puesto su vida al servicio de los más vulnerables, desafiando barreras políticas, sociales y hasta geográficas para ofrecerles un futuro.
Pero la entrega del Nansen no es solo un premio, sino un tributo a quienes, como sor Rosita, no se rinden ante la injusticia, porque cada uno de sus actos ha dejado una marca indeleble en la vida de quienes lo han perdido todo. Así, la historia de estas mujeres no es una entre muchas, es una inspiración.
Un legado de humanidad
Desde su creación en 1954, el Premio Nansen de ACNUR honra a individuos y organizaciones que han mostrado una dedicación excepcional en la protección de los refugiados. Inspirado por Fridtjof Nansen, científico y diplomático noruego que recibió el Nobel de la Paz en 1922, el galardón reconoce acciones humanitarias que van más allá del deber.
Ediciones anteriores incluyen figuras destacas como Eleanor Roosevelt —primera persona en recibir el premio—, Médicos Sin Fronteras y la excanciller alemana Angela Merkel. Este año, el premio se enfoca en resaltar el rol fundamental que juegan las mujeres en situaciones de desplazamiento forzoso.
Ya lo dijo el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi, quien destaca la valentía y el compromiso de las cinco ganadoras: "Con demasiada frecuencia, las mujeres se enfrentan a mayores riesgos de discriminación y violencia, especialmente cuando se ven obligadas a huir. […] Pero estas cinco premiadas muestran cómo las mujeres están desempeñando un papel fundamental en la respuesta humanitaria y en la búsqueda de soluciones".
Una vida de servicio
A los 79 años, sor Rosita Milesi, monja de la congregación Scalabriniana, es una veterana en la defensa de los derechos de los migrantes y refugiados en Brasil. Su historia está profundamente ligada a su compromiso con los más vulnerables.
Se crio en el seno de una familia de campesinos italianos en el sur del país y, a los 19 años, se unió a la orden de las monjas Scalabrini. Desde entonces, ha dedicado su vida a una misión clara: proteger y empoderar a los desplazados.
Era abogada y trabajadora social, al mismo tiempo que lideraba el Instituto de Migración y Derechos Humanos (IMDH) en Brasilia. Bajo su dirección, el IMDH ha brindado asistencia a miles de migrantes y refugiados, proporcionándoles alojamiento, alimentos, atención sanitaria y asesoría legal.
Además, la hermana Rosita ha sido una de las principales arquitectas de la Ley de Refugiados de Brasil de 1997, un hito en la protección de los derechos de los refugiados en el país, y ha influido en la Ley de Migración de 2017.
"Decidí dedicarme a los migrantes y refugiados. Me inspira la creciente necesidad de ayudar, acoger e integrar" a quienes han sido forzados a dejar sus hogares, declara Rosita en una entrevista reciente. "No tengo miedo de actuar, aunque no consigamos todo lo que queremos. Si asumo algo, pondré al mundo patas arriba para conseguirlo", continua.
Así, la hermana Rosita se ha convertido en un pilar clave en la formulación de políticas públicas de su país, luchando porque Brasil cumpla con las normativas internacionales sobre derechos humanos. En particular, ha promovido la implementación de la Declaración de Cartagena sobre los Refugiados, que amplía los derechos de los desplazados en América Latina.
Liderazgo femenino
Además de la hermana Rosita, otras cuatro mujeres han recibido el Premio Nansen en sus respectivas regiones, destacándose por su trabajo humanitario en diferentes contextos.
Maimouna Ba, de Burkina Faso, ha sido reconocida por su labor en África. Ha ayudado a más de 100 niños desplazados a regresar a las aulas y ha facilitado que más de 400 mujeres desplazadas alcancen la independencia económica. Ba es un pilar fundamental en la lucha por los derechos de los más vulnerables en su país, donde el desplazamiento interno es una realidad constante debido a la violencia y la inestabilidad.
En Europa, la siria Jin Davod, también refugiada, creó una plataforma en línea que conecta a sobrevivientes de traumas con terapeutas que ofrecen apoyo gratuito en salud mental. Su iniciativa ha llegado a miles de personas afectadas por la guerra en Siria, mostrando cómo la tecnología puede ser una herramienta poderosa para la sanación emocional y psicológica.
Nada Fadol, de Sudán, ha sido galardonada en la región de Oriente Medio y Norte de África. Su trabajo en Egipto ha brindado ayuda a cientos de familias de refugiados, asegurando que tengan acceso a alimentos, educación y refugio. Su labor es un testimonio de la resiliencia de quienes han sido forzados a huir de sus hogares, pero siguen luchando por reconstruir sus vidas.
Deepti Gurung, de Nepal, ha recibido el reconocimiento en la región Asia-Pacífico. Su campaña para reformar las leyes de ciudadanía en Nepal surgió de una experiencia personal en donde sus hijas se convirtieron en apátridas debido a vacíos legales. Gracias a su perseverancia, no solo logró resolver su propia situación, sino que abrió una vía a la ciudadanía para miles de personas en circunstancias similares.
Este año, además de las ganadoras individuales, el pueblo de Moldavia ha recibido una mención honorífica. En un gesto de solidaridad sin precedentes, los moldavos abrieron sus puertas a más de un millón de refugiados que huían de la guerra en Ucrania, convirtiendo escuelas y espacios comunitarios en santuarios. Su respuesta colectiva es un ejemplo del poder de la compasión en tiempos de crisis.