Publicada

Culpa, dudas, remordimientos. Rabia, odio. Momentos de ternura y otros de absoluta desesperación. Pero también "un amor desesperado por quien ya no está". Toda esta mezcla de sentimientos "tan diferentes e incompatibles entre sí" son los que, como explica Matteo B. Bianchi (Locate di Triulzi, 1966), siente esa persona cuyo ser querido se ha suicidado

La mezcla de emociones es tal que, confiesa, "a veces el superviviente tiene casi la sensación de volverse loco". Y este escritor y guionista italiano lo ha vivido todo en carne propia, pues hace ya 20 años que el que era por aquel entonces su pareja se quitó la vida. 

Ahora, más de dos décadas después, Bianchi vomita todo eso que siente "un superviviente" en La vida que nos queda (Gatopardo ediciones, 2024). Una maraña emocional que, admite, "no se puede resumir en pocas palabras".

Perder a alguien por suicidio genera "muchos sentimientos contradictorios que se experimentan al mismo tiempo". Y eso no es plato de buen gusto para nadie.

Por eso matiza que "mientras quienes pierden a un ser querido viven un sentimiento puro, de pérdida, de duelo, el de los supervivientes es un sentimiento sucio". Es "intrincado, complejo, difícil de comprender incluso para quienes lo están viviendo".

Un dolor "retorcido"

Hace dos años que se publicaba La vida que nos queda en Italia, en su versión original. En aquel momento, Bianchi decidió "mirar de frente el dolor y contar lo que se siente sin omitir nada, incluso los aspectos más incómodos y vergonzosos". Y eso que, reconoce, no lo escribió a modo de terapia.

Para él fue "casi lo opuesto a una escritura terapéutica". Esta está aconsejada por los psicólogos para que los pacientes ordenen sus pensamientos, se enfrenten a sus emociones. Sin embargo, él ya había vivido su proceso de duelo "años atrás".

Este libro es más bien el resultado de la experiencia, de su propio dolor, y está pensado para que sea "terapéutico para los demás". En particular, indica, "quería dar voz a los supervivientes, de los que nunca se habla". 

Porque detrás de las 720.000 personas que fallecen por suicidio cada año en el mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), hay otros tantos —o más— supervivientes. Es decir, aquellas personas que viven ese duelo intenso y desgarrador del que habla Bianchi. 

"Como escritor sentía que tenía el deber de contar la terrible experiencia de uno de ellos de manera que los supervivientes pudieran reconocerse en mis palabras y que los lectores comunes entendieran lo que significa vivir todo esto", explica el autor. Y hace una pequeña confesión sobre su libro: "Esperé más de 20 años antes de escribirlo y, curiosamente, nunca tomé notas, nunca escribí una sola línea".

"Era como si continuara imaginándolo en mi cabeza, sin tener nunca la fuerza de sentarme frente al ordenador y escribirlo realmente", continúa. Y añade: "El dolor de un superviviente es tan fuerte y retorcido que parece casi indescriptible".

El resultado es una obra formada por fragmentos y capítulos breves —algunos, como él mismo dice, "brevísimos"—. Todos ellos "como destellos dispersos en el tiempo" que dejan sin respiración. Fue "la solución más adecuada para relatar la experiencia de alguien que se encuentra en pedazos".

Pregunta: La vida que nos queda es un texto sumamente personal, íntimo. ¿Qué fue lo más frustrante de escribirlo, lo más desgarrador?

R.: Sé que puede sonar absurdo, pero después de haber pospuesto la escritura de este libro durante más de dos décadas, cuando finalmente me decidí a escribirlo fue fácil: las palabras fluían espontáneamente en el teclado, como si hubiera retenido estas frases durante demasiado tiempo y estuvieran deseando salir.

Lo curioso, dice, es que el libro está "compuesto de fragmentos sin un orden preciso, que van y vienen en el tiempo". Ese fue, confiesa, el orden "espontáneo de escritura que no fue modificado en el proceso de edición". Y admite: "Se puede decir que, de una manera u otra, tenía este libro en la cabeza y solo estaba esperando el momento adecuado para escribirlo".

Eso sí, confiesa que para él lo más complejo de todo el proceso no fue escribir, sino publicar. Porque lanzar un libro como este "significa tener que hablar de él en público, en entrevistas de prensa y radio, en presentaciones en librerías y en festivales, frente a decenas de desconocidos". 

Bianchi asegura que los primeros encuentros en público fueron "muy difíciles desde un punto de vista emocional: en lugar de responder sensatamente a las preguntas de los entrevistadores, estaba más preocupado por la posibilidad de estallar en llanto de repente". Eso sí, agradece la "oleada de afecto y gratitud" que ha venido recibiendo por parte de los lectores desde el primer día.

Fue eso precisamente lo que le ayudó a "entender cuánto estaba ayudando a tanta gente". Y cuenta que le dio "la fuerza y la serenidad necesarias para enfrentar las decenas de encuentros" que lleva realizando desde hace dos años.

"Se puede decir que hoy puedo hablar de temas difíciles como el suicidio y el dolor de los supervivientes con una tranquilidad absoluta, algo que al principio parecía impensable", asegura.

Ser superviviente

"El suicidio es un tema delicado y muchos medios prefieren ignorarlo en lugar de abordarlo", a pesar de que cada vez sea menos tabú, explica Bianchi. Pero "si se habla poco del suicidio, de los supervivientes, de los que se quedan, no se habla en absoluto".

Por eso él decidió escribir el libro que le hubiera gustado leer cuando tuvo que enfrentar su "tragedia". "Es un sentimiento muy humano querer reconocerse y confrontarse con las palabras de otros que han vivido la misma angustia". Sin embargo, "en el caso de los supervivientes, este tipo de confrontación es realmente difícil porque no se habla nunca de ello, ni en los periódicos, ni en la televisión, ni mucho menos en la literatura", recuerda.

Y aunque a nivel médico y de prevención se haya avanzado mucho en los últimos años —especialmente desde la pandemia de la Covid-19—, "a nivel de los medios de comunicación, el silencio sigue siendo ensordecedor". Desafortunadamente, aclara Bianchi, "esto tiene consecuencias, porque si la gente nunca oye hablar de un tema, luego no sabe cómo afrontarlo, no tiene las palabras adecuadas para consolar a un amigo, a un hermano o hermana cuando sucede algo así".

Más allá del dolor

El suicidio de S., su pareja hace más de 20 años, le ha cambiado, sin duda. "El suicidio de alguien a quien amas es como un tsunami que llega a tu vida y la destruye, es inevitable salir destrozado", aclara Bianchi.

Pero remarca una idea: "No solo hay dolor". Porque, poco a poco, "las cosas cambian y vuelves a vivir y a encontrar la serenidad". Así que se trata de "un camino que también tiene consecuencias positivas, aunque al principio sea casi imposible imaginarlo".

Al final, cuando recorres ese sendero y transitas el dolor "sales cambiado, pero a veces incluso para bien". Y cuenta que ha conocido a "muchas personas" que después del suicidio de un hijo, esposo o padre "se han dedicado a crear asociaciones, a aumentar la sensibilización sobre este tema, a hablar de ello en las escuelas o en debates públicos, y se puede decir que sus vidas han cambiado, pero que se han vuelto mucho más ricas en contactos, en experiencias, en amistades".

Eso sí, confiesa ser "una persona menos alegre y despreocupada de lo que era antes de que todo esto sucediera". Y concluye: "Esta tragedia te marca, te cambia, pero a veces esos cambios son incluso más positivos de lo que hubieras imaginado".