Cuando El reverendo cruzó los festivales de medio mundo en 2017 pocos recordaron que Paul Schrader estaba tomando prestada la historia de Los comulgantes de Ingmar Bergman para adaptarla a los tiempos trumpianos. El guionista de Taxi Driver y director de Blue Collar y Aflicción había trasladado el conflicto de fe de aquel sacerdote sueco al dilema ético y moral de otro religioso, esta vez contemporáneo, que no sabe hacer frente a la crisis existencial que le despierta el miedo al 'Apocalipsis climático'.
"¿Dios nos perdonará por lo que le estamos haciendo a su creación?", se pregunta el reverendo Ernst Toller (al que encarna magistralmente Ethan Hawke) cuando uno de sus feligreses, un ecologista radical que no quiere tener hijos para no hacerles sufrir en un mundo devastado por los efectos del cambio climático, se suicida en mitad del bosque. El sacerdote, impotente, se obsesiona con las causas que motivaron al joven a dejar viuda a su joven esposa, a la que acaba convirtiendo en su amor platónico.
Cuanto más urga en las heridas y en los archivos personales del activista muerto, más se obsesiona con las consecuencias que provoca en el planeta un sistema de consumo globalizado e insostenible. ¿Estaba loco o demasiado cuerdo? Es la pregunta que parece hacerse Toller durante toda la película. ¿Son los actos radicales de una sola persona los que pueden cambiar el mundo? ¿Cómo podemos concienciar a un planeta que ha dejado de escuchar?
Paul Schrader elabora un feroz retrato del desencanto con la humanidad que deriva en depresión y culmina en extremismo que abraza el delirio terrorista. Por el camino a Toller le asaltan imágenes de millones de plásticos que convierten los mares en un vertedero monumental; catástrofes medioambientales extremas; subidas de temperaturas que provocan daños irreversibles en el planeta; incendios; vertidos de residuos tóxicos. Y, por supuesto, una falta de fe: en Dios y en una sociedad que está llevando a cabo una nueva crucifixión, esta vez no representada en la figura de Jesús sino en la de creación en su totalidad.
Este zootropo de pesadilla insoportable culmina en un delirante martirio personal agravado por el alcoholismo y un cáncer de estómago. Toller, en vez de evangelizar, inicia una revolución "contra los poderes de este mundo tenebroso", como llega a decir textualmente; es decir, contra el sistema.
Toller decide actuar de forma glocal: inicia cambios radicales locales que rozan el terrorismo ecológico pero con el objetivo (él cree que positivo, ya que para él el fin sí que justifica los medios) de cambiar el mundo a escala global. La fina línea que separa el activismo del radicalismo se difumina y es entonces cuando pierde la cordura y la razón de su empresa revolucionaria. Schrader, provocativo y pesimista, explica en un final ambiguo que sólo el amor (carnal, de Dios o ambos) puede salvar a los locos de la demencia. Al final del túnel hay una ligera brocha de esperanza, pero por el camino tenemos el riesgo de polarizar tanto el mundo como para autodestruirnos.
La relación con Los Comulgantes
A través de un estilo sobrio y depurado Schrader elabora una sombría y compleja obra maestra sobre el ecopesimismo que emula a Los comulgantes. El reverendo es una aterradora radiografía de un mundo hiperconsumista que, alienado, rinde culto al dinero y a la tecnología y que necesita de un electroshock para despertar. También es un amargo llamamiento a cuidar el planeta, so pena de acabar extinguidos. "Teníamos un mundo maravilloso y... ¿Qué hicimos con él?", se preguntaba el director en una rueda de prensa. "Joderlo. Nuestro regalo para la generación futura es el egoísmo".
El reverendo, más que una fábula ecologista, debe entenderse como una película sobre la crisis de fe en un mundo que ya no cree en nada que no sea en sí mismo. De ahí su profunda conexión con Los comulgantes, cuya historia prácticamente plasma punto por punto: un cura con crisis de fe, una mujer que le pide ayuda para su marido, un hombre que está preocupado por la crisis de los misiles (aquí trasladada a la crisis climática), un suicidio en mitad de la nieve ante la falta de respuestas, una relación de tormentoso amor imposible de por medio, un final ambiguo, el pastor enfermo, el formato de grabación en 4:3, etcétera.
La película de Bergman, por lo pronto, es mucho más formal, puro existencialismo, y tiende al análisis introspectivo y a la reflexión sobre de las incoherencias de quienes representan la fe en un mundo hipócrita y beligerante.
Ambas, por supuesto, son dos obras maestras. La de Schrader es virtuosa por su compromiso político y ecológico, de extrema necesidad en nuestro tiempo. También es una película provocativa que busca sembrar polémica para despertar conciencias. Es políticamente incorrecta y no tiene miedo del tabú. Para colmo, plantea una pregunta incómoda que muchos jóvenes se suelen hacer hoy en día: ¿Es moral tener hijos en un mundo que está al borde del colapso ecológico? La respuesta, propone Schrader, está en cada uno de nosotros. Depende esencialmente de nuestra conciencia y de nuestros valores.