Llevo ya varios años visitando la feria rural Jardines de Campo. Desde que la conozco, marco la fecha en el calendario casi a fuego. No puedo perderme ese acontecimiento que tiene lugar en el mes de mayo en la finca Montenuevo, en la localidad de Calera y Chozas, Toledo.
Me gusta rendir homenaje al sueño de mi admirado Felipe Díaz de Bustamante, empresario y paisajista, que lleva ya siete años haciéndolo realidad, a través de la única feria rural privada que se celebra en España.
La palabra respeto se queda corta cuando lo que se viven son grandes sensaciones provocadas por expositores que demuestran que es posible vivir del campo y en el campo. Impresiona pasar un día rindiendo tributo a los productos más naturales, ya se llamen frutas, verduras, carnes… Siempre, por supuesto, ecológicas. Y, desde luego, entre grandes vinos.
Emociona pasear entre anticuarios que recuperan muebles y los modernizan con telas actuales. Tienta la exhibición de paneles solares portátiles. Inspira encontrarse con las mejores razas de caballos, gallinas, toros, ovejas y hasta de una propia de rehalas.
Rubrica Felipe esa teoría según la cual la sostenibilidad es esa serie de acciones que no hipotecan ni perjudican el futuro de las siguientes generaciones. Él lo tiene muy claro. Lleva décadas practicándolo con la creación de sus jardines de campo, y poniéndole la guinda con esta feria en la que, por ejemplo, nada más llegar nos recuerda que, en 2019, la abeja fue proclamada el ser vivo más importante del planeta.
La realidad es que el 75% de los alimentos que se consumen en Europa depende de la polinización que realizan estos diminutos y fuertes animales. Así de curioso. Así de real, transparente y trazable es su respeto por el medio ambiente y la naturaleza.
Dice él que es una feria pequeña que no aporta más que conciencia y divulgación de una manera de pensar. A mí, desde luego, me aporta el deseo de amar lo más primitivo y auténtico, y una necesidad: que llegue de nuevo mayo y, con él, su mercado de jardín y campo.
Ha sido un mes de muchos descubrimientos, de rendir tributo a la naturaleza y al pasado. Quedé enamorada de las colecciones de Eva Velázquez, una española que reside en Bélgica y ha encontrado en la ropa histórica una forma de coleccionar, trabajar y comercializar.
Después de una carrera desarrollada en el mundo del retail más premium, Eva descubrió la inspiración de la ropa antigua, más bien de la indumentaria laboral antigua. Lo ancestral se impone, ha impuesto e impondrá a la moda y a las tendencias. Porque la creadora “no quiere que se compre por impulso”. Desde luego, su moda no es fruto de un ímpetu, sino de la investigación y un trabajo delicado y arduo.
Eva compra vestuario antiguo, especialmente ropa de labor de la clase trabajadora, de los campesinos, pero también religiosa y procedente del folclore y del ejército. Empezó generando un archivo personal que hoy componen 6.000 piezas y acabó realizando un trabajo de restauración perfeccionista y obsesivo junto con su hermano Hugo.
En la actualidad, ha decidido ponerlas a la venta para darles otra vida, para que lleguen a otras manos o, mejor dicho, a otros cuerpos. En su colección Ancien Atelier, recita “la poesía que hay en la indumentaria histórica”. Cada pieza cuenta un relato y vibra por ella misma, no nos necesita.
Eva habla de herencia: “Era ropa que tenía una historia, pero además lleva nuestra historia a través de formas y tejidos. Tenía una razón de ser y una funcionalidad. Tenía nombre, no era anónima. Hoy sí lo es.” Quienes adquieren sus piezas saben a través de las etiquetas sus vidas, las posibles de contar, las conocidas, su utilidad, incluso la fecha de uso si se conoce.
En la tesis de la circularidad, estaríamos en el sobresaliente cum laude. En el terreno de la cultura, estaríamos ante el culto a las raíces. El fervor por el pasado recuperado para el presente. Donde unos jeans del siglo XX combinan con una casulla de monaguillo del XIX.
Eva, que con su hermano tiene dos tiendas en Bélgica, ha creado, además, una colección original y contemporánea inspirada en esas piezas históricas, realizada con tejidos, botones y otros elementos que ha ido recuperando y atesorando, y que cosen mujeres belgas en sus casas. Vaya, que no falta un detalle en el universo global sostenible.
El mundo del reciclaje, de la recuperación y del tributo al pasado no es que sea una obsesión de nuestra época. Es una necesidad. Y es cada vez más una realidad que alcanza también a más marcas de lujo.
Loewe lo ha puesto de manifiesto en esta primavera con su proyecto Weave, Restore, Renew, listo para presentarse en la Semana del Diseño de Milán, del 7 al 12 de junio. Su storytelling también juega con dar una nueva vida a prendas que existían en el pasado y que se dejaron de usar o se abandonaron, y que reviven con intervenciones artesanales de cuero, paja e incluso papel.
De hecho, se trabaja el tejido siguiendo una fórmula gallega ancestral llamada coroza; y, con el papel, según los cánones de otra técnica, el jiseung, en este caso coreana. Siempre lo digo, y no me duelen prendas, soy muy fan de Jonathan W. Anderson.