El Premio Princesa de Asturias 2022 en la categoría de Cooperación Internacional a la británica Ellen MacArthur fue un chispazo de emoción e ilusión que recibí como si la noticia afectara a un miembro de mi familia. No en vano había sido una propuesta mía, dicho con la mayor de las modestias y también del sentido de la justicia hacia esta transformer.
Porque MacArthur está propulsando un cambio en el modelo de consumo, para pasar de la economía lineal, esa de extraer, consumir y tirar, a una circular en la que se beneficia el planeta, la sociedad, nuestra vida, nosotros…
De las primeras frases que me llamaron la atención de la Fundación que Ellen MacArthur formó, preside y que lleva su nombre fue: “Lo que para unos es una basura, para otros puede ser un tesoro”.
A través de sus actividades, publicaciones, comunicación, entre otros, he interiorizado la necesidad de trabajar en todos los sectores del consumo, en la totalidad de la cadena de valor, para apreciar aquellos lugares de la misma en los que debemos intervenir si deseamos dar vida al planeta en lugar de quitársela.
Dicho así podría parecer un verso de una ranchera o de un rap desgarrado. No lo es. Es real. Como la vida misma. Tiene que ver con la responsabilidad individual y con la global. Y no, no es un tema que dedico a una de las materias que mejor conozco, el textil, sino que extiendo al completo del consumo de bienes, esos que hemos adquirido todos más de una vez diciéndonos “total, para lo que cuesta, cuando me canse lo tiro a la basura”.
La tecnología, la ropa, la alimentación, los muebles –sí, sí, el fast decor, por darle un nombre–, todo objeto de consumo ha de variar su rumbo. Nosotros, los consumidores, también. Nuestras compras son una manera de votar. Por la vida. Por la transformación. No se trata de no consumir, sino de consumir mejor, de cambiar la cantidad por la calidad, de recordar la frase de Quevedo, replicada por Machado y otros muchos: “De necios es confundir valor y precio”.
Sea la que sea, la industria debe cambiar. Y lo está haciendo. El diseño, la distribución están en un proceso de transformación, quiero pensar que de transición a la circularidad. ¿Y los consumidores? Nosotros poseemos un gran termómetro de los bienes que compramos y podemos subir o bajar su temperatura del deseo.
Empuñamos una poderosísima arma que es la de comprar o dejar de hacerlo, o hacerlo bien, la de sentenciar a muerte una marca o, por el contrario, hacerla vivir. No es nuestra toda la responsabilidad; siempre me niego a ese determinismo. Pero sí mucha.
Hace unos días, en una charla sobre Moda y sostenibilidad, hablaba justamente de esos informes que afirman que especialmente los más jóvenes están dispuestos a comprar moda transparente y trazablemente sostenible, incluso a un precio mayor.
Y aplaudía. Pero enlazaba esa frase con otra algo más provocadora, la que recordaba que esas generaciones –y no solo ellas– son las mismas que entregan millones a una cadena china cuyo nombre omito para no hacerle publicidad. Unas jornadas después vi las colas que se formaron a las puertas de su tienda efímera en Madrid y sentí cierta rabia porque en efecto mis peores predicciones se cumplían.
La Fundación Ellen MacArthur fue creada en 2010 por la antigua regatista –que, por cierto, cuenta con el récord de circunnavegación de la tierra en solitario en 2005– para darle otra vuelta al mundo, a su economía. Su objetivo es trabajar en la concienciación sobre la necesidad de un nuevo modelo de economía circular que contribuya a reducir las emisiones de CO₂, a la lucha contra el cambio climático y el deterioro de los recursos naturales.
Consciente de que el problema es de todos y de que, por tanto, la solución está en manos de todos, la Fundación, sin ánimo de lucro, trabaja con Gobiernos locales y globales, con instituciones, universidades, empresas y asociaciones ciudadanas. Todo ello para que quede claro que la economía circular actúa o debe actuar en cualquier terreno y territorio.
Desde luego, la moda. Pero también la alimentación, en su cadena de valor completa. Y por supuesto en las ciudades, en la arquitectura. Incluso en las finanzas. Se trata de un cambio de modelo económico que parte de una transformación filosófica y de pensamiento.
Por eso, un premio como el Princesa de Asturias, y especialmente en la categoría de Cooperación Internacional, es un aldabonazo, una herramienta que va a convertirse en un altavoz monumental. Así, más y más grupos de interés podrán unirse a este movimiento capaz de transformar conciencias y cuentas corrientes.
Un galardón que proporciona aún mayor trascendencia a esta transición hacia una nueva fórmula que no es como he escuchado en algunas ocasiones una moda. No lo es. Ni la sostenibilidad ni la circularidad están de moda, ni son una tendencia. Son una necesidad.
Y en el caso de la circularidad, un antídoto contra el veneno del consumo rápido. Lo dijo hace un año la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Ella lo aplicaba al fast fashion, pero en realidad se puede relacionar con toda una manera de entender el consumo de usar y tirar. Y vamos tarde.