Preparo la maleta para pasar unos días (creo que merecidos) en la playa. Y, en un acto casi reflejo, pero creo que freudiano, miro las etiquetas de las prendas que voy guardando. Ya a punto de acabar, encuentro lo que conscientemente no sabía que estaba buscando. En una de ellas aparece el país de origen que desde hace tiempo se halla en el punto de mira de la industria de la moda. No es el único. Pero sí importante: Made in Bangladesh, leo.

¿Es trascendente? Lo es. 

Se trata del segundo mayor productor y exportador textil del mundo. Hoy, desde hace tiempo y al parecer para el futuro, ya que se prevé que sus exportaciones de prendas de ropa alcancen la cifra de 100.000 millones de dólares en 2030. ¡Mucha tela! He dicho el segundo. El primero, claro, es China.

¿Era barata la túnica que he incluido en mi maleta? Lo ignoro. Era un regalo. Intuyo que sí. Y siempre se dice, siempre lo digo, y además es una alarma que nos resuena: cuando una prenda es excesivamente barata, hay que dudar de lo que ha ocurrido a lo largo y ancho de su voluminosa cadena de valor, porque la de la moda lo es. Y, lamentablemente, lo que suele haber son abusos sociales, traducidos a violaciones de derechos humanos y laborales. 

¿Es trascendente esto en Bangladesh hoy? Lo es. 

Ya sabemos que las situaciones y transformaciones geopolíticas son fundamentales en la producción industrial. Cuando a la geopolítica le acatarran los virus sociales, el país afectado es hospitalizado y ha de tomar la baja médica. Y esto es exactamente lo que le ha ocurrido a Bangladesh en las últimas semanas. ¿Qué virus? Las revueltas sociales. ¿Qué cepa? Por un lado, un anacrónico sistema laboral de cuotas y, por otro, los bajos salarios.  Y ahí está el paciente intentando incorporarse de la cama sin conseguirlo más que a ratos. 

El mes de julio ha sido también el más caliente en este país de Asia. En su caso, desde el punto de vista social, con manifestaciones y protestas que lo han paralizado y que han afectado, entre otras, a la industria de la moda. Esta es fundamental porque significa el 85% de sus exportaciones (55.000 millones de dólares anuales), principalmente a Estados Unidos y Europa, el 16% de su PIB y da trabajo a 4 millones de trabajadores, en 4.000 fábricas.

¿El motivo de las protestas? Un arcaico sistema de cuotas de empleo en el sector público que reserva nada menos que el 30% de los puestos de trabajo gubernamentales a los descendientes de soldados de la guerra de liberación de 1979, tras la que lo que era Pakistán Oriental se separó del Occidental, para convertirse en Bangladesh.

¿Es trascendente esta rebelión en Bangladesh? Lo es.

Porque el ruido social ha continuado incluso después de que se prometiera la anulación de ese sistema. Porque se supone que por cada día de revuelta el país pierde 150 millones dólares. Porque la represión de las protestas ha generado más de 200 muertos, unos 500 arrestos y más de 20.000 heridos (cifra esta denunciada por Amnistía Internacional). Tan sangrante es la situación, que incluso el secretario general de la ONU, António Guterres, ha alzado la voz ante las masivas detenciones en la segunda ronda de protestas. 

No son las primeras revueltas importantes que se producen en el país. Digamos que estaban avisados. Ya en 2023 hubo manifestaciones de trabajadores del textil, entre otros, que reclamaban aumentos de sueldo que las grandes marcas internacionales decidieron de alguna manera apoyar elevando los precios de las prendas fabricadas allí. Pero incluso con la subida, el sueldo está en torno a 113 dólares. 

¿Es trascendente que esta rebelión en Bangladesh provoque cambios? Lo es

Porque son necesarios, ya que se trata de la segunda nación productora de la ropa que usamos, siendo China la primera. Pero la mala noticia es que se trata de una de las peores para producir, con una cuarta parte de sus habitantes por debajo del umbral de la pobreza. Tanto que la escritora Dana Thomas en su libro Fashionopolis (Editorial Superflua, 2020) define Bangladesh como el Mánchester del siglo XXI.

Conviene tener fresca la memoria y recordar el desastre del edificio Rana Plaza, en las afueras de Dhaka, en Bangladesh. Allí, en 2013, el colapso del inmueble provocó 1.134 muertos y 2.500 heridos. Ha sido, hasta ahora, el accidente más grave acaecido en la historia de la moda. Pero no fue el único, ni el primero, ya que varios incendios en fábricas habían supuesto más de quinientos muertos entre 2006 y 2012. 

Los problemas, por tanto, venían ya de lejos. Por eso digo que conviene refrescar la memoria. Porque solo después de aquella catástrofe se firmaron acuerdos reguladores de la industria. Y lo digo porque de ahí podría extraerse la enseñanza de la necesidad de reaccionar antes.

En este caso, sería lo ideal solucionar un problema salarial que subyace en las protestas. Y como decía con razones. Y con soluciones. Porque seguramente bastaría con que aumentaran el precio de venta al público de las prendas producidas en el país solo un uno por ciento (por ejemplo, diez céntimos a una camiseta de diez euros) para conseguirles a sus trabajadores un salario digno… Lo leí hace tiempo en un informe de Oxfam Australia, pero visto lo visto, parece que seguiría vigente la teoría.