Hay dos fechas fundamentales que afectan a la salud femenina y se concentran en este mes de octubre, por si fuera poco, seguidas: el día 18, como Día Internacional de la Menopausia, y el 19, en el que se celebra el Día del Cáncer de Mama. Y como digo se trata de momentos de oportunidad.

Porque el primero sirve para poner sobre la mesa un tema que socialmente se ha mantenido prácticamente escondido, a pesar de afectar a la totalidad de las mujeres; antes o después, a cada una le llega este cambio hormonal y sensorial del que ninguna se libra.

Porque el segundo es una ocasión para recordar la importancia de la detección temprana, determinante en la curación de la enfermedad que supone el 30% de los cánceres detectados en las mujeres y que en España tiene una tasa de supervivencia de casi un 83%, si bien supone la primera causa de muerte por cáncer, un motivo más que suficiente para seguir pidiendo más inversión en investigación para su curación.

Hablar de menopausia es hacerlo de un momento de la existencia de las mujeres que, por mor de las hormonas y su ausencia (básicamente de estrógenos, progesterona y testosterona), dejan de realizar una de las funciones para las que su organismo está preparado, lo que no quiere decir obligado, ni siquiera determinado. Dejan de ser fértiles. Y eso que de manera ancestral ha encontrado la perfecta equivalencia con la vejez no deja de ser una falacia.

Porque si la media de vida de las españolas, por centrarlo en nuestro país, es de 86 años, sería no solo injusto, sino irreal condenarlas a la reserva social. Más aún si esa condena viniera determinada por el mero hecho de no reglar, peor aún por el mero hecho de no estar ya su organismo dispuesto para la maternidad. Ni la mujer es un cuerpo. Ni el cuerpo de la mujer tiene un servicio público que una vez finiquitado echa el cierre de la juventud.

Lo expresaron muy bien Alejandra Vallejo-Nágera, Sandra Barneda y Laura Ponte en la reciente mesa redonda celebrada por Magas, en la que pusieron de manifiesto que no hay edad, barreras ni expectativas que se resistan a esta época de la vida que es solo eso, una etapa más. Sin tapujos, hablaron de las desventajas y ventajas asociadas a ese periodo y dejaron bien claro que hay que hablar de ello para que no se trate con prejuicios o directamente no se trate.

La menopausia significa otra oportunidad porque esa ausencia de menstruación, esa ausencia de reglas a veces equivale a que las mujeres se salten otras reglas que hasta entonces seguían o se veían obligadas a seguir. Para muchas se trata de una nueva vida en la que, como dice mi amiga Laura Ruiz de Galarreta con quien escribí el libro Soy yo o es que aquí hace mucho calor? (Editorial Planeta), deciden poner un YO gigante y en mayúsculas en sus agendas. Un yo muchas veces olvidado hasta entonces, devaluado por los tús, los ellos, las ellas, los vosotros familiares.

Y aunque suela coincidir la etapa con aquella de plenitud laboral, y por tanto de altas tasas de estrés, la madurez, las edades más elevadas de los hijos de quienes han sido madres y el deseo de vivir en plenitud son patentes.Y eso incide en que cada vez más mujeres que han llegado a esa edad sigan siendo, pareciendo y proclamándose jóvenes aunque suficientemente preparadas para disfrutar de su momento.

Curiosamente también, ese yo gigante en la agenda es bastante visible en las de mujeres superviviente de cáncer de mama. Ver las orejas al lobo, aparte de producir miedo, eleva los deseos de salir corriendo hacia una vida mejor, básicamente hacia la vida. Porque esa es nuestra obligación como seres humanos: Vivir.

Lo expresó muy claramente la directora Mabel Lozano en el estreno mundial de su corto de animación Lola, Lolita, Lolaza en el que narra su experiencia como paciente oncológica en viñetas, con su propia voz y su imagen animada. Cuenta cómo descubrió y trató su cáncer de mama en plena pandemia. También cómo se sometió a radioterapia. Y esa condena a tomar una pastilla durante cinco años que cercena memoria y fastidia los huesos hasta el dolor, por dar solo un par de consecuencias.

La directora repite una y otra vez que no es una valiente, ni una campeona, ni una guerrera, sino una paciente oncológica. Pone voz y representa a miles de mujeres que lo sufren y que curiosamente elevan la misma queja. Y lo hace narrando con sentido del humor y cierta acidez desde ese corto que anima a sus congéneres a no olvidarse de hacerse autoexploraciones y desde luego a someterse a mamografías, aunque duelan, que duelen mucho, para detectar a tiempo una enfermedad que se desarrolla sin dar la cara, ese garbanzo cabrón que crece y crece en silencio, que dice Mabel Lozano.

Fundamental hablar del tema, fundamental ver el corto. Porque, aparte de lo bien hecho que está y lo bien que se pasa gracias a la clave de humor con el que está realizado, la concienciación no es que sea necesaria es que salva vidas. Y no es una broma cuando te dicen, como explicó la médico del Ramón y Cajal, que cada minuto muere una mujer en el mundo (aproximadamente tres o cuatro durante la lectura de este artículo) por causa del cáncer de mama.