La ciencia, esa herramienta que nos ha permitido avanzar y comprender el universo, ha enfrentado en la última década una ola de escepticismo y desconfianza sin precedentes. Antes reverenciados como guardianes de la verdad, los científicos han sido cada vez más desacreditados, especialmente desde la pandemia de la COVID-19 y en el contexto de la crisis climática. ¿Qué ha llevado a esta desconfianza? ¿Cuáles podrían ser las consecuencias de un mundo que desafía la evidencia científica?
La ciencia en el centro de las crisis
Durante siglos, la ciencia ha sido el pilar de la modernidad, desde la invención de la imprenta hasta la llegada de la tecnología digital. Las personas dedicadas a arrancar secretos a la naturaleza, con rigurosidad, han desarrollado medicamentos, herramientas tecnológicas y sistemas que han mejorado la calidad de vida global. Mas, eventos recientes han puesto a prueba la percepción pública de la ciencia.
La pandemia de la COVID-19 fue una de estas pruebas. De la noche a la mañana, inmunólogos, virólogos y epidemiólogos se encontraron en el centro de atención mundial, con la misión de proporcionar respuestas rápidas a una amenaza desconocida. En ocasiones se salía del laboratorio directo para los medios de comunicación a reportar lo aprendido minutos antes.
Las recomendaciones cambiaban a medida que los datos se analizaban y se descubría nueva información, algo natural en el proceso científico. Sin embargo, esta aparente falta de consenso fue percibida por muchos como una señal de que los científicos "no sabían lo que estaban haciendo". No se supo hacer ver que así funciona un sistema que adapta sus conclusiones al conocimiento más reciente. Ese es el método científico.
Por otro lado, el cambio climático lleva décadas siendo un tema polémico. A pesar de que la evidencia científica palmariamente muestra que el planeta se está calentando debido a la actividad humana, un sector importante de la población y figuras públicas de renombre han cuestionado su veracidad.
Entonces, la incomodidad que genera la idea de un mundo con restricciones al consumo y la industria nos ha llevado a rechazar los datos, los pronósticos, los modelos y un numeroso etcétera salido del análisis concienzudo. Ergo, en lugar de ver a los científicos como alertas responsables, se les ve como "alarmistas" o incluso "enemigos de la libertad".
El rol de las redes sociales y la desinformación
Las redes sociales han exacerbado la desacreditación de la ciencia. A diferencia de otros momentos en la historia, hoy la información y la desinformación circulan a velocidades nunca vistas.
La información falsa o distorsionada sobre la COVID-19 y el cambio climático ha encontrado en estas plataformas un caldo de cultivo perfecto. Artículos sin bases científicas, opiniones sin fundamento y teorías de conspiración encuentran eco en millones de personas, a menudo con más fuerza que las explicaciones científicas complejas.
Por otra parte, las redes sociales funcionan con algoritmos que tienden a favorecer el contenido emocional y polémico, ya que genera mayor interacción. Esto significa que posts sensacionalistas que niegan el cambio climático o desacreditan las vacunas suelen tener más visibilidad que artículos científicos. ¿La consecuencia? Se genera un sesgo de confirmación, en el que las personas solo reciben información que reafirma sus creencias, alejándose de los hechos.
La ciencia y la política: un matrimonio conflictivo
El problema se agrava cuando la ciencia se entrelaza con la política. Tanto una pandemia como el cambio climático son crisis que requieren decisiones políticas contundentes, que afectan la vida diaria de las personas y el funcionamiento de la economía global. En este contexto, no es raro que algunos líderes, ya sea por cuestiones ideológicas, económicas o desconocidas, busquen desacreditar a los científicos para evitar implementar políticas que perciben como restrictivas o dañinas para sus agendas.
En muchos casos, la politización de la ciencia genera un ambiente de hostilidad y confusión. Las personas perciben a los científicos no como buscadores de la verdad, sino como actores políticos con sus propias agendas. Esto genera un ambiente tóxico en el que, en lugar de dialogar y buscar soluciones conjuntas, se desacredita cualquier mensaje que se perciba como una amenaza a una ideología específica.
Sin ir más lejos, el científico que se posicione a favor de medidas que frenen el cambio climático, inmediatamente, es ubicado en lado izquierdo del espectro político y viceversa. Todo ello sin mediar una palabra.
El impacto en la sociedad y en el futuro de la ciencia
La desacreditación de la ciencia tiene consecuencias graves. Si la sociedad empieza a desconfiar de los científicos, se abre la puerta para que decisiones importantes se tomen sin una base informada. Los problemas de salud pública —como la vacunación— y las iniciativas ambientales —como la reducción de emisiones— pierden respaldo y efectividad.
Además, esta situación desmotiva a los jóvenes a dedicarse a carreras científicas. En un entorno en el que los científicos son objeto de ataques constantes, ¿quién querría seguir ese camino? Esta crisis de confianza podría significar una reducción en el número de científicos y en la inversión en ciencia, afectando el progreso y la innovación.
Recuperar la confianza
La solución a esta problemática no es sencilla. En primer lugar, los científicos deberemos hacer un esfuerzo para comunicar mejor los hallazgos y hacer hincapié en cómo es el proceso científico.
Explicar cómo se llega a una conclusión y por qué los cambios en las recomendaciones son naturales puede ayudar a la sociedad a entender que la ciencia no es un credo, más bien todo lo contrario, es un proceso en constante evolución.
Los medios de comunicación también juegan un papel importante. En lugar de presentar la ciencia como un juego de "aciertos" o "fallos", deben buscar educar sobre la naturaleza cambiante del conocimiento científico. La formación crítica en escuelas y universidades también debe mejorar, preparando a las personas para analizar la información de manera objetiva y resistir la desinformación.
También es esencial intentar una separación entre la ciencia y la política en la medida de lo posible. La primera se debe entender como una herramienta para toma de decisiones y nunca estar al servicio de un partido u otro. Objetivamente, la evidencia debe ser la base de las decisiones que afecten la salud y el bienestar global y nunca un instrumento de manipulación.
Costará lo suyo entenderlo, pero la realidad es que la ciencia se cuece a fuego lento y lo bueno que tiene es que es cierta, creas en ella o no. Si la humanidad deja de ir de su mano, nos arriesgamos a desaparecer.