Como el refrán. En efecto. Y sin pecar de ingenuidad mal entendida. Eso, la esperanza hay que mantenerla. No es fácil. Pero tampoco imposible. Y además tenemos la oportunidad de hacer frente al desafío. Y triunfar.
Este momento previo a la Navidad podría ser uno de esos en los que decidiéramos que así fuera, como un deseo, como un regalo de Santa Claus o de los Reyes Magos. Sería además una manera, quizás esta sí ingenua, de darle a las fiestas ese significado de origen, del nacimiento, del resurgimiento, de la luz, que tanta falta hace, que tanta falta nos hace.
Y los Objetivos de Desarrollo Sostenible pueden ser una buena manera de encontrar esa nueva estrella que nos guíe. Con una nueva mirada, y con un nuevo destino, además, mucho más allá de 2030. Unos ODS a la manera de nuevos mandamientos —con perdón de la religión— que marquen un rumbo con señal de dirección única.
Siempre estamos a vueltas, algunos, con la idea de la responsabilidad individual. Y de ejercerla en las más mínimas acciones, porque todo cuenta. Cada una. Para bien y para mal. Hacia delante y hacia detrás. Solo hay que conocer el objetivo claro, que en este caso lo es: el planeta tiene unos límites y la cuenta planetaria se queda sin saldo.
Es tan obvio que no da cabida a la existencia de optimistas, ni pesimistas, ni haters, ni negacionistas (o no deberían existir). Porque las respuestas son dos y sin trampa ni cartón. Se llaman economía y ciencia.
La economía nos dice que la cuenta de recursos naturales de la Tierra, en este año que en 15 días acabamos, no se agotará el día 31 de diciembre, sino que se agotó el 1 de agosto. Parece una broma, pero es muy serio. En efecto, ese día en el que muchas personas en el mundo iniciaban sus vacaciones era al mismo tiempo, este 2024, el de la Sobrecapacidad de la Tierra. Fin de los recursos propios generados por el planeta. Stop.
Basta imaginar que en ese momento cada uno hubiera acabado con el dinero capaz de generar a lo largo del año. Basta imaginar que las empresas terminaran entonces con sus recursos. Los frigoríficos vacíos, tirando de sobras, de la despensa… Así vamos, gráficamente hablando, tirando de la despensa del mundo.
La ciencia nos dice que el planeta Tierra va camino de perder uno de sus polos helados, el Ártico, más tiempo y antes de lo que se vaticinaba. Concretamente, se espera, con desesperanza, que el polo norte se quede sin hielo durante el verano antes de que pase una década. Lo dice la publicación Nature, con base en investigaciones de la Universidad de Colorado.
Y se lee en este periódico, o se ven vídeos en las redes sociales. Y ya. Sin más. Se repite en plan papagayo sin más trascendencia que la de abrir y cerrar muy fuerte y muy grande la boca. Pero la cosa es tan grave que más vale que al movimiento bucal le siga la acción de todo el cuerpo y la mente. Porque, a saber…
Poniendo un poco de sentido del humor podemos cantar todos "como una ola", que es lo que se viene, y en grande. Aunque no tiene pizca de gracia. Porque, aparte de que ese deshielo suponga más frío en invierno y mucho más, mucho más, calor en verano, las consecuencias son horrendas.
Además de las olas que afectarán a las costas y que camparán más a su aire al no encontrar el tope del hielo, los impactos serán variados. Desde luego, sobre las personas que pueblan esas costas. Sobre los animales que viven en esos hábitats. Sobre las poblaciones que las habitan y que se alimentan, por ejemplo, de peces que cada vez viajan más al norte. Es sin ir más lejos el caso de los inuits de Groenlandia.
Siempre es el momento de actuar. Pero ahora es urgente. No deberían servir determinado tipo de excusas. Es doloroso escuchar que mientras haya quien viaja en avión privado, acciones como disminuir el uso del plástico o reducir los desechos no merecen la pena. Es una gloria escuchar, como hace unos días a la magnífica diseñadora Kavita Parmar, que hay que cambiar el concepto del viaje.
Decía que mejor que hablar de turismo habría que hablar de peregrinaje. Porque el turista visita, a veces ni siquiera valora lo que ve, ni lo que adquiere, en ocasiones incluso arrasa, cuando no desprecia la cultura ajena o se apropia sin su consentimiento. En cambio, peregrinar equivale a transformarse a lo largo del camino. Cuanta belleza.
Hablando de moda, suena a gloria recordar otras palabras, estas de la fundadora de Ananas Anam, empresa que produce "cuero" a partir de desechos de la piña, Carmen Hijosa. Dijo una vez que "en principio la sostenibilidad somos nosotros, nuestra conciencia como consumidores. Es una conciencia personal, social, medioambiental, ecológica e industrial".
Y, ya puestos en modo moda y en las cercanías de Navidad, tal vez habría que preguntarse por la necesidad de llenar el mundo de los ugly christmas sweaters, esos jerséis feos llenos de renos, papás Noel, estrellas, que tanta gracia nos hacen, y que tienen el triste destino de servir para un día, para reírse un día, para ganar un concurso un día, para subir a las redes sociales un día… ¿En serio?