El mundo en el que creo está de luto y en deuda. El mundo en el que me gustaría vivir, que no es en el que siempre habito. En ese ideal desearía que alguien especial leyera este artículo. No lo leerá o lo hará desde ese lugar ignoto al que dicen que se dirige nuestra alma y desde el que ojalá sea posible ver lo que se deja, lo bueno.

En ese mundo ideal, el recientemente fallecido Federico Mayor Zaragoza habría abierto los telediarios. Su muerte habría sido apasionadamente comentada. Su vida, glosada. Su testamento vital puesto de manifiesto para desayunar, comer y cenar. El mundo y nuestro país están en deuda con quien ha muerto cerca de cumplir los 91 años (el 27 de enero) y escribiendo palabras en un papel.

Farmacéutico devenido profesor, poeta, ministro de Educación y Ciencia entre 1981 y 1982 y director general de la Unesco entre 1987 y 1999, hasta su fallecimiento, presidente de la fundación Cultura de Paz, de ella hablaba permanentemente. Tanto como recordaba que no podemos seguir como en el pasado buscando la paz preparando la guerra, un deporte universal que ha practicado la humanidad por los siglos de los siglos.

Lo decía mucho. La última vez se lo escuché en CaixaForum, en el III Observatorio de los ODS, organizado por El Español, Invertia y Enclave ODS. También fue la última vez que nos vimos. Era septiembre de 2024. Quién podía sospechar que el mal le acechaba con tan magnífico aspecto, guapo, inveterado a esa edad en la que solo unos privilegiados mantienen fresca la belleza, con una viveza en los ojos a todas luces juvenil.

Dicen por ahí que solo envejecen quienes pierden las ilusiones. Y algo así debe de ser cierto. Porque Mayor Zaragoza seguía poseyéndolas. Por su magnífica familia. Por sus proyectos. Por levantar a la humanidad para reclamar lo que como seres creativos merecemos. Por animar a la rebelión (pacífica) de las masas, arengando con traje y corbata a seres humanos que aún deben de estar preguntándose por la ideología incierta de este humanista defensor del multilateralismo, los pueblos y el planeta.

Aquella última vez volvimos a escucharle reclamar la necesidad de defender la paz como única manera de lograr la evolución humana. En el Observatorio de los ODS, en conversación con el Padre Ángel y el abogado Gonzalo Conde, recordó la falta de democracia como uno de los grandes problemas desde el principio de los tiempos.

Se le escuchó una vez más glosar las primeras líneas de la Carta de las Naciones Unidas, firmada el 26 de junio de 1945, al fin de la Segunda Guerra Mundial: "Nosotros, los pueblos, hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra"... Y con idéntico énfasis denunció que en 79 años nunca ha sido posible aplicar esa hipótesis-promesa-idea-sueño.

Y, sin embargo, como ocurría siempre, y no se sabe por qué extraño fenómeno milagroso, oír estas frases, lejos de imbuir la desesperanza, conducía justo a todo lo contrario, a la seguridad de que un mejor futuro es posible. Eso sí, cogiendo la responsabilidad, como al toro, por los cuernos, frase especialmente dirigida a la mujer y a los más jóvenes.

De ambos fue gran defensor. De la mujer recordó también en ese evento que solo ahora era correcta aquella primera línea de la carta de Naciones Unidas, aquel nosotros. Porque solo ahora los pueblos están completos, toda vez que se va alcanzando una suerte de igualdad entre hombres y mujeres, inexistente en el momento de su firma. Decidían los hombres. Solo la mitad de la población.

Sobre la juventud nos dejó dos temas relevantes y para la reflexión. Por un lado, que la de estos nuestros días está más orientada a la acción, a la decisión, a tomar partido. Y por otro que "si queremos cambiar el futuro -dijo-, participación ciudadana y juventud son cruciales". 

Recordó que para evolucionar es necesario pensar lo que nadie ha pensado y es la gente joven la capacitada para ello. Y pidió romper el silencio. "No podemos tolerar que se veten las resoluciones de Naciones Unidas, especialmente en el terreno del medioambiente". Porque -defensor siempre del reconocimiento y respeto a los límites planetarios-, aclaró que "estamos llegando a momentos de irreversibilidad, dado que la mayoría del planeta se está deteriorando de manera irreversible".

Como el mismo reclamó hace apenas tres meses, la educación es la herramienta infalible para enfrentar estos retos. Pero siempre basada en la libertad, la responsabilidad e inspirada en los principios democráticos. 

No lo dijo entonces. Sí, en otras ocasiones. Sí, en otros discursos recordó a Albert Camus y aquella frase suya que tanto inspiró muchas de sus alocuciones: "Les desprecio porque pudiendo tanto se atrevieron a tan poco".

A Federico Mayor Zaragoza, entonces, hay que apreciarlo mucho. Porque hizo mucho. Desde luego en su faceta política y divulgadora. Pero también como investigador. Pocas personas saben que, por ejemplo, gracias a él se introdujo en España en 1968 la prueba del talón en recién nacidos. Este análisis se realiza a millones de bebés en el mundo y sirve para el diagnóstico temprano de diferentes enfermedades metabólicas, pudiendo detectar daños cerebrales.

Por esta causa, por la paz preconizada desde su fundación, por sus poemas, por su acción nacional e internacional. Por su activismo inquieto, auténtico y permanente, como la evolución que preconizaba, Federico, gracias.