Jorge Dezcallar sigue como siempre: con pinta de pincel recién salido de la ducha e impecable como el pañuelo que emerge del bolsillo de su chaqueta.
Las arrugas no han hecho mella en él ni por dentro ni por fuera: no hay sombra de esos 70 años que cumple dentro de un mes ni de esas dentelladas que dice haber sufrido en nuestra España cainita.
Haber sido uno de los diplomáticos más brillantes de la democracia -11 años al frente de la dirección general de Africa del Norte y Oriente Medio; gestor político del ministerio o embajador en Marruecos- no le sirvió de escudo protector para evitar pasillos con el PSOE y con el PP. La última vez, tras la victoria de Mariano Rajoy en noviembre de 2011.
Cuatro años tuvo que adelantar su jubilación porque el ministro Margallo no encontró sitio para él en ningún lugar del mundo para el que entonces era embajador en Washington.
“No soy ni de unos, ni de otros. Soy independiente”, explica el día que sale a la venta su primer libro, Valió la pena (Península), un documento inédito en nuestro país: por primera vez, un ex jefe de los servicios de inteligencia se lanza a desvelar el engaño “masivo” del que fue objeto por parte de un Gobierno en un momento particularmente duro, con 191 cadáveres sobre la mesa.
El CNI no vio venir el 11-M como al CIA no vio el 11-S, y tiene muchos más medios que nosotros
Sabe de lo que habla cuando escribe, al final de las 479 páginas que dedica a la vida de “ese chico de provincias nacido en el franquismo” : “Es triste constatar que los políticos en España están todos cortados por el mismo patrón: quieren lealtades acríticas y les agrada rodearse de 'yes-men'”.
El rey le consultó la abdicación
Él no lo es. Poco antes de abdicar, en la primavera de 2014, el rey Juan Carlos le consultó si él creía que era realmente tan impopular como decían los medios. Dezcallar fue sincero: “Señor, ha cometido errores graves en un momento en el que la opinión no está para bromas, la gente lo está pasando mal, y esto marca el final de una etapa. Ya no se dejan pasar cosas que antes sí se dejaban. Pero esto no quiere decir que la historia lo vaya a juzgar por esto: la historia lo juzgará por haber posibilitado la mejor época de la historia de España en 300 años”.
Al igual que el Rey con su desafortunado final, Dezcallar no quiere permitir que el 11-M marque una carrera de servicio a España que comenzó a los 25 años. Este libro se lo debe, dice, a su familia. También reconoce que fue un “elemento esencial” el segundo tomo de las memorias de Aznar aparecido en 2013. En él, el ex presidente del Gobierno se refiere al informe Dezcallar hecho público dos días del atentado y vierte sobre él la responsabilidad de lo que él considera un “uso partidista” del atentado terrorista.
Valió la pena tiene dos partes muy señaladas. Hay una claramente ligera de recuerdos diplomáticos como los líos logísticos vividos con el inefable Chencho Arias o el embarazoso incidente del bailaor de Hassan II: “Responde a mi deseo de explicar por qué me hice diplomático”. La segunda (capítulos 8 y 9) es oscura como lo fueron los acontecimientos desde su llegada al Centro Nacional de Inteligencia (CNI) en junio de 2011: el 11-S, los informes sobre las inexistentes armas de destrucción masiva de Sadam Hussein, el asesinato de siete agentes del CNI en Irak. Y así hasta el terrible día 11 de marzo.
Ahí está el "leitmotiv" de la obra: “El libro de Aznar me hizo pensar que yo tenía una obligación con mi familia, conmigo y con el centro que he dirigido en contar cómo vi yo las cosas por dentro, honradamente, desde un punto de vista absolutamente independiente y dar mi visión que es importante porque se están contando muchas medias verdades que están desfigurando la realidad”.
Sin ese volumen de Aznar, quizá se hubiera sentido suficientemente resarcido con la intervención del rey Juan Carlos cuatro años después del 11-M, cuando él ya estaba felizmente trabajando en Repsol y no tenía ninguna intención de regresar a la carrera: “A mi el Rey cuando me llama para ir a Washington, porque es él el que me llama, y me dice: ´Jorge yo quiero que tú vayas Washington porque este país no se ha portado bien contigo, y yo quiero que se te reconozca públicamente tu trabajo´.”
Esta intervención real no está contada en el libro, como tampoco está relatado que Don Juan Carlos quiso que él se quedara al frente del CNI cuando Zapatero llegó al poder. Bono amenazó con dimitir si Dezcallar permanecía, y de nuevo fue el Rey el que llamó para advertirle de que iban a cesarlo.
Dezcallar quiere ahora destacarlo: “Eso fue bonito por su parte”. Pero no suficiente. El libro Valió la pena es un duro "J´accuse" contra la acción de Aznar y su Gobierno esos tres días aciagos de 2004. Dezcallar asume su parte de culpa: “El CNI no vio venir el 11-M como al CIA no vio el 11-S, y tiene muchos más medios que nosotros”. Pero quiere que los demás también lo hagan.
¿No ha sido revisado por el CNI?
“Yo no le he pasado este libro absolutamente a nadie antes de publicar, ni siquiera a mi mujer, porque no quiero que nadie sea responsable de nada”. Como jubilado, explica, no tiene la obligación de los funcionarios en activo: “No cuento secretos oficiales. Entiendo que un secreto oficial es aquello que afecta al funcionamiento del servicio: a los agentes, a los informadores, a los objetivos, pero el que me hagan a mi una faena no es un secreto oficial. Conmigo se portaron muy mal”.
Hace unos días envió una carta de cortesía al actual director del CNI, Félix Sanz Roldán, y nada más. A Aznar, del que no pudo, dice, ni despedirse, tampoco lo ha llamado. “Nuestra relación no era buena. Luego le he visto, y me he puesto a su disposición, pero nunca nos hemos ido a comer juntos. Porque él no ha querido. Le mandé una carta de despedida que tampoco me contestó”.
¿Le faltó arrojo para dimitir en esos días?
Por ejemplo, el sábado 13 de marzo cuando, harto de ser ninguneado, se autoinvita a una reunión con Ángel Acebes y su número dos, Ignacio Astarloa, en Interior: “Es posible. Ese día, cuando vengo de la conversación con Astarloa, tengo seis llamadas de (Alfredo) Timmermans -portavoz de Moncloa- para que salga en televisión. Le contesté así, en voz muy alta: ´Dile al presidente que mi obligación no es salir en televisión, y que no lo voy a hacer´.
A la sexta vez que me llama, le digo haré un comunicado (descafeinado en el que no descarta ninguna de las dos líneas de investigación, ni la de ETA ni la islamista). Eso efectivamente no complace ni a tirios ni troyanos. Pero que me hagan eso sin decirme que ya estaban detenidos (los indios que vendieron las tarjetas de los móviles( no tiene nombre. Si lo llego a saber, no habría emitido ese comunicado”.
Ese día fue el determinante, pero Dezcallar exlica que fue ninguneado desde el primer momento del jueves 11 de marzo. “No me invitaban a participar en las reuniones de políticos. Desde el primer momento hubo una decisión clara de marginarme. Aquella mañana (11 de marzo( yo estoy reunido con mi gente y no me avisan de esa primera reunión en Moncloa. Después hay otra en Interior y tampoco. Después la furgoneta y nada, no nos lo dicen. Mi gente se pone en contacto con Interior y les cierran la puerta”.
El infiltrado de Rubalcaba
¿Quizá por la sosepcha de que era un infiltrado de Rubalcaba? “Eso es una infamia. Es exactamente igual que me pasó con el PSOE. En este país sin no estás cien por cien con unos estás con los otros. Yo tengo sentido del Estado, y eso en este país aparentemente no se lleva. Pensar que yo fui desleal al Gobierno es una injuria que no tiene ningún fundamente.
Otra cosa es que a Aznar no le gustaba lo que yo le decía. Yo empiezo a notar que mi relación con él se enfría ap artir de 2002 cuando doy una confererencia en Elcano sobre las armas de Hussein. Es una apreciación que yo tuve. Me dolía cuando él decía que no se guiaba por los informes de los servicios secretos. Se produce un distanciamiento. Me va preguntando menos. Nunca me dice lo que tengo que decir pero yo noto que no le gusta”.
¿Le da miedo dar este puñetazo encima de la mesa?
“Digo que me engañaron a mi, me sentí usado y manipulado. Pero te lo diré citando a Artigas, el padre de la independencia uruguaya: con la verdad ni ofendo ni temo. Yo cuento la verdad, yo cuento cómo lo viví yo. No tengo ningún interés político, no aspiro a nada, pero quiero que que no se cuenten cosas que no son verdad: antes de que yo dijera que había sido ETA lo habían dicho el presidente del Gobierno, el ministro del Interior y Ana Palacio se había lanzado a escribir las instrucciones de Naciones Unidas. No me echen a mi la culpa de eso. Yo acuso de que a mi me manipularon, me usaron, quisieron utilizarme para que les fuera útil en determinados fines que yo ignoro, habría que preguntárselos a ellos. Yo lo que sé es que a mí me llamaron para que dijera una cosa que, en el momento en el que me llamaron, sabían que era falsa. Yo no quiero hacerme enemigos, pero no quiero que se me eche el muerto encima”.
No me invitaban a participar en las reuniones de políticos. Desde el primer momento hubo una decisión clara de marginarme
El momento que más le dolió, y más puso en pie de guerra a su gente del centro, cuando Aznar decidió dos días después de los comicios desclasificar parcialmente el llamado informe Dezcallar en el que se sugiere la autoría de ETA. Eso, viniendo de un presidente que en 1996 cuando ganó las elecciones a Felipe González se negó a a desclasificar los famosos papeles del Cesid sobre la creación de los GAL: “No se desclasifican documentos del CNI. Nunca. El no lo ha hace para defender la seguridad del Estado. El lo hace para defender sus vergüenzas y la de los suyos. Y en el centro eso sienta muy mal. Había un malestar terrible”.
Reconoce que podía/debía quizá haber dado el golpe sobre la mesa que está dando ahora con este libro la tarde-noche del sábado 13 de marzo de 2004 después de la conversación con Astarloa. Pudo más, dice, su sentido del deber: “Había tipos con explosivos por la calle y unas elecciones generales al día siguiente. El bombazo hubiera sido tan grande. La responsabilidad era demasiado grande”. Y ante determinados acontecimientos recientes en el CNI, acaba con una sonrisa, tan perfecta como el golpe de pañuelo en su bolsillo: “Como escribo en el libro, en el centro no hay cadáveres, si acaso alguna que otra cucaracha”.