La ya expresidenta del PP vasco, Arantza Quiroga, tardó menos de veinticuatro horas en retirar una propuesta que le había enfrentado a la dirección nacional de su partido y había sido recibida con manifiesto agrado público en EH Bildu, la coalición comandada por la izquierda abertzale. El importante desgaste acumulado en una sola jornada tuvo reflejo en la “indisposición” con la que se ha justificado su ausencia este jueves en el pleno del Parlamento Vasco, donde se esperaba su presencia con inusitada expectación mediática y se especulaba con su dimisión.
Quiroga no sólo ha sido desautorizada por su formación, sino que una vez más ha visto frenado su proyecto de transformar el PP vasco para reflotarlo y asegurar la continuidad institucional de un partido que afronta el riesgo de caer en la irrelevancia política en Euskadi. María Dolores de Cospedal, la secretaria general del PP, trataba de convencer a Quiroga este jueves por la mañana para que no tire la toalla y siga al frente de la formación vasca. Al menos, hasta las elecciones generales del 20 de diciembre.
La dirigente popular arriesgó más de lo que podía al presentar una moción para desbloquear la falta de acuerdo parlamentario sobre Paz y Convivencia y sustituir el foro enterrado en un debate a dos, entre PNV y EH Bildu, por otro sobre Libertad y Convivencia en el que pudieran dialogar todos los partidos. Por el camino moduló algunas de sus tradicionales exigencias a la izquierda abertzale, que rehúye la condena explícita de ETA, y abogó por un importante atajo semántico. En su iniciativa los “populares”pedían la “deslegitimación del terrorismo”, pero sustituían la condena a la banda por “el rechazo expreso a la violencia” pasada y futura, una redacción genérica ya asumida con comodidad por quienes antes formaban el brazo político de ETA. “No debemos encallarnos en las palabras”, dijo para justificar el cambio de lenguaje , reprobado de inmediato por algunos colectivos de víctimas , como la AVT, Covite y Dignidad y Justicia.
¿Por qué derribar lo que se ha presentado siempre como una línea roja, infraqueable y convertida casi en un ‘totem’? ¿Por qué hacerlo sin consultar previamente a la cúpula nacional del partido y a sabiendas de que como poco sembraría tanto revuelo mediático como confusión entre electorado? Éstas pueden ser algunas de las claves.
Combatir la pérdida de influencia
La alternativa de Quiroga, aplaudida por su “realismo”por EH Bildu, abría la posibilidad de reanudar un diálogo multipartito y avanzar en el entendimiento en una cuestión esencial. Su pérdida de poder institucional en Álava, donde ha dejado de controlar la Diputación y el Ayuntamiento de la capital, ha convertido a los populares en un partido al que el resto, y más tras la alianza PNV-PSE, puede tener la tentación de ignorar. Y eso, con independencia de que el tema les concierna o no. Lo hizo recientemente el lehendakari, Iñigo Urkullu, cuando el mes pasado excluyó al PP de la reunión que mantuvo con 128 alcaldes de municipios con víctimas de ETA, alegando como razón suficiente que la formación de Quiroga, el partido que más ha sufrido la violencia etarra, no gobierna en ninguna de esas localidades.
En este contexto político y con la elecciones generales a la vista, la posibilidad de un vuelco en España que lleve al PSOE a La Moncloa contribuye a la marginación del PP vasco. El PNV hace tiempo que da por amortizada la legislatura de Mariano Rajoy y espera a Pedro Sánchez para negociar un nuevo estatus político para Euskadi y abordar lo que los nacionalistas llaman el fin ordenado de la violencia, que incluye el desarme de ETA y, sobre todo, el futuro de sus presos.
Los socialistas, por su parte, agrandan las distancias con sus máximos rivales en las urnas españolas y se felicitan por su protagonismo como socios institucionales del partido de Ortuzar con el que frenan su caída electoral. Los dos partidos reivindican para sí mismos la centralidad y condenan a los extremos a los “radicales” de la izquierda abertzale y los “inmovilistas” del PP. Urkullu ha llegado a acusar a los populares de ser ellos quienes “obstaculizan” la convivencia en la comunidad autónoma.
Competir por el centro
Al anterior presidente del PP vasco, Antonio Basagoiti, se le atribuye el mérito de sacar a su formación de las trincheras y de iniciar un giro al centro que hoy pretende desarrollar y consolidar su sucesora. Basagoiti la designó 'a dedo' en mayo de 2013 contra la opinión del PP alavés, que tiene a su máximo representante en el ministro de Sanidad, Alfonso Alonso, el primero que desautorizó su última propuesta públicamente. La dura pugna que tuvo que librar Quiroga para ratificar su nombramiento, se cerró en falso con el Congreso del Kursaal en marzo de 2014.
La expresidenta del PP batalló por hacerse con las riendas del partido tras sacrificar, en aras de ese intento, y apartar de la dirección al entonces secretario general, Iñaki Oyarzábal. Obtuvo de Génova manos libres para decidir, pero la herida con los alaveses continúa abierta y, si no hay tensión, sí al menos frialdad y desconfianza en sus relaciones.
Caminar por la senda abierta por Basagoiti, muy criticada por su predecesora María San Gil, ha sido siempre una de las obsesiones de Arantza Quiroga, preocupada por la falta de un discurso ideológico que fuera más allá de la lucha contra ETA. La resistencia de la que tuvo que hacer gala el partido en los años de plomo, en la que sus militantes morían asesinados, había impedido a los populares vascos ahormar un corpus doctrinario propio que, anunciado en octubre de 2011 el cese definitivo de la violencia de ETA, consideraban imprescindible.
Quiroga ha incidido en más de una ocasión en que su responsabilidad “es asumir el momento que le está tocando vivir” y que ahora que ETA ya no mata “el PP debe de ser útil a la sociedad vasca en otro contexto”. En busca de esa reubicación, llamó a los altos cargos de la formación a “competir con el resto de partidos por un espacio de centro”. Eso le exige articular un nuevo discurso político y más ahora, en el que la pluralidad de colectivos de víctimas de ETA hace que algunos de ellos se decanten por la necesidad de tender puentes con víctimas de signo contrario y pidan a los partidos entendimiento para avanzar en las claves que asienten la convivencia.
Frenar la caída electoral
Quiroga heredó un partido en declive, reducido en las últimas autonómicas de 2012 a la suma de 130.000 votos y diez escaños, lejos de los 19 parlamentarios y los más de 300.000 sufragios conseguidos en 2001, que constituyen el techo electoral del PP vasco. Once años después, el abandono de las armas por parte de ETA premió a quienes la apoyaron, no a quienes la sufrieron.
Posteriores citas electorales, como las europeas de 2014 y las municipales y forales de 2015, no han hecho más que menguar su electorado en el País Vasco, sobre todo en Vizcaya y Guipzcoa. En Álava ganaron en votos pero no en escaños y en Vitoria, el actual vicesecretario sectorial del PP, Javier Maroto, logró ser el candidato más votado, con un meritorio resultado de 32.300 apoyos y 9 concejales; pero no pudo formar gobierno al no tener mayoría absoluta.
Nadie se atrevió a pactar con el PP y se conformó un frente ‘anti’ que dio la alcaldía al PNV, con 6 ediles y más de 11.000 sufragios menos. Ante el fracaso global cosechado Quiroga anunció un plan de acción a corto y medio plazo para volver a conectar con la ciudadanía y revitalizar el partido, con cambios orgánicos incluidos, que cuatro meses después aún no ha concretado más allá de la necesaria modernización y su oposición al nacionalismo independentista.
Ruptura con el PNV
En este escenario político a la contra Quiroga intentó recolocar al PP para garantizarle su participación en la vida política del País Vacso, convirtiéndole en un agente activo no condenado al ostracismo. Inició la presidencia de la formación haciendo valer ante el PNV su ascendiente ante Mariano Rajoy, pero su papel de mediadora pronto se vio superado por la falta de interlocución entre las partes y la negativa del presidente del Gobierno a moverse en la dirección demandada por el Ejecutivo vasco para encarar el fin de ETA. Su demanda de un liderazo compartido entre ambos dirigentes para afrontar los coletazos del terrorismo pronto quedó en agua de borrajas.
La relación entre Quiroga y Urkullu se ha ido deteriorando con el paso del tiempo y la colaboración con el nacionalismo perseguida por el PP en un primer momento, -que tuvo su máximo exponente en la firma de un pacto fiscal a finales de 2013-, se ha trastocado en alejamiento y críticas de gran dureza pese a una pretendida mano tendida permanente por ambas partes. En una de esas escaladas de tensión dialéctica, en julio de 2014, Quiroga llegó a decir que “si fuera por ellos [en alusión al PNV], ETA seguiría matando”, y justo un año después, que “el poderío electoral del nacionalismo” está sesgado por “la limpieza étnica”. Lejos en ambos casos de aquella contención en la crítica que la expresidenta pidió al entonces diputado general de Álava, Javier de Andrés, en enero del año pasado, cuando éste cuestionó el posicionamiento del partido del PNV en la lucha contra ETA.
Perseverar en el intento
En la “obligación de evolucionar” con la que Quiroga afrontaba los intentos de renovación de discurso político del partido, la dirección que presidía ha combinado una postura de firmeza frente a la izquierda abertzale, exigiendo que pidan el desarme de ETA y “condenen” sus acciones deslegitimando el terrorismo, con el objetivo de abrir una nueva etapa de relaciones, normalizadas, con sus marcas electorales.
Maroto no tuvo problemas para pactar con sus representes en la pasada legislatura, aunque el límite del entendimiento se constreñía a las cuestiones municipales. La auténtica sorpresa, preludio de la moción ahora retirada, llegó hace escasos días con la reflexión positiva favorable a la evolución de ese mundo realizada por Quiroga. En vez de remarcar la insuficiencia de los pasos dados por sus portavoces, -una afirmación habitual en los discursos de PP y PSE-, ella puso en valor la importancia de la advertencia del presidente de Sortu y líder de la coalición EH Bildu, Hasier Arraiz. En el último debate de política general, el pasado 24 de septiembre, éste mantuvo que no hay marcha atrás en el proceso iniciado tras el abandono de las armas y que quienes pretendan “reabrir el ciclo de las violencias “ tendrán enfrente a la izquierda abertzale.
No es la primera vez que el PP vasco intenta combinar la defensa de los principios inamovibles del partido sobre paz, libertad, convivencia y memoria con pequeños movimientos en direcciones vedadas hasta ahora. Lo hizo en 2013 y 2014 cuando se planteó incluir en un homenaje a las víctimas de ETA a las de abusos policiales y hasta contraprogramó con un evento propio el acto anual en el que la familia de Gregorio Ordóñez recuerda al concejal del PP asesinado por ETA en San Sebastián en 1995. En este último caso su afán de desmarcarse de la presión que Covite ejerce con sus críticas sobre el Gobierno de Rayoy no se extendió al año siguiente, aunque las declaraciones ante la tumba del edil en Polloe dejaron claro el distanciamiento con el colectivo.
Aquella pretensión de homenajear a las víctimas de torturas y otros abusos policiales, en las que la izquierda abertzale fundamenta gran parte de su discurso de rechazo a todas las violencias, no llegó a salir adelante. Surgió en este caso de la apuesta conjunta de la Diputación de Álava y el Ayuntamiento de Vitoria, gobernadas por De Andrés y Maroto, para celebrar el cuarto Día de la Memoria, que emana de la Ley vasca de víctimas del terrorismo, recordando no sólo a las producidas por ETA sino también a todas las que han sido objeto de vulneraciones de derechos humanos. En apenas también 24 horas, como ahora, y ante la división interna suscitada en las propias filas del PP vasco el proyecto se vino abajo sin que trascendiera fuera de los límites de la comunidad autónoma.
Ahora el envite era mucho más fuerte y sobrepasa sus fronteras. Quiroga, ante la fuerte desautorización sufrida desde la dirección nacional, y expresada públicamente por Alfonso y Maroto, los compañeros que tendrían que ser más cercanos, ha visto comprometida su propia continuidad en la presidencia de los populares vascos hasta decidir abandonar. Entre la espada y la pared, fue el último giro frustrado de quien ha tenido que luchar casi con más ahínco hacía dentro que hacía fuera para hacer prevalecer su autoridad y su autonomía como presidenta regional del PP en el País Vasco. Las fricciones territoriales por el control del partido no resueltas pesan aquí tanto o más que las ideas.