Vetusta Morla: la libertad sienta tan bien
El grupo de Tres Cantos lleva la propuesta indie a los estadios deportivos y consuma un modelo de negocio ejemplar al margen de la industria musical tradicional.
1 enero, 2016 08:17Noticias relacionadas
Las historias de los músicos arrancan más o menos así: hay un parque cerca del colegio. Todo lo demás es valor, frustración, éxito y fracaso. Es fácil alimentar el mito provocando un salto en el tiempo entre aquellos bancos del parque central de Tres Cantos, junto al instituto público de secundaria José Luis Sampedro y el Palacio de los Deportes de Madrid. Podríamos decir que sólo han sido 20 años, porque 20 años caben en dos palabras y parece la mínima unidad de tiempo. Apenas un suspiro.
Tampoco se necesita demasiado para saltar del Google Maps y escapar de esa red de calles tiradas a escuadra y cartabón que cubre la periferia madrileña de los 80 y que extendió más allá de la centralidad el ejque, el ajco y la mojca. Y, sin embargo, parece menos complicado devolver la ese a su sitio que extraer de ese mar de urbanizaciones algo que no sea material de primera para la producción y el consumo. Carne para descuartizar en jornadas intensivas, atascos interminables y horas extraordinarias.
Pero sí. Allí nació una pequeña comunidad de seis amigos y socios con una empresa que ha cruzado con fortuna las traicioneras aguas culturales de España 2015. Con un modelo empresarial y creativo inédito en este país. Ellos (Pucho, Guille, Juanma, Álvaro, David y Jorge) llevan el timón de cada una de sus decisiones que les han conducido desde los pequeños conciertos en el Café La Palma hasta el estadio deportivo; de un centenar a 15.000 personas. Y repetir tres veces el mismo estadio este año: 45.000 personas escuchando a quienes hace un año aspiraban a llenar la Riviera o el Price.
Lo llevaban preparando desde hacía meses. Por eso sus espectáculos son como son. La noche anterior a la cita de mayo en el Palacio de los Deportes cenaron los seis solos. “Queríamos salir con los ojos bien abiertos para disfrutarlo como si fuera a ser algo irrepetible”, cuenta Guille Galván. “La prueba de sonido fue por la mañana y había una sensación de calma muy grande. Como si fuéramos los anfitriones que recibían a toda esa gente a nuestra fiesta. Recuerdo que subía por las escaleras y aquello era un mar de lucecitas blancas de los móviles. Fue muy bonito porque no estábamos tensos y pudimos disfrutar”.
Como una asamblea
En las hagiografías como ésta todo parece sencillo, todo huele a rosas, el camino está señalado y las barreras levantadas. Pero ni siquiera eligieron la senda sencilla: Vetusta Morla es una empresa autogestionada por sus trabajadores, dirigida en estricto régimen asambleario en el que nada echa a andar sin la aprobación mayoritaria. Quienes trabajan con ellos ven en su estructura un ministerio en el que cada uno tiene una tarea asignada. Ése es el pequeño salto mortal que inventaron: nadie podrá escribir su historia mejor que ellos mismos.
Y se hicieron con el control de todo lo que los demás dejan a terceros. En su pequeña oficina de San Bernardo gestionan los capítulos de esta novela que le costó llegar al éxito. Cada semana, cuando no están de gira o de vacaciones, se reúnen y deciden dónde no quieren ir. “Es sano echar la vista atrás y pensar en qué querías cuando empezaste a cumplir con tus sueños”, al otro lado del teléfono está Guille Galván, el responsable de las letras (junto a Juanma). “Ha sido duro y largo. Ha habido momentos complicados como en la carrera de cualquiera que ama lo que hace y vive de ello. En la música hemos estado mal acostumbrados: los productos se creaban en incubadoras y saltaban al éxito de inmediato. Pero lo raro no es que tardes en llegar, el arte no es eso”.
Seis chicos de clase media de extrarradio, con estudios universitarios, con formación en el extranjero, desencantados con lo prometido y dispuestos a renunciar a todo aquello que no fuera su vocación crearon su discográfica, su equipo de producción, promoción y comunicación, se encargaron de sus vídeos y sus compromisos benéficos. Recibo varios mensajes: “Nada de chalé adosado. Piso modesto. Son gente trabajadora. El viejo de Pucho era charcutero. Y la madre peluquera. Jorge ponía persianas. Y así todos”.
Miguel Montoya teclea los mensajes. Miguel es el heredero español de Jim Henson -ahí es nada-, creador de Trancas y Barrancas, las famosas hormigas del programa de Pablo Motos. Miguel ha estudiado, cantado, bebido y todo lo demás con ellos. Ha trabajado en varios vídeos del grupo. Y recientemente ha dado a luz a Chuma, un cíclope blanco con dos cuernos y boca de Donut, pensado por el ilustrador Bakea. Un monstruo achuchable que dio el salto a la fama en el Palacio de los Deportes, mientras los 15.000 esperaban a sus músicos. La mascota extraviada protagoniza varias piezas virales que están soltando en las redes con intención de hacer algo más grande.
Miguel recuerda cómo iban a buscar a Pucho a la carnicería y merendaban queso y salchichas. Tocaban versiones de los Beatles, Radio Tarifa en una buhardilla de la casa de uno de clase. Escuchaban a Rosendo, La Polla Records, Extremoduro, flamenco, los cantautores… Llegó Guille Galván y empezaron a componer canciones. Pucho se fue una semana a Londres “y volvió moderno”. Su amigo recuerda que se venía vestido con una pelliza con borrego. Pucho entró en Historia del Arte y lo dejó. Regresó a Londres, esta vez un año. “Y volvió más moderno que el futuro”, la coña de Miguel es indomable. El grupo esperó, todo se paralizó. A su vuelta estaba empapado en la música electrónica y desde ese momento el proyecto no volvió a pararse.
Luego vino el concurso Villa de Madrid y la primera maqueta y aquel mítico concierto en la Sala El Sol a un euro, con una fila interminable. “Allí vieron que iban a poder dedicarse a ello. Algunos de los chicos ya tenían puestos de trabajo, oposiciones de maestro, pero se la jugaron y los abandonaron”, cuenta Miguel. Entonces sacaron el disco Mira, en 2005, autoeditado y con siete temas... “y lo petaron”. Tres años más tarde el segundo concierto inolvidable para la banda, el de presentación de Un día en el mundo, en la Joy Eslava.
Por eso la vocación es un puñetero escollo del sistema, una trampa que hace saltar las alarmas, un elemento extraño sin protocolos. Un bicho raro a extirpar. La vocación es una bomba antisistema que reniega de la indiferente abnegación y rompe con lo previsible, o sea, la producción y la productividad. Que acaba con la sirena que impuso la puntualidad en la fábrica y obligó al ocio a someterse a las mismas agujas del reloj. “Cualquier cosa que tenga que ver con amar lo que haces y no ser una pieza más de lo correcto ya es una bomba de relojería y hermosura en sí misma”, resume Galván.
“El mundo gira en torno a vocaciones que no son rentables a corto plazo. Por eso la cultura está en cuidados intensivos en este momento. No queremos entender que lo que no dé resultados inmediatos es lo que va a definir a una sociedad. Fíjate a dónde hemos llegado: consideramos que dedicarte a lo que te gusta es un acto revolucionario”, cuenta.
Al tiempo que la vocación musical en España 2015 llena estadios, es expulsada de las aulas por ley y reducida a un chiste, un escupitajo, tachada de inútil, calificada de inválida y desplazada a los márgenes, los marginales y los marginados. “La cultura y la enseñanza de este tipo de materias genera personas libres y aunque parezca demagógico, las personas libres no interesan. Prefieren formar engranaje de maquinaria, es así de sencillo”, sentencia Galván.
Mientras en España 2015 Vetusta Morla convierte un modelo de financiación inexistente en realidad, hacen de la diversidad cultural una posibilidad, logran salvar el pellejo con una lección al sector y a las políticas culturales, las enseñanzas musicales y artísticas son laminadas durante la legislatura del Gobierno en el que el grupo se convierte en el mayor fenómeno musical desde Los Héroes del Silencio, como dice el periodista musical Víctor Lenore. Lo indie era lo indie y el resto era el resto hasta que llegaron ellos, con un producto indie para el resto y con mensaje político. Eran los últimos músicos en pasar por el Sol del 15M.
Tocar las narices
Cuando lanzan La deriva, en 2014, la situación del país es insostenible y ellos dan un paso al frente, con un disco para tocar las narices. De hecho, Podemos tuvo su permiso para utilizar el tema Golpe maestro como banda sonora de su campaña en las elecciones europeas de aquel año. Es probable que la rabia contenida que hay en este álbum (disparos sin sal gorda) -mucho más directo que el resto- sea la responsable del éxito de ventas, de la gira y de la multiplicación de sus dimensiones en 2015. Apenas se habían interesado por los conflictos sociales o políticos, hasta que llegó la hora de dejar de mirar para otro lado. Rebajaron las metáforas y las letras se pegaron a la calle: “Fue un atraco perfecto, fue un golpe maestro, dejarnos sin ganas de vencer”, dice el estribillo más tarareado del momento. Es la hora de los himnos.
La vocación, decíamos, molesta y agrede a quien quiere comprar confort y bienestar a cambio de consenso y apatía. Por eso el precio de la independencia y la libertad es tan alto. La degradación la hemos visto en la propia prensa de este país. “Su independencia es su mayor privilegio. No hay mayor aspiración para un artista”, las comillas son de German Hughes, propietario y gerente del Café La Palma, orgulloso de tener el local en el que más veces han tocado, unas 30. Guarda entre sus tesoros la primera maqueta que vendían, metida en cajas muy cuidadas.
En este escenario han empezado Pereza y Amaral. Hacen 300 conciertos al año, es una de las salas en vivo que mantiene la tensión del panorama. “Donde los músicos prueban y evolucionan no es en los grandes espacios, sino en los pequeños donde ocurre el caldo de cultivo. Pero Vetusta Morla es una excepción, como experiencia musical e industrial: muy pocos llegan a un estadio y ellos han roto con la etiqueta del indie. Se han convertido en mainstream, tienen el reconocimiento de todos pero mantienen la misma actitud de siempre”. Hughes se apostó con ellos hace diez años a que ganarían un Grammy latino. Si gana la apuesta tendrán que llevarle y dejarle subir al escenario a recoger el premio junto a ellos.
La independencia es posible asumiendo todos los esfuerzos. “Las libertades llevan responsabilidades”, cuenta Guille Galván. Con la música no basta, como con el amor. Ser dueño de su trabajo y de su obra les ha obligado a aprender a golpes lo que es una empresa. “La parte musical es la más amena y la empresarial vamos más a ciegas. Ese es el lastre de ser dueño de tu propia empresa -reconoce el músico- Pero no entrar en la industria tradicional tiene sus ventajas. Hemos tratado de apropiarnos de estructuras empresariales para hacer viable nuestro trabajo, con el objetivo de la autonomía y la soberanía. Además, nuestra forma de actuar, pensar y movernos como grupo no habría funcionado en ninguna estructura tradicional. Hemos aprendido a sobrevivir fuera de la industria y nuestros vicios se han convertido en virtudes”.
La amistad
Quienes han trabajado con el grupo terminan subrayando el talento y el trabajo. Miguel Montoya explica que el secreto de esta “comunidad” inquebrantable es la amistad. Todos deben estar de acuerdo para avanzar en cada una de las decisiones. “Es muy coñazo trabajar con ellos, porque son muy asamblearios”, dice con sorna. Detallistas, obsesivos y lentos.
Ése es el recuerdo que le ha quedado a la cantautora Christina Rosenvinge, con quien trabajaron en el Día de la Música de 2009. Lo primero que llamó su atención es que a la primera reunión, para decidir qué canción tocarían juntos, se presentaron los seis.
“Me los llevé a casa a escuchar canciones porque enseguida hubo confianza, me parecieron unos chicos muy saludables, con poca pose y mucho amor por la música. Finalmente grabamos Chicago, de Sufjan Stevens. Preparamos la canción en su local de ensayo. Su método de trabajo me pareció sorprendente. No hay un líder. Los seis daban su parecer cada vez que tocábamos la canción probando distintos arreglos y estructuras, lo cual suponía un avance increíblemente lento (mucho más tiempo hablando que tocando), pero muy interesante porque todos estaban muy involucrados argumentando sus ideas. Estoy acostumbrada a trabajar de una forma más intuitiva, menos ordenada formalmente”. Tocaron el tema juntos por la mañana en Madrid y a la tarde en Barcelona.
“Son buenos compañeros de escenario, el hecho de haber tenido unos inicios tan difíciles probablemente les haya servido para no perder la cabeza y para saber manejar y valorar el éxito multitudinario que tienen ahora”, señala Rosenvinge.
Paula Bonet, ilustradora, hizo el cartel de su gira mexicana de La deriva, define al grupo como “auténtico, honesto y visceral”. Quizá sean esas las claves del fenómeno. “Poético y de gran elegancia en las letras, en la música y en la puesta en escena”. Es una panorámica muy completa de los atributos de Vetusta Morla. “Hubo una conexión preciosa”, recuerda de aquel encargo. La artista tiene una vinculación especial con el grupo, porque sus canciones forman parte de su inspiración. Comparte con Guille referentes literarios y el gusto por la poesía. A fin de cuentas, los ilustradores son los mejores lectores que existen: extraen una imagen de mil palabras.
“Se contagian de muchas cosas con las que se nutren. Son gente muy sabia, generosa, formada y valiente y muy trabajadora”, al habla el director de cine y dramaturgo Juan Cavestany, cuya firma lleva el vídeoclip de La deriva. “El pop y el rock español ha encajado de forma violenta con los tiempos y las medidas del rock, pero ellos tienen unas letras que confluyen con la música. Es un producto muy sólido y muy bien construido”, cuenta para subrayar cómo han logrado hacer de la poesía un hecho masivo. Guille Galván insiste en la precisión en lo musical y en la palabra. “Muchas grandes bandas españolas siempre flaqueaban en lo lírico, ahí vimos un nicho”, cuenta a este periódico.
“A mí la poesía me resultaba ajena hasta que comprobé su musicalidad. La poesía tiene el estigma de una mala educación. Enseñar memorizando está muy lejos de lo que es la libertad de la poesía”. ¿Entonces, existe la canción perfecta? “Hay que buscar que dé un puñetazo, sin ánimo de barroquismo, ni pretensiones literarias”, responde el guitarrista, compositor y poeta con libro en la calle, Retrovisores (Bandaàparte Editores).
“Habrá que inventarse una salida. Que el destino no nos tome las medidas”, cantan en La Deriva. La alusión al país desvencijado por los trileros, mangantes y chorizos tiene alcance masivo. En la deriva nadie nos dirige, el timón es nuestro nos dicen desde ahí arriba. Ellos, emancipados. “Eso es lo que más les define, la independencia”, cuenta Fernando Franco, director de cine que ha ejecutado tres vídeos musicales para el grupo. “Desde que arrancaron siempre fueron libres. No hacen concesiones ni se instalan en la comodidad. Crecen mucho en público, pero no pierden en propuesta. Hacen mucho directo y eso les da mucho fan, pero no defraudan a sus seguidores de siempre”.
Los beneficios de la independencia ha impedido a Vetusta Morla caer en la desesperada celebración de la novedad continua. Porque en el reino de la abundancia y la felicidad las únicas novedades de la cultura actual son los aniversarios. Vetusta Morla ha demostrado que el tiempo de los sueños carece de futuro.