Catorce días llevamos de año. Ni uno más. Los suficientes para constatar que estamos otra vez, sin solución de continuidad, en el culo del asunto. Quizá porque nunca hemos dejado, a causa de esa indolencia tan nuestra que es lo único que hoy nos dejan exportar, de merecer lo que tenemos. O lo que no tenemos. Porque apenas queda nada ya en nuestras indigentes neveras frost que podamos recalentar. Ni los restos de sopa de sobre con mosca flotando incluida que salieron del laboratorio de un top chef. Ni el yogur caducado que nos acompañaba, leal, desde el 36. Ni la honra siquiera. Qué sufrido resulta esto de ejercer bajo el puente, entre bostezos inacabables y patrióticas quincallas, de españolito de a pie. De a pie de calle y mano tendida.
¡Soy español y tengo hambre, muchas gracias! ¡Soy España y tengo desgracias, mucha hambre! ¡Soy hambre y tengo España, mucha desgracia! ¡Ni bebo ni me drogo, tan sólo perdí el trabajo! ¿Cuánta desazón machadiana cabe en el fondo del almario de las mochilas huecas?
Dejemos por una vez de propinarnos garrotazos y de posar, enfurruñados, para ese selfie goyesco que lleva grabado a fuego nuestro abultado historial. Permanezcamos unidos, aunque sea por un día. Peleemos, contra todos, a la contra. Amontonémonos, bovina o heroicamente, como más o menos nos guste, pero hagámoslo juntos y con la pugnaz intención de que dejen de zurrarnos la badana, de expoliar nuestras carteras, de reírse en nuestra cara.
Logremos de una vez, en defensa propia, que esta España, país tumbasueños, hielacorazones y salvainfantas, deje de ser esta España. Pongamos fin a esta situación ridícula en la que nos advierten ahora, sin signo de rubor alguno en sus mejillas, de que los alemanes han obtenido en 2015 un superávit de 12.000 millones de euros. Sacan pecho mediático estos sinvergüenzas, cual matón en el patio del recreo, y lo hacen a costa de la euromiseria de todos los demás. Estupefactos españolitos de a pie incluidos. Sin venir a cuento. Juran y perjuran, eso sí, que destinarán la mayor parte a costear la llegada de refugiados al país. Es lo que ha declarado el ministro de Finanzas, un tal Wolfgang Schäuble, al presentar las cifras al resto del mundo. No tardará en salir el iluminado de turno anunciando a los cuatro vientos que las cosas, por fin, empiezan a mejorar.
Catorce días. Ni uno menos. Los suficientes para constatarlo.
Es hora de retomar el recuento de cadáveres.