“Voy a salir y puede que por algún tiempo”. El capitán Lawrence Oates se despidió de sus compañeros y abandonó la tienda de campaña en la que sus compañeros de expedición -liderados por el británico Robert Falcon Scott- pretendían aguantar las inclemencias de la Antártida. Regresaban de una fallida travesía por aquel infierno blanco, en la que pretendían ser los primeros en alcanzar el extremo austral del planeta. Pero el noruego Roald Amundsen se les adelantó y ahora luchaban por sobrevivir y llegar sanos y salvos a casa. Oates, malherido y consciente de que lastraba a su equipo, se entregó a una muerte helada sin que sus colegas lo pudieran impedir. Aquel gesto valiente de poco le sirvió: en los días posteriores, sus amigos corrieron la misma suerte.
Hablando con el comandante Alberto Salas, uno se espera que hable de las temperaturas extremas que él y su equipo -compuesto por 13 efectivos- están obligados a soportar en la Antártida, a las incomodidades que deben afrontar por las condiciones extremas, a la corrosión a la que su condición física se ve abocada, en cierta medida como vivieron Oates y Scott en 1912. El militar español, no obstante, habla de “maravillas”: “No hay ruidos -explica-, pero sí mucha hermosura. El paisaje es puro y limpio, y siempre podemos disfrutarlo en estas noches claras que tenemos”.
El comandante Alberto Salas lidera la Campaña Antártica, que arrancó en 1988 y que es la más antigua de las Fuerzas Armadas. Los efectivos desembarcan en la base Gabriel de Castilla, en la Isla Decepción, en el verano austral; esto es, en diciembre. Durante 80-90 días, ofrecen equipo logístico a los científicos españoles con proyectos biológicos y geológicos -ahora hay una veintena-, además de poner en marcha sus propios planes de investigación.
“Requerimos un elevado grado de adaptación”, apunta el comandante Salas: es habitual que el responsable de un área concreta ejerza labores que, en otra misión militar, nunca trataría. “No es una campaña al uso en la que se busque la pacificación de una zona”, señala el jefe de la base, antes de explicar que alrededor de 200 efectivos solicitan, cada año, una plaza en la Antártida: “Es una de las más buscadas por el prestigio de participar en la campaña más antigua del Ejército y por el escenario en el que se desarrolla”. Salas llevaba cinco años solicitando el puesto: “Cuando llegó el día les enseñé a mis hijos unas fotos de los pingüinos y les dije que me iba a cuidar de ellos -relata-. Se echa de menos a la familia, pero la misión no es muy larga y el 28 de febrero estaremos de vuelta”.
¿Qué se come en la Antártida?
“El jamoncito es la mejor carta de presentación”, afirma entre risas el comandante. La relación con otros operativos militares, chilenos o argentinos, es frecuente, y entre ellos impera una ley: “Hoy, por ti, y mañana, por mí”. “En la base Gabriel de Castilla comemos igual que en España -explica-. Tenemos nuestro Cola Cao y nuestro Nesquik, cervecita Mahou, y productos cárnicos y pescados que trajimos congelados. El barco Hespérides nos proporciona frutas y verduras cada diez o catorce días”. La labor que efectúan los cocineros es, a juicio del militar, “importantísima”: “Levantan la moral del equipo con la comida tan rica que preparan”.
La jornada de los efectivos arranca a las 6.30 de la mañana. Si las condiciones climatológicas lo permiten, abandonan la base y cumplen con sus labores rutinarias: ofrecer escolta a los científicos españoles, mantenimiento de las instalaciones y sus propias investigaciones. “Hay días en los que la velocidad del viento es superior a los 16 nudos y no salimos a navegar por la bahía Foster por motivos de seguridad”, explica el comandante Salas. La sensación térmica alcanza los diez grados bajo cero. Todas estas incidencias quedan recogidas en un diario de operaciones que publican en la página web de la campaña Antártica.
Apadrina un pingüino
Cuando al comandante Alberto Salas le destinaron a la misión, dispuso de una semana para estudiar los expedientes de los 200 candidatos que se habían presentado para acompañarle en el destino. Tras distinguir sus perfiles, realizar las entrevistas y finalizar el proceso de selección, los efectivos fueron sometidos a un reconocimiento médico exhaustivo y, posteriormente, cumplieron con varios cursos de adaptación al escenario que se iban a encontrar: vida y movimiento en montaña invernal, una fase de navegación, jornadas de actualización de conocimientos, etc. Lo que todos los soldados comparten es su pasión por el entorno natural y el medio ambiente.
“Uno de los propósitos más importantes que cumplimos es la sensibilización de cuidar lo que nos rodea”, advierte el comandante Salas. Especialmente, en un espacio tan frágil como la Antártida, en el que la acción humana puede desencadenar daños ambientales significativos. La flora es escasa -“No va a encontrar árboles por aquí”, bromea el militar-, pero la fauna es rica: focas leopardo, lobo marino, petreles y gaviotas. Y pingüinos. Muchos pingüinos.
“Hay una especie, el barbijo, que cría aquí -cuenta el jefe de la base-. Es tan numerosa que aparece reflejada en el escudo de nuestra campaña”. Además, este animal protagoniza un proyecto bajo el nombre de 'Apadrina un pingüino', en la que cualquier usuario puede enviar una solicitud. El militar cree que es “algo que gusta mucho a los niños”: “Es gratis y a través de nuestra web. Ponen el nombre que quieran al pingüino y nosotros les mandamos una foto. Es la mejor forma de transmitir unos valores que aquí defendemos a diario”, explica, sin ocultar el orgullo de haber tramitado 2.000 solicitudes desde que llegaron a la base, el 17 de diciembre. Un orgullo que empieza a transformarse en nostalgia atendiendo al calendario: “Parece mentira, pero ya nos encontramos en el ecuador de la misión”.