A Alfonso Rus (Xàtiva, 1950) le gustan los coches caros, tocar la batería, presumir de dinero, fumar puros y jactarse de no tener pelos en la lengua: de hecho, no tiene filtro. Empresario reconvertido en político, empezó a hacer dinero de verdad gracias a la pantanada de Tous (1982), cuando abrió una tienda de electrodomésticos en su ciudad natal sabedor de que la riada obligaría a centenares de familias a reponer sus cocinas.
Tras pasar por AP y el CDS fundó un partido independiente que comenzó a ser clave para el centro derecha. Bajito de estatura, bromista, gritón, metepatas y ciertamente dicharachero, su estilo directo y su popularidad lo convirtieron muy pronto, no en un político con carisma, pero sí al menos en un político capaz de convertir un mitin en una versión singular de el club de la comedia. El telonero perfecto.
"Rajoy me avaló"
A todo el que se le ponía a tiro le contaba cómo fue el propio Mariano Rajoy quien insistió en ficharle para el PP en 1995, sabedor de que su gracejo podría ser clave para que el centroderecha se hiciera con una de las ciudades más importantes de la provincia de Valencia. De hecho, según le gustaba contar, el actual presidente de España en persona firmó uno de los avales requeridos para afiliarse en el PP.
A horcajadas entre la política y los negocios, se convirtió en alcalde de Xàtiva en 1995 y diversificó sus negocios: tiene su propia marca de ropa (Stefano Russini), entró en el mundo del fútbol para convertirse en presidente del C.D. Olímpic, y diversificó sus inversiones aprovechando la fiebre del ladrillo. Mientras tanto, conformaba un equipo de admiradores y seguidores cada vez más numeroso y entregado con la ayuda de algunos de los principales alcaldes populares de la provincia, como los detenidos Juan José Medina (Moncada) y Emilio Llopis (Genovés); el presidente provincial y portavoz del PP en las Cortes, Vicente Betoret, o el arrepentido exgerente de Imelsa Marcos Benavent.
Zaplana lo fastidiaba
Con Zaplana no llegó a llevarse nunca bien porque el expresidente -explicaba- lo "puteaba" por placer. Lo llamaba por teléfono y le anunciaba que al día siguiente habría crisis de Gobierno y lo nombraría consejero de Industria, y que su equipo de prensa ya lo había filtrado a tal o cual periódico: y al día siguiente Rus se quedaba con dos palmos de narices repasando las páginas de Política de los diarios buscando su nombre sin ningún éxito. Peor aún, Zaplana convirtió en presidente del PP en la provincia de Valencia a su enemigo íntimo, el exconsejero también imputado Serafín Castellano, para cortarle los vuelos en esta plaza.
En 2003, cuando Francisco Camps traicionó a Zaplana, el alcalde de Xàtiva vio la oportunidad de ascender y vengarse de Castellano, objetivo éste que no llegó a culminar... porque se adelantaron los jueces y Alberto Fabra: los primeros imputando a su oponente y el segundo, meses antes, echándolo a él del partido.
Rumores sobre pagos del 10%
En 2007 se convirtió en presidente de la Diputación de Valencia (también lo fue de la mancomunidad La Costera-Canal y del Consorcio de las Comarcas Centrales) y puso a sus hombres al frente de las empresas públicas ahora investigadas. El mantenimiento de aceras, piscinas, jardines, alumbrado, así como el cuidado del monte y la reparación de las carreteras comarcales pasaban por Rus y su círculo, que hacía y deshacía en la corporación provincial sin que el PSOE levantara una ceja. Algunos empresarios aseguraban en privado que la comisiones llegaban al 10%, aunque esto no se ha demostrado.
Presumía de ser buen político porque era buen empresario y protegía y cuidaba de sus amigos, incluso cuando caían en desgracia. Por ejemplo, defendió la inocencia de Rafael Blasco cuando el exconsejero ahora en prisión ya era un apestado, a pesar de que algunos de sus colaboradores (el propio Benavente) le advertían de que aquella compañía los iba a hundir a todos. También se partió el cobre por Camps -del que se burlaba luego por sus aires de grandeza- cuando el expresidente, cercado por el caso de los trajes y preso de su propia caricatura, era un estorbo para Génova.
Sus seguidores lo jaleaban (todos menos Benavent) incluso cuando metía la pata o se metía en charcos frente a Génova y le seguían, literalmente a pie juntillas, incluso cuando en los meses de verano salía a correr por el antiguo cauce del Río Turia.
Apodos para todos
Su enfrentamiento con Alberto Fabra -a quien menospreció siempre- y María Dolores de Cospedal (en el Congreso de Sevilla de 2011) terminaron de convertirle en un graciosillo incómodo para la dirección del PP y para todo el partido.
Y no es para menos. Se refería a Alberto Fabra como "el Mohedano" por su parecido físico con el hermano de Rocío Jurado; no se fiaba de Rita Barberá, a quien llamaba la Gorda; decía que Eduardo Zaplana era "el Campeón" por su atractivo físico; le puso de sobrenombre "aerotuerto" al aeropuerto de Castellón que impulsó Carlos Fabra... Es decir, no dejaba títere con cabeza mientras hubiera alquien cerca que le riera las gracias.
Cambios constantes de móvil
En mayo, poco antes de las elecciones, Fabra aprovechó para echarlo del PP cuando la cadena Ser divulgó una grabación en la que supuestamente se le oía contando dinero: él siempre ha negado que esa fuera su voz y pidió un peritaje.
En el trato era afable y estaba siempre a disposición de los periodistas, que el único problema que tenían para acceder a él era su costumbre de cambiar de móvil cada poco tiempo. En la intimidad contaba que la peor época de su vida en política la pasó cuando le acusaron, arbitraria e injustamente, de haber estado implicado tangencialmente en el crimen de las niñas de Alcásser. No sería de extrañar que, desde este martes, aquella pesadilla se repita, por motivos muy distintos, pero fundados.