Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956). Al cumplir 60 años, el académico reedita 'Beatus Ille', su debut literario, y 'El jinete polaco', su primer gran éxito. Su última novela, 'Como la sombra que se va', es su confesión más íntima. Y su último ensayo, Todo lo que era sólido, es un juicio implacable de la actual España en crisis. Habla en primera persona.
Hay que tener cuidado ahora con la palabra transición. La Transición acabó después del 23-F. Sucedió algo que no había ocurrido en doscientos años. Desapareció el miedo a la intervención de los militares en la política española. Y lo que tenemos es una democracia normal, que hay que ir arreglando.
Y yo me convertí en escritor en esa democracia, igual que otros hombres y otras mujeres de mi generación cambiaron, de un origen en un país atrasado, a un país en que se abrieron muchas expectativas.
Cuando ahora se dice que esto es la continuidad del franquismo, al que dice eso habría que ponerle diez minutos en el franquismo
Se cumplen treinta años de Beatus Ille, mi primera novela. Para mí era importante buscar modelos que no tenían que ver con una gran parte de lo que se estaba publicando en España. Mis modelos eran Henry James, o el Faulkner de ¡Absalón, Absalón!. También, aquí, Marsé, y siempre Cervantes, con don Quijote, que nombro como mi personaje de ficción, aunque me guste más Leopold Bloom. Y el ejemplo decisivo de Jusep Torres Campalans, de Max Aub, el truco de inventar una falsa biografía. Eso tenía que ver con una apertura intelectual que empezaba a ser posible en esa época. Cuando ahora se dice que esto es la continuidad del franquismo, al que dice eso habría que ponerle diez minutos en el franquismo.
El primer premio que tuve fue el Ícaro, por Beatus Ille. Era la primera vez que tenía un reconocimiento fuera del mundo de Granada en el que yo vivía. Me dije: “Ya existo fuera”. En Beatus Ille, el inventar el espacio de Mágina fue el darte cuenta de que podías convertir una ciudad real en un espacio imaginario a tu medida.
Con 16 años fui a ver el mar. A los 22 años me fui a Italia. Yo soy nómada desde niño, no es algo que haya elegido de mayor
Hace veinticinco años de El jinete polaco. Surgió una vez que me puse a escribir sobre las cosas que empezaban a cambiar en Úbeda cuando tenía 12 o 13 años, una cafetería donde se ponían a fumar mujeres modernas con las piernas cruzadas… Eran cosas que no parecían literarias.
Dediqué El jinete a mis padres. Todos los domingos y entre semana hablo con mi madre por teléfono. Mi padre, el pobre murió hace ya tiempo. Pero a mí siempre me sigue acompañando. Era gente muy recta, les tocó vivir toda la posguerra, la pobreza y el atraso.
Con 16 años fui a ver el mar. Con 22 fui a Italia. En cada especie hay una la parte de sus miembros que es sedentaria y otra que tiende a moverse. Yo soy nómada desde niño, no es algo elegido de mayor.
En marzo del 74 estuve tres días en la celda número 47 de la DGS por participar en la manifestación a favor de Puig Antich
Estudié Historia del Arte en Granada, y Periodismo en Madrid, que fue visto y no visto. Para mí el periodismo era una forma de cumplir mi vocación literaria. Pero cuando llegué a aquella facultad, con un plan de estudios insensato y clases de 300, se me cayó el mundo.
En marzo del 74 estuve tres días en la celda número 47 de la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol, porque participé en la manifestación en protesta por el fusilamiento de Puig Antich.
A los 17 años me enamoré. Me casé en el 82. Tuve tres hijos, dos varones y una mujer. Y ya tengo cuatro, porque al cabo de los años, el hijo de Elvira [Lindo], es mi hijo también. Hay cosas importantes en la vida que uno elige y otras que le llegan. Eso me ha educado mucho.
En el año 82, oposité en el Ayuntamiento de Granada. Era tener una seguridad. Fui programador de actividades. Un flamenco me dijo que yo era “un infiltrado del Ayuntamiento en los bajos fondos, o un infiltrado de los bajos fondos en el Ayuntamiento”, y llevaba razón.
Eso de decir que los españoles somos de esta manera o de la otra, o lo de las dos Españas, me parece basura
A mis 35 años entra en mi vida Elvira Lindo, en el Hotel Mindanao de Madrid. Participaba yo en una mesa redonda con Bioy Casares. Son las cosas que pasan en la vida, y que te la cambian para bien. Elvira conserva un casete que le regalé al día siguiente: Con alma, de Dizzy Gillespie.
A vivir a Madrid en el 92 vine por amor. Había quien te acusaba de abandonar tu tierra para ir a la capital monstruosa del centralismo. “¿Qué pasa, que a usted Andalucía se le queda pequeña?”. Y un día dije: “Yo me he ido a Madrid por amor. ¿Qué pasa?”.
Lo de la Academia fue una sorpresa desconcertante. No soy muy solemne, pero, cuando me eligieron, pensé que sería bonito recordar aquel discurso imaginario de ingreso en la Academia de Max Aub, como si la guerra no hubiera existido. Me sirvió para hacer una reivindicación de la memoria republicana democrática, en el sentido menos sectario. Eso de decir que los españoles somos de esta manera o de la otra, o lo de las dos Españas, me parece basura.
En estos últimos años, lo que ha pasado con la cultura y con la educación en España ha sido una barbaridad
De 2004 a 2006 dirigí el Instituto Cervantes de Nueva York. El Cervantes es uno de los grandes inventos. El problema es, como tantas cosas en España, la falta de continuidad, de medios y que todo dependa de la política. En estos últimos años, lo que ha pasado con la cultura y con la educación en España ha sido una barbaridad, y el Cervantes está siendo víctima de esa barbaridad.
Queda atrás Nueva York, que ha sido una educación, poniendo agua por medio. Ahora ir a Lisboa es una posibilidad. En mi última novela, Como la sombra que se va, sobre el asesino de Luther King, está Lisboa. Fui por primera vez con 30 años, el 1 de enero 87, para completar El invierno en Lisboa.
En el 90, el segundo viaje a Lisboa. En la víspera del Mindanao. En Como la sombra que se va rememoro el encuentro con Elvira. Escribí ese capítulo de un tirón, pensé que era demasiado privado y lo dejé aparte. Al final se lo enseñé a Elvira y le pregunté si debía estar en la novela y me dijo que sí.
El tercer viaje a Lisboa, con Elvira, el 2 de noviembre de 2012, porque mi hijo Arturo, cumplía 26 años. Eso fue lo que desencadenó la novela, el de pronto caer en la cuenta de que él tenía 20 días la primera vez que yo fui a Lisboa.
Ahora se habla mucho de populismo, pero en la política española ha habido mucho populismo durante muchos años
En mi último ensayo, Todo lo que era sólido, he comentado que creíamos vivir en un país próspero imaginando que el futuro se parecería a aquel presente. Y ya en los 90 hubo cosas que no iban bien, la política lo invadía todo en el peor sentido de la palabra. Se abrían grandes teatros firmados por arquitectos internacionales al tiempo que los niños estaban en barracones escolares.
En el 2006, cuando se recordó el 36, la prosperidad coincidió con un aumento de la agresividad política y de la reivindicación, a mi juicio insensata, de los peores enfrentamientos españoles, que me helaba la sangre en las venas.
Necesitamos que la actividad política esté sujeta de verdad a los controles simultáneos de la legalidad y la crítica. El nivel de la crítica pública se rebajó mucho porque se hizo sectaria. Ahora se habla mucho de populismo, pero en la política española ha habido mucho populismo durante muchos años. Era populismo prometer la llegada del AVE a todas partes o construir grandes palacios de congresos.
Vamos a procurar que cuando denunciemos el desastre, no nos convirtamos en parte del desastre
El 15-M lo viví en New York, con un hijo en la acampada de la Puerta del Sol y el otro en la Plaza del Carmen de Granada. Fue para mí un aprendizaje. Un hijo lo cura a uno de tentaciones apocalípticas. Tú puedes ser muy nihilista y todo eso, pero si tienes hijos, quieres que tengan una vida lo más pacífica y feliz.
Tiene que haber controles de legalidad y de buena educación. Y no hay que confundir la grosería con la autenticidad. Se puede decir todo sin hacer daño innecesario. Vamos a procurar que cuando denunciemos el desastre, no nos convirtamos en parte del desastre.
Hay grandes zonas de la política española en las que la alucinación es más fuerte que nunca. Yo creía que después de tantas alucinaciones pasadas, habíamos llegado a la edad de la razón. Quisiera que fuera así, pero en este momento no lo sé.