Juego de imágenes casi cuatro décadas después. La primera, en blanco y negro es de junio de 1977: Adolfo Suárez, de 45 años, recién instalado en La Moncloa tras las primeras elecciones democráticas de España recibe a Felipe González, de 35, que aún no ha abandonado el marxismo como ideología oficial del PSOE.
La segunda, en color, es de este jueves: Pedro Sánchez, de 43 años, reunido en el Congreso de los Diputados con Albert Rivera, de 37. Por primera vez tras 45 días de tiempo muerto, los españoles han visualizado un encuentro político que les ha inspirado. ¿Es éste el primer ejemplo de química en la Segunda Transición?
En el imaginario colectivo de España ha nacido una relación de entendimiento y consenso como la que forjaron Adolfo Suárez y Felipe González antes incluso de cerrar los Pactos de la Moncloa.
Sintonía evidente
Entre Sánchez y Rivera ha habido este jueves una clara sintonía. Pero también materia: lo mejor es que no han hablado de “sillones”, sino de “reformas”, ha dicho el líder de Cs. Rivera tiene escrito en su ADN político esos Pactos de La Moncloa que tanto ha estudiado: desde el 20D habla de mesa de negociación y de mesa técnica, dos términos claramente relacionados con la época. Quiere un calendario fijo de reformas, y lo quiere ya. Para ello está dispuesto a renunciar incluso a su propuesta estrella, el contrato único.
“España respira aliviada porque se ha empezado a hablar”, ha dicho Rivera al terminar el cónclave. “Hemos encontrado puntos en común”, le ha secundado Sánchez. En el paro, la corrupción y la actualización de la Constitución. También en los vetos: Podemos para Cs y PP para PSOE.
Políticamente, poco comparten el González de 1977 y el Sánchez de 2016. González lo tenía todo a favor. Sánchez lo tiene todo en contra. Pero ambos atesoran, según personas que los conocen, una cualidad personal: la determinación, el arrojo, la resiliencia. Antes del 20D, una persona muy cercana a Sánchez me lo adelantó: “Va a pelear duro”.
Hay una segunda circunstancia que sus allegados destacan: ésta la da el destino, y en inglés se usa el término serendipity, una palabra de difícil traducción al castellano, algo así como la carambola, la casualidad, la chiripa de estar en el sitio adecuado en el momento adecuado.
Quiebro del destino
Esa suerte también la tuvo Suárez, el funcionario tardofranquista que llegó incluso a ser secretario general del Movimiento antes de presidir la España democrática. Un quiebro del destino- conocer al príncipe de España en Segovia en 1969- le situó en primera fila de la historia. Los astros se conjugaron del mismo modo con Rivera, con el que comparte audacia y flexibilidad. En apenas unos meses, como Suárez en esos nueve meses entre 1976 y 1977 en los que gobernó a dedo, Rivera se convirtió en esa novia de España a los que todos decían querer.
El pasado octubre en Oviedo, Rivera acudió a la entrega de los premios Princesa de Asturias. Allí me explicó lo que sentía por Suárez: “Admiro la lógica estadista que lo guió. Hizo más por España que por su propio partido. Nosotros hablaremos con todos, no excluiremos a nadie y recuperaremos ese espíritu de diálogo de la Primera Transición”.
Este mismo miércoles Sánchez ha vuelto a declarar su respeto y admiración por González, con el que mantiene una excelente relación. “A Sánchez se le demoniza ahora en el PSOE, pero se olvidan de que Felipe le dio la espalda al PSOE de Rodolfo Llopis e inventó el suyo propio”, señala un veterano miembro del partido socialista. “Pero al comparar ambas imágenes, también se le puede dar la vuelta: en 2016, Sánchez sería el representante del establecimiento y Rivera el challenger, como lo fue Felipe en 1977. Rivera sabe que su momento aún no ha llegado, pero llegará. Sánchez sabe que el suyo es ahora o nunca”.
Similitudes
¿Qué comparten Sánchez y Rivera que también compartían Felipe y Suárez? “Claramente, un factor generacional que les desprejuicia de sus propios antecendentes: quieren construir puentes y son personas dispuestas a reescribirse a sí mismas”.
Para una observadora política que ha dedicado gran parte de su vida a estudiar la evolución del socialismo español, la clave en este juego de imágenes está en que ninguno de los dos quiere ruptura: “Como en 1977, este momento requiere reformas, y Sánchez y Rivera lo saben, como lo sabían entonces Felipe y Suárez”.